/ jueves 27 de junio de 2024

Víctimas de feminicidio: el tormento de Ana tras el asesinato de su madre

Marilú desapareció desde el pasado 7 de octubre y 19 días después, su cuerpo fue hallado sepultado clandestinamente en el patio de un predio del hombre con quien vivía

Luego de 3 años y 7 meses del feminicidio de la enfermera Marilú Camacho, un juez dictó sentencia para su pareja sentimental, quien le arrebató la vida en 2020, y engañó a la policía y a sus familiares para desviar la atención del crimen que había cometido.

El agresor de Marilú, quien era enfermera en el Instituto Nacional de Pediatría, pasará 52 años y seis meses en prisión y tendrá que reparar el daño a la víctima indirecta, su hija Ana, quien no descansó en todo el proceso, primero para encontrar a su mamá, después para hacer justicia por dicho delito que le cambio la vida por completo.

Te recomendamos: Demanda Congreso de la CDMX tipificar el transfeminicidio

La afectación emocional al perder a una madre en circunstancias de violencia, es el mismo para todos los hijos sin distinción de edad o género y, a pesar de que varían las circunstancias; las dudas, el enojo, el resentimiento, la tristeza, el miedo y la soledad, no ceden paso al duelo que se vive a cuentagotas, en medio de la búsqueda de justicia y un poco de paz mental.

De un momento a otro, Juan Manuel “N”, también le arrebató la tranquilidad y los sueños a Ana, quien se percató de la ausencia de su mamá cuando se encontraba de viaje en Estados Unidos para perfeccionar su inglés y no le respondía los mensajes.

El trabajo arduo de Ana comenzó luego de un campamento al que acudió y, al escribirle a su mamá para contarle los detalles, no volvió a saber de ella. Los seis años de relación sentimental de Marilú con Juan Manuel, no le hicieron sospechar en lo más mínimo en ese momento.

“Le mandé unas fotos y no las vio ni me dijo nada, pero el lunes mi mamá ya trabajaba, o sea, no era normal, pero al saber que estaba trabajando lo dejé pasar, le mandé unos audios en la mañana y le escribí un poquito y no me contestó, en la tarde le volví a escribir y no me contestó, no había visto ni siquiera las fotos, se me hizo raro, entonces le empecé a llamar y no me contestaba, ya se me hizo muy raro porque, si yo le llamaba a mi mamá, me contestaba”, recordó Ana.

En el afán de saber de su madre y debido a la confianza, Ana contactó a Juan, “sí me contestó como a la tercera llamada, pero me acuerdo que me volvió a decir ¿quién habla?, le digo que soy yo y que si sabe algo de mi mamá porque la había llamado y no me contestó, que si me la podía pasar, me dijo; no encuentro a tu mamá desde el sábado, que ya había buscado en hospitales y otros lugares y no la encontró”.

La joven le pidió a Juan que no dejara de buscarla, mientras, ella también tomaría acciones desde allá y alistaba su regreso a México. “Llamé a mi papá y le dije que mi mamá estaba desaparecida, que si se podía poner en contacto con ellos (juan y sus tíos) para ver qué hacíamos, le llamé a mi tía y me dijo que tampoco a ella le contestaba, que Juan le comentó que se fue con una maleta y con cosas”.

Foto Cortesía

La esperanza de un viaje intempestivo y la pérdida del celular prevalecía para la familia, pero el tiempo no les traía respuestas.

“Juan decía que estaba haciendo todo y me di cuenta que no, se limitó a ir una vez a FIPEDE a hacer la denuncia, no marcó a su trabajo y no era congruente con sus declaraciones sobre lo que había pasado”, cuando supuestamente Marilú se había ido por una discusión entre ellos dos.

Pistas hacia el feminicida

Sin la certeza de que Juan era el asesino, pero con las sospechas por sus conductas y contradicciones, Ana dejó de compartir información con él. Unos días después de no saber de su mamá, la joven ya estaba en México.

El hombre de 50 años de edad, a decir de Ana, realizaba búsquedas sin sentido, en vez de solicitar imágenes del C5 de los últimos lugares donde estuvo, pedir información en el banco sobre sus últimos movimientos o la sábana de llamadas del celular de Marilú, perdía tiempo valioso en buscar testigos inexistentes, por lo que informó a su papá que ellos llevarían a cabo su propia investigación.

Ana ya no alcanzó a solicitar los videos de las cámaras, ya que se borran cada siete días y, cuando se acercó a las instituciones bancarias donde su mamá tenía cuentas, se negaron a darle la información de los últimos movimientos a pesar de que presentó la ficha de búsqueda de la Fiscalía General de Justicia (FGJ) y otros documentos.

Juan acudió a la Fiscalía Especializada para la Búsqueda, Localización e Investigación de Personas Desaparecidas (FIPEDE) a denunciar la desaparición, pero ya no se presentó más, no colocó fichas de búsqueda, para Ana, pasó a ser un sospechoso.

Autoridades negligentes

La joven que en ese entonces contaba con 23 años de edad, se vio obligada que tejer sus propias pistas y buscar ayuda para, primero, encontrar a su mamá y después, continuar con el proceso pertinente, en el que los días se iban sumando y las respuestas no llegaban.

La única hija de Marilú, tuvo información de que se habían realizado movimientos en las cuentas bancarias de su mamá, por lo que acudió tanto a Banorte como a Elektra para solicitar los últimos movimientos sobre la compra de artículos durante los días de búsqueda.

“A la primera sucursal de Banorte a la que fui, una chica con empatía me facilitó esa información con la ficha de búsqueda, pero me mandaron a la sucursal matriz, cuando aún cantándoles a detalle la situación, fueron groseros y déspotas, recomendando cosas que si me afectarían en la investigación, pero sin proponer nada”, dijo Ana.

El mismo trato recibió en Elektra, donde no le dieron acceso a la información debido a que solo podían otorgarlos a la titular de la cuenta, a pesar de presentar la ficha de búsqueda para agilizar la investigación.

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Con la decepción a cuestas, recuerda el encuentro que tuvo con la persona que le realizó la evaluación psicológica, llevaba horas dentro de la Fiscalía con la esperanza de librar las diversas, trámites, procesos, declaraciones y solicitudes de documentos mientras su mirada tropezaba con la de otras personas en situación similar a la suya.

Hoy, Ana mira con claridad la carga de trabajo de los servidores públicos, así como el cansancio, confusión, soledad y miedo ante la búsqueda de la mujer que le dio la vida, pero eso, no le impide ver que el trato es inhumano al que se exponen los denunciantes.

Tras las preguntas para llenar su evaluación psicológica, la joven no entendía la necesidad de ciertas preguntas que no los llevarían a resolver el caso de su mamá, por lo que su actitud fue hostil, al igual que la de su evaluador, “me dijo, ni tú ni yo queremos hacer esto, así que acabemos y ya”, narró.

Esa clase de respuestas se convirtieron en una constante durante el proceso que enfrentó a la hora de buscar justicia para su mamá.

Si quieres justicia, tú tienes hacerles el trabajo, buscar, investigar, tramitar, ellos no lo van a hacer, para ellos es un caso más

La investigación judicial, fue para Ana, igual que para muchas otras víctimas directas e indirectas, plagada de complicaciones e inconvenientes.

Una luz en la oscuridad

La guía de un Policía de Investigación (PDI), el apoyo de su padre y familia, así como el de la colectiva Artemisas Veterinarias, le dieron la fuerza para continuar, incluso a pesar de sus propios abogados para avanzar y llevarla hasta la sentencia que dictó un juez.

La detención de Juan llegó a tiempo, hallado en flagrancia en la colonia Doctores dentro de la alcaldía Cuauhtémoc, por su presunta participación en los delitos de cohecho y delitos contra la salud, en su modalidad de narcomenudeo e hipótesis de comercio. Tiempo después se le informó sobre su detención como sospechoso del feminicidio de Marilú.

Una vecina, después de mucho tiempo decidió dar su testimonio, aquel que terminó de confirmar las sospechas e investigaciones de Ana y de las autoridades. “Pero la orden de aprehensión solo era el principio de todo lo que venía, pero nadie te guía, no hay quien te diga qué hacer primero y qué no hacer, eso puede marcar el rumbo de la investigación, pero estas solo”, aseguró Ana.

Los baches legales, la poca claridad de los abogados, el abuso y la situación emocional, además de la inversión económica para llagar a la verdad, fueron parte del camino que Ana enfrentó para llegar a una sentencia.

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Luego de 3 años y 7 meses del feminicidio de la enfermera Marilú Camacho, un juez dictó sentencia para su pareja sentimental, quien le arrebató la vida en 2020, y engañó a la policía y a sus familiares para desviar la atención del crimen que había cometido.

El agresor de Marilú, quien era enfermera en el Instituto Nacional de Pediatría, pasará 52 años y seis meses en prisión y tendrá que reparar el daño a la víctima indirecta, su hija Ana, quien no descansó en todo el proceso, primero para encontrar a su mamá, después para hacer justicia por dicho delito que le cambio la vida por completo.

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La afectación emocional al perder a una madre en circunstancias de violencia, es el mismo para todos los hijos sin distinción de edad o género y, a pesar de que varían las circunstancias; las dudas, el enojo, el resentimiento, la tristeza, el miedo y la soledad, no ceden paso al duelo que se vive a cuentagotas, en medio de la búsqueda de justicia y un poco de paz mental.

De un momento a otro, Juan Manuel “N”, también le arrebató la tranquilidad y los sueños a Ana, quien se percató de la ausencia de su mamá cuando se encontraba de viaje en Estados Unidos para perfeccionar su inglés y no le respondía los mensajes.

El trabajo arduo de Ana comenzó luego de un campamento al que acudió y, al escribirle a su mamá para contarle los detalles, no volvió a saber de ella. Los seis años de relación sentimental de Marilú con Juan Manuel, no le hicieron sospechar en lo más mínimo en ese momento.

“Le mandé unas fotos y no las vio ni me dijo nada, pero el lunes mi mamá ya trabajaba, o sea, no era normal, pero al saber que estaba trabajando lo dejé pasar, le mandé unos audios en la mañana y le escribí un poquito y no me contestó, en la tarde le volví a escribir y no me contestó, no había visto ni siquiera las fotos, se me hizo raro, entonces le empecé a llamar y no me contestaba, ya se me hizo muy raro porque, si yo le llamaba a mi mamá, me contestaba”, recordó Ana.

En el afán de saber de su madre y debido a la confianza, Ana contactó a Juan, “sí me contestó como a la tercera llamada, pero me acuerdo que me volvió a decir ¿quién habla?, le digo que soy yo y que si sabe algo de mi mamá porque la había llamado y no me contestó, que si me la podía pasar, me dijo; no encuentro a tu mamá desde el sábado, que ya había buscado en hospitales y otros lugares y no la encontró”.

La joven le pidió a Juan que no dejara de buscarla, mientras, ella también tomaría acciones desde allá y alistaba su regreso a México. “Llamé a mi papá y le dije que mi mamá estaba desaparecida, que si se podía poner en contacto con ellos (juan y sus tíos) para ver qué hacíamos, le llamé a mi tía y me dijo que tampoco a ella le contestaba, que Juan le comentó que se fue con una maleta y con cosas”.

Foto Cortesía

La esperanza de un viaje intempestivo y la pérdida del celular prevalecía para la familia, pero el tiempo no les traía respuestas.

“Juan decía que estaba haciendo todo y me di cuenta que no, se limitó a ir una vez a FIPEDE a hacer la denuncia, no marcó a su trabajo y no era congruente con sus declaraciones sobre lo que había pasado”, cuando supuestamente Marilú se había ido por una discusión entre ellos dos.

Pistas hacia el feminicida

Sin la certeza de que Juan era el asesino, pero con las sospechas por sus conductas y contradicciones, Ana dejó de compartir información con él. Unos días después de no saber de su mamá, la joven ya estaba en México.

El hombre de 50 años de edad, a decir de Ana, realizaba búsquedas sin sentido, en vez de solicitar imágenes del C5 de los últimos lugares donde estuvo, pedir información en el banco sobre sus últimos movimientos o la sábana de llamadas del celular de Marilú, perdía tiempo valioso en buscar testigos inexistentes, por lo que informó a su papá que ellos llevarían a cabo su propia investigación.

Ana ya no alcanzó a solicitar los videos de las cámaras, ya que se borran cada siete días y, cuando se acercó a las instituciones bancarias donde su mamá tenía cuentas, se negaron a darle la información de los últimos movimientos a pesar de que presentó la ficha de búsqueda de la Fiscalía General de Justicia (FGJ) y otros documentos.

Juan acudió a la Fiscalía Especializada para la Búsqueda, Localización e Investigación de Personas Desaparecidas (FIPEDE) a denunciar la desaparición, pero ya no se presentó más, no colocó fichas de búsqueda, para Ana, pasó a ser un sospechoso.

Autoridades negligentes

La joven que en ese entonces contaba con 23 años de edad, se vio obligada que tejer sus propias pistas y buscar ayuda para, primero, encontrar a su mamá y después, continuar con el proceso pertinente, en el que los días se iban sumando y las respuestas no llegaban.

La única hija de Marilú, tuvo información de que se habían realizado movimientos en las cuentas bancarias de su mamá, por lo que acudió tanto a Banorte como a Elektra para solicitar los últimos movimientos sobre la compra de artículos durante los días de búsqueda.

“A la primera sucursal de Banorte a la que fui, una chica con empatía me facilitó esa información con la ficha de búsqueda, pero me mandaron a la sucursal matriz, cuando aún cantándoles a detalle la situación, fueron groseros y déspotas, recomendando cosas que si me afectarían en la investigación, pero sin proponer nada”, dijo Ana.

El mismo trato recibió en Elektra, donde no le dieron acceso a la información debido a que solo podían otorgarlos a la titular de la cuenta, a pesar de presentar la ficha de búsqueda para agilizar la investigación.

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Con la decepción a cuestas, recuerda el encuentro que tuvo con la persona que le realizó la evaluación psicológica, llevaba horas dentro de la Fiscalía con la esperanza de librar las diversas, trámites, procesos, declaraciones y solicitudes de documentos mientras su mirada tropezaba con la de otras personas en situación similar a la suya.

Hoy, Ana mira con claridad la carga de trabajo de los servidores públicos, así como el cansancio, confusión, soledad y miedo ante la búsqueda de la mujer que le dio la vida, pero eso, no le impide ver que el trato es inhumano al que se exponen los denunciantes.

Tras las preguntas para llenar su evaluación psicológica, la joven no entendía la necesidad de ciertas preguntas que no los llevarían a resolver el caso de su mamá, por lo que su actitud fue hostil, al igual que la de su evaluador, “me dijo, ni tú ni yo queremos hacer esto, así que acabemos y ya”, narró.

Esa clase de respuestas se convirtieron en una constante durante el proceso que enfrentó a la hora de buscar justicia para su mamá.

Si quieres justicia, tú tienes hacerles el trabajo, buscar, investigar, tramitar, ellos no lo van a hacer, para ellos es un caso más

La investigación judicial, fue para Ana, igual que para muchas otras víctimas directas e indirectas, plagada de complicaciones e inconvenientes.

Una luz en la oscuridad

La guía de un Policía de Investigación (PDI), el apoyo de su padre y familia, así como el de la colectiva Artemisas Veterinarias, le dieron la fuerza para continuar, incluso a pesar de sus propios abogados para avanzar y llevarla hasta la sentencia que dictó un juez.

La detención de Juan llegó a tiempo, hallado en flagrancia en la colonia Doctores dentro de la alcaldía Cuauhtémoc, por su presunta participación en los delitos de cohecho y delitos contra la salud, en su modalidad de narcomenudeo e hipótesis de comercio. Tiempo después se le informó sobre su detención como sospechoso del feminicidio de Marilú.

Una vecina, después de mucho tiempo decidió dar su testimonio, aquel que terminó de confirmar las sospechas e investigaciones de Ana y de las autoridades. “Pero la orden de aprehensión solo era el principio de todo lo que venía, pero nadie te guía, no hay quien te diga qué hacer primero y qué no hacer, eso puede marcar el rumbo de la investigación, pero estas solo”, aseguró Ana.

Los baches legales, la poca claridad de los abogados, el abuso y la situación emocional, además de la inversión económica para llagar a la verdad, fueron parte del camino que Ana enfrentó para llegar a una sentencia.

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