Corbatines de moño estrangulaban a los meseros de La Mascota. Uno de ellos me acompañó a mi mesa, otro sacó mi silla, un tercero colocó mis cubiertos, un cuarto sirvió un tequilita, un quinto me trajo cacahuates, el sexto me ofreció unos tacos dorados, el séptimo me pasó un cóctel de camarones en un vaso para helados. Después perdí la cuenta, mientras sopeaba con mi bolillo el caldillo de una pierna de cerdo con un burbujeante estofado de frijoles negros. Todo acompañado de innumerables Corona Lights.
Me sentía hinchado y enfermo y no estaba seguro si era por la bebida o porque era la primera vez que comía en días; pero todos los meseros sonrieron mientras yo arrastraba las palabras mientras les leía mi historia de La Mora.
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Leí el párrafo donde ella había escrito las palabras “La Mascota” en los márgenes de Transmigración de los Cuerpos, y les preguntaba a todos si la conocían, incluso hasta al guitarrista que nos daba una serenata. Les puse a todos algunos billetes en sus manos, a los siete camareros y a las mujeres atrapadas en la cocina. Lo hice para que dejaran de odiar a la alcaldesa judía de la Ciudad de México. Me daban palmadas en la espalda mientras me dirigía hacia el baño donde lo vomité todo.
Crucé el Zócalo y me topé con un lugar espectacular; La Ópera, muy Belle Époque. Bebí mezcales mirando mi reflejo en la barra de caoba encerada, examiné el hoyo que dejó la bala que Pancho Villa había disparado en el techo con forma de pastel de bodas, pero ni un rastro de La Mora, así que me fui.
Para tachar otra pista de la lista, fui al Covadonga, una cantina nocturna de la era española con luces fluorescentes, llena de viejitos que maman Coca-Colas y picotean cacahuates. Durante mucho tiempo me senté allí, mirando a los dones jugando dominó y comencé a reirme tan fuerte que los meseros me pidieron que me fuera.
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De vuelta en El Hotel Cuba, observaba a las trabajadoras sexuales rondando las suburbans que dan vueltas en la Plaza Santo Domingo. Googlié por milésima vez El Cine Secreto, el único nombre que La Mora había escrito en la novela de Herrera y que no había podido encontrar.
Tal vez, ese lugar ni existía o no podía encontrarlo, no lo sabía, pero estaba exhausto y quería derretirme en la acolchonada cama, pero en lugar de eso me filmé haciendo una brutal rutina de cardio para quemar el almuerzo y me quedé despierto toda la noche publicando clips en TikTok.
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Versión traducida
Part 8 La Mora: The Mascot Restaurant
Bow ties strangled La Mascota’s waiters. One server ushered me to my table, another scooted out my chair, a third set my silverware, a fourth poured a tequila, a fifth brought a bowl of peanuts, a sixth delivered wedges of crunchy tacos, a seventh a sundae glass of soupy shrimp cocktail and then I lost track as pillowy bolillo rolls and a leg of pork and a bubbling black bean stew appeared and I washed it down with countless Corona Lights. I felt bloated, sick and wasn’t sure if it was the booze or eating for the first time in days, but everyone smiled along as I slurred through my tale of La Mora, reading them the paragraph where she’d written the words La Mascota in the margins of Transmigración de los Cuerpos, asking anyone who’d listen if they knew her, even the guitarist serenading us all. I pressed bills into each of my seven waiters’ hands, including the women trapped in the kitchen cooking all the food, so they wouldn’t hate the Jewish mayor of Mexico City and they clapped me on the back as I waddled to the bathroom and puked it all out.
I crossed the Zócalo and popped into the Belle Epoque beauty La Ópera. I drank mezcals gazing at my reflection in the waxed mahogany bar, examined the bullet hole Pancho Villa had shot through the ceiling’s wedding cake crown molding and with no sign of La Mora, left. To cross off another clue, I went to La Covadonga, a fluorescent-lit Spanish-era supper club with old men nursing Coca-Colas and pecking at peanuts. For a long time I sat there, eyeing the old roosters shuffling dominos and began laughing until the waiters asked me to leave.
Back at El Hotel Cuba, watching the hookers work the SUVs circling Plaza Santo Domingo, I googled for the thousandth time El Cine Secreto, the one name La Mora had written in the Herrera novel that I couldn’t find. Maybe it didn’t exist or I couldn’t find it, I didn’t know, but I was exhausted and wanted to melt into the spongy bed, but instead filmed myself pounding out a brutal HIIT routine to burn off lunch and stayed up all night posting clips to TikTok.
BIO:
Sammy Loren es un escritor y productor de videos. Está lanzando ‘Cartel, Inc.,’ una novela sobre un videoartista fracasado que es secuestrado por un cartel mexicano y forzado a dirigir sus publicidades de TikTok. Ahora vive en LA y cura Casual Encounters, una serie de lectura mensual.
TWITTER:
Cuento:
Por Sammy Loren @therealsjloren
Traducido por Mariana Rodríguez @mgilmourimbaud
Arte:
Photos/Arte:
Arte - Lina Bailón @b0mbay__
Polaroids - Sammy Loren @therealsjloren