Durante los siguientes diez días hice pilates, crossfit y ayuné de manera intermitente. Toqué fondo y estuve en Cicatriz, publiqué en Instagram comidas que nunca comí; y dejé propinas obscenas, arruinando mi cuenta bancaria para que los meseros no odiaran a los judíos. Chingué para que Pujol me diera una reservación.
Después de releer Transmigración de los Cuerpos y escanearlo en busca de más pistas que La Mora habría escrito en sus márgenes, volví a La Mascota, al Covadonga y a La Ópera. Seguí tratando de encontrar el Cine Secreto, pero nadie había oído hablar de él. Visité a la Poeta en Escandalar y como no quería que pensara que yo era un judío tacaño y patético, no volví a mencionar a La Mora y le compré todos los libros que me recomendó de los poetas de la Ciudad de México: Mariana Rodríguez, Amado Cabrales, María Stransky, Milagros Rojas, Fabiola Talavera y Kit Schluter.
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Tiré los libros en el primer bote de basura que encontré.
El matrimonio fifí que subarrendaba mi casa me llamó. Mi jefe me escribió diciendo que la empresa había sido pirateada, y que la evidencia apuntaba a que el hackeo provenía de mi computadora portátil. No le respondí a nadie; pero sabía que tendría que regresar pronto. Tenía deudas que pagar, una casa, un trabajo, una vida. ¿Podría abandonar todo tan sólo por La Mora? En las dos semanas que había estado en la Ciudad de México mis sentimientos habían pasado del amor a la ira. Me preocupaba lo que podría irrumpir en mí en caso de encontrarnos.
Deambulé por la Ciudad de México tratando de seguir su rastro, una búsqueda que se sintió inútil hasta que cuando regresaba de correr, frente al El Hotel Cuba, jadeando me encontré con Carmen.
—Hola güerito. Te he estado buscando—canturreó debajo de la sombrilla que la protegía del sol debajo del Seven.
—Lo siento, estoy exhausto—Le dije buscando las palabras más amables pero contundentes para rechazarla.
—Ser madreado por los federales puede tener ese efecto. Pero, mira, güero, te tengo noticias.
—¿De La Mora?
—Acompáñame a almorzar—dijo Carmen y la seguí hasta una banquita donde sacó un recipiente de plástico de la misma bolsa donde guardaba sus Crocs. Mientras ejecutaba un pepino me dijo: —Bueno, Romeo, encontré a tu Julieta. Está en aquel cine.
—¿El Cine Secreto?—susurré al recordar ese nombre en los margenes de la novela de Herrera. Había buscado por toda la deep web, había interrogado a todos los meseros que había conocido pero nadie me supo dar respuesta. —¿En dónde queda?.
—Soy marxista-leninista, pero no trabajo gratis.
Le pasé mi cartera con todo el efectivo, las tarjetas de crédito y hasta mis identificaciones.
—Esa gente que se cree artista—dijo Carmen, al abrir mi cartera.—¿Cómo te explico que la juventud de la Ciudad de México se ha ido directito a la chingada?
—¿Qué gente, Carmen?
—Milagros y Fabiola, dijo.—Ellas visitan a mi colega regularmente y están entusiasmadas con el regreso de La Mora a la Ciudad de México. Le dijeron que ha estado despilfarrando dinero y que está planeando algo grande en el Cine Secreto.
¿Milagros y Fabiola? ¿No habían estado en la sesión de fotos de Pollo? ¿O había comprado su poesía en Escandalar? ¿Quizás me habían estado siguiendo? ¡En Pujol, Xochimilco y Cicatriz! ¿Las mandó La Mora? ¿O Pollo? Carmen sacó el dinero de mi billetera, revisó mis tarjetas de crédito y me las devolvió.
—Pero, ¿dónde queda ese cine? No lo he podido encontrar por ningún lado…
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—Dicen que está frente a La Ópera, no el bar, sino un cinema de los cuarentas que está en ruinas.
Las piezas se habían acomodado en su lugar: ¡todo este tiempo había estado bebiendo hasta morir en el bar La Ópera en lugar de ir a un cine viejo donde La Mora me había estado esperando! ¡Ella me amaba! Salí volando hacia el lugar... quiero pensar que Carmen trató de advertirme, pero no puedo estar del todo seguro ya que nunca la volví a ver. Me gritó algo que no pude escuchar porque yo ya había salido corriendo.
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La Mora Part 13: She decapitated a cucumber
For the next ten days I did little beyond pilates, crossfit, intermittent fasting. I hit a new low and hung around Cicatriz, Instagramming meals I never ate, leaving obscene tips, bankrupting my account so they wouldn't hate the Jews. I pestered Pujol for a reservation.
After rereading Transmigración de los Cuerpos and scanning it for any more clues that La Mora had written in its margins, I returned to La Mascota, La Covadonga, La Ópera. I kept trying to find el Cine Secreto, but no one had heard of it. I visited the Poet at Escandalar and didn’t want her to think I was some stingy, pathetic Jew so I didn’t mention La Mora and bought every book she recommended by Mexico City’s poets: Mariana Rodríguez, Amado Cabrales, Maria Stransky, Milagros Rojas, Fabiola Talavera, Kit Schluter.
I tossed them all into the first trashcan I crossed.
The Whole Foods power couple subletting my place called. My boss wrote saying the company had been hacked - and evidence pointed that it came from my laptop. I responded to no one, but knew I’d have to return soon. I had bills, a house, a job, a life. Could I throw it all away on La Mora? In the two weeks I’d been in Mexico City my feelings had swung from love to rage. I worried what might erupt from me when we found each other.
I wandered Mexico City trying to pick up her trail, a quest that felt useless until on one of my jogs I found myself back in Centro panting before El Hotel Cuba.
Hola güerito, crooned Carmen. She sauntered over from the 7-11 beneath an umbrella shading her from the sun. I’ve been looking for you.
Sorry Carmen, I said, digging out words for a kind, but firm rejection. I’m beat.
Getting gang-banged by a bunch of Mexican traffic cops can do that, she said. Look güero, I got deets.
About La Mora?
Join me for lunch," Carmen said and I followed her to a stool where she took out a plastic container from the same bag where she kept her Crocs. She decapitated a cucumber. Well Romeo, I found your Juliette. She’s at that cinema.
El Cine Secreto? I gasped, recalling the name scratched into the margins of Herrera. I’d scoured the dark web, interrogated every barista and waiter that’d served me, but no one knew anything about it. Where is it?
I’m a Marxist-Leninist, Carmen replied. But I don’t work for free.
I passed her my wallet: cash, credit cards, IDs and all.
These two lunatics, they fancy themselves artists, Carmen began, opening my wallet. I can’t begin to tell you, but Mexico City’s youth has gone straight to hell.
Who are they, Carmen?
Milagros and Fabiola, she said. Hadn’t they been at Pollo’s photo shoot? Or had I bought their poetry at Escandalar? Perhaps they’d been following me? At Pujol, Xochimilco and Cicatriz! Could La Mora have sent them? Or Pollo? Carmen fished out the cash from my wallet, shuffled through my credit cards, handed them back to me. The duo visit my colleague on the regular and are all jazzed about La Mora’s return to Mexico City, says she’s been throwing money around, that she’s planning something big at Cine Secreto.
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But where is it? I asked. I can’t find it!
They say it’s across from La Ópera, not the bar, but a crumbling 1940’s cinema palace, she said.
It all came together - all this time I’d been drinking myself to death at the bar La Ópera instead of going to some old theater where La Mora had been waiting! She loved me! I bolted up. I like to think Carmen tried warning me, but I can’t be certain since I never saw her again. She shouted after me, but I kept running.
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