“2 de octubre no se olvida”, es una frase que ha estado presente desde hace 56 años, luego de que militares acribillaran a cientos de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. Sin duda alguna un evento que marcó un antes y un después en la historia de las movilizaciones estudiantiles en México.
El 26 de julio de 1968 se llevó a cabo una marcha en contra de las represiones policiacas ocurridas días anteriores; la manifestación reunió a miles de estudiantes de distintos planteles del IPN y la UNAM. Por la noche el nivel de violencia fue inimaginable, retenes en distintas calles del Centro Histórico, estudiantes encapsulados por granaderos y un ambiente de tensión era lo que se vivía.
Las preparatorias 1 y 3 que estaban en San Ildefonso fueron el refugio para aquellos universitarios que huían de militares y policías represores. El alboroto comenzó cuando estudiantes de las máximas casas de estudio del país (IPN y UNAM) se enfrentaron a las autoridades.
Tropas militares derribaron de un bazucazo la puerta de San Ildefonso, labrada en el siglo XVIII, llevando presos a los pocos estudiantes que continuaban ahí, tras este suceso y por la violación a la autonomía universitaria, las escuelas de la UNAM y el Politécnico se declararon en huelga.
El movimiento del 68 había iniciado; durante 68 días las calles le pertenecieron a los jóvenes, marchas y foros, se veían con frecuencia. Entonces se fijó el 2 de octubre como el día en que llevarían a cabo el mitin más grande convocado por estudiantes. Sin embargo, hubo un final trágico.
1968, año de revoluciones en América Latina
El año de 1968 fue de revoluciones en América Latina, jóvenes que querían expresar sus ideas fueron reprimidos por gobierno que no comulgaban con su manera de pensar, Enrique Espinoza tuvo la suerte de contarnos su testimonio, él y otros cuantos son la voz de todos aquellos que murieron esa noche en Tlatelolco.
A 52 años de este acontecimiento, los sobrevivientes de esta tragedia seguirán su lucha para recordar que siempre habrá quien defienda los derechos y movimientos civiles.
Las cicatrices del 68
Enrique Espinoza fue uno de los estudiantes más comprometidos con el movimiento, él fue testigo de aquella matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.
Un joven de 19 años, con sueños y aspiraciones de ser doctor que venía de Zacatecas no vio con malos ojos el unirse a esta causa para lograr un cambio en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, que atemorizaba a la generación.
Era un miércoles por la mañana cuando su madre lo visitó de sorpresa en el cuarto que rentaba, luego de contarle sus planes con el movimiento, ella se mostró curiosa de saber cómo era este mitin. Enrique decidió llevarla sin imaginar lo que horas más tarde ambos sufrirían.
Cerca de las 16:30 horas, Enrique llegó a la Plaza de las Tres Culturas con su mamá y un amigo, para arribar al tercer piso del edificio ‘Chihuahua’, donde estaban los líderes del Comité del 68.
Él era uno de los encargados de cuidar a los organizadores, y al recordar que su madre se encontraba abajo decidió ir por ella, sin embargo, a mitad de las escaleras vio a un hombre armado, y se puso en alerta.
Al estar en la plaza ya con su mamá, observó un helicóptero sobrevolaba Tlatelolco, segundos después dos bengalas cayeron, una verde y una roja, era la seña para el inicio de una de las masacres históricas del país.
Las primeras balas cayeron, al igual que los primeros civiles, no se sabía de dónde provenían los disparos, Enrique cubrió con una gabardina a su madre y la tiró al suelo con la esperanza de sobrevivir y salir ilesos de aquella terrible situación.
Luego de intentar huir de la zona, escuchó que uno de los hombres de guante blanco gritaba “¡agárralo a él, ve por él, es él!”, Enrique jamás pensó que se referían a él.
El estudiante de la preparatoria 5 y su mamá fueron detenidos y llevados a un departamento del edificio Chihuahua, hasta la fecha, Enrique no recuerda a cuál, pero tiene muy presente en su memoria que los soldados se sobrepasaron con su madre y él en su intento por escapar le metieron una brutal golpiza que lo dejó inconsciente.
Semidesnudo y medio despierto, Enrique recuerda que los hombres de guante blanco lo obligaron a bajar las escaleras, sentía dolor, sin embargo, todavía le quedaron fuerzas para ponerse de pie y atender las órdenes de ponerse contra la pared.
Ensangrentado y sin saber de su madre, fue trasladado junto con otros jóvenes del Comité al Campo Militar Marte, donde lo encerraron por casi un mes y fue sometido a terribles torturas para revelar quienes eran los incitadores de este movimiento, pero tras la confesión de otro de los involucrados obtuvo su libertad.
Él sufrió las secuelas de la matanza de Tlatelolco, por muchos años al escuchar la sirena de una ambulancia o un grito, sus nervios se alteraban, las manos le sudaban y le costaba trabajo mantener la calma.
Actualmente logró superar el trauma, aunque las huellas del 68 dejaron cicatrices que perdurarán en su vida el “2 de octubre no se olvida”.
Muchos son los recuerdos del 68, testimonios y videos, pero las fotografías son la mejor fuente para imaginar cómo fue la masacre de estudiantes que buscaban una revolución para acabar con la represión de aquel gobierno encabezado por el Partido Revolucionario Institucional.
Cubrir el mitin hasta el último segundo
Carlos Peláez tenía escasos de 22 años y comenzaba su carrera como fotógrafo del periódico LA PRENSA, ese día sus órdenes eran claras, cubrir el mitin hasta el último segundo.
En parejas combinados con reporteros y fotógrafos salieron hacia la Plaza de las Tres Culturas, con cámaras en manos y la adrenalina a punto de desencadenarse llegaron al lugar, los balazos ya habían comenzado.
Carlos siempre se caracterizó por ser uno de los reporteros gráficos más temerarios del periódico, su juventud y audaz personalidad lo calificaron para cubrir el hecho.
Lo primero que percibió fue el miedo del lugar, gente corriendo desorientada en diferentes direcciones y balas que rosaban la nariz.
Carlos no soltó en ningún momento su cámara que le permitió plasmar imágenes nítidas del terror que se vivía en Tlatelolco.
La noche cayó, la situación se puso más peligrosa, todos perdimos a nuestro compañero, estábamos solos frente a una muchedumbre apabullada
Por su apariencia física, podía ser fácilmente confundido como estudiante por lo que tomó el doble de precauciones. Mientras recorría la zona, vio como un grupo de hombres con guante blanco perseguía a un grupo de muchachos, su reacción fue rápida y se metió debajo de una camioneta para evitar ser detenido.
Al salir de su escondite recuerda haber visto muchos heridos, quiso llegar al tercer piso del edificio Chihuahua, pero la presencia de militares obstruyó su paso.
Minutos después, miembros del Batallón Olimpia (los hombres del guante blanco) lo encontraron y le preguntaron qué estaba haciendo.
Me preguntaron qué estaba haciendo, les respondí que estaba trabajando y me recomendaron utilizar un distintivo blanco en las manos para identificarme, esa era la clave de que no estábamos con el movimiento
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Carlos no recuerda que le prohibieran tomar fotografías, pero llegó un momento en que los mismos militares decidieron que se concentrara la prensa detrás de la iglesia de la Plaza de las Tres Culturas.
“En ese momento me reuní con varios de mis compañeros reporteros y fotógrafos, entre ellos Augusto Corro, reportero de LA PRENSA”.
Cuando Augusto y Carlos estaban con todos los demás vieron cómo empezaban a pasar las ambulancias con los heridos
Vimos a los socorristas trasladar gente y en ese momento nos dijeron que ya no podíamos tomar fotos, pero yo necesitaba la imagen
En un acto de valentía, Carlos se colgó su cámara y la puso debajo de su brazo derecho, de modo que pudiera tomar la imagen infraganti.
Tras cubrir la masacre del 2 de octubre, Carlos Peláez tuvo una de sus primeras experiencias laborales fuertes en la que aprendió a dejar el miedo y ensimismarse durante el peligro.
Cuando estas en el lugar solo existes tú, no tienes familia, no tienes miedo, solo eres tú
LA PRENSA nunca olvida que los hechos son primero y Carlos Peláez junto con el grupo de reporteros de aquella época mostraron la realidad de un gobierno intolerante, una sociedad reprimida y una matanza que marcó un parteaguas en los derechos humanos en México.
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