Al parecer, una de las ideas que ha ido tomando fuerza, aunque a todas luces sea propia del terreno de lo irracional, es aquella en que cada vez más personas aseguran haberse contagiado de SARS-Cov2 en algún momento.
Incluso mucho antes de toda esta toma de conciencia y extremas condiciones de sanidad con sus naturales protocolos en la presente pandemia.
Y es que ya con casi 11 meses de estar apareciendo en las primeras planas y de revisar exhaustivamente columnas y artículos que divulgan tanto opiniones comunes como aquellas en que los especialistas se presentan firmes y estrictos acerca del confinamiento, la sana distancia, la higiene y la interacción en sociedad, la gente elabora sus conclusiones personales.
Esto se refuerza con incontables charlas que se transmiten en los medios, donde cada uno de los emisores de opinión se impone la obligación de alertar a sus escuchas con toda clase de revelaciones y casos trágicos que se dan a conocer en diferentes latitudes y que en su contenido llevan la moraleja: cada quien termina este relato donde quiere, ya que a cada uno corresponde cuidarse y proteger a los que dependen de uno o interactúan en el ambiente comunitario.
Pero quizá toda esta información y la manera en que se ha ido presentando, ha llevado a las personas que siguen el día a día de la pandemia a una desesperada idea integradora: Yo Ya Tuve COVID.
¿Y cómo llegan a este autodiagnóstico fatalista?
Al parecer es la manera en que cada vez más personas se explican poder seguir concentradas en el cuidado de los suyos y su estilo de existir, como si con esta revelación se confirmaran dueñas de gran fortaleza y preparadas para resistir todo aquello que les lleve a continuar adoptando medida tras medida en el hogar, pero que encuentran el sentido para salir y enfrentar la hostilidad de las calles y el riesgo que implica ir de un lugar a otro, tomar parte en alguna tarea junto a desconocidos o bien aquellos que son muy familiares y que deban permanecer cerca mucho tiempo sin representar amenazas de contagio. Y pese a todo esto, seguir demostrando sentido común y actuar con la mejor actitud, aunque a veces parezca algo muy difícil.
Esto, aunque parezca una extrañeza, es lo que en ocasiones se escucha como una titubeante confesión que, cuando encuentra similaridad, se explaya entonces para ser compartida ya sin cortapisa.
Viene el momento del alud en comentarios y detalles, que cada vez con mayor intensidad, se califica al dialogante en el sentido de sobreviviente, rehabilitado o, por lo menos, convaleciente.
Así, al parecer se integra entonces una especie de fraternidad, en que los cofrades se aprestan a no rendirse en la marea de los deberes fuera de casa y permanecer vigilantes de todos en el hogar.
Por mi parte, me he quedado inmóvil cuando escucho estas conversaciones y solamente mantengo la neutralidad sin mostrarme para nada escéptico. Eso me permite no ser expulsado del círculo en la conversación y me exige concentración para enterarme de estas singulares historias plenas de buena voluntad y enérgico optimismo para, por ejemplo no permitir que los más vulnerables se sientan abatidos.
Por lo demás, espero que si conoce Usted a alguien que le haya confiado esta sugestión de creer que ya cursó por la infección y fue asintomático o que logró vencer al Covid sin padecer graves síntomas o que tuvo mínimas pérdidas, escuche sin interrupción y cuando le corresponda su turno, sin importar si se identifica con el relato o difiere de él, se mantenga firme en la creencia de que todo el mundo, curado o no, se debe seguir protegiendo, porque este flagelo es de gran duración y la única verdad es que difícilmente alguien tendrá el conocimiento para sortearlo sin resentir ahora o en el futuro alguna consecuencia.