La familia en México sufre una grave crisis por la pérdida de valores, por la dificultad de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones; confusión y rechazo al proyecto de familia instituido; violencia intrafamiliar en lugar de ser cuna del amor; temor y evasión al compromiso de procrear hijos, debido, entre otras causas, a la distorsión de la sexualidad humana considerada más para el mero placer, que para la intimidad y plenitud del amor, aseguró el Arzobispo Primado de México, Carlos Aguiar Retes.
En su homilía en la Basílica de Guadalupe, el prelado expuso que la discusión para clarificar esos aspectos se ha vuelto ideológico, y se deja de lado la posibilidad de un diálogo sereno y de recíproca escucha para plantear la actual situación social y redescubrir la indispensable misión de la familia, como la célula básica de una sociedad que prepara y educa la niñez y la adolescencia para lograr nuevas generaciones, que valoren la fraternidad, la solidaridad y la subsidiaridad, superando las diferencias de clases económicas y sociales.
De ahí que elevó una oración a la Virgen de Guadalupe para que muestre el camino a seguir para afrontar la grave crisis de la familia, que se va extendiendo no solo en nuestra Patria, sino también intensamente en los países de tradición cristiana.
Asimismo se rezó por las familias desunidas, por los hogares sin hijos, por los divorciados.
En su editorial titulado “4 propósitos para 2021”, la Arquidiócesis de México exhortó al pueblo creyente a fortalecer y atender a la familia y la consecuente pérdida de valores, “el vivir de prisa y sin freno y envueltos en un espíritu materialista, y el olvido de la oración y la atención espiritual”.
Señaló que el año que termina exhibió los malestares que nuestra sociedad venía acarreando desde hace algunos años, como el escaso cuidado de la salud y de nuestro planeta, la desatención a la familia.
La sede eclesiástica capitalina resaltó que en unos días, cuando finalice el año, serán pocas las personas en el mundo que cumplieron los planes que habían trazado a principios de 2020.
A partir de la aparición del Covid-19, cualquier propósito individual o colectivo se vio afectado por la crisis sanitaria que nos ha puesto en alerta.
Sin embargo, si bien es cierto que ha sido un año duro y difícil, también se han abierto oportunidades y lecciones sobre las que es necesario reflexionar.
Enumeró cuatro dolores sociales que también conformaría cuatro buenos propósitos, alcanzables, y para los que no importa el contexto exterior; a partir de su cumplimiento, podemos ayudar a construir un mundo mejor.
1. Cuidarnos y cuidar al otro. En su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2021, el Papa Francisco ha puesto especial atención en este punto, al que considera un fundamento de la Iglesia, y que vemos en el testimonio de Jesús, el Buen Pastor, que cuida de sus ovejas, y que con el don de su vida y su sacrificio nos abrió el camino del amor.
Agregó que el Santo Padre resalta cuatro principios específicos: el cuidado como promoción de la dignidad y de los derechos de la persona, el cuidado del bien común, el cuidado mediante la solidaridad, y el cuidado y la protección de la creación.
2. Fortalecer a la familia. Vivimos una época de inseguridad y violencia en el país, y es conocido que ésta generalmente inicia en el seno familiar. En la medida en que desterramos a Dios de la familia y de las estructuras sociales, el mundo se nos vuelve una arena en donde todos nos enfrentamos.
Por lo que es necesaria una apuesta decidida de los padres para fortalecer la educación en los valores, y de los adultos en general para asumirse como mentores de las nuevas generaciones.
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3. Priorizar lo importante. El Papa nos ha dicho que de esta crisis saldremos mejores o peores, pero no saldremos igual. ¿Qué es lo que cada uno de nosotros quiere cambiar para ser mejores?
Toda crisis es una oportunidad para crecer y salir fortalecidos. Esta, en particular, representa un momento para aumentar nuestras convicciones y nuestra espiritualidad, para curar nuestros miedos, sanar nuestro corazón, atender nuestros sentimientos y llenar nuestros vacíos, con la fortaleza interior que Dios nos ofrece.
4. Privilegiar la oración. “Rezar es encender una luz en la noche. La oración nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia lo alto”, dijo recientemente el Papa Francisco.
La oración no es un pliego petitorio para que Dios nos despache y obtengamos satisfacción.
Es un momento para volver a nuestra identidad más sencilla y descubrir que en su presencia todo encuentra descanso, consuelo y orden. Tengamos la seguridad de que Dios responde siempre.
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