"Nosotras no podemos ser vulnerables, porque si no, nos agarra el miedo o el temor", dice María Alejandra Hernández, mujer policía capitalina perteneciente al grupo femenil de la Unidad Metropolitana “Ateneas”, quien a pesar de ser víctima de agresiones y de haber visto su vida en peligro en varias ocasiones, porta el uniforme con orgullo desde hace cinco años y se impone ante los retos.
Describe la Ciudad de México como un lugar con riesgos y complejidades. "Hay puntos rojos y zonas muy conflictivas. Por ejemplo, en Iztapalapa, (en) Tepito, ahí es donde más entramos. Nosotras como agrupamiento hacemos un acompañamiento con sectores", dice, recordando los servicios que ha cubierto hombro con hombro también con personal masculino, en acciones en contra de la delincuencia.
Es originaria de Chalco, municipio con diversas problemáticas sociales, ubicado al oriente del Estado de México, de donde todos los días sale de casa y se despide de su hija, quien es su motivación para enfrentarse a lo que no cualquier mujer se atreve, esperando volver lo más pronto posible para verla de nuevo.
Con gusto, emoción e incertidumbre, dio a conocer en casa que se integraría a las filas de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la CdMx. Causó alta el 6 de julio de 2018. Su hija tenía dos años de edad, ella 20, y necesitaba un trabajo seguro que le permitiera proveer de lo necesario a la pequeña. Lo logró, y después, lo que la mantuvo ahí realmente fue su vocación de servicio.
"Sentí mucha impotencia"
Una de las experiencias más impactantes que le tocó vivir, fue cuando durante un operativo en la alcaldía Azcapotzalco, logró poner a salvo a varios menores de edad que corrían peligro. "Eran como siete niños menores de tres años, estaban drogados. Estaban a cargo de una femenina de unos 23 años que estaba igual que ellos. Yo era la única mujer. En ese momento se me vino a la mente mi hija. Sentí mucha impotencia", relató Alejandra, quien después de entregar a los menores a las autoridades, no volvió a saber de ellos.
"La primera vez que me puse el uniforme sentí mucho miedo, porque sabía que tenía una responsabilidad muy grande. No nada más es cuidar de una persona, sino de varias personas vulnerables, de la tercera edad… Somos psicólogas, enfermeras, somos ‘todologas’", dice la mujer de tez morena, con las puntas del cabello teñidas de rubio y de un metro 60 centímetros de estatura.
Después de las experiencias vividas en sus labores cotidianas, ella considera que lo que tienen de bueno los capitalinos es la solidaridad. "Hay veces en que ven que nos atacan y nos dicen: cuídense mucho. Nos regalan agua cuando estamos bajo el sol en una manifestación. Nos dan ánimos para aguantar y contener, porque saben que nos espera un día muy pesado. Lo malo es cuando no se prestan a dialogar. Nos hace falta más empatía", manifiesta a modo de reflexión.
La integrante de ese grupo selecto que ronda los dos mil elementos femeninos en activo y que es vista por los ojos de muchos integrantes de la sociedad como una heroína, opina que la gente es naturalmente buena y que se hace mala al pasar del tiempo.
La gente se confunde, a veces se va por los caminos malos, pudiendo echarle ganas. La vida no es fácil
Listas para cualquier situación
Entre el chocar de cascos, protectores y escudos antidisturbios, María sale a formar ya equipada junto con sus compañeras, a toda velocidad, y controlando la adrenalina cuando hay una manifestación programada. Hay que anticiparse para intentar llegar a un acuerdo con los inconformes antes de que el caos vial afecte a miles de automovilistas, o de que algún inmueble sufra daños por la falta de presencia policiaca.
Marchando a paso veloz, golpeando con fuerza de manera cadenciosa el pavimento con la suela de las botas tácticas, se agrupan para salir preparadas para lo que venga, desde sus instalaciones ubicadas en la colonia Aeronáutica Militar, en la alcaldía Venustiano Carranza. De ahí parten a bordo de varias unidades para acercarse lo más que se pueda hasta el lugar del caos.
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Ella y las demás saben que habrá "acción", pero no los límites de las participantes: si habrá anarquistas embozados, feministas radicales, martillos, cadenas, piedras, palos o simplemente aerosoles. Tampoco saben si serán víctimas de golpes, quemaduras, empujones, o únicamente de insultos –como a diario–, por eso deben actuar rápido y de manera organizada, de eso depende que salgan bien libradas del evento.
"Nosotras desempeñamos una función muy delicada en las marchas. Tenemos que ser más empáticas, queremos que las manifestantes sepan que estamos con ellas, estamos para apoyarlas y para protegerlas", afirma la elemento con viveza en la mirada, refiriéndose a la labor de diálogo y contención que ella y sus compañeras realizan para con otras mujeres.
Su tono de voz es dulce y amable, pero mira de frente y se expresa con seguridad. Esboza una sonrisa tímida cuando recuerda algo agradable, como aquel día en que logró acreditarse como instructora dentro de la corporación policiaca, tras concluir un proceso en el que la constancia y el sacrificio fueron factores determinantes para lograrlo.
"Mi jefa Atenea seleccionó a unas 50 compañeras y de esas solo somos nueve las que conformamos su escuadra de instructoras", dice, refiriéndose a Itzania Otero, mujer al frente de la unidad femenil, quien no ha dejado de capacitarse durante los más de 10 años que lleva ejerciendo el cargo. Se ha vuelto un ejemplo de superación para Alejandra. "Quiero ser como ella", dice de forma directa y sincera, con un brillo especial en la mirada.
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