Un equipo de arquitectos de la UNAM transformó la prisión de la Perpetua, un lugar que fue escenario de sufrimiento y penas corporales en nombre de la fe católica, en un centro de exposiciones y una biblioteca especializada en historia y filosofía de la medicina.
El grupo de especialistas en restauración, encabezados por el doctor Xavier Cortés Rocha y la maestra Coral Ordóñez, así como una plantilla de 300 trabajadores comenzaron las labores desde 2017; sin embargo, la pandemia provocó su suspensión en 2020, por lo que fueron retomadas el año pasado.
El arquitecto Javier Martínez Burgos explicó a El Sol de México que este lugar está listo y visitarlo es como viajar en el tiempo, ya que la gente podrá conocer las mazmorras del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.
“Los visitantes, por un lado, van a poder observar físicamente una historia viviente del edificio, porque el proyecto de restauración, justamente hablando de una serie de modificaciones a lo largo de por lo menos 400 años, pueden ver físicamente en el lugar, la transformación original que está construido en el Palacio de Medicina y lo que fue la Santa Inquisición, su transformación a las cárceles de La Perpetua
“No obstante el ser un lugar que nace con este estigma de castigo, tiene una calidad arquitectónica en el diseño, el trabajo en sus materiales y su ornamentación muy bien detallada, así como los componentes que se fueron modificando”, señaló.
Desde 1766, la Perpetua ya padecía problemas en su estructura. Juan Joseph Domínguez y Francisco Reguerón, alcaldes del lugar, advirtieron en un reporte sobre la lamentable situación en que estaban las celdas, señala la investigadora María Luisa Rodríguez, en su libro Cinco cárceles de la Ciudad de México, sus cirujanos y otros personajes.
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Los funcionarios, precisa el documento, informaron a los directivos del Santo Oficio que en las mazmorras imperaba la humedad, insalubridad y faltaba la ventilación, especialmente en las de la planta baja, lo cual provocaba a los reos enfermedades constantes.
El problema era porque el inmueble, que hoy forma parte del Palacio de Medicina, en la esquina de las calles República de Brasil y Venezuela, estaba desnivelado y el agua del subsuelo se colaba a los separos de la prisión.
Hoy, los 17 calabozos, que están alrededor del llamado Patio de Los Naranjos, ya no son lóbregos, oscuros, tampoco húmedos e insalubres, sus puertas están abiertas, la luz del sol entra por ellas y son usados para exposiciones.
“Pareciera una bipolaridad porque, efectivamente, no es algo que nos hable de algo tan digno, pero ahora es un espacio que permite viajar en el tiempo”, afirmó el experto sobre la recuperación del esplendor de este sitio.
Restos en la restauración de la sede del Santo Oficio
El especialista comparó esta remodelación con el armado de un rompecabezas, ya que enfrentaron diversas complicaciones. Por ejemplo, la diversidad de los materiales empleados durante casi 500 años, desde su edificación y reconstrucciones posteriores, como muros de mampostería pobre, argamasas de baja calidad, viguerías de madera con polillas y podridas.
Tras un primer análisis de los materiales, se descubrió que estaban en buenas condiciones y que algunos, como la piedra chiluca, la cantera gris y rosa y el tezontle, no son difíciles de conseguir.
“La intervención, más bien por su complejidad, fue incorporar materiales modernos en compatibilidad con estos materiales y sistemas constructivos antiguos, es ahí donde el criterio del equipo tuvo un gran éxito, porque tanto se siguieron los trabajos mecánicos, como decimos los arquitectos, que trabajen estructuralmente de forma armónica (...) así como los criterios de reversibilidad, o sea, que aquello que se ponga nuevo se pueda retirar en un futuro, sin afectar la materialidad original”, dijo.
Al concluir los trabajos, afirmó Martínez, el sitio está muy cerca de cómo era originalmente, porque el equipo tomó en cuenta los principios que rigen la restauración: autenticidad y originalidad.
Ello dio pie a la colocación de elementos como viguetas en los entrepisos, mientras que el resto de los componentes respetó la originalidad, se mantuvieron los sistemas constructivos de mampostería y se recuperaron elementos ornamentales de cantería y herrería en sus arcos, en sus protecciones metálicas, ventanas y aplanados.
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El arquitecto opinó que la joya de la corona de la restauración es la llamada celda Piranesi, nombrada así en honor al arquitecto italiano Giovanni Battista Piranesi, la cual tiene el doble de altura de las otras y un arco de medio punto muy bien realizado y que muestra un diseño arquitectónico bien detallado de esos cuartos, donde encerraban a quien prácticamente ya no tenía derechos.
Además del patio, la reconstrucción avanzó al asoleadero, un espacio que cuenta con un andador donde los reos tomaban el sol por unos minutos.