Fundada el 29 de septiembre de 1900 durante el régimen presidencial de Porfirio Díaz, “El Palacio de Lecumberri” ubicado en Avenida Ingeniero Eduardo Molina, Héroe de Nacozari 113, en la alcaldía Venustiano Carranza, se convirtió en un recinto histórico para la Ciudad de México. El proyecto de edificación estuvo a cargo del arquitecto Lorenzo de la Hidalga y los ingenieros Antonio Torres Torija, Antonio M. Anza y Miguel Quintana quienes empezaron con los trabajos en 1885 como consecuencia de la Reforma al Código Penal de 1871.
Su diseño estuvo ideado en el modelo de prisión del filósofo inglés Jeremy Bentham de 1971: el panóptico. Por su raíz griega pan – opticón “verlo todo”, su construcción es una estructura con una rotonda como parte central y un radial dividido en galerías, desde el punto principal se levantó una torre para la vigilancia de todo el penal.
El nombre de Lecumberri hacia la Penitenciaría del Distrito Federal, fue adoptado porque los terrenos le pertenecían a un español con ese apellido, aunque también hubo quienes le dieron el título de “Palacio Negro” a causa de una inundación de aguas negras que pintaron la fachada de un color oscuro y más tarde por historias adentro de la prisión.
Hechos y prisioneros históricos en Lecumberri
Entre los sucesos importantes de los que fue testigo este recinto, está la decena trágica, momento en que el caudillismo vivía su apogeo en México. Una vez derrocado el gobierno de Porfirio Díaz con el Plan de San Luis hecho por Francisco I. Madero, este tomó el papel de presidente mientras que José María Pino Suárez estuvo a cargo de la vicepresidencia.
Tras un Golpe de Estado de las fuerzas militares comandadas por Victoriano Huerta, “el Apóstol de la democracia” fue obligado a firmar su renuncia como Presidente de la República y encarcelado en Lecumberri, donde finalmente fue asesinado la noche del 22 de febrero de 1913.
Otro personaje revolucionario recluido en el Palacio Negro, acusado por insubordinación, desobediencia y robo, fue Francisco Villa. El día 7 de junio de 1912, Doroteo Arango llegó a la Ciudad de México a bordo del tren ubicado en Buenavista. Posteriormente estuvo aprisionado en una celda oscura y con poca ventilación; pero a diferencia de Madero, su destino no terminó ahí. El Centauro del Norte fue trasladado el 7 de noviembre de 1912 a la prisión militar de Santiago Tlatelolco, en ese lugar su estadía fue de un mes, pues escapó.
David Álfaro Siquieros, muralista mexicano, también pasó por esta prisión acusado por el delito de disolución social. Inclusive estuvo 4 veces en el centro penitenciario con una estancia máxima de 4 años de 1960 al 1964, aunque décadas más adelante se haría una exposición en el mismo lugar en su nombre.
El responsable del asesinato de León Trotsky también fue condenado a 20 años de reclusión en la Penitenciaría. Bajo órdenes de Stalin, Ramón Mercader inicio la Operación Utaka para acabar con la vida del líder soviético y finalmente el 20 de agosto de 1940 logró su cometido. El homicida llegó directamente a casa de la víctima con la excusa de entregarle unos documentos, pero lo sorprendió clavándole un piolet en la cabeza.
Un caso muy sonado fue el de Alberto Aguilera Valadez, mejor conocido como Juan Gabriel. El cantautor estuvo dos años en la cárcel presuntamente acusado de robo por la actriz Claudia Islas. Durante su encierro escribió varios de sus éxitos, entre ellos “Me he quedado solo” y “No tengo dinero”. Este episodio en la vida del Divo de Juárez lo marcó al nivel de aparecer en su película biográfica de 1982 titulada “Es mi vida”.
Explotación dentro de la Penitenciaría
El antiguo Palacio de Lecumberri se describía como un lugar lúgubre y en el que se cometían actos de injusticia y explotación. En primera instancia, la capacidad para albergar prisioneros estaba pensada para 700 hombres y 80 mujeres, no obstante se sobrepobló y antes de cerrar sus puertas, había alrededor de 3 mil 500 personas. Algunas celdas retenían a 30 personas ocasionando el origen de “los vampiros”: presos que dormían de pie por falta de espacio.
El 8 de Junio de 1953 el periodista de La Prensa, Rubén Mondragón, visitó la prisión para visibilizar las quejas de explotación de 130 reos que trabajaban en los talleres de zapatería de la Penitenciaría.
Los reclusos demandaban la construcción de más talleres para trabajar, una reducción de la jornada laboral y un salario mayor al que obtenían. El colaborador describía en dos posturas la problemática del empleo:
La de los reos que trabajan y que se quejan de lo poco que ganan, y la de los reos que quisieran trabajar y ganar cualquier cosa
Al día, se fabricaban 50 pares de zapatos, de acuerdo con cifras del entonces dirigente Arturo Aguilar González, mensualmente mil 500 y de manera anual la cifra ascendía de 18 mil a 20 mil pares de zapatos. Sin embargo, tres reos de nombre Joaquín Méndez (ensuelador), Carlos Escobar (taconero) y Mario Ramírez (cortador) afirmaban que la producción era mayor, además confesaron que su jornada laboral era de 12 horas comenzando de las 9:00 hasta las 21:00 horas.
Dentro de la zapatería de la Penitenciaría los salarios eran desproporcionados e inequivalentes con las ganancias reales por cada par fabricado; además, se pagaban impuestos así como el salario de un ayudante/aprendiz. Por ejemplo, Alfredo Sánchez Flores concesionario del taller en 1942, cobraba la cantidad de un peso por par de calzado a quien hiciera uso de la maquinaria del penal.
Mientras que “Celso Escobar ganaba 38 pesos a la semana dedicándose a sus tacones, pero de esa suma le descontaban 30% y, además, debía pagarle a su ayudante, pues, como se trataba de un “taller- escuela”, cada obrero calificado debía tener un ayudante, es decir, un aprendiz. Mario Ramírez ganaba entre 11 y 15 pesos a la semana. No pagaba ayudante. Joaquín Méndez obtenía un ingreso de 40 pesos cada siete días, pero tenía que pagar a dos aprendices”.
Rubén Mondragón Cantón, cuestionó a Aguilar González sobre las cifras detalladas de pagos, ganancias y ventas de calzado, como respuesta la mano de obra costeaba alrededor de cuatro pesos por par fabricado. En cuanto a la comercialización de la mercancía el zapato “argentino” y la bota “Federica” estaban a 46 y 115 pesos el par, respectivamente.
Referente a los salarios declaró a la prensa las siguientes sumas: "el cortador, entre 25 y 35 centavos por cada par de zapatos; el doblador cobra 11 centavos, con la advertencia de que algunos llegan a ganar hasta 40 y 50 centavos, según el trabajo que hagan; el encargado de pespuntear el corte gana entre 55 y 65 centavos por cada par de zapatos; el montador gana entre 65 y 75 centavos, hasta un peso y el adornador, que es el que le pone barniza y lustre a los productos, gana entre 25 y 30 centavos por su tarea, por cada par de zapatos”.
Los presos aseguraban que fuera del reclusorio tendrían mejores ingresos realizando el mismo tipo de actividades, con una jornada laboral menor, “En la calle ganaríamos al día lo que aquí nos dan por una semana de tareas agotadoras”. En 1955 el gobierno del Distrito Federal hizo una inversión de miles de pesos en talleres de Lecumberri, pero debido a la corrupción, no se crearon fuentes de trabajo, en cambio otras personas se beneficiaban con los fondos públicos, como es el caso del administrador de los talleres Antonio J. Zamora.
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Obras literarias
Durante su estancia en la Penitenciaría , el poeta y novelista colombiano, Álvaro Mutis, fue acusado de “delitos líricos y gastronómicos”, pasó 15 meses encarcelado, tiempo que aprovechó para escribir “Diario de Lecumberri” donde solo las primeras líneas dejan en claro la manera en que vivió durante ese tiempo:
“Estas páginas reúnen, gracias al interés y amistad de Helena Poniatowska, el testimonio parcial de una experiencia y la ficción nacida en largas horas de encierro y soledad. La ficción hizo posible que la experiencia no destruyera toda razón de vida. El testimonio ve la luz por quienes quedaron allá, por quienes vivieron conmigo la más asoladora miseria, por quienes me revelaron aspectos, ocultos para mí hasta entonces, de esa tan mancillada condición humana de la que cada día nos alejamos más torpemente”, escribió en su obra.
Por su parte el mexicano José Revueltas publicó en 1969 su séptima novela “El apando”, la cual también fue hecha durante su estancia en el Palacio Negro. El nombre de su libro, hace referencia a una cárcel, dentro de la propia cárcel, un lugar donde se castiga a quienes rompen las reglas mientras se encuentran recluidos. La obra literaria fue adaptada al cine y en su sinopsis puede leerse:
"Entre la cárcel y la sociedad “libre” no hay diferencia. “Todos estamos presos” dice uno de los personajes de En algún valle de lágrimas (1957); ésta es la tesis de José Revueltas desarrollada a lo largo de su novelística y que sella con broche de oro en las páginas de El apando. Para el escritor, la sociedad “libre” marcha junto a la confinada creyendo pertenecer a su opuesto, cuando en realidad se trata de un mero reflejo".
Fugas
Uno de los presos icónicos sumados a la lista de Lecumberri, es Joel David Kaplan, mejor conocido como “El rey de la melaza”. Este hombre fue condenado a 30 años de prisión por el cargo de homicidio calificado en todas las agravantes y recluido en diversos penales de México por sus contactos con la DEA.
Kaplan atentó contra la vida de uno de sus socios, Louis Melchior Vidal Jr, se presumía que él conocía la fórmula para mejorar los costos de la producción de melaza. El estadounidense pasó por la cárcel de Coyoacán, Lecumberri y Santa Martha Acatitla y aunque escapó de este última en una aeronave el 18 de agosto de 1971, se recuerda su paso por el Palacio Negro.
Otra de las fugas que marcaron la historia de este inmueble fue la de la banda de 4 narcotraficantes: Alberto Sicilia Falcón, José Egozzi Béjar, Roberto Hernández Rubí y Luis Zúccoli Bravo, quienes huyeron del edificio por un túnel de más de 30 metros de longitud el 26 de abril de 1976 y fueron reaprehendidos 4 días después. Esta fuga se realizó por las condiciones decadentes de la prisión, por lo tanto ya se consideraba cerrar de manera definitiva el lugar puesto que no podía garantizar seguridad.
La decadencia del Palacio Negro
En 1971 a fin de fortalecer la readaptación social con un carácter de cuidado a los Derechos Humanos y la seguridad pública desde la justicia e igualdad, Luis Echeverría Álvarez, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, decretó el 19 de mayo la Ley de Normas Mínimas sobre Readaptación Social en el diario Oficial de la Federación.
Esta normatividad apelaría también por la prevención de los delitos pues ahora habría sanciones para sustituir la pena de prisión, la educación como medio para readaptación social, la base de trabajo y la capacitación para el mismo. De manera constante esta ley se ha reformado para mejorar las condiciones del sistema penitenciario.
A partir de entonces, las condiciones del Palacio Negro se transformaron; además, durante la administración de Sergio García Ramírez iniciada el 30 de abril de 1976, se mejoraron las condiciones del lugar. Se eliminó el cobro por la limpieza de la cárcel, conocido como “fajina”, por la comida y las visitas, permitió las visitas conyugales e inhabilitó el “Apando”.
Finalmente, la Penitenciaría del Distrito Federal cerró sus puertas luego del desalojo en el octavo mes del mismo año. Tuvo como último día de servicio el 25 agosto y dos días después, García Ramírez oficializó su clausura.
Archivo General de la Nación, su segunda vida
Por la historia arrastrada desde 1900 y tras su reciente desocupación, se pidió la demolición del Palacio Negro de Lecumberri por “malas vibras” para construir una unidad habitacional en la zona. También en medios informativos se especulaba sobre la creación de la Alameda Oriente, aunque ninguna de estas se concretó.
Jesús Reyes Heroles, Secretario de Gobernación, propuso en mayo de 1977 remodelar el inmueble para convertirlo en la sede del Archivo General de la Nación (AGN). Alejandra Moreno Toscano fue designada como la titular del proyecto. Su trabajo como Directora comenzó por recabar el acervo documental de tres distintas sedes en una: el Palacio Nacional; el antiguo Palacio de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas; y el antiguo Templo de nuestra Señora de Guadalupe, mejor conocida como la Casa Amarilla de Tacubaya. Después creó el fondeo documental de Mapas, Planos e Ilustraciones y abrió a consulta la sección de microfilme.
El 27 de agosto de 1982, a seis distantes años de la clausura del Palacio Negro, el AGN tuvo su inauguración en presencia del entonces Presidente de la República, José López Portillo, Secretarios de Estado, gobernadores y representantes de grupos intelectuales y culturales de México. Durante la ceremonia hubo una exposición de David Alfaro Siqueiros y Manuel Rodríguez Lozano, artistas que alguna vez fueron recluidos en Lecumberri.
¿Qué hace el Archivo General de la Nación y qué documentos se encuentran ahí?
El AGN es la institución encargada de conservar y difundir el patrimonio documental de la nación que da cuenta del desarrollo histórico de nuestro país y que aportan evidencias de los sucesos más trascendentales que han marcado nuestro andar como sociedad. Además tiene la consigna de acompañar y revisar que las dependencias públicas manejen sus documentos de manera adecuada para asegurar la confidencialidad, la integridad y la disponibilidad de la información pública.
Entre el acervo es posible encontrar documentos del expresidente de la República Lázaro Cárdenas del Río; Los Sentimientos de la Nación de José María Morelos y Pavón; y con la construcción del Anexo Técnico de Acervos en 2016 hay 150 kilómetros lineales de documentos, que van del siglo XVI a nuestros días, disponibles para consulta.
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