El frío de la madrugada no intimida a los trabajadores de la Central de Abasto (Ceda), quienes se disponen a realizar sus tareas cotidianas: abrir locales, mover mercancía, cargar costales, arrastrar diablitos, separar productos, embolsar, colocar precios y atender a la clientela que acostumbra llegar temprano a surtirse.
“Ahí va diablo” o “Ahí va el golpe”, se escucha por los pasillos de las naves, donde los bultos en los hombros también son característicos en hombres que caminan a prisa para descargar en algún local o vehículo, porque en la Central de Abasto el tiempo es dinero.
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En el contexto del aniversario 40 el ambiente es festivo, pero el trabajo es el mismo para todos, la dinámica diaria no cambia ante la demanda de los 500 mil clientes que llegan aproximadamente por día a surtirse de mercancía para sus negocios u hogares.
Pero la Ceda no sólo alimenta a los compradores, ni a quienes trabajan en cada nave, también se ha convertido en parte del sustento de cientos de personas que antes de que la luz de la mañana llegue, encuentran algunos alimentos en los contenedores para llevar a su mesa.
Los ojos de Alejandra, de 52 años de edad, brillan cuando encuentra cartón y papel entre los desperdicios, a pesar de que a veces rescata una que otra fruta o verdura para llevar a casa. Lo que comercializa y que se ha convertido en el sustento de su familia por 35 años, es la recolección de cartón que después lleva a vender.
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En un día normal puede sacar “unos 300 pesos, hay que estar en cada contenedor, en todas las naves posibles desde muy temprano para juntar y que otros no te lo ganen. No todos venimos por todo, algunos buscan comida, otros plástico y así, yo sólo vengo por lo mío, pero si veo comida buena, me la llevo”, contó para LA PRENSA.
OPORTUNIDAD EN LOS DESECHOS
Por lo regular, Alejandra llega a las 3:30 horas, trabaja todos los días y termina su jornada alrededor de las 11:00, llega a bañarse y preparar su comida: “Convivo con mis hijos que ya no viven conmigo, pero si puedo hago otras cosas en la casa o trabajos que me salen y puedo hacer en la tarde”.
A la par de Alejandra, a estas tareas también se incorpora Antonio. Él desciende de su coche, un vehículo cuyos años no le han perdonado los kilómetros ni los imprevistos en las vialidades, mientras su esposa lo espera adentro durmiendo para guarecerse del frío.
Preparado con manga larga, bufanda y botas para lluvia, Antonio se sumerge en las profundidades de los desperdicios de los contenedores. A su llegada hace una pequeña inspección, hay cajones que no tienen lo suficiente y otros que se ven prometedores, aunque con poca cantidad.
Lleva consigo los tradicionales guacales y un cuchillo, mismo que ocupa para calar unos melones que halla, con cuidado los palpa, y después con el cuchillo verifica si son comestibles, algunos al simple tacto sabe que están buenos y otros en término medio.
“En una caja meto lo que es para los puercos, en otra los que va para la casa y en otro separo lo que es para vender, de ahí saco un poco de dinero”, comenta Antonio, quien no deja de trabajar mientras platica.
Desde hace 10 años, después de perder un empleo, le surgió la idea de llegar a la Ceda para seleccionar la comida en mejor estado. No conoce límites a la hora de llevar el sustento para su pareja y sus tres hijos, por lo que se toma su tiempo para escoger, sabiendo que debe visitar el mayor número de basureros.
La primera jornada laboral de Toño concluye a las 8:00 horas, después de eso, llega a casa a limpiar la mercancía y se prepara para salir a vender, a veces sólo tarda unas tres horas, aunque otras llega para el momento de la comida, casi con todo vendido.
Recoger mercancía en la Central de Abasto “es buena oportunidad, es otra manera de ganarse la vida y me ha permitido mantener a mis hijos y mi esposa, sobre todo cuando no llegan otras oportunidades”, comenta el hombre de 57 años de edad, quien celebrará con gusto las actividades en este centro de comercio este 22 de noviembre.
UNA CEDA DE CONTRASTES
Los pasillos de la Central de Abasto narran sus 40 años en voz de cada uno de los trabajadores y clientes, donde se han librado batallas, incluso para llevar a cabo un trabajo mucho más accesible en aquellos que van de una nave a prisa y con bastante mercancía.
Los tres años que Raúl lleva en la Central le han permitido ver riqueza en todos los sentidos. El joven llegó sin tener un diablito propio para trabajar, le ha tocado cargar en el hombro, arrastrar y rentar un diablo para obtener unas monedas diarias.
“Estudié sociología en la UNAM, no la terminé porque tuve un hijo y trabajar se volvió la prioridad, sólo llegué al sexto semestre. Siempre he querido regresar, pero la situación económica se pone más fea, alcanza cada vez para menos”, dice.
El primer año rentó un diablito, pagaba “con algunos 20, 25 y hasta 30 pesos, pero necesario para moverse más rápido. Este un trabajo que cualquiera puede hacer, pero que no muchos se avientan, es un ambiente pesado, una vez que le agarras la onda ya no te cuesta el mismo trabajo”.
Ahora cuenta con sus herramientas propias, “ya me adapté, pero no me conformo, espero encontrar el tiempo para regresar a la universidad y ser el ejemplo para mis hijos, aunque ya lo soy, porque de aquí comemos y vivimos bastante decente en mi familia y me relaciono con personas que a veces me ofrecen otras oportunidades de trabajo temporal”, explica.
Aunque muchos celebran la permanencia y crecimiento de este recinto comercial, algunos cuentan la amarga historia que han vivido con el abuso de los partidos políticos y de la administración, de la que dependen para muchas actividades y acciones.
Para Ismael, llamado así con fines informativos, la celebración de la Ceda también representa el esfuerzo que hacen con la administración para gestionar situaciones como la construcción de las rampas entre una nave y otra.
“Ni siquiera les pedimos dinero, ni ellos las construyen, pero sí vienen y las tiran porque no pedimos permiso, pero es para el uso de todos, incluso de los clientes, pero a nosotros nos hace más fácil el trabajo, y eso no lo ven ellos”, comenta.
El ceño fruncido de Ismael revela más que sus palabras en tono de fastidio, “cuando necesitan de nosotros están aquí, incluso los políticos, que vienen a prometer cosas, a pedir el voto, pero cuando llegan no hacen nada, así que es mejor ya ni creer porque nunca sucede y uno sólo se decepciona”.
El cargador de la zona de zanahorias se dice sin esperanzas de que las cosas cambien, “uno sólo viene a trabajar, siempre los que más tienen son los beneficiados, a nosotros sólo nos queda trabajar y no protestar, porque hasta te ven y te tratan mal”, narra el hombre.
LA CEDA EN CIFRAS
La Central de Abasto, fundada el 22 de noviembre de 1982, actualmente atiende mil 500 puntos de venta entre mercados públicos, itinerantes, tianguis y cadenas de autoservicio, con un total de 30 a 45 mil toneladas de alimento comercializado.
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La Ceda cuenta con 327 hectáreas de superficie, se compone de 6 mil 405 comerciantes, 3 mil 332 son permisionarios y 90 mil trabajadores.
A este centro de comercio ingresan 500 mil visitantes por día, de los cuales 55 mil entran en algún vehículo. Diariamente se generan 455 toneladas de residuos sólidos, que también resultan una oportunidad para varias familias.
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