/ lunes 25 de noviembre de 2019

Historia en el Metro: Chicos de la calle

Dos chavos de la calle, se metieron al Metro para sacar dinero para la cena, su intención no es molestar a nadie y quería que todos cooperaran para poder comer

Hace unas noches, me subí cansado al Metro en Polanco hacia Mixcoac. Venía de una reunión. Eran alrededor de las 9 de la noche. En San Pedro de los Pinos se subieron dos jovencitos cuando mucho de 21 o 22 años de edad. Ambos muy agradables. Uno, con gorra, pantalón de mezclilla y playera oscura, empezó a cantar con voz desentonada, nada agradable por cierto, sin ningún instrumento musical, Aunque no sea contigo, de Enrique Bunbury.

El otro, con una gorra al revés, también de playera y pantalón de mezclilla, vociferaba que son dos chavos de la calle, se metieron al Metro para sacar dinero para la cena, su intención no es molestar a nadie y quería que todos cooperaran para poder comer. No parecían callejeros, más bien estudiantes. Mientras uno cantaba, el otro recorría el vagón pidiendo unas monedas.

Con una sonrisa agradable, se me acercó, me preguntó en broma si no tendría un billete de 200 pesos para darle. Le contesté: traigo un cheque al portador ¡Es bueno, señor. Venga! Dijo, al mismo tiempo que soltaba la carcajada. Se bajaron en la siguiente estación, San Antonio, y yo en Mixcoac. Al otro día, por la mañana, me los volví a encontrar, ahora en Eugenia. Hicieron la misma operación que les vi la noche anterior: uno cantaba y otro recogía la cooperación. Incluso era la misma melodía de Enrique Bunbury, mal cantada. El joven recolector se me acercó y le dije: otra vez no traigo dinero.

Traigo cheque al portador. Me reconoció de inmediato. Sonrió ¡Ah usted es el señor del cheque! Ahora andamos juntando para el desayuno, me explicó. Mira, a este señor lo encontramos anoche ¿Te acuerdas? Le dijo al otro chavo cuando terminó la canción. Ambos me saludaron muy cordialmente, como si me conocieran desde hace tiempo.

Vestían diferente, aunque igual de manera muy sencilla. Ya no traían gorras ¿Qué no tienen más canciones en su repertorio? Les pregunté. El cantante me contestó: sí, tenemos varias más. Pues anoche cantaste la misma, le dije. Es casualidad, me respondió con una risa pícara. Seguimos la charla como tres buenos amigos mientras el tren avanzaba. Uno se llama Luis y otro Gabriel, el cantante. No tienen donde vivir. Desde chavos se salieron de sus casas por la necesidad de sobrevivencia y ahora se quedan en la calle.

Son amigos desde niños y decidieron correr juntos esta aventura. Duermen afuera de algunas estaciones del Metro como Buenavista, Taxqueña, Parque de los Venados. Viven al día. Despiertan en algún lugar, si tienen hambre se meten en una estación del Metro, la que les quede más cerca, Gabriel “canta” una melodía y sacan para satisfacer su apetito y así transcurre su vida. Aseguran que no le entran a las drogas.

Durante un tiempo consumieron cemento, pero lo dejaron porque “ese seca el cerebro”. Dicen que “a lo mejor” un día se ponen a trabajar en serio, mientras tanto así son felices. Se bajaron en Niños Héroes. Me seguí a Juárez. Nos vemos en la noche para la cena, señor. No se le olvide traer su cheque, se despidió Luis con una sonrisa. Ya no los he visto. A lo mejor alguno de ustedes los encuentra.

HM

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Hace unas noches, me subí cansado al Metro en Polanco hacia Mixcoac. Venía de una reunión. Eran alrededor de las 9 de la noche. En San Pedro de los Pinos se subieron dos jovencitos cuando mucho de 21 o 22 años de edad. Ambos muy agradables. Uno, con gorra, pantalón de mezclilla y playera oscura, empezó a cantar con voz desentonada, nada agradable por cierto, sin ningún instrumento musical, Aunque no sea contigo, de Enrique Bunbury.

El otro, con una gorra al revés, también de playera y pantalón de mezclilla, vociferaba que son dos chavos de la calle, se metieron al Metro para sacar dinero para la cena, su intención no es molestar a nadie y quería que todos cooperaran para poder comer. No parecían callejeros, más bien estudiantes. Mientras uno cantaba, el otro recorría el vagón pidiendo unas monedas.

Con una sonrisa agradable, se me acercó, me preguntó en broma si no tendría un billete de 200 pesos para darle. Le contesté: traigo un cheque al portador ¡Es bueno, señor. Venga! Dijo, al mismo tiempo que soltaba la carcajada. Se bajaron en la siguiente estación, San Antonio, y yo en Mixcoac. Al otro día, por la mañana, me los volví a encontrar, ahora en Eugenia. Hicieron la misma operación que les vi la noche anterior: uno cantaba y otro recogía la cooperación. Incluso era la misma melodía de Enrique Bunbury, mal cantada. El joven recolector se me acercó y le dije: otra vez no traigo dinero.

Traigo cheque al portador. Me reconoció de inmediato. Sonrió ¡Ah usted es el señor del cheque! Ahora andamos juntando para el desayuno, me explicó. Mira, a este señor lo encontramos anoche ¿Te acuerdas? Le dijo al otro chavo cuando terminó la canción. Ambos me saludaron muy cordialmente, como si me conocieran desde hace tiempo.

Vestían diferente, aunque igual de manera muy sencilla. Ya no traían gorras ¿Qué no tienen más canciones en su repertorio? Les pregunté. El cantante me contestó: sí, tenemos varias más. Pues anoche cantaste la misma, le dije. Es casualidad, me respondió con una risa pícara. Seguimos la charla como tres buenos amigos mientras el tren avanzaba. Uno se llama Luis y otro Gabriel, el cantante. No tienen donde vivir. Desde chavos se salieron de sus casas por la necesidad de sobrevivencia y ahora se quedan en la calle.

Son amigos desde niños y decidieron correr juntos esta aventura. Duermen afuera de algunas estaciones del Metro como Buenavista, Taxqueña, Parque de los Venados. Viven al día. Despiertan en algún lugar, si tienen hambre se meten en una estación del Metro, la que les quede más cerca, Gabriel “canta” una melodía y sacan para satisfacer su apetito y así transcurre su vida. Aseguran que no le entran a las drogas.

Durante un tiempo consumieron cemento, pero lo dejaron porque “ese seca el cerebro”. Dicen que “a lo mejor” un día se ponen a trabajar en serio, mientras tanto así son felices. Se bajaron en Niños Héroes. Me seguí a Juárez. Nos vemos en la noche para la cena, señor. No se le olvide traer su cheque, se despidió Luis con una sonrisa. Ya no los he visto. A lo mejor alguno de ustedes los encuentra.

HM

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