Irrumpen en el paisaje caótico de la urbe y su área metropolitana como grandes pájaros de hierro que despegan y aterrizan de su nido. Para muchos resultan una distracción divertida, para otros, principalmente quienes viven en los alrededores del aeropuerto capitalino, no tanto, pues no se acostumbran al ruido provocado por sus furiosas turbinas que, aseguran los especialistas, superan tres veces el sonido tolerable por el oído humano.
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No obstante, son parte del entramado de una ciudad como la nuestra, que exige movilidad de miles de personas que los necesitan para realizar sus diversas actividades. ¿Pero ustedes qué opinan?
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