/ jueves 19 de agosto de 2021

Desde el mundo biker: Eros, Thanatos y una bestia de 200 kilos

Para un motociclista, la línea divisoria entre vida y muerte va a estar en la empuñadura de un acelerador

Después de 55 años de usar motocicletas de alta cilindrada, creo que los primeros 50 mil kilómetros recorridos apenas le sirven al aprendiz de motociclista. El conductor debe definir en ese lapso una disyuntiva fundamental ante las pulsiones de vida, Eros, y las pulsiones de muerte, Thanatos, presentes en cualquier actividad con cierto grado de riesgo.

Para un motociclista, la línea divisoria entre vida y muerte va a estar en la empuñadura de un acelerador capaz de hacer despertar a una bestia de 200 kilos de peso y más de 100 caballos de fuerza y lanzarla en pocos segundos al mundo fascinante de la inercia y el equilibrio dinámico prácticamente a la velocidad que uno guste.

LEE TAMBIÉN: Harán rodada masiva en memoria de los bikers que murieron en la México-Cuernavaca

Optar siempre por la vida desde el asiento de una motocicleta, somete a quien lo hace a un lento e interminable proceso de aprendizaje hasta encontrar la mejor técnica de conducción, los límites de riesgo, los márgenes de seguridad necesarios según las condiciones del camino, la disposición física y mental en cada viaje y mil etcéteras personalísimos e intransferibles.

El motociclismo es una gran escuela de modestia. Se puede ser audaz y tomar durante pocos segundos algunos riesgos. Pero no todo el tiempo. Sobre una moto, ya sea a 20 o a 210 nunca se sabe lo suficiente: el descuido, la soberbia, el error y la inconciencia se pagan muy caro.

Así como el toro, por razón de su mayor fuerza y peso, se convierte en el enemigo natural del caballo de rejón, el automóvil es el enemigo natural de la motocicleta. No hay maldad, inocencia o emoción alguna en el reconocimiento de ello.

Es simple realidad física.

En la ciudad, 99.99% de los incidentes entre moto y coche se deben al automovilista cuando cambia de carril y corta la trayectoria del invisible ser que lleva a un lado y viaja sobre dos ruedas. El motociclista debe aceptar en todo momento, que todo cuanto le ocurra rodando es única y absolutamente responsabilidad de él y de nadie más. Me parece grotesco y ridículo llegar al más allá y explicar que se ha perdido la vida al ser embestido por una señora con tubos que llevaba sus hijos al karate. Hay que saber y asumir que no abundan los automovilistas hábiles para “descubrir” motociclistas “ocultos” e invisibles en el punto ciego de ambos lados de cada auto y de sus dos espejos retrovisores.

El foco de riesgos en carretera se traslada a todo aquello que pueda restar adherencia a las llantas y afectar la estabilidad, el frenado o la aceleración. Todo importa: arena, diésel, hojas y desde luego objetos u obstáculos imprevistos, desde piedras, hasta animales o autos descompuestos y grandes vehículos de carga de baja velocidad. El túnel de concentración debe permitir siempre generar reacciones técnicamente correctas de manera instintiva. He ahí el placer del aprendizaje. Técnica e instinto se dan la mano siempre.

En motos subpotentes no aptas para carretera (menores a 250 cc) la atención del motociclista suele estar en adivinar la intención de quienes aparezcan en los espejos y evitar ser alcanzado y embestido por quienes circulan a más velocidad. Es una subespecialidad fatigante para nada aconsejable, al menos durante los primeros 20 años de rodar aunque pone a prueba la capacidad de prever y es un formidable ejercicio de paciencia.

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En una moto, el más expuesto por falta de sujeción suficiente y el que lleva la peor parte de la inercia en una caída, con o sin impacto, será siempre el segundo pasajero.

En realidad se trata de un segundo conductor. La reacción de un pasajero conductor inexperto o nervioso, puede hace cambiar la trayectoria de una moto en fracciones de segundo. En carreteras curveadas eso cuenta mucho y puede ser el factor que juegue contra un experto que comparte la experiencia del camino con una persona cuyas reacciones ignora.

La moto nunca ha brillado en sociedad. Es demasiado libre y ruidosa para los modales de las buenas conciencias. Los motociclistas solemos ser vistos como seres individualistas. La conducción de la moto lo es, sin duda.

La carretera, la pista y el tiempo –no la marca, el precio, el colorido o las reuniones sociales – son el más alto y supremo tribunal donde se juzga severamente al conductor activo de motos. La condición de experto la da el tiempo y el discreto gusto de ser a veces un “cero errores”.

Me apena ver trunca la vida de uno o varios motociclistas, pero disto de sentir empatía con quien no tuvo la fortuna de ver la delgada línea que separa y da significado al nombre de dos pulsiones fundamentales que cada ser humano debe resolver pronto y contrarreloj desde la primera vez que pone las nalgas en el asiento de una motocicleta.

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Después de 55 años de usar motocicletas de alta cilindrada, creo que los primeros 50 mil kilómetros recorridos apenas le sirven al aprendiz de motociclista. El conductor debe definir en ese lapso una disyuntiva fundamental ante las pulsiones de vida, Eros, y las pulsiones de muerte, Thanatos, presentes en cualquier actividad con cierto grado de riesgo.

Para un motociclista, la línea divisoria entre vida y muerte va a estar en la empuñadura de un acelerador capaz de hacer despertar a una bestia de 200 kilos de peso y más de 100 caballos de fuerza y lanzarla en pocos segundos al mundo fascinante de la inercia y el equilibrio dinámico prácticamente a la velocidad que uno guste.

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Optar siempre por la vida desde el asiento de una motocicleta, somete a quien lo hace a un lento e interminable proceso de aprendizaje hasta encontrar la mejor técnica de conducción, los límites de riesgo, los márgenes de seguridad necesarios según las condiciones del camino, la disposición física y mental en cada viaje y mil etcéteras personalísimos e intransferibles.

El motociclismo es una gran escuela de modestia. Se puede ser audaz y tomar durante pocos segundos algunos riesgos. Pero no todo el tiempo. Sobre una moto, ya sea a 20 o a 210 nunca se sabe lo suficiente: el descuido, la soberbia, el error y la inconciencia se pagan muy caro.

Así como el toro, por razón de su mayor fuerza y peso, se convierte en el enemigo natural del caballo de rejón, el automóvil es el enemigo natural de la motocicleta. No hay maldad, inocencia o emoción alguna en el reconocimiento de ello.

Es simple realidad física.

En la ciudad, 99.99% de los incidentes entre moto y coche se deben al automovilista cuando cambia de carril y corta la trayectoria del invisible ser que lleva a un lado y viaja sobre dos ruedas. El motociclista debe aceptar en todo momento, que todo cuanto le ocurra rodando es única y absolutamente responsabilidad de él y de nadie más. Me parece grotesco y ridículo llegar al más allá y explicar que se ha perdido la vida al ser embestido por una señora con tubos que llevaba sus hijos al karate. Hay que saber y asumir que no abundan los automovilistas hábiles para “descubrir” motociclistas “ocultos” e invisibles en el punto ciego de ambos lados de cada auto y de sus dos espejos retrovisores.

El foco de riesgos en carretera se traslada a todo aquello que pueda restar adherencia a las llantas y afectar la estabilidad, el frenado o la aceleración. Todo importa: arena, diésel, hojas y desde luego objetos u obstáculos imprevistos, desde piedras, hasta animales o autos descompuestos y grandes vehículos de carga de baja velocidad. El túnel de concentración debe permitir siempre generar reacciones técnicamente correctas de manera instintiva. He ahí el placer del aprendizaje. Técnica e instinto se dan la mano siempre.

En motos subpotentes no aptas para carretera (menores a 250 cc) la atención del motociclista suele estar en adivinar la intención de quienes aparezcan en los espejos y evitar ser alcanzado y embestido por quienes circulan a más velocidad. Es una subespecialidad fatigante para nada aconsejable, al menos durante los primeros 20 años de rodar aunque pone a prueba la capacidad de prever y es un formidable ejercicio de paciencia.

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En una moto, el más expuesto por falta de sujeción suficiente y el que lleva la peor parte de la inercia en una caída, con o sin impacto, será siempre el segundo pasajero.

En realidad se trata de un segundo conductor. La reacción de un pasajero conductor inexperto o nervioso, puede hace cambiar la trayectoria de una moto en fracciones de segundo. En carreteras curveadas eso cuenta mucho y puede ser el factor que juegue contra un experto que comparte la experiencia del camino con una persona cuyas reacciones ignora.

La moto nunca ha brillado en sociedad. Es demasiado libre y ruidosa para los modales de las buenas conciencias. Los motociclistas solemos ser vistos como seres individualistas. La conducción de la moto lo es, sin duda.

La carretera, la pista y el tiempo –no la marca, el precio, el colorido o las reuniones sociales – son el más alto y supremo tribunal donde se juzga severamente al conductor activo de motos. La condición de experto la da el tiempo y el discreto gusto de ser a veces un “cero errores”.

Me apena ver trunca la vida de uno o varios motociclistas, pero disto de sentir empatía con quien no tuvo la fortuna de ver la delgada línea que separa y da significado al nombre de dos pulsiones fundamentales que cada ser humano debe resolver pronto y contrarreloj desde la primera vez que pone las nalgas en el asiento de una motocicleta.

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