/ lunes 13 de julio de 2020

Crónicas del Metro. El Dicharachero

Tiene cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres y cada uno tiene un padecimiento, por lo que gran parte de su vida se la ha pasado en hospitales

Para Jorge Antonio Soto la vida no ha sido nada fácil. Tiene cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres y cada uno tiene un padecimiento. Por ello, desde hace muchos años se la ha pasado en hospitales y médicos. No sabe cómo, pero todos han recibido la atención requerida.

Lo encontré en un pequeño puesto de dulces, galletas y agua en un rincón de la estación Guerrero. Está colocado en la entrada de los pasillos de la línea que va hacia Buenavista. Se me hizo raro porque esos espacios de venta se los dieron a las personas invidentes para que puedan ganar algo de dinero con esa especie de estanquillos y Jorge Antonio se veía sano.

Traía su cubrebocas debajo de la nariz con una caratula de mica hacia arriba, pero el hombre es muy platicador, dicharachero y bromista con sus clientes. Me dijo que apenas tiene unos días que está ahí; llegó por coincidencia porque la persona que atendía el estanquillo falleció de COVID 19 y el dueño --- otro invidente -- fue novio de su hija, lo conocía y le pidió que temporalmente se encargue del puesto de las ocho de la mañana a las tres de la tarde. Aunque no tiene ninguna discapacidad, las autoridades del Metro permiten esto durante la contingencia, me explicó Jorge Antonio.

Mientras platicaba conmigo atendía a los clientes. Uno de ellos, llegó le compró una botella de agua y le preguntó si tenía basura. Sí, pero es mía, le contestó sonriendo. A cada persona que llegaba le soltaba una broma, un dicho o una bendición.

Me dijo, sin perder su buen humor, que sus hijos le salieron defectuosos. El primero, de 29 años, tiene problemas de megacolon; otro de 28, tiene asma; una mujer de 24, con dos operaciones de nariz y una pequeña de 16 años, que requiere un trasplante de riñón y pasa en el hospital 10 horas diarias con diálisis. Su expareja tuvo cáncer de mama.

La persona invidente que lo contrató le paga 600 pesos a la semana, la comida y el seguro social de su hija, que son mil 500 pesos mensuales. Es un “Rey Midas” el dueño de este local porque le va bien en todo lo que emprende, acaba de poner una cocina económica y le está yendo de maravilla; “unos nacen con estrella y otros nacemos estrellados”, me comentó en tono jocoso.

Hace cuatro años se separó de su esposa, cansados de años de hospitales y la lucha para sacar a sus hijos adelante. Un día me decidí y apliqué la “operación calzón nuevo” (un cambio de vida sin su mujer), aunque confiesa que sigue enamorado de ella, pero hay situaciones que son irreconciliables y no piensan regresar, confesó.

Jorge Antonio tiene apenas 48 años de edad y ha vivido mucho. Desde muy chavo vendía peces, peceras y reptiles en los tianguis y le iba muy bien, pero cuando se separó le dejó el negocio a su exesposa y ella ya no supo llevarlo –según él –. Luego, estuvo siete meses en seguridad privada y lo despidieron debido a la pandemia. Estaba sin trabajo cuando lo llamaron para el estanquillo del Metro.

Cree en el esoterismo, es decir, ese conjunto de conocimientos, doctrinas, enseñanzas, prácticas, ritos, técnicas o tradiciones que son extrasensoriales y para muchos incomprensibles o difíciles de entender.

Cuenta que una noche hace años en el Hospital La Raza le estaban haciendo una operación a su hija, ahora de 16 años. Su esposa y él estaban afuera sentados de la sala cuando de pronto una persona de seguridad, de tipo indígena, se sentó junto a ellos para darles consuelo. A los cuatro días salió la niña ya recuperada y desde el elevador se veía la mano del guardia que le decía adiós. Después preguntaron por él, pero nadie lo conocía.

Cuando ya me estaba despidiendo, le pedí su número telefónico Muy atento y confiado me mostró la caratula de su celular con un número; en la parte superior se leía MOI. Me está dando el número de otra persona, don Jorge Antonio; ahí dice Moi – le reclamé amablemente -- ¿Cómo se dice en francés MIO? Pues ese es MI número, me contestó riendo.

Síguenos en Facebook: La Prensa Oficial y en Twitter: @laprensaoem

Para Jorge Antonio Soto la vida no ha sido nada fácil. Tiene cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres y cada uno tiene un padecimiento. Por ello, desde hace muchos años se la ha pasado en hospitales y médicos. No sabe cómo, pero todos han recibido la atención requerida.

Lo encontré en un pequeño puesto de dulces, galletas y agua en un rincón de la estación Guerrero. Está colocado en la entrada de los pasillos de la línea que va hacia Buenavista. Se me hizo raro porque esos espacios de venta se los dieron a las personas invidentes para que puedan ganar algo de dinero con esa especie de estanquillos y Jorge Antonio se veía sano.

Traía su cubrebocas debajo de la nariz con una caratula de mica hacia arriba, pero el hombre es muy platicador, dicharachero y bromista con sus clientes. Me dijo que apenas tiene unos días que está ahí; llegó por coincidencia porque la persona que atendía el estanquillo falleció de COVID 19 y el dueño --- otro invidente -- fue novio de su hija, lo conocía y le pidió que temporalmente se encargue del puesto de las ocho de la mañana a las tres de la tarde. Aunque no tiene ninguna discapacidad, las autoridades del Metro permiten esto durante la contingencia, me explicó Jorge Antonio.

Mientras platicaba conmigo atendía a los clientes. Uno de ellos, llegó le compró una botella de agua y le preguntó si tenía basura. Sí, pero es mía, le contestó sonriendo. A cada persona que llegaba le soltaba una broma, un dicho o una bendición.

Me dijo, sin perder su buen humor, que sus hijos le salieron defectuosos. El primero, de 29 años, tiene problemas de megacolon; otro de 28, tiene asma; una mujer de 24, con dos operaciones de nariz y una pequeña de 16 años, que requiere un trasplante de riñón y pasa en el hospital 10 horas diarias con diálisis. Su expareja tuvo cáncer de mama.

La persona invidente que lo contrató le paga 600 pesos a la semana, la comida y el seguro social de su hija, que son mil 500 pesos mensuales. Es un “Rey Midas” el dueño de este local porque le va bien en todo lo que emprende, acaba de poner una cocina económica y le está yendo de maravilla; “unos nacen con estrella y otros nacemos estrellados”, me comentó en tono jocoso.

Hace cuatro años se separó de su esposa, cansados de años de hospitales y la lucha para sacar a sus hijos adelante. Un día me decidí y apliqué la “operación calzón nuevo” (un cambio de vida sin su mujer), aunque confiesa que sigue enamorado de ella, pero hay situaciones que son irreconciliables y no piensan regresar, confesó.

Jorge Antonio tiene apenas 48 años de edad y ha vivido mucho. Desde muy chavo vendía peces, peceras y reptiles en los tianguis y le iba muy bien, pero cuando se separó le dejó el negocio a su exesposa y ella ya no supo llevarlo –según él –. Luego, estuvo siete meses en seguridad privada y lo despidieron debido a la pandemia. Estaba sin trabajo cuando lo llamaron para el estanquillo del Metro.

Cree en el esoterismo, es decir, ese conjunto de conocimientos, doctrinas, enseñanzas, prácticas, ritos, técnicas o tradiciones que son extrasensoriales y para muchos incomprensibles o difíciles de entender.

Cuenta que una noche hace años en el Hospital La Raza le estaban haciendo una operación a su hija, ahora de 16 años. Su esposa y él estaban afuera sentados de la sala cuando de pronto una persona de seguridad, de tipo indígena, se sentó junto a ellos para darles consuelo. A los cuatro días salió la niña ya recuperada y desde el elevador se veía la mano del guardia que le decía adiós. Después preguntaron por él, pero nadie lo conocía.

Cuando ya me estaba despidiendo, le pedí su número telefónico Muy atento y confiado me mostró la caratula de su celular con un número; en la parte superior se leía MOI. Me está dando el número de otra persona, don Jorge Antonio; ahí dice Moi – le reclamé amablemente -- ¿Cómo se dice en francés MIO? Pues ese es MI número, me contestó riendo.

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