Más atrevida que de costumbre, sentada sobre las jardineras afuera de un hotel, se contemplaba en un espejito diminuto y redondo.
Le llevé su torta de huevo con queso, como le gusta. Me agrada pasar un rato con Ángela, o a veces Fernanda o Renata, según su estado de ánimo.
Hoy estuvo contenta porque ya empiezan a "caer los clientes" dice, pocos pero hay dinero para llevar a casa, donde la espera su hija que cursa el nivel medio en una escuela de paga y, las semanas pasadas, andaba muy justa de dinero con sus escasos ahorros.
No me atrevería a decir que es veterana, pero le gusta contarme sobre su debut y despedida como leguleya en el caso Lankenau, allá por 1997 cuando recién había terminado la licenciatura en derecho en la UNAM y luego, cómo se abrió paso en las calles donde ha hecho una "carrera más prometedora".
Su porte, por lo general, es más discreto y carga un portafolio en vez de bolso, es como una sexoservidora recatada, a la que todos aprecian en la gasolinera, ubicada a unos metros de su sitio de trabajo, ahí se refresca de vez en vez o se cambia según sea el caso.
Le dejé un cubrebocas pero me dijo que eso espanta a los clientes, se quedó a dobletear turno, solo trabaja por las mañanas, pero su hija sabe que, por la contingencia, tiene qué hacer más horas en la oficina.
Se nota que le gusta mucho su trabajo y a mí, me gustan sus historias y compañía que, dicho sea de paso, es dulce y serena.Me ayuda a reflexionar más sobre los principios que en las personalidades.