¿El fin de una relación, tendría que extenderse al fin de una vida? Esto parecerían haber pensado los impresionados usuarios del Metro al ver en un momento la imagen de un hombre joven con un ramo de rosas y que lo siguiente en su cerebro esté saturado de confusión y pleno de ruido en torno a la fatal decisión de ese hombre al aventarse al paso del tren.
Nunca debiera atribuirse a un desengaño amoroso o al fracaso temporal de una relación con la persona favorita una prematura partida de este mundo. Si lo que probablemente suceda en el curso de la vida sea que los intentos por tener una pareja estable tengan que repetirse hasta lograr que alguien persevere en un proyecto mutuo de existir y ser correspondido como se desea.
Incluso, si esto fuera la constante en los primeros años o los intentos que nos animen a consolidar el enamoramiento por una más anclada realidad amorosa, jamás debería ganar la tentación de hacer saber a muchos que en esta vida todo se nos ha ido al trasto. Y mucho menos formular una aparatosa salida a tanta decepción, que termine en la fría gaveta con el forense que espere recibir a la gente que pasa a reconocer el cuerpo para conformarse con saber dónde depositan el resto de sus sueños.
Y mucho menos hacerlo ante la mirada aterrada de la gente que irá en ese día fatal, repitiéndose que no fue buena idea salir a usar el transporte público...