/ viernes 15 de abril de 2022

En el Zócalo capitalino escenifican el Viacrucis

Actores profesionales representan el suplicio de Jesús

“Padre, Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, fueron sus últimas palabras en la hora nona, tres horas antes del mediodía.

Todos los presentes lo escucharon y observaron su suplicio. Confirmaron su muerte, con el llorar continuo de aquellas mujeres que lo acompañaron al Calvario.

El escenario se colocó a espaldas de la Catedral Metropolitana, fiel testigo desde hace 17 años de la representación de la pasión y muerte de Cristo, que se suspendió dos años por la pandemia a causa del Covid-19.

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Un total de 40 actores de la Compañía Nacional de Teatro Clásico Fénix Novohispanico y bajo la dirección de Francisco Hernández, escenificaron en el Zócalo de la Ciudad de México el viacrucis de Jesús de Nazaret.

Sobre las avenidas que rodean la plancha del primer cuadro del Centro Histórico, se llevó a cabo el recorrido de Cristo, luego de que lo condenaron a morir crucificado.

En el corazón de la metrópoli se ejecutó, en total orden y con apoyo de autoridades capitalinas, la representación. Los policías al tanto de cualquier eventualidad y para resguardar a turistas nacionales y extranjeros, a todos los que se dieron cita en el lugar, sin necesidad de actuar.

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Todo transcurrió de acuerdo a lo previsto, luego del juicio de Jesús en el que se decidió que Dimas y Gestas lo acompañarían en su suplicio. La pena para los tres, la muerte mediante la crucifixión, con un hijo de José y María que luego de haber sido azotado, tuvo que llevar a cuestas su cruz.

El profesionalismo de los participantes enmarcó la representación en el Zócalo, que llamó la atención de quienes por ahí pasaban y se quedaron a presenciarla sin empujones. La mayoría de los asistentes sin dejar de usar el tapabocas

Una banda fúnebre al frente, con la Virgen Dolorosa, era la que marcaba el paso de los participantes y las escenas a realizar, con un Jesús bien protagonizado, que al igual que Dimas y Gestas, con sus expresiones, pareciera que sufrían de verdad los azotes y el mal trato.

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Frente al antiguo Palacio del Ayuntamiento fue la primera caída de Cristo, condenado a la pena máxima por proclamarse rey de los judíos.

Jesús tuvo varios encuentros en su caminar, como el de María, a la que le dijo que ninguna lagrima suya sería en vano. También con María Magdalena, la que le limpió el rostro de sangre y sudor con un pañuelo y en el que quedó plasmada su imagen.

Entre los actores, estuvo el hombre que se compadeció de él y lo ayuda a cargar su cruz, al igual que otro que pide que no lo maltrataran. Mientras los romanos, fieles a la instrucción que tenían, no se doblegaron y las compasiones las hicieron a un lado, siguieron con el andar hasta llegar al Calvario.

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“Dichosos los misericordiosos”, expresó el hijo de Dios al recibir muestras de solidaridad, en tanto que el hombre que cargó su cruz le expresó: “no necesito recompensa porque ni te conozco”.

Tras las tres caídas llegó al lugar de su crucifixión. En el Calvario, antes de clavarlo en la cruz, los romanos se disputaron sus prendan que vestía, la tela se les hizo de buena calidad y querían tener lo que portaba.

Nuevamente en el templete que permitía apreciar la Catedral, se desarrollaron las últimas escenas, donde uno de los que sería sacrificado junto con Jesús se arrepintió y pidió a éste que lo llevara con él al paraíso.

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Así como Cristo en su peregrinar para llegar al lugar de su muerte recibió apoyo de quienes creían en él, también fue repudiado; le escupieron el rostro y le gritaban cobarde cuando se caía y, varias veces se escuchó el grito unánime de “levántate, levántate, no que eres poderoso”.

Igual en el último lugar donde estuvo recibió humillaciones, no solo de los romanos, sino de quienes no creían en lo que profesaba y eran fieles a sus gobernantes.

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Las personas que siguieron toda la escenificación rodearon el templete para apreciar los últimos momentos, con un Jesús despojado de su ropa y con soldados que se la querían quedar y se la disputaron con jugar a los dados.

Todo se cumplió, se consumó en aquel lugar, donde Jesús ante el sufrimiento expresó: “Dios mío porqué me has abandonado”. Y todavía lo hicieron sufrir al darle de beber vinagre en lugar de agua.

Al morir Cristo crucificado y al que le rompieron los huesos de las piernas, se presentó un temblor, que convenció a los que estaban ahí que realmente era el elegido, el hijo de Dios.

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“Padre, Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, fueron sus últimas palabras en la hora nona, tres horas antes del mediodía.

Todos los presentes lo escucharon y observaron su suplicio. Confirmaron su muerte, con el llorar continuo de aquellas mujeres que lo acompañaron al Calvario.

El escenario se colocó a espaldas de la Catedral Metropolitana, fiel testigo desde hace 17 años de la representación de la pasión y muerte de Cristo, que se suspendió dos años por la pandemia a causa del Covid-19.

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Un total de 40 actores de la Compañía Nacional de Teatro Clásico Fénix Novohispanico y bajo la dirección de Francisco Hernández, escenificaron en el Zócalo de la Ciudad de México el viacrucis de Jesús de Nazaret.

Sobre las avenidas que rodean la plancha del primer cuadro del Centro Histórico, se llevó a cabo el recorrido de Cristo, luego de que lo condenaron a morir crucificado.

En el corazón de la metrópoli se ejecutó, en total orden y con apoyo de autoridades capitalinas, la representación. Los policías al tanto de cualquier eventualidad y para resguardar a turistas nacionales y extranjeros, a todos los que se dieron cita en el lugar, sin necesidad de actuar.

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Una banda fúnebre al frente, con la Virgen Dolorosa, era la que marcaba el paso de los participantes y las escenas a realizar, con un Jesús bien protagonizado, que al igual que Dimas y Gestas, con sus expresiones, pareciera que sufrían de verdad los azotes y el mal trato.

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Las personas que siguieron toda la escenificación rodearon el templete para apreciar los últimos momentos, con un Jesús despojado de su ropa y con soldados que se la querían quedar y se la disputaron con jugar a los dados.

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Al morir Cristo crucificado y al que le rompieron los huesos de las piernas, se presentó un temblor, que convenció a los que estaban ahí que realmente era el elegido, el hijo de Dios.

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