Me detuve unos metros antes de llegar a las cebras, lo hago así porque al acercarse los limpiaparabrisas me adelanto un poco y se van, es chocante que te limpien el vidrio cuando lo acabas de lavar o cuando está muy sucio lo dejan limpio, pero todo su jabón queda escurriendo en el carro.
Si, ya sé que se ganan la vida, pero, además, tendría que llevar una bolsa de cambio para darle a cada uno que se acerca en el crucero, eso sin contar a los viejitos que piden dinero solo por su avanzada edad o las chicas con hijo a la espalda, que te quieren vender una bolsa con plátanos o guayabas.
Y, justo como lo pensé, se acercó un muchacho, no podría decir su edad, muy gastado por el sol, la droga y la vida de calle, o muy viejo para tener esa estatura y esos movimientos.
En la mano tenía una mona, que se llevaba a la nariz de vez en vez, mientras trataba de mantener el equilibrio.
Se detuvo a un par de pasos, levantó las manos y dijo: “no tenga miedo, cero maldad”.
Ya no pude avanzar más, porque me costaría una multa, y ese muchacho realmente parecía buena persona, así que con un además le di luz verde para que limpiara el parabrisas o lo que fuera a hacer, pero en lugar de ello me dijo:
-No estoy en condiciones
-No puedo trabajar.
Luego empezó a hablar de Dios, a decir que todo lo mueve el de arriba, que había que dar gracias por todo.
Para ese momento yo estaba en total desconcierto, no sabía si darle una moneda, persignarme, decir aleluya o cerrar la ventanilla.
Entonces se acercó un poco más y me dijo:
-Tendrá algo de comida, ropa de bebé, necesitamos cobijas y medicinas.
Con respeto le dije que buscaría algo, aunque en el fondo sabía que no lo haría, porque en esa pequeña ciudad que han establecido, con casas de cartón, plástico, palos y demás basura, dudo que alguien quiera meterse, incluso para llevarles algo de ayuda.
Los segundos que duró el semáforo fueron suficientes para que el Metrobús cargara su pasaje, para que un temerario microbús saliera por la derecha y se metiera justo frente a mí para dar vuelta hacia el eje 1 Norte,y para que la gente cruzara el Paseo de la Reforma.
Como pude busque una moneda, no mucho, quizá uno o dos pesos, pero lo que salió fue una de a cinco y pues no me quedó más que dársela en esa mano callosa y blanquizca por el solvente,
Tal vez eso le dio más confianza, porque se acercó un poco más con su aliento a podrido y solvente y casi en el oído me dijo.
-Lo que se ofrezca jefe ¿a quién matamos?
Como pude hallé una respuesta.
-¿Para qué quieres matar a alguien? Pórtate bien luego paso,le dije, mientras apretaba el clutch, sacaba el freno poco a poco y el auto empezaba a moverse.
-¿Cuándo viene? Me alcanzó a gritar, ahí parado entre los autos.
Pero, ya no escuché más, aceleré un poco más mientras pensaba.
-¿De verdad será un sicario desempleado. Será capaz de matara alguien?
He pasado otras veces por el mismo crucero, pero cada vez aparece un personaje diferente, otra historia, otra vida de esas que se combinan en esa pequeña ciudad de cartón y basura, menos el sicario desempleado con su mona y su incapacidad para limpiar parabrisas.
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