Notimex
A menudo las fórmulas son meros convencionalismos que no se refieren a la situación, digamos que sí a los deseos y es sincero que yo les desee un buen día a todos ustedes; en fin, casi a todos ustedes.
Buenos no lo serán del todo porque para mí no lo son. Inicié este escrito con una canción en la cabeza: “Hasta que vuelvas”, célebre obra compuesta por Mario Arturo Ramos y Felipe Gil, una de las melodías entrañables y preferidas de uno de los bohemios insignia de nuestra orgullosa cofradía nacional de la música y las nostalgias que ya no está con nosotros.
Es posible que aquí surja una confusión porque estas semanas últimas han sido varios los bohemios insignes que nos han abandonado, que no llegaron a recalar al remanso al que después de remontarnos rápidos, los bohemios acostumbramos alcanzar. Ellos no llegaron. Preso de los osos, de las gaviotas o de las rocas, nuestro Gualberto Castro se quedó en el camino.
”La felicidad es una forma de navegar por esta vida que es la mar...”
Hoy no les voy a platicar, bohemios míos, de una inmensa trayectoria de más de 70 años; tampoco voy a alardear a la virtuosa, la mejor primera voz que un ensamble vocal haya podido aspirar a tener jamás, dominando diversos matices, colores de voz y haciendo gala de una afinación perfecta en la tesitura comprendida entre un Sol 2 hasta un Fa 5.
Menos aún me referiré al exitoso solista que le dio a México primeros lugares en certámenes internacionales de la relevancia del OTI; tampoco hablaré del carismático humorista y anfitrión de la televisión en “La Carabina de Ambrosio” que le dio a América Latina horas imborrables de sano esparcimiento, regenerándoles el alma a través de un poderoso canto que lo mismo iba de una fina media voz hasta los más vigorosos agudos en voz plena. Tampoco les voy a hablar de sus triunfos internacionales desde Las Vegas (inaugurando el Caesar’s Palace) hasta La Patagonia, pasando por el Olimpia de París o el estadio Maracaná de Brasil.
Mi Gualberto conoció las mieles del éxito desde muy joven, heredando el talento de su padre, Don Antonio, quien era músico, excepcional compositor y legatario de una familia de artistas. Siendo un niño, en los años 40 buscó oportunidades en las emisoras de radio de la capital mexicana, causando de inmediato una grata sorpresa entre los directores, artistas y músicos de la época siendo bautizado como “El benjamín de la canción”.
Tras convertirse en el más joven intérprete de emisoras como XEW, XEX, XEQ y Radio Continental y después de hacer tablas en centros nocturnos y cabarets, consolida su debut como cantante y bailarín en el Teatro Margo (hoy abandonado Teatro Blanquita).
A fines de los años 50, cuando sus primos Arturo, Jorge y Javier, conocidos como “Los Panchitos” (ya que hacían una copia exacta del famoso trío, tanto en la ejecución de guitarras y requinto como en el ensamble a tres voces) dejaron de ser niños, enseguida Gualberto se les une debutando como “Los Hermanos Castro”, en el otrora popular cabaret Run-Run.
Ahí, dicho ensamble comenzó a adquirir fama y personalidad propia a través de la polifonía a cuatro voces bajo la influencia del jazz latino y la música brasileña. Arturo Castro, pianista, arreglista y director del grupo se destacó como compositor, logrando el éxito discográfico y radiofónico a través de canciones como “Yo sin ti”, “Llorando por dentro” y la inolvidable “Y después del amor”, canción que les dio el triunfo en Brasil en el Festival Internacional da Canção en 1971.
Independientemente de los triunfos de Los Fabulosos Hermanos Castro en empresas como el famoso cabaret “Fórum” o a través de episodios memorables al lado de Ed Sullivan, Liza Minnelli, Tony Bennett, Frank Sinatra o Judy Garland, Gualberto desarrolló una brillante carrera independiente como solista y artista exclusivo de la compañía discográfica CBS, en donde obtuvo éxitos como ”Qué mal amada estás” (Roberto Cantoral), “Por qué será” (Alejandro Jaén) o “Hasta que vuelvas” (Felipe Gil y Mario Arturo Ramos).
A Gualberto, el incansable, no le importó arriesgar una carrera consolidada tras participar activamente concursando en varios festivales de la OTI, en donde obtuvo el triunfo interpretando obras como “Canción del hombre” y “La Felicidad” (primer lugar internacional en Puerto Rico 1975) de Felipe Gil, así como “Quien partirá” de Roberto Cantoral.
Junto con su primo Benito se robusteció una de las duplas más afortunadas en la industria del espectáculo a través de “El Show del Millón” en donde lo mismo hacían humor, bailaban, cantaban o tocaban instrumentos.
"Que nadie pise tu recuerdo"
Gualberto Antonio Castro Levario estuvo permanentemente presente en mi vida como en la de tantos de los nuestros. Un ser humano de pro, uno de los líderes de la vanguardia de esta legión.
Falleció de pronto y el maestro recibirá en esta columna el homenaje que merece; no el que merece pues, porque sería imposible.
Mi Gualas merece mucho más que esto como el hombre inolvidable que ocupa un espacio importantísimo en mi constelación anímica. Lo quise y lo quiero muchísimo y lo considero uno de los hombres excepcionales que me han formado a partir de la mitad de mi vida jugando un papel fundamental. Nunca se perdía uno de mis conciertos, ni yo los suyos, siempre estuvo presente en mi vida profesional como mi padrino, asiduamente tenía un detalle para todos, un ejemplo a seguir como compañero, artista y persona. Qué decir de Gualberto...
De manera que este escrito, especialmente hoy, tiene un doble cariz, un doble filo: por un lado es una despedida, le decimos adiós a un hombre sin par, pero al mismo tiempo se los voy a presentar porque es probable que la mayoría de ustedes no lo conoció detrás del escenario.
Sé que muchos sí. Fuimos amigos, compañeros, cómplices de taberna, siempre a lo largo de más casi 20 años, de restaurante en restaurante, de escenario en escenario, de concierto en concierto, de teatro en teatro, y no cualquier escenario, ¡escenarios bien!, escenarios que nos merecían y que nosotros merecíamos, foros en los que se podía descargar, improvisar, lograr la magia y el hechizo de la comunión con el público y es que el maestro era un poeta de la escena.
“Por qué será que estás entre todas mis cosas...”
Me encuentro en este momento en un entredicho: cómo construir una vivencia, una imagen de Gualberto Castro que ustedes puedan apreciar, sentir, hacer suya, y no me es fácil. No me es fácil porque Gualas no pertenece a un cartabón, a un esquema, a una figura icónica que coincida con aquellas que nos venden los medios, ¡No!, él era un hombre especial. No soy poeta ni soy biógrafo, tampoco soy pintor, pero sí puedo asegurarles que el arte puede decir muy a menudo aquello que el saber no puede.
En todo caso, lo primero que les puedo expresar y que espero los conmueva, aún en una pequeña medida, es el dolor; la desgarradura inmensa que la ausencia de mi padrino, en mi vida y en el mundo, me produce. Algo muy serio, muy grande y luminoso se ha perdido. Déjenme compadecer a aquellos que no lo trataron, ya que se habrán perdido de algo muy especial, excepcional; pero al mismo tiempo los congratulo, los felicito porque se habrán evitado este dolor intolerable, esta pena aguda de saberlo ausente para siempre más.
Padrino amado, “Manito lindo”: Me quedo con tu mirada tierna de niño, con tu pasión para amar y vivir la vida a la que te aferraste con armadura de artista. Me quedo con tu voz que seguirá siendo escuela de todos los que aspiramos un día a cantar. Me quedo con tu memoria privilegiada, con tu divertida moda revolucionaria que impusiste entre quienes te amamos, tus playeras de colores y el brillo de tu ropa que armonizaba perfectamente con el de tus ojos buenos.
Me quedo con tu extraordinario sentido del humor, tus dietas macrobióticas, tus inacabables sesiones de grabación en Continental (“Discos Gualberto”), en donde a cada proyecto, a cada disco, a cada dúo le dejaste tu alma en una entrega absoluta. Te seguiré secreteando y diciéndote las cosas que sólo yo te decía en tu “oído bueno”. Me quedo con el eterno seductor que has sido. Me quedo con las interminables comidas en el chino, el libanés de la Narvarte y los Cocoteros que tanto te gustaban.
Me quedo con el rojo y negro de tu protección, sé que seguirás vigilándonos desde las alturas. Me quedo con tu interminable “Como yo te amé”, tu buque insignia, canción bandera que seguirá resonando en los rincones a voz plena, sin micrófono alguno, sin más amplificación que la mejor caja de resonancia del mundo, tu corazón; tu voz infinita que nos ha puesto de acuerdo a todos los habitantes del ensueño. Me quedo con tu amistad y confidencia como el gran guía de mis desvíos, el redentor de mis desavenencias, rector y consejero de mis lontananzas.
Desde hoy y para siempre cada canción que cante será un homenaje omnisciente al amigo generoso, a su discreta sonrisa de galán, a su escucha y voz diaria, timbre permanente que hoy calla en un postrer silencio, obligado silencio. Gracias por el milagro de tu vida, bendición de todos.
La habitación 119 de la Clínica Londres fue testigo de esas últimas semanas en que ya no tuviste con quién hablar y preferiste ir al cielo a platicar con los viejos que se adelantaron. Sé que nos volveremos a ver, padrino lindo. Los que nunca regatearon sus tiempos, ni sortearon su compañía algún día nos encontraremos y nos pondremos al corriente en una bohemia hasta el amanecer.
¡Ni una línea más!