Berlín.- La primera de las tres películas alemanas en el programa oficial acaparó la atención de público local, su realizador Christian Petzold regresa por enésima vez a la Berlinale, esta vez con Undine, una contemporánea trágica historia de amor inspirada de la mitología teutónica.
Se trata de una especie de melodrama de altos vuelos sobre fondo sobrenatural. Muy bien narrado y ambicioso en su concepción el filme se antoja como una meditación sobre el poder intemporal del amor.
Esta mezcla de realidad con lo fantástico resulta desigual y a veces poco creíble, a pesar de que uno no logra siempre seguir el realizador en su ejercicios de equilibrio estilístico abundan momentos de considerable poder que colocan a la película entre lo poco verdaderamente interesante visto hasta ahora en competición.
Al considerar el resto de los filmes estrenados en este inicio de la segunda semana del certamen, se anotan en ellos destellos de mejoría en comparación con lo visto a lo largo de la primera parte del festival. Presentada en competición la producción independiente norteamericana Primera vaca dirigida por Kelly Rechardt, resultó ser una evocativa semblanza de los pioneros norteamericanos a la vez que se presta como una meditación sobre el polarizado estado de la Unión Americana de hoy día.
Sólidamente anclado en el pasado histórico de Romania se presento por otro lado, en la sección paralela Forum, el último aporte del laureado cineasta Radu Jude, En letras capitales, donde se reconstruye a base de documentos da archivos y de ficción un episodio de la época socialista del país, bajo el gobierno Ceausecu y las actividades de la Securitate, la temible policía secreta del régimen.
El trasfondo histórico/político de Australia y el exterminio de los aborígenas por los colonizadores británicos, sirve de telón de fondo a Alto territorio de Stephen Maxwell Johnson, presentado en función especial. Se trata de un visualmente poderoso western de los antípodes que a pesar de un cierto academismo aborda con mucho respecto y justa mirada el tema de la opresión de los indígenas.
De America Latina vimos la segunda aportación de Argentina con Un crimen común de Francisco Marquez (presentado en Panorama) que dejó mucho que desear al igual que en el caso de El prófugo estrenado en competición, a pesar de su interesante tema, aquel de la responsabilidad social.
Tampoco se podría pretender que quedaría en los anales del festival Todos los muertos dirigida por Caetano Gotardo y Marco Dutra presentada en un desigual y mal armado retrato de dos familias de diferente clase social en 1890, año de la abolición de la esclavitud en Brasil, país que, a pesar del desastroso para la vida política, social y la cultura del régimen Bolsonaro, cuenta con más de 10 películas seleccionadas en la Berlinale. Otro régimen represor, aquel de Chile, fue objeto de airadas protestas frente a la sede del Mercado del Film (EFM) ya que este año Chile figura como el país invitado de honor por el EFM.
Las aportes de “peso pluma “ de este inicio de semana llegaron de dos potencias de la producción fílmica europea, Italia y Francia.
De la primera, Matteo Garrone propuso en función especial su versión de Pinocho co
De Francia, la segunda película gala en competición, una comedia de Benoit Delepine y Gustave Kervern, Borrar la historia: el ataque cibernético de bases de datos de los gigantes tecnológicos por un grupo de haqueadores.