/ martes 13 de octubre de 2020

Como antes, el rocanrol está luchando por sobrevivir: Alex Lora

No importa si es sobre el 2 de octubre, la corrupción del PRI o un nuevo disco: Alejandro Lora nunca se sale del guion

Pareciera que a Alex Lora ya nada lo vincula con su pasado, con ese chico que, en los años sesenta, se rebeló contra su familia de la colonia del Valle para berrear entre las zonas marginadas de la Ciudad de México: “¡Qué viva el rocanrol!”.

Detrás de esas gafas oscuras que lo esconden aún más que la sesión de Zoom por la que atiende a la prensa internacional, habita la gran marca del rock nacional: un hombre de 67 años que, desde hace al menos dos décadas, no cambia mucho su discurso ante el público y la raza, la banda, términos con los que bautiza a sus fans, quienes lo siguen a donde vaya, al Palacio de los Deportes, a un deportivo de Ecatepec o a un show en televisión. No importa si es sobre el 2 de octubre, la corrupción del PRI o un nuevo disco: Alejandro Lora nunca se sale del guion.

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Sin embargo, entre el vaivén de frases prefabricadas que casi siempre acaban en halagos a su “domadora”—como llama a su esposa Chela—, el músico recuerda algo de lo que habla poco: los hoyos fonqui donde nació y creció su carrera artística, tanto con Three Souls In My Mind como con El Tri, grupos con los que acumula más de 30 millones de discos vendidos y un Grammy a la Excelencia Musical.

“Estos tiempos que vivimos (en medio de una pandemia) me recuerdan a los hoyos fonqui, cuando el rocanrol tenía que luchar por sobrevivir”, dice el guitarrista sobre una época que le tocó vivir, pero de la que ya casi no suele hablar públicamente. Al menos no con tanta frecuencia.

No son pocos los que ven a Lora como un personaje contradictorio. Guadalupano desde que juró no volver a beber alcohol, pero sacrílego cuando era estudiante del Instituto Fray Juan de Zumárraga, un colegio católico que nació bajo el lema “Esto Vir”, que en español significa: “Ser hombre”. Lora, al final, cumpliría la consigna de su escuela al convertirse en el gran patriarca del rock mexicano.

“Solamente Dios nos puede decir qué pasará con nuestras vidas”, asegura Alex después de que un reportero le preguntara sobre cuál es el futuro de El Tri —y de la industria musical— ante esta pandemia que ha provocado la cancelación de miles de conciertos alrededor del mundo y, con ello, la crisis económica de quienes trabajan en este negocio.

“Nosotros vamos a seguir rocanroleando, pero con sana distancia”, responde ante más cuestionamientos, sin dejar de invitar a la gente a que se conecte el próximo 24 de octubre a las 20:30 horas para ver el concierto vía streaming con el que El Tri festejará 52 años de trayectoria. “El Tri de México va al mundo, así que mamá: ¡pon la computadora!”, grita mientras sostiene su guitarra con forma de seña obscena, la misma con la que festejó 40 años de su banda en un show de La Academia en TV Azteca hace poco más de una década. Un episodio que le valió críticos y la pérdida de sus seguidores más acérrimos.

Y es que a los fans más longevos de El Tri quizás hoy les sorprenda ver a Alex Lora respondiendo preguntas de reporteros de Japón, Perú o Argentina. Pero todo este show mediático luce sencillo si se compara con todas aquellas noches en las que Lora y compañía tocaban en esos hoyos fonqui donde dominaban las leyes del barrio, esas en las que Alex no nació, pero se las aprendió bien. Y,sobre todo, las respetó. Carlos Monsiváis, el gran cronista de la Ciudad de México, afirmaba que el mejor talento del líder de El Tri fue mimetizarse con una clase social a la que jamás perteneció, pero con la cual se identificó por su condición de forajido. Alex Lora quería ser todo, menos otro coronel del ejército como su padre.

“¡Ahorita ya todo mundo está desesperado por gritarle huevos al gobierno y que viva el rocanrol!”, dice el guitarrista con esa voz aguardentosa tan suya, tan icónica como la canción en la que despotricó contra los fresasque nunca lo pudieron entender.

Cuando le preguntan sobre qué tan largo será su próximo concierto vía streaming, Alex dice que no planea extenderse tanto, si acaso “unas dos horas y media”, porque no quiere que las fallas tecnológicas lo dejen “vestido y alborotado”. Y aunque sabe que no verá ni escuchará a su público —tan numeroso como su repertorio de más de 500 canciones—, está seguro que la banda está ansiosa por rocanrolear, pese a que sus invitados —que van desde Flor Amargo y Mario Bautista hasta Margarita La Diosa de la Cumbia— ya poco tengan que ver con el chavo de onda que en 1968 escribió uno de los primeros capítulos del libro de rock mexicano que todavía no llega a su punto final.






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Detrás de esas gafas oscuras que lo esconden aún más que la sesión de Zoom por la que atiende a la prensa internacional, habita la gran marca del rock nacional: un hombre de 67 años que, desde hace al menos dos décadas, no cambia mucho su discurso ante el público y la raza, la banda, términos con los que bautiza a sus fans, quienes lo siguen a donde vaya, al Palacio de los Deportes, a un deportivo de Ecatepec o a un show en televisión. No importa si es sobre el 2 de octubre, la corrupción del PRI o un nuevo disco: Alejandro Lora nunca se sale del guion.

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Sin embargo, entre el vaivén de frases prefabricadas que casi siempre acaban en halagos a su “domadora”—como llama a su esposa Chela—, el músico recuerda algo de lo que habla poco: los hoyos fonqui donde nació y creció su carrera artística, tanto con Three Souls In My Mind como con El Tri, grupos con los que acumula más de 30 millones de discos vendidos y un Grammy a la Excelencia Musical.

“Estos tiempos que vivimos (en medio de una pandemia) me recuerdan a los hoyos fonqui, cuando el rocanrol tenía que luchar por sobrevivir”, dice el guitarrista sobre una época que le tocó vivir, pero de la que ya casi no suele hablar públicamente. Al menos no con tanta frecuencia.

No son pocos los que ven a Lora como un personaje contradictorio. Guadalupano desde que juró no volver a beber alcohol, pero sacrílego cuando era estudiante del Instituto Fray Juan de Zumárraga, un colegio católico que nació bajo el lema “Esto Vir”, que en español significa: “Ser hombre”. Lora, al final, cumpliría la consigna de su escuela al convertirse en el gran patriarca del rock mexicano.

“Solamente Dios nos puede decir qué pasará con nuestras vidas”, asegura Alex después de que un reportero le preguntara sobre cuál es el futuro de El Tri —y de la industria musical— ante esta pandemia que ha provocado la cancelación de miles de conciertos alrededor del mundo y, con ello, la crisis económica de quienes trabajan en este negocio.

“Nosotros vamos a seguir rocanroleando, pero con sana distancia”, responde ante más cuestionamientos, sin dejar de invitar a la gente a que se conecte el próximo 24 de octubre a las 20:30 horas para ver el concierto vía streaming con el que El Tri festejará 52 años de trayectoria. “El Tri de México va al mundo, así que mamá: ¡pon la computadora!”, grita mientras sostiene su guitarra con forma de seña obscena, la misma con la que festejó 40 años de su banda en un show de La Academia en TV Azteca hace poco más de una década. Un episodio que le valió críticos y la pérdida de sus seguidores más acérrimos.

Y es que a los fans más longevos de El Tri quizás hoy les sorprenda ver a Alex Lora respondiendo preguntas de reporteros de Japón, Perú o Argentina. Pero todo este show mediático luce sencillo si se compara con todas aquellas noches en las que Lora y compañía tocaban en esos hoyos fonqui donde dominaban las leyes del barrio, esas en las que Alex no nació, pero se las aprendió bien. Y,sobre todo, las respetó. Carlos Monsiváis, el gran cronista de la Ciudad de México, afirmaba que el mejor talento del líder de El Tri fue mimetizarse con una clase social a la que jamás perteneció, pero con la cual se identificó por su condición de forajido. Alex Lora quería ser todo, menos otro coronel del ejército como su padre.

“¡Ahorita ya todo mundo está desesperado por gritarle huevos al gobierno y que viva el rocanrol!”, dice el guitarrista con esa voz aguardentosa tan suya, tan icónica como la canción en la que despotricó contra los fresasque nunca lo pudieron entender.

Cuando le preguntan sobre qué tan largo será su próximo concierto vía streaming, Alex dice que no planea extenderse tanto, si acaso “unas dos horas y media”, porque no quiere que las fallas tecnológicas lo dejen “vestido y alborotado”. Y aunque sabe que no verá ni escuchará a su público —tan numeroso como su repertorio de más de 500 canciones—, está seguro que la banda está ansiosa por rocanrolear, pese a que sus invitados —que van desde Flor Amargo y Mario Bautista hasta Margarita La Diosa de la Cumbia— ya poco tengan que ver con el chavo de onda que en 1968 escribió uno de los primeros capítulos del libro de rock mexicano que todavía no llega a su punto final.






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