En el año de 1582, la isla de Luzón cuyo territorio pertenece a Filipinas, fue testigo de la Batalla de Cagayán debido a la alta afluencia de ataques piratas con lujo de violencia, realizados por grupos asiáticos integrados por chinos, coreanos y los temibles Wakos, estos últimos reunían samuráis de bajas jerarquías y delincuentes prófugos.
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De acuerdo con el texto “La victoria sobre los piratas japoneses de Cagayán (ll)” de la Academia de las Ciencias y las Artes militares, a petición del gobernador y capitán general de las Islas Filipinas, nombradas de esta manera por la memoria del rey Felipe ll Gonzalo Ronquillo de Peñalosa, bandidos japoneses exiliados, españoles y guerreros tlaxcaltecas serían protagonistas de una lucha intercontinental.
Relación entre tlaxcaltecas y españoles
Antes de llegar al centro del territorio conocido hoy como México, Hernán Cortés pasó en 1519 por diversos pueblos y ciudades sometidas por los mexicas. Durante la expedición española en el camino hacia la gran Tenochtitlán, los tlaxcaltecas hartos de los impuestos cobrados por el imperio dominante se unieron a las fuerzas de Cortés.
Como aliados, los mexicanos ayudaron a los conquistadores a vencer a los habitantes de Tenochtitlán y Tlatelolco, capital del imperio mexica. Posteriormente la alianza del ejército imperial se apoderó de otros territorios en América y no se limitó a este continente, sino que en el siglo XVl cruzó océanos hasta llegar a las Islas Filipinas.
En 1565 los españoles comenzaron a ejercer su soberanía sobre la región, donde impusieron el idioma español, y bajo el nombre formal de Capitanía General de Filipinas, el territorio era administrado desde Nueva España, es decir la Ciudad de México.
La orden de la Corona
Las islas aledañas a Japón en el Mar de China Meridional, como Hainan, Taiwán y Okinawa eran sometidas por ataques piratas y pronto los Wakos tomaron como punto de interés la isla de Luzón de Filipinas en la zona Cagayán.
Cuando la invasión de los grupos de bandidos orientales comenzó a apoderarse de un sector estratégico de Cagayán, el gobernador de las Islas se comunicó con el rey Felipe ll el 16 de junio de 1582, a través de una carta que describía lo despiadados que podían llegar a ser los criminales:
"Los japoneses son la gente más belicosa que hay por aquí. Traen artillería y mucha arcabucería y piquería. Usan armas defensivas de hierro para el cuerpo. Todo lo cual lo tienen por industria de portugueses, que se lo han mostrado para daño de sus ánimas", escribió Gonzalo Ronquillo de Peñalosa en la misiva (Archivo General de Indias, Filipinas ,6,R.4,N.49).
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La preocupación de los españoles giraba en torno a el número de hombres adiestrados en sus tropas, ya que máximo se acercaban a 500 de los cuales solo 50 habían recibido entrenamiento como infantes de marina, es decir, estaban preparados para operaciones en embarcaciones.
La Monarquía Española encomendó la misión al veterano capitán Juan Pablo Carrión quien comenzó con la lucha contra los piratas chinos, coreanos y japoneses.
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El temible enemigo Samurái
Al frente los españoles desconocían la amenaza, porque no imaginaban que la tripulación de piratas estaba compuesta por integrantes de los Ronin, conocidos como “vagabundos” o “samuráis sin amo” y quienes antiguamente garantizaron su legendario estatus como los mayores seguidores del código samurái; y los Ashigaru también guerreros, pero de menor categoría.
Juntos los samuráis y los piratas integraban a los Wakos y estaban bajo el mando de Tay Fusa. A bordo de una flota de 18 naves atacarían el archipiélago filipino.
La furia tlaxcalteca
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Juan Carrión solicitó un apoyo extra a la Nueva España. Fue enviada a la batalla una flotilla de seis barcos hasta las aguas orientales integrada por dos navíos principales: el San Yusepe, la Galera Capitana y cinco bajeles menores, donde viajaban los tlaxcaltecas.
Durante el combate, conocido ahora como la Batalla de Cagayán, el estratega español y sus subordinados mexicanos lograron abatir a los japoneses. Al verse superados por los enemigos, los samuráis tomaron diversos caminos: algunos fueron asesinados, otros intentaron abandonar sus barcos y nadar a las orillas, pero sus pesadas armaduras terminaron por ahogarlos.
Los últimos Wakos decidieron rendirse, no sin antes negociar una indemnización por las pérdidas luego de la petición de Carrión sobre abandonar la Isla de Luzón de inmediato. La solicitud fue negada y terminaron por marcharse, dejando a su paso huellas de la derrota como armaduras y katanas que fueron tomadas como botín de guerra.
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