En medio de la oscura crisis y los escándalos directivos, Cruz Azul regaló una caricia al alma de sus fieles aficionados. Los fantasmas esta vez no existieron y el monstruo amarillo que tantas veces los atormentó, quedó reducido a cenizas. La Máquina le pasó por encima.
Pocas veces el pueblo azul fue tan feliz como anoche. Cada uno de los cinco goles fue gritado con el corazón. Cierto es que por momentos los celestes sufrieron, pero al final, su noche fue redonda.
La fuerza aérea de La Noria dijo “presente”. Domínguez, Aguilar y Alvarado lastimaron al ave por arriba; Pineda y el “Cabecita” Rodríguez le pusieron la dosis de magia con grandes acciones individuales. Por América, Guido Rodríguez y Henry Martín amenazaron con un nuevo golpe en la mesa, pero se quedó en un intento. 5-2 lapidario.
Cruz Azul despertó. Sólo el tiempo dirá si le alcanzará para la Liguilla, aunque al menos por una noche, la alegría regresó.
EL JUEGO
Una vez más, Cruz Azul se citó con sus fantasmas en el estadio Azteca. La encomienda era ganar para demostrarse a si mismo y a su gente que el amarillo no les asusta, que pueden con el acérrimo rival, además de no perder la esperanza de alcanzar un boleto a la Liguilla en el cierre del torneo.
Entendido eso, La Máquina salió revolucionada al campo. La intensidad azul ahogó por un lapso considerable de tiempo al América que no se encontraba en el campo y era incapaz de ligar tres pases seguidos dada la presión del que esta vez fue local administrativo.
A todas luces los celestes eran mejores y Julio César Domínguez se encargó de dejarlo de manifiesto. Con la misma decisión que jugaban sus compañeros, el “Cata” se fue al ataque en un tiro de esquina, salió disparado rumbo al área chica y aprovechó que Guillermo Ochoa se quedó amarrado. El defensor se levantó, conectó de cabeza, y aunque sufrió un choque con Bruno Valdez, logró mandar la bola al fondo de la red. ¡Gol de Cruz Azul!
La misma dosis casi le resulta a los de La Noria. Otro saque desde la esquina y esta vez fue Pablo Aguilar el que le ganó a la zaga crema al saltar y rematar con dirección de arco. La parcialidad azul ya gritaba el segundo tanto, pero esta vez Paco Memo les dijo que no. El meta americanista hizo gala de sus reflejos y a contrapie, tapó una bola que hubiera sido catastrófica para su causa.
Las sensaciones de peligro se teñían de celeste, mas no se veían reflejadas en el electrónico. Escobar intentó una individual, mas no logró cristalizarla.
Cuando parecía que la situación estaba controlada, los demonios cementeros tocaron a la puerta y revivieron viejas heridas. De la nada, América despertó y golpeó dos veces a su rival.
Guido Rodríguez metió a su escuadra con un disparo potente y lejano. El balazo que salió de su botín derecho llevaba mucha colocación, tanta que ni la estirada de Jesús Corona pudo evitar que el esférico se encontrara con las redes.
El juego se había empatado y el nerviosismo hizo gala de los azules. Las Águilas olieron la sangre y se fueron en busca de la voltereta antes del descanso, misma que consiguieron de la mano de Henry Martín.
El “Búfalo” demostró el gran momento en el que está y anotó por segundo Clásico consecutivo. Con instinto de goleador, cubrió con el cuerpo un balón aéreo, ganó la posición y dejó que botara. Cuando vio la bola a modo, le dejó ir todo el empeine con la precisión de un billarista. ¡Gol de América! En cuestión de cinco minutos todo cambió, los Millonetas se iban al descanso con la ventaja y Cruz Azul, con la presión de tener que ir por todo en el complemento, si no, el tren de la fiesta grande les pasaría de largo.
Las Águilas habían empezado más metidas en el segundo tiempo; sin embargo, una completa irresponsabilidad de Roger Martínez le complicó todo el panorama a los suyos. El colombiano le tiró un codazo a Rafael Baca que ameritó la tarjeta roja directa.
Los Cementeros tenían vida y una ventaja a su favor, misma que capitalizaron de inmediato, otra vez por arriba, de nuevo en un tiro de esquina. Esta vez, Pablo Aguilar no se quedó con las ganas de celebrar y con un martillazo que salió de su testa, perforó las redes del que fuera su ex equipo. Las manos al cielo del paraguayo eran indicativo de su alegría. El empate había llegado y parecía que lo mejor estaba por venir.
El trabajo defensivo de América había sido desastroso. Las facilidades que Cruz Azul encontraba para rematar en cada pelota parada eran demasiadas y así capitalizarían para concretar la voltereta.
Un tiro libre paseó toda el área crema y encontró a un “Piojo” Alvarado que de cabeza, tomó en el recorrido a Ochoa. El balón lentamente cruzó al arquero emplumado y se coló por el otro poste. ¡La Máquina estaba de regreso!
Los azulcremas estaban noqueados. Los dos golpes tan rápidos los mandaron a la lona y los Cementeros no lo dejaron pasar.
Orbelín Pineda se escapó solo y quedó mano a mano con el último hombre. El “Maguito” le hizo gala a su apodo y le escondió el balón a su marcador, recortó hacia adentro y fusiló a Guillermo Ochoa, que se le llenaba la canasta otra vez. Ya era una goleada y los aficionados, llenos de alegría entre tanto sin sabor, querían más… y lo tendrían.
La potencia del “Cabecita” Rodríguez le dio forma a la manita cementera. El uruguayo se regodeó con el balón dentro del área y pasó entre cuanto defensa amarillo se encontró. Cuando Ochoa le quiso achicar, le picó la bola y firmó un golazo.
La fiesta azul era total. De los fantasmas nada quedó y la bestia amarilla fue exterminada con furia y ese coraje que los aficionados tanto han reclamado.
La Máquina pitó fuerte. La noche fue celeste.