Tengo por costumbre no sentarme en mis viajes en el Metro. Prefiero estar parado (así observo mejor lo que pueda suceder a los alrededores). Además, se me hacen muy incomodos los asientos; prefiero los ocupe gente que de verdad los necesita porque viene muy cansada, carga con algún bulto o con niños, es mayor o es alguna persona con capacidades diferentes.
Hace unos días venía a mi lado un tipo que olía fuertemente a alcohol fermentado. Era lunes al mediodía y este hombre traía todavía la fiesta encima. Se desocupó un asiento y por supuesto se lo cedí, no por amable sino porque ya no aguantaba su cercanía. Me dio las gracias con una voz como salida de ultratumba.
El jueves me subí en la estación Eugenia, eran alrededor de las 11 de la mañana. El vagón iba semivacío; había unos cuantos asientos disponibles. Caminé hacia un rincón contrario a las puertas de salida cuando una señora sentada, me ofreció el asiento de al lado con una sonrisa y un ademán de su mano. Se me hizo feo negarme.
Era una dama muy agradable, entre 70 y 80 años de edad –más cercana a los 80--, no mal vestida, perfume agradable, con un permanente con volumen, de esos que se usaban en los años 60. Se me hizo feo rechazarla y acepté su amable invitación. En cuanto me senté empezó a platicar.
Me dijo que ella no acostumbra viajar en el Metro, que hoy su auto se descompuso y tuvo que hacerlo porque iba a ver a una amiga enferma que vive en Tlatelolco. Tampoco quiso tomar UBER, me explicó, porque ya ve lo que dicen de esos últimamente. Pretendí cortar la charla sacando mi celular de la bolsa, pero ella seguía: hay que cuidarse mucho, mi marido falleció apenas en diciembre. Tenía cáncer en la piel, le extirparon el cartílago y sufrió mucho.
Estaba muy mal también de Mal de Parkinson ¿Usted creerá que hubo negligencia de los doctores en el Hospital Español? Un médico le pintó un diagnóstico de Mal de Parkinson, no tenía nada y le recetaron unas inyecciones dizque para controlar la enfermedad y le afectaron más, pero no murió de eso ¿Me creerá? Falleció de un infarto en un ojo. Sí, la gente no lo sabe, los infartos también dan en los ojos.
A la gentil mujer no le paraba la boca ni un segundo. Las personas alrededor la veían con fastidio y yo con una sonrisa benevolente y una mirada gentil. Y ella seguía: me llamó Yuri Urquizo; soy hija de un gobernador de Sonora, muy famoso; somos de Álamo; tenía una hermana, pero ya falleció hace diez años. Nuestra familia es muy conocida en Álamo, pero yo me vine a vivir con mi marido a la Ciudad de México; ya tenemos muchos años en la colonia Del Valle.
Fueron más de 50 años de un matrimonio perfecto; mi esposo nunca me engañó ni le supe de infidelidades; era muy serio, muy formal y muy trabajador. Era intachable. Quedamos pocos –le solté sarcásticamente, pero creo no me entendió--.
No conozco Álamo ¿Es bonito? Le pregunté en un momento que guardó silencio para tomar respiro. Qué le digo yo, a mí me encanta y cuando voy me reciben siempre con los brazos abiertos. Acuérdese que de ahí es María Félix.
Yo soy también medio pariente de ella porque una de sus hermanas era mi tía política, Nidia, y Enrique Álvarez Félix también era mi tío.
Ya se murieron los dos, recordó. Llegó Tlatelolco –por fortuna--, se bajó Yuri y nos dejó en calma a quienes la acompañamos durante muchos minutos de perorata.
Suspiré aliviado con el impulso de tomar lo más pronto posible algún medicamento para el dolor de cabeza. Al rato revisé internet y no hay ningún gobernador de Sonora con apellido Urquizo y tampoco una hermana de María Félix llamada Nidia. Otra loquita y mitómana más en el mundo, aunque ésta no fue de peligro, a diferencia de otras que conozco.
ADM