/ domingo 14 de abril de 2024

Del estante | La historia de “Camino de Guanajuato”

El libro “Es inútil dejar de quererte” (Madreditorial, 2023), escrito por la doctora en Letras Hispánicas Paloma Jiménez Gálvez

Con José Alfredo Jiménez, poeta del pueblo, siempre sucede que uno se entera de las historias detrás de sus canciones, que más allá del simple anecdotario, terminan por enseñarnos que la calidad de su talento no sólo radicaba en su virtuosismo musical y lingüístico nato, sino en su aguda sensibilidad para afrontar los sucesos más ínfimos y luminosos.

La prueba de ello está en el libro “Es inútil dejar de quererte” (Madreditorial, 2023), escrito por la doctora en Letras Hispánicas Paloma Jiménez Gálvez, hija de José Alfredo. Se trata de una publicación conmemorativa por los 50 años del fallecimiento del célebre guanajuatense, en el que la autora realiza distintos ensayos sobre la obra de su padre, entremezclando el estudio poético, con el relato de anécdotas provenientes del archivo personal del compositor.

Es ahí, entre esas páginas, donde uno viene a encontrar el terrible y verdadero origen de la canción “Camino de Guanajuato”. La autora desmiente, con pruebas documentales en mano, que se haya tratado de un “reclamo familiar”, supuestamente porque el compositor no había dedicado ninguna de sus canciones a su estado natal ni a su pueblo.

La realidad, cuenta Paloma, fue que los primeros versos de aquella emblemática canción surgieron tras la repentina muerte de su hermano, Ignacio Jiménez, en 1953, luego de que se le reventara una úlcera gástrica. Relata que la tragedia sucedió en la colonia Anzures, en una visita que este hermano hizo a José Alfredo y su esposa. Nacho, como le decían, de repente se puso mal y lo llevaron a un hospital al que tenían derecho los trabajadores de Pemex.

Luego la noticia de lo inevitable llegó a oídos del cantautor, y así fue que, “golpeando con los nudillos en una mugrienta pared de una cantina cercana al velatorio”, José Alfredo se puso a repetir, una y otra vez: “No vale nada la vida, la vida no vale nada”. Era el mítico inicio de esta encubierta “elegía”, que terminaría por volverse un himno melancólico compartido por todos los mexicanos ante la muerte y el sufrimiento.

Ya después, avanzada la escritura de esta canción, según cuenta la autora, José Alfredo quiso inmortalizar el recuerdo de su hermano en los siguientes versos: “Camino de Guanajuato que pasas por tanto pueblo/ no pases por Salamanca que ahí me hiere el recuerdo”, pues su hermano trabajaba en la refinería Antonio M. Amor, en aquella localidad.

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El ensayo habla de otras composiciones que el poeta popular hizo a otras zonas de la república, como Veracruz, de donde era su madre, o Mazatlán de la que escribió un corrido que grabó con la Banda El Recodo.

Pero, ¡sí, caray!... Quién sabe qué sucede cuando uno se entera de la verdadera chispa que de pronto enciende o enceniza la inspiración de nuestros compositores favoritos. Es como si, al conocerla, algo nos acercara aún más a ellos, haciéndonos más íntimos, volviéndonos una especie de compadres que se dan una palmada en la espalda, antes de pedir la del estribo en el rincón de una cantina o, como es el caso nuestro, de un estante en nuestra biblioteca.

Con José Alfredo Jiménez, poeta del pueblo, siempre sucede que uno se entera de las historias detrás de sus canciones, que más allá del simple anecdotario, terminan por enseñarnos que la calidad de su talento no sólo radicaba en su virtuosismo musical y lingüístico nato, sino en su aguda sensibilidad para afrontar los sucesos más ínfimos y luminosos.

La prueba de ello está en el libro “Es inútil dejar de quererte” (Madreditorial, 2023), escrito por la doctora en Letras Hispánicas Paloma Jiménez Gálvez, hija de José Alfredo. Se trata de una publicación conmemorativa por los 50 años del fallecimiento del célebre guanajuatense, en el que la autora realiza distintos ensayos sobre la obra de su padre, entremezclando el estudio poético, con el relato de anécdotas provenientes del archivo personal del compositor.

Es ahí, entre esas páginas, donde uno viene a encontrar el terrible y verdadero origen de la canción “Camino de Guanajuato”. La autora desmiente, con pruebas documentales en mano, que se haya tratado de un “reclamo familiar”, supuestamente porque el compositor no había dedicado ninguna de sus canciones a su estado natal ni a su pueblo.

La realidad, cuenta Paloma, fue que los primeros versos de aquella emblemática canción surgieron tras la repentina muerte de su hermano, Ignacio Jiménez, en 1953, luego de que se le reventara una úlcera gástrica. Relata que la tragedia sucedió en la colonia Anzures, en una visita que este hermano hizo a José Alfredo y su esposa. Nacho, como le decían, de repente se puso mal y lo llevaron a un hospital al que tenían derecho los trabajadores de Pemex.

Luego la noticia de lo inevitable llegó a oídos del cantautor, y así fue que, “golpeando con los nudillos en una mugrienta pared de una cantina cercana al velatorio”, José Alfredo se puso a repetir, una y otra vez: “No vale nada la vida, la vida no vale nada”. Era el mítico inicio de esta encubierta “elegía”, que terminaría por volverse un himno melancólico compartido por todos los mexicanos ante la muerte y el sufrimiento.

Ya después, avanzada la escritura de esta canción, según cuenta la autora, José Alfredo quiso inmortalizar el recuerdo de su hermano en los siguientes versos: “Camino de Guanajuato que pasas por tanto pueblo/ no pases por Salamanca que ahí me hiere el recuerdo”, pues su hermano trabajaba en la refinería Antonio M. Amor, en aquella localidad.

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El ensayo habla de otras composiciones que el poeta popular hizo a otras zonas de la república, como Veracruz, de donde era su madre, o Mazatlán de la que escribió un corrido que grabó con la Banda El Recodo.

Pero, ¡sí, caray!... Quién sabe qué sucede cuando uno se entera de la verdadera chispa que de pronto enciende o enceniza la inspiración de nuestros compositores favoritos. Es como si, al conocerla, algo nos acercara aún más a ellos, haciéndonos más íntimos, volviéndonos una especie de compadres que se dan una palmada en la espalda, antes de pedir la del estribo en el rincón de una cantina o, como es el caso nuestro, de un estante en nuestra biblioteca.

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