/ viernes 4 de marzo de 2022

Ruddy Fenton, asesino de millonarios

En 1957, el criminal elucubró un plan que consistía en desaparecer a dos yanquis que vivían un romance en Acapulco

Resulta extraña la forma en que una persona sale de nuestras vidas y su ausencia puede pasar desapercibida durante algún tiempo. Y sin embargo sucede. Nadie se imaginó en la lejana decada de los cincuenta que una pareja de estadounidenses -que ha escapado de las excentricidades del mundo millonario para vivir un idilio de amor en una de las playas mexicanas más bellas de la época como podía ser Acapulco- pudiera borrarse de la faz de la tierra sin dejar huella de su paradero, que su existencia se diluyera de un momento a otro.

Esta es la historia que vivieron Edith y Joseph en 1957. Y aunque el caso aconteció entre el 19 y el 20 de febrero, no se supo sino hasta aproximadamente siete días después, cuando la larga ausencia desencadenó una frenética búsqueda y dio origen a las sospechas más intrigantes que poco a poco irían resolviéndose a medida que las investigaciones esclarecían su misteriosa desaparición.

Por otra parte, tuvieron que intervenir los familiares de las personas extraviadas -que no eran personas comunes, sino dos acaudalados ciudadanos estadounidenses: Joseph Michel, un abogado de renombre, y Edith Hallock, una viuda amante de las joyas que estuvo casada con un ingeniero petrolero-, quienes preguntaron en los hoteles en donde se habían hospedado y cuya respuesta que obtuvieron por parte de los administradores puso a girar el engranaje del misterio que se negaba a ser dilucidado.

Nadie sabía adónde podrían estar o si se encontrarían vivos o muertos. Aquella extraña desaparición de los dos acaudalados norteamericanos en Acapulco obligó tanto a la policía local, así como a la tan temida en ese entonces Dirección Federal de Seguridad (DFS), a buscarlos afanosamente por todo el país, ya que se sospechaba que algo grave les había ocurrido.

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TRAS SU RASTRO

La policía mexicana se puso a trabajar en este caso cuando el gerente del hotel Las Hamacas, donde los vieron por última vez y donde se hospedaban, realizó la denuncia de su desaparición el día 27 de febrero de 1957.

Quizá todo derivó de un telegrama desde Nueva York, enviado por la hermana de Edith, el que realmente motivó a que el gerente de Las Hamacas realizara la denuncia, ya que habían pasado siete días desde que se la había visto en las instalaciones sin que éste u otro empleado sospechara de algo terrible; no así Ruth, quien había recibido una diligencia de parte de Edith Hallock, precisamente fechada el 19 de febrero, en la que le daba cuenta de los planes que tenía entre los cuales destacaba que arribaría de nuevo a Nueva York hacia el 1o. de marzo de 1957.

De acuerdo con los empleados del hotel, el día 20, después del reglamentario almuerzo, Edith y Joseph abandonaron el hotel a fin de divertirse en alguna playa cercana.

Después, nunca más volvieron a sus habitaciones, las cuales permanecieron cerradas por instrucciones del gerente, quien creyó prudente esperar el regreso de los huéspedes.

Siete días más tarde, cuando su desaparición se consideró un mal síntoma, denunció el caso a la Policía Judicial de Acapulco, la cual inició las investigaciones con el agente del Servicio Secreto con licencia Gonzalo González a cargo.

¿CRIMEN, SIMPLE ACCIDENTE O AUSENCIA?

El detective Gonzalo González, que había pertenecido a la DFS y que en ese momento era jefe de la Policía Judicial de Acapulco, informó que todas las pesquisas encaminadas a lograr la localización de los norteamericanos habían fracasado hasta ese momento; es decir, luego de la denuncia y en las primeras horas de búsqueda.

Aunque tenían la esperanza de hallar una pista, ya que algunos agentes de la DFS, según se informó al reportero de LA PRENSA, habían “checado” los registros del Hotel Bamer, de la Avenida Juárez, en el D.F., ya que allí se habían hospedado los norteamericanos el 2 de febrero de 1957.

Cuando se retiraron del Bamer, dijo la gerencia del hotel, según les habían dicho los huéspedes, marchaban rumbo a Brooklyn, para lo cual habían cargado con sus velices; sin embargo, el destino fue otro, ya que se dirigieron ese mismo día rumbo a las bellas playas Acapulco.


CÍNICA CONFESIÓN DEL ASESINO “¡DEBEN ESTAR MUERTOS!”

Había demasiados vacíos de información en este misterioso caso en el que intervinieron las versiones más simples, como que vivían una aventura romántica y andaban por allí disfrutando las mieles del amor; hasta una intriga de espías y un posible secuestro para pedir rescate…

-No tan sólo perdí a una hermana, también a una hermano…, los amaba mucho.

Suponiendo muertos a los abogados Joseph A. Michel y a la viuda millonaria Edith Hallock, se expresó en estos términos la noche del 7 de marzo de 1957 a su llegada al aeropuerto de la capital mexicana, profundamente abatida, la señora Ruth Amelia Hoffman, quien viajó desde Nueva York para saber la verdad.

Ruth Amelia Hoffman y su esposo Walter Hoffman habían sido recibidos en el aeropuerto por el exalcalde de NY y embajador de Estados Unidos en México, William O’Dwyer, quien previamente preparó una entrevista con los reporteros policiacos, ávidos de información, sobre todo si se trataba de que la noticia indicaba que estaban muertos.

En torno a la conferencia con los medios, destacó como punto fundamental, que las hermanas mantenían constante comunicación por correspondencia. De tal suerte, una última carta fue recibida por Ruth Hoffman el 19 de febrero. En ella se le informaba que estaría de vuelta hacia el 1o.de marzo; no obstante, como esto no sucedió, comenzó a tener oscuras sospechas sobre su paradero y sobre su posible muerte.

Así pues, en el despacho del exdiplomático, Edith se dio a la tarea de leer algunos pasajes de la última carta que había compartido con su hermana, la cual le había enviado desde Acapulco; y, en ella, entre otras cosas, le hablaba sobre lo bien que la estaba pasando con Joseph y la aventura romántica que creía vivir.

Sin embargo, Edith leyó un párrafo que quizá marcó la ruta de las investigaciones:

“Me habló el señor O’Dwyer informándome que había arreglado las reservaciones de pasaje por avión en la línea Air France. Aquí hicimos amistad con Luis Fenton, encargado de la agencia de viajes y esta noche de 9:00 a 12:00 nos vamos con él en yate. Mañana iremos a un club nocturno del Hotel Caleta, en la isla La Roqueta. La única forma de llegar es por barco”.

SE AMABAN Y TODOS LO SABÍAN

En relación con una pregunta que le planteó un reportero a la señora Hoffman acerca de una posible relación entre los millonarios, Ruth dijo que era cierto, que Michel y Edith tenía mucho tiempo de conocerse y que no era para nada extraño, pues se estimaban mucho y se amaban.

Entonces, otro reportero insistió sobre el tema de la situación sentimental de los millonarios, sobre todo porque había rumores de que pensaban contraer matrimonio. Ruth contestó que no pensaban casarse pronto y esa era toda la respuesta que podía dar.

Al abogado William O’Dwyer se le preguntó si creía en la posibilidad de que la viuda y el abogado hubieran sido víctimas de hampones internacionales. Y el abogado contestó que él creía que estaban vivos, como siempre lo había creído desde que supo sobre la desaparición.

Al insistirle si pensaba que se trataba de un secuestro, él finiquitó de la siguiente manera:

“La policía está investigando y hasta que termine no puedo decir nada”.

¡YO LOS ASESINÉ!

A las 0:45 horas del 10 de marzo de 1957, Ruddy Fenton confesó ser el asesino material de los norteamericanos desaparecidos el 20 de febrero, día en que condujo a los dos turistas a mar abierto en una lancha; ahí los mató a golpes con un bate de beisbol y unas cadenas para después despojarlos de sus pertenencias y arrojarlos al agua, poniéndoles peso amarrado a sus cuerpors para evitar que flotaran.

Fenton, norteamericano oriundo de Texas, y cuyo nombre completo era Ruddy C. Fenton, contó con la ayuda de un campesino lugareño de nombre Daniel Ríos Ozuna u Osuna, detenido a las 22:30 horas del 9 de febrero de 1957, quien dio a conocer todos los detalles del bestial asalto.

Dijo Daniel que, días antes del crimen, Fenton le hizo una proposición: “Qué tal te vendría ganar 30 mil pesos”, le dijo, añadiendo que “se trataba de matar a dos norteamericanos, llevándolos antes en una lancha de mar con el pretexto de conducirlos a un club nocturno muy elegante”.

“Ya ahí -le dijo el asesino-, los matamos y nos apoderamos de lo que lleven. En caso de que no tengan joyas, las sacaremos después”. En esos momentos, el norteamericano le dio a Ríos 500 pesos y un bate -el arma homicida-, así como las cadenas que después sirvieron para el lastre de los cadáveres.

Daniel dijo que aceptó el trabajito porque no tenía qué comer. De tal modo, el 20 de febrero de 1957, por la noche, se reunió con el asesino en playa Manzanillo, luego abordaron la lancha La Muñeca, propiedad del padre o de la hermana de Fenton, en la que se embarcaron con los dos confiados turistas.

CÓMO FUE EL CRIMEN

Pronto se hicieron a la mar y cuando estaban como a media milla de la bocana, atacaron por sorpresa a sus víctimas, no dándoles ni tiempo para la menor defensa, y, maquinalmente, les fueron quitando las joyas y el dinero que llevaban.

Una vez terminada la faena en alta mar, los dos asaltantes y homicidas llevaron la lancha al muelle, la lavaron cuidadosamente y se marcharon a dormir cada uno en su casa.

La investigación culminó en los primeros minutos del 10 de marzo de 1957, cuando el mayor José Altamirano Díaz, oficial mayor de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), dio al reportero de LA PRENSA, enviado especial, toda la información.

La captura del cómplice de Fenton tuvo lugar a las 22:30 horas del sábado 9 de marzo de 1957, cuando el propio mayor Altamirano con los agentes de la DFS, Armando Cruz García y Rosendo Morales Juárez, echaron guante a Ríos Ozuna en un lugar de la zona roja del puerto.

TRÁGICO DECESO DE UN HÉROE NACIONAL

Con la finalidad de que los cuerpos de los millonarios fueran rescatados, toda vez que Ruddy había confesado el crimen, se llamó a los hombres rana, para que apoyaran con las labores de rescate.

Así pues, el 10 de marzo de 1957, una docena de hombres rana, encabezados por el famoso nadador -gloria de Acapulco- Apolonio Castillo, iniciaron la búsqueda en el fondo del mar de los cadáveres del abogado Joseph A. Michel y de la viuda Edith Hallock ante los ojos del texano Ruddy Fenton y su cómplice Daniel Ríos Osuna, quienes llevaron a los agentes y los nadadores hasta el punto en el que, según ellos, habían arrojado los cuerpos.

Pero tras largas horas de constantes inmersiones, no se encontró nada; en cambio, ocurrió una tragedia que dejó en suspenso la labor de estos expertos nadadores, pues Apolonio Castillo había sufrido un grave accidente, debido a que al regresar del fondo del mar a la superficie, lo hizo muy rápido y la presión al pasar por diferentes capas de agua hizo que sus pulmones casi estallaran.

Cuando salió a la superficie, ya flotando cuasi inerte, sus compañeros comprendieron que la tragedia se había sumergido con él y la muerte lo había sacado del mar sólo para verlo agonizar mientras intentaban salvarle la vida.

Al ser rescatado, Apolonio se encontraba inconsciente y arrojaba espuma por la boca. Inmediatamente se suspendió la búsqueda y las embarcaciones regresaron a toda velocidad para que, con la urgencia del caso, el famoso nadador recibiera atención médica.

Ante tal escena, Ruddy Fenton, que también era buzo y conocía de esos menesteres, extrañamente se puso contento por algo y riéndose explicó lo del accidente en su celda.

EL FUNERAL

Un día después no había nada más que hacer por Apolonio, pues había fallecido. Y como todo sucedía tan presuroso, no hubo tiempo para mucho, pues aún debían continuar con la búsqueda.

Así pues, con toda diligencia y en imponente manifestación de duelo -que fue a la vez silenciosa pero gigantesca protesta de repudio contra el tejano asesino de turistas-, el 11 de marzo acompañaron hasta su última morada al hombre que muchas veces puso en alto el pabellón tricolor y había muerto cumpliendo con su deber, al poner su grano de arena para que se aclarara totalmente el último caso criminal “por el bien de Acapulco”, el brillante nadador y teniente de navío Apolonio Castillo Díaz.

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Ruddy era tan vil y cínico que no dudó en inculpar a su propio padre y a su hermana con tal de salvar su propio pellejo; también creyó que se saldría con la suya, pues pensaba que “sin cuerpo no había delito”.

La consignación a un juez penal sería llevada a cabo por un funcionario del fuero común, pues no estaba demostrado plenamente que el homicidio hubiera sido consumado en el mar.

Por otra parte, se consideraba que el delito cometido por Fenton y Daniel Ríos Osuna cayera bajo la sanción del Código Penal para el Distrito y Territorios Federales, en el capítulo segundo relacionado con homicidio y, concretamente, con el artículo 303 en su fracción tercera segundo párrafo que dice: “cuando el cadáver no se encuentra o por otro motivo no se haga la autopsia, bastará que los peritos en vista de los datos que obran en la causa declaran que la muerte fue resultado de las lesiones inferidas”, y, para redondear el dictamen pericial, se aportaban los siguientes elementos: la confesión de los asesinos; su versión de la utilización de un bate y las cadenas; que además echaron los cadáveres con una piedra al mar; la desaparición de dos personas; el robo de joyas y la recuperación de éstas de manos de los asesinos, lo cual confirmaría la veracidad del crimen.

Es decir, con estos alimentos tan sólo los peritos tienen suficiente para dictaminar que sí existe cuerpo del delito.

Resulta pues risible la versión absurda proporcionada el 11 de marzo que afirmaba que Fenton estaría a un paso de la libertad por no haber cuerpo del delito, lo cual era totalmente falso.

En opinión de algunos penalistas y con apoyo de las leyes vigentes en ese momento, quedaba demostrado que se requería forzosamente el cuerpo del delito en forma física, es decir, el cadáver autopsiado.

En este caso, la configuración total de que existió el delito -máxime cuando los culpables están confesos- y una serie de datos que están ligados entre sí y fortalecen su versión.

En suma, Fenton y Ríos Osuna no tienen camino de escapatoria para librarse de la sanción que les corresponde por su bestial asesinato. Sin embargo, Ruddy Fenton Cavalruzo se negaba a permanecer en la cárcel y con cada una de sus mentiras sentía que se alejaba más de la condena.Una sobre otra las mentiras se apilaban en torno a Fenton. Inicialmente confesó el crimen cometido por sus propias manos; luego, inculpó a dos amigos suyos quienes parecía que podrían estar coludidos; no obstante, con la detención de Ríos Ozuna, éste declaró cómo habían ocurrido los hechos.

Con base en su versión y en la primera declaración de Ruddy, los agentes fueron desentrañando la verdadera naturaleza del asesinato. Había sido Fenton el cerebro y el verdugo, no cabía duda, aun a pesar de la falta del cuerpo del delito.

Sin embargo, conforme pasaban los días, fue “recordando” que él tenía las joyas. Un día entregaba unas, al siguiente afirmaba que otras estaban en poder de su propio padre y su hermana, a quienes también involucró, con la intención de desviar la investigación y crear confusiones; no obstante, debido a la constante presión de las autoridades, éste terminó entregando el botín, salvo el dinero que le había dado a Ríos Ozuna y que éste había dilapidado en la zona roja.

CONFESIÓN FINAL: “CREÍ COMETER UN CRIMEN PERFECTO”

“Creí cometer un crimen perfecto pero a las pocas horas tuve el presentimiento de que iba a ser descubierto”, exclamó el asesino texano en el momento culminante de su primera declaración legal, después de haber ratificado hasta el final su última y crispante confesión, aceptando ser el autor intelectual del bárbaro doble crimen, mas afirmado que el único que golpeó a los norteamericanos fue su cómplice; pero al fin aceptó algo que había negado, que entre ambos echaron los cadáveres al mar después de haberles quitado el dinero y las joyas.

Rudy Fenton declaró por primera vez ante el agente del Ministerio Público licenciado Daniel Casarrubias Ocampo y con lujo de detalles, incluso sin necesidad de ser interrogado, es decir, por su cuenta, volvió a relatar todos los detalles del doble crimen.

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Resulta extraña la forma en que una persona sale de nuestras vidas y su ausencia puede pasar desapercibida durante algún tiempo. Y sin embargo sucede. Nadie se imaginó en la lejana decada de los cincuenta que una pareja de estadounidenses -que ha escapado de las excentricidades del mundo millonario para vivir un idilio de amor en una de las playas mexicanas más bellas de la época como podía ser Acapulco- pudiera borrarse de la faz de la tierra sin dejar huella de su paradero, que su existencia se diluyera de un momento a otro.

Esta es la historia que vivieron Edith y Joseph en 1957. Y aunque el caso aconteció entre el 19 y el 20 de febrero, no se supo sino hasta aproximadamente siete días después, cuando la larga ausencia desencadenó una frenética búsqueda y dio origen a las sospechas más intrigantes que poco a poco irían resolviéndose a medida que las investigaciones esclarecían su misteriosa desaparición.

Por otra parte, tuvieron que intervenir los familiares de las personas extraviadas -que no eran personas comunes, sino dos acaudalados ciudadanos estadounidenses: Joseph Michel, un abogado de renombre, y Edith Hallock, una viuda amante de las joyas que estuvo casada con un ingeniero petrolero-, quienes preguntaron en los hoteles en donde se habían hospedado y cuya respuesta que obtuvieron por parte de los administradores puso a girar el engranaje del misterio que se negaba a ser dilucidado.

Nadie sabía adónde podrían estar o si se encontrarían vivos o muertos. Aquella extraña desaparición de los dos acaudalados norteamericanos en Acapulco obligó tanto a la policía local, así como a la tan temida en ese entonces Dirección Federal de Seguridad (DFS), a buscarlos afanosamente por todo el país, ya que se sospechaba que algo grave les había ocurrido.

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TRAS SU RASTRO

La policía mexicana se puso a trabajar en este caso cuando el gerente del hotel Las Hamacas, donde los vieron por última vez y donde se hospedaban, realizó la denuncia de su desaparición el día 27 de febrero de 1957.

Quizá todo derivó de un telegrama desde Nueva York, enviado por la hermana de Edith, el que realmente motivó a que el gerente de Las Hamacas realizara la denuncia, ya que habían pasado siete días desde que se la había visto en las instalaciones sin que éste u otro empleado sospechara de algo terrible; no así Ruth, quien había recibido una diligencia de parte de Edith Hallock, precisamente fechada el 19 de febrero, en la que le daba cuenta de los planes que tenía entre los cuales destacaba que arribaría de nuevo a Nueva York hacia el 1o. de marzo de 1957.

De acuerdo con los empleados del hotel, el día 20, después del reglamentario almuerzo, Edith y Joseph abandonaron el hotel a fin de divertirse en alguna playa cercana.

Después, nunca más volvieron a sus habitaciones, las cuales permanecieron cerradas por instrucciones del gerente, quien creyó prudente esperar el regreso de los huéspedes.

Siete días más tarde, cuando su desaparición se consideró un mal síntoma, denunció el caso a la Policía Judicial de Acapulco, la cual inició las investigaciones con el agente del Servicio Secreto con licencia Gonzalo González a cargo.

¿CRIMEN, SIMPLE ACCIDENTE O AUSENCIA?

El detective Gonzalo González, que había pertenecido a la DFS y que en ese momento era jefe de la Policía Judicial de Acapulco, informó que todas las pesquisas encaminadas a lograr la localización de los norteamericanos habían fracasado hasta ese momento; es decir, luego de la denuncia y en las primeras horas de búsqueda.

Aunque tenían la esperanza de hallar una pista, ya que algunos agentes de la DFS, según se informó al reportero de LA PRENSA, habían “checado” los registros del Hotel Bamer, de la Avenida Juárez, en el D.F., ya que allí se habían hospedado los norteamericanos el 2 de febrero de 1957.

Cuando se retiraron del Bamer, dijo la gerencia del hotel, según les habían dicho los huéspedes, marchaban rumbo a Brooklyn, para lo cual habían cargado con sus velices; sin embargo, el destino fue otro, ya que se dirigieron ese mismo día rumbo a las bellas playas Acapulco.


CÍNICA CONFESIÓN DEL ASESINO “¡DEBEN ESTAR MUERTOS!”

Había demasiados vacíos de información en este misterioso caso en el que intervinieron las versiones más simples, como que vivían una aventura romántica y andaban por allí disfrutando las mieles del amor; hasta una intriga de espías y un posible secuestro para pedir rescate…

-No tan sólo perdí a una hermana, también a una hermano…, los amaba mucho.

Suponiendo muertos a los abogados Joseph A. Michel y a la viuda millonaria Edith Hallock, se expresó en estos términos la noche del 7 de marzo de 1957 a su llegada al aeropuerto de la capital mexicana, profundamente abatida, la señora Ruth Amelia Hoffman, quien viajó desde Nueva York para saber la verdad.

Ruth Amelia Hoffman y su esposo Walter Hoffman habían sido recibidos en el aeropuerto por el exalcalde de NY y embajador de Estados Unidos en México, William O’Dwyer, quien previamente preparó una entrevista con los reporteros policiacos, ávidos de información, sobre todo si se trataba de que la noticia indicaba que estaban muertos.

En torno a la conferencia con los medios, destacó como punto fundamental, que las hermanas mantenían constante comunicación por correspondencia. De tal suerte, una última carta fue recibida por Ruth Hoffman el 19 de febrero. En ella se le informaba que estaría de vuelta hacia el 1o.de marzo; no obstante, como esto no sucedió, comenzó a tener oscuras sospechas sobre su paradero y sobre su posible muerte.

Así pues, en el despacho del exdiplomático, Edith se dio a la tarea de leer algunos pasajes de la última carta que había compartido con su hermana, la cual le había enviado desde Acapulco; y, en ella, entre otras cosas, le hablaba sobre lo bien que la estaba pasando con Joseph y la aventura romántica que creía vivir.

Sin embargo, Edith leyó un párrafo que quizá marcó la ruta de las investigaciones:

“Me habló el señor O’Dwyer informándome que había arreglado las reservaciones de pasaje por avión en la línea Air France. Aquí hicimos amistad con Luis Fenton, encargado de la agencia de viajes y esta noche de 9:00 a 12:00 nos vamos con él en yate. Mañana iremos a un club nocturno del Hotel Caleta, en la isla La Roqueta. La única forma de llegar es por barco”.

SE AMABAN Y TODOS LO SABÍAN

En relación con una pregunta que le planteó un reportero a la señora Hoffman acerca de una posible relación entre los millonarios, Ruth dijo que era cierto, que Michel y Edith tenía mucho tiempo de conocerse y que no era para nada extraño, pues se estimaban mucho y se amaban.

Entonces, otro reportero insistió sobre el tema de la situación sentimental de los millonarios, sobre todo porque había rumores de que pensaban contraer matrimonio. Ruth contestó que no pensaban casarse pronto y esa era toda la respuesta que podía dar.

Al abogado William O’Dwyer se le preguntó si creía en la posibilidad de que la viuda y el abogado hubieran sido víctimas de hampones internacionales. Y el abogado contestó que él creía que estaban vivos, como siempre lo había creído desde que supo sobre la desaparición.

Al insistirle si pensaba que se trataba de un secuestro, él finiquitó de la siguiente manera:

“La policía está investigando y hasta que termine no puedo decir nada”.

¡YO LOS ASESINÉ!

A las 0:45 horas del 10 de marzo de 1957, Ruddy Fenton confesó ser el asesino material de los norteamericanos desaparecidos el 20 de febrero, día en que condujo a los dos turistas a mar abierto en una lancha; ahí los mató a golpes con un bate de beisbol y unas cadenas para después despojarlos de sus pertenencias y arrojarlos al agua, poniéndoles peso amarrado a sus cuerpors para evitar que flotaran.

Fenton, norteamericano oriundo de Texas, y cuyo nombre completo era Ruddy C. Fenton, contó con la ayuda de un campesino lugareño de nombre Daniel Ríos Ozuna u Osuna, detenido a las 22:30 horas del 9 de febrero de 1957, quien dio a conocer todos los detalles del bestial asalto.

Dijo Daniel que, días antes del crimen, Fenton le hizo una proposición: “Qué tal te vendría ganar 30 mil pesos”, le dijo, añadiendo que “se trataba de matar a dos norteamericanos, llevándolos antes en una lancha de mar con el pretexto de conducirlos a un club nocturno muy elegante”.

“Ya ahí -le dijo el asesino-, los matamos y nos apoderamos de lo que lleven. En caso de que no tengan joyas, las sacaremos después”. En esos momentos, el norteamericano le dio a Ríos 500 pesos y un bate -el arma homicida-, así como las cadenas que después sirvieron para el lastre de los cadáveres.

Daniel dijo que aceptó el trabajito porque no tenía qué comer. De tal modo, el 20 de febrero de 1957, por la noche, se reunió con el asesino en playa Manzanillo, luego abordaron la lancha La Muñeca, propiedad del padre o de la hermana de Fenton, en la que se embarcaron con los dos confiados turistas.

CÓMO FUE EL CRIMEN

Pronto se hicieron a la mar y cuando estaban como a media milla de la bocana, atacaron por sorpresa a sus víctimas, no dándoles ni tiempo para la menor defensa, y, maquinalmente, les fueron quitando las joyas y el dinero que llevaban.

Una vez terminada la faena en alta mar, los dos asaltantes y homicidas llevaron la lancha al muelle, la lavaron cuidadosamente y se marcharon a dormir cada uno en su casa.

La investigación culminó en los primeros minutos del 10 de marzo de 1957, cuando el mayor José Altamirano Díaz, oficial mayor de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), dio al reportero de LA PRENSA, enviado especial, toda la información.

La captura del cómplice de Fenton tuvo lugar a las 22:30 horas del sábado 9 de marzo de 1957, cuando el propio mayor Altamirano con los agentes de la DFS, Armando Cruz García y Rosendo Morales Juárez, echaron guante a Ríos Ozuna en un lugar de la zona roja del puerto.

TRÁGICO DECESO DE UN HÉROE NACIONAL

Con la finalidad de que los cuerpos de los millonarios fueran rescatados, toda vez que Ruddy había confesado el crimen, se llamó a los hombres rana, para que apoyaran con las labores de rescate.

Así pues, el 10 de marzo de 1957, una docena de hombres rana, encabezados por el famoso nadador -gloria de Acapulco- Apolonio Castillo, iniciaron la búsqueda en el fondo del mar de los cadáveres del abogado Joseph A. Michel y de la viuda Edith Hallock ante los ojos del texano Ruddy Fenton y su cómplice Daniel Ríos Osuna, quienes llevaron a los agentes y los nadadores hasta el punto en el que, según ellos, habían arrojado los cuerpos.

Pero tras largas horas de constantes inmersiones, no se encontró nada; en cambio, ocurrió una tragedia que dejó en suspenso la labor de estos expertos nadadores, pues Apolonio Castillo había sufrido un grave accidente, debido a que al regresar del fondo del mar a la superficie, lo hizo muy rápido y la presión al pasar por diferentes capas de agua hizo que sus pulmones casi estallaran.

Cuando salió a la superficie, ya flotando cuasi inerte, sus compañeros comprendieron que la tragedia se había sumergido con él y la muerte lo había sacado del mar sólo para verlo agonizar mientras intentaban salvarle la vida.

Al ser rescatado, Apolonio se encontraba inconsciente y arrojaba espuma por la boca. Inmediatamente se suspendió la búsqueda y las embarcaciones regresaron a toda velocidad para que, con la urgencia del caso, el famoso nadador recibiera atención médica.

Ante tal escena, Ruddy Fenton, que también era buzo y conocía de esos menesteres, extrañamente se puso contento por algo y riéndose explicó lo del accidente en su celda.

EL FUNERAL

Un día después no había nada más que hacer por Apolonio, pues había fallecido. Y como todo sucedía tan presuroso, no hubo tiempo para mucho, pues aún debían continuar con la búsqueda.

Así pues, con toda diligencia y en imponente manifestación de duelo -que fue a la vez silenciosa pero gigantesca protesta de repudio contra el tejano asesino de turistas-, el 11 de marzo acompañaron hasta su última morada al hombre que muchas veces puso en alto el pabellón tricolor y había muerto cumpliendo con su deber, al poner su grano de arena para que se aclarara totalmente el último caso criminal “por el bien de Acapulco”, el brillante nadador y teniente de navío Apolonio Castillo Díaz.

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Ruddy era tan vil y cínico que no dudó en inculpar a su propio padre y a su hermana con tal de salvar su propio pellejo; también creyó que se saldría con la suya, pues pensaba que “sin cuerpo no había delito”.

La consignación a un juez penal sería llevada a cabo por un funcionario del fuero común, pues no estaba demostrado plenamente que el homicidio hubiera sido consumado en el mar.

Por otra parte, se consideraba que el delito cometido por Fenton y Daniel Ríos Osuna cayera bajo la sanción del Código Penal para el Distrito y Territorios Federales, en el capítulo segundo relacionado con homicidio y, concretamente, con el artículo 303 en su fracción tercera segundo párrafo que dice: “cuando el cadáver no se encuentra o por otro motivo no se haga la autopsia, bastará que los peritos en vista de los datos que obran en la causa declaran que la muerte fue resultado de las lesiones inferidas”, y, para redondear el dictamen pericial, se aportaban los siguientes elementos: la confesión de los asesinos; su versión de la utilización de un bate y las cadenas; que además echaron los cadáveres con una piedra al mar; la desaparición de dos personas; el robo de joyas y la recuperación de éstas de manos de los asesinos, lo cual confirmaría la veracidad del crimen.

Es decir, con estos alimentos tan sólo los peritos tienen suficiente para dictaminar que sí existe cuerpo del delito.

Resulta pues risible la versión absurda proporcionada el 11 de marzo que afirmaba que Fenton estaría a un paso de la libertad por no haber cuerpo del delito, lo cual era totalmente falso.

En opinión de algunos penalistas y con apoyo de las leyes vigentes en ese momento, quedaba demostrado que se requería forzosamente el cuerpo del delito en forma física, es decir, el cadáver autopsiado.

En este caso, la configuración total de que existió el delito -máxime cuando los culpables están confesos- y una serie de datos que están ligados entre sí y fortalecen su versión.

En suma, Fenton y Ríos Osuna no tienen camino de escapatoria para librarse de la sanción que les corresponde por su bestial asesinato. Sin embargo, Ruddy Fenton Cavalruzo se negaba a permanecer en la cárcel y con cada una de sus mentiras sentía que se alejaba más de la condena.Una sobre otra las mentiras se apilaban en torno a Fenton. Inicialmente confesó el crimen cometido por sus propias manos; luego, inculpó a dos amigos suyos quienes parecía que podrían estar coludidos; no obstante, con la detención de Ríos Ozuna, éste declaró cómo habían ocurrido los hechos.

Con base en su versión y en la primera declaración de Ruddy, los agentes fueron desentrañando la verdadera naturaleza del asesinato. Había sido Fenton el cerebro y el verdugo, no cabía duda, aun a pesar de la falta del cuerpo del delito.

Sin embargo, conforme pasaban los días, fue “recordando” que él tenía las joyas. Un día entregaba unas, al siguiente afirmaba que otras estaban en poder de su propio padre y su hermana, a quienes también involucró, con la intención de desviar la investigación y crear confusiones; no obstante, debido a la constante presión de las autoridades, éste terminó entregando el botín, salvo el dinero que le había dado a Ríos Ozuna y que éste había dilapidado en la zona roja.

CONFESIÓN FINAL: “CREÍ COMETER UN CRIMEN PERFECTO”

“Creí cometer un crimen perfecto pero a las pocas horas tuve el presentimiento de que iba a ser descubierto”, exclamó el asesino texano en el momento culminante de su primera declaración legal, después de haber ratificado hasta el final su última y crispante confesión, aceptando ser el autor intelectual del bárbaro doble crimen, mas afirmado que el único que golpeó a los norteamericanos fue su cómplice; pero al fin aceptó algo que había negado, que entre ambos echaron los cadáveres al mar después de haberles quitado el dinero y las joyas.

Rudy Fenton declaró por primera vez ante el agente del Ministerio Público licenciado Daniel Casarrubias Ocampo y con lujo de detalles, incluso sin necesidad de ser interrogado, es decir, por su cuenta, volvió a relatar todos los detalles del doble crimen.

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