/ viernes 22 de diciembre de 2023

Plomo en el Cine Orfeón: Carlos Ruffino asesinó a Mario Tenorio por cortejar a su ex esposa

Carlos Ignacio llegó al segundo piso del cine Orfeón y dijo a su víctima: “¡levántate!”; entonces, se oyó un disparo que perforó el corazón del indefenso civil

Uno era actor y el otro cantante, entre ellos primero hubo una grata amistad, pero todo cambió cuando Carlos Rufino se separó de su esposa, situación que aprovechó Mario Tenorio para cortejarla, según aseguró el asesino al matarlo...

Grande fue el éxito -en la década de los años sesenta del siglo pasado- de “Triana morena” en las armónicas voces del Cuarteto Ruffino o Los Ruffino -padres, hija e hijo-, y parece difícil entender que, detrás de aquella extraordinaria combinación de sonidos vocales, existió una historia de abusos, mentira, celos, homicidio y prisión...

Nuestro relato surge en los Archivos Secretos de la Policía, en noviembre de 1943. Lugar de los hechos: cine Orfeón, en la céntrica calle de Luis Moya, relativamente cerca de la antigua radiodifusora XEW.

Según los primeros datos -que en aquella época jamás eran corroborados y se “soltaban” según la imaginación de los reporteros policiacos-, un hombre llegó al segundo piso de la sala cinematográfica y dijo a su víctima: “¡Levántate!”. Pero no le dio tiempo.

Eran las 21:20 horas. Gritos destemplados de una mujer dolorida y voces pidiendo “luz, luz”, hicieron que el alboroto fuera mayor. Y cuando en el salón todo estaba claro, se pudo ver que un hombre yacía moribundo sobre una de las butacas de la segunda fila, mientras una mujer trataba de reanimarlo, pues se desangraba horriblemente, y pedía un médico a gritos.

Todo sucedió como un relámpago. Se escuchó el primer disparo. El proyectil perforó el corazón del indefenso civil. El herido intentó decir algo, pero no pudo. Al desplomarse, gravemente lesionado, recibió otros cuatro tiros, uno de éstos en el cráneo.

La hermosa cubana nacionalizada mexicana, Mercedes Villaverde, reaccionó con desesperación, mientras el agresor preguntaba: “¿Me mato?”

La afligida señora no contestó, pedía a gritos una ambulancia para apoyar a su amigo, el artista de cine y radio, Mario Tenorio, considerado en México como el “doble” del gran actor internacional Rodolfo Valentino.

En una ambulancia de la Cruz Roja fue trasladado Mario al nosocomio de Durango y Monterrey, pero no pudo sobrevivir a las heridas de bala.

Los policías preventivos 517, José Flores Márquez, y 570, Evaristo Negrete López, llevaron a la cercana Sexta Delegación al detenido, Carlos Ignacio Ruffino García, de 38 años de edad y nacionalidad mexicana.

En el cine podía disfrutarse aquellos días de la doble función “Impostor y Amante”, con Cary Grant y Laraine Day, quienes “al conocerse, conocieron el amor que sólo llega una vez en la vida”, y otro filme de nombre “Crepúsculo de Muerte”, con Randolph Scott y Anne Shirley, “un conflicto que sólo la muerte pudo resolver”. La entrada costaba 1.50 pesos.

Un poco antes, la bella Mercedes Villaverde -hija de conocido magistrado cubano en La Habana- había cantado ante los micrófonos de Radio Mil.

Pronto corrió la noticia de boca en boca y se comentó, con razón o sin ella, que Mercedes Villaverde, esposa de Carlos Ignacio Ruffino, era “causante directa de la tragedia pasional que tronchaba una vida en plena lozanía”.

La ambulancia de la Cruz Roja llegó al cine y Mario fue colocado con suma delicadeza en el interior de ésta, pero desgraciadamente todo fue en vano, pues antes de llegar al hospital dejó de respirar y falleció.

Idilio roto

Ya en la Sexta Delegación, Carlos Ignacio fue llevado por dos policías e hizo su relato. Dijo que él y su mujer formaban una pareja artística, primero en carpas de barrio, luego en teatros mejores y más tarde en Radio Mil, donde cada noche eran ovacionados como “Ruffino y Mercedes”.

Tras largos años de matrimonio concibieron a dos hijos: Carlos Ignacio y María Julia, de 11 y 5 años, respectivamente. Pero en los dos últimos meses antes de la tragedia, tuvo lugar una separación entre los esposos, en espera del divorcio, que llegaría “de un día a otro” al conocerse el fallo judicial.

Comentó que no podía vivir sin su mujer, a la que -según- le profesaba un gran amor, pero sobre todo no podía vivir sin sus hijos, eso sí lo llevaba al delirio y a la muerte en vida. Por ello intentó reconciliarse en variadas ocasiones, aunque el resultado siempre fue el mismo, la negativa rotunda.

Explicó el detenido por homicidio que estaba desesperado porque Mercedes no cedía; exigía el divorcio a la mayor brevedad y Carlos comenzó a pensar que había un triángulo amoroso que no facilitaba la reconciliación entre los Ruffino.

Así que quiso cerciorarse por sus propios ojos y una estrecha vigilancia sobre su esposa le dio la clave del supuesto “desvío” de ella.

Amigo íntimo de la pareja

Mario Tenorio, a quien apodaban el “Valentino Mexicano”, era amigo de todas las confianzas del matrimonio Rufino-Villaverde, pero se extralimitó en esa amistad y Carlos Ignacio, de buena manera, lo invitó a desaparecerse de su casa y que no volviera jamás, ya que aquella asiduidad suya era motivo de murmullos por parte de los vecinos.

Haciendo honor de su apellido, galanteaba a cuanta mujer se le ponía enfrente y así las cosas, al sobrevenir la separación de Rufino y Mercedes, Mario siguió galanteando con la mujer de su amigo.

También, no hacía mucho tiempo, una riña se suscitó entre Carlos y Mario a las afueras del cine Regis, donde se reunían cantantes y artistas.

Finalmente, Carlos Ignacio Ruffino comentó que en el Orfeón “vio muy amartelados a su esposa y a Mario, y comenzó a disparar sobre la persona que había destruido su hogar”. O que él creía que había destruido su hogar, puesto que no contaba con pruebas contundentes que demostraran sus sospechas, sólo vio algo que creyó que “podía ser”.

Mario yacía moribundo

Con lágrimas en los ojos, Rufino relató al reportero de LA PRENSA al entrevistarlo en la Sexta Delegación que habiendo ido al Orfeón vio a la pareja “muy amartelados”; entonces, no pudo contenerse y se acercó a ellos. Al estar frente a Mario, le dijo:

-Salga usted a la calle; allí lo quiero ver si es tan hombre…

Una respuesta de mala gana del Don Juan y los nervios destrozados del otro fueron la mezcla perfecta para desencadenar la tragedia. Rufino sacó su pistola y disparó. Después quiso aprovechar la confusión para huir, pero corrió con tan mala suerte que dos policías lo detuvieron casi de inmediato.

En tanto que un testigo de la escena mortal, dijo que lo oyó decir al matador:

-Hice lo que el deber me mandaba; vengué mi honor mancillado -Y enseguida se echó a llorar como un niño, conmoviendo a todos cuantos lo oyeron expresarse así.

Infidelidad y traición

También se supo que Jorge Negrete “El Charro Cantor” se presentó a la sexta delegación, para apoyar a su compañero de canto (Ruffino era cantante de ópera, igual que lo había sido Negrete), pero nada pudo hacer por evitar su consignación ante un juez penal en Lecumberri.

En el soleado patio de visitas de la Penitenciaría del Distrito se encontraba Carlos Ignacio Rufino; era la hora de visitas para los reos de reciente ingreso. Algo llamó la atención del reportero del diario de las mayorías. En medio de un mar de gente, el reciente criminal parecía también estar llorando, rodeado de un grupo de artistas y familiares.

Por su parte, Ismael Casasola, el activo redactor gráfico de LA PRENSA, aprovechó la oportunidad para llamar aparte a Rufino García y presentarlo con el reportero. Y ya ante el confidente, comienza a expresarse.

-Aquí me tiene usted -exclamó quejumbroso y declinante-, lleno de lodo y con un crimen a cuestas. ¡Mi vida está desecha!

La hora de visitas termina, pero no para los enviados del periódico que dice lo que otros callan. Se apartan del grupo para conversar sobre los hechos ocurridos. Carlos Ignacio parece estar abatido por la tragedia que él mismo amonedó.

Alejados ya del grupo, reportero y presunto criminal se miraron como si ambos trataran de conocerse de un vistazo o tratando de adivinar sus pensamientos.

-¿Usted y su esposa -pregunta el reportero de LA PRENSA para romper el hielo y dar inicio a la entrevista- son legítimamente casados?

-Sí, señor, casados desde hace trece años. Ella es cubana y yo mexicano, pero nos conocimos en Los Ángeles, California.

-¿Y es verdad que el padre de sus esposa le dejó una fortuna que usted se encargó de dilapidar? -se le espetó con la intención de sorprenderlo.

Su rostro se contrae, pero luego permanece de nuevo inmutable y respondió:

-¿Que tenía una fortuna su padre, el padre de Mercedes, dice usted? ¡No tenía un solo centavo cuando lo conocí!

Y luego, tras una pausa, como mirando en retrospectiva en su memoria, añadió:

-Yo no conocí a su padre, porque él radicaba en La Habana. Sin embargo, supe que era listo, abogado y magistrado que ganaba buen dinero, pero nuca supe que fuera adinerado ni mucho menos que legara fortuna a su hija.

-¿Sabía usted -lo interrumpió el agudo reportero- que su esposa afirma que le daba una vida de perros? Dice que usted la golpeaba, que no le daba para sus más indispensables gastos…

En ese instante, Carlos Ignacio estalló en cólera, y repuso en tono cortante y frío, pero con tono que quizá pudo ser sincero que:

-¡A la mujer más vil, a la peor, no sería yo capaz de ponerle un dedo encima!

Esta historia dramática había tenido su desenlace hacía unas horas, pero había comenzado hacía doce años en la ciudad de Los Ángeles.

LA PRENSA se presentó en el hogar de los Villaverde: Sullivan 89, colonia San Rafael. Estaba ahí un testigo del drama: Mario Villaverde, hermano de Mercedes y estudiante de Leyes en La Habana.

Lo primero que dijo es que su hermana en ningún momento estuvo “amartelada” con Mario Tenorio, pues el estudiante se encontraba en medio de ambos.

Aparece Mercedes. Alta, rubia, de piel blanca y tersa. Hermosísima.

-No dicen la verdad los periodistas. Soy inocente de lo que se me acusa. Yo no tenía nada que ver con Mario. Era un buen amigo, nada más. Carlos lo trajo al hogar.

Añadió que no sabía qué había declarado, pero que si estaba loco “no arrojara la deshonra sobre ella y los niños”.

-Desde que lo conocí, mi vida ha sido un constante martirio. No he tenido un solo día en paz.

-¿Cuánto tiempo llevaban ustedes de casados?

-Doce años. Nos conocimos en Los Ángeles. Yo tenía catorce años y me enamoré ciegamente de él. Es un hombre a quien no se conoce a simple vista. Su trato aparente, es agradable. Pero encierra mucho por dentro. Ni sus hermanas lo aguantaban. A los cuatro meses de conocerlo, nos casamos. Mi madre, que tenía entonces alguna fortuna, nos puso casa en Nueva York y allí pasamos algún tiempo...

-Un año -dice la madre de Mercedes- vivía de lo nuestro y se gastó buena parte de ello en lo que vivimos juntos.

-Pero si hemos estado doce años casados, puede decirse que no hemos llegado a vivir juntos ni cinco años. Al año de casados, cuando vio que la fortuna de mi madre se evaporaba, por sus gastos excesivos y sus caprichos, empezó a mostrar un carácter difícil y decidió buscar trabajo.

Se fue en gira por los estados. Yo estaba esperando a mi hijo y no podía correr la aventura de una ‘tournée’. Me fui con mi madre a La Habana y allí estuve un año. Cuando Ruffino conoció a nuestro hijo, ya tenía el niño ocho meses. Luego volvimos juntos.

Estuvo una temporada conmigo y volvió a alejarse. No escribía, ni preguntaba por su hijo, ni mandaba ayuda alguna para criarlo. Yo tenía diecisiete años y comprendía que nuestro matrimonio había sido una equivocación.

Entonces me propuso el divorcio. ¡El divorcio! Imagínese que una de las veces que volvió a mi lado me dijo con el mayor cinismo, que había una mujer rica que estaba enamorada de él, que podíamos separarnos por un tiempo y luego que yo tuviera asegurada una fortuna, nos reuniríamos de nuevo.

Según él me quería mucho, pero “necesitábamos dinero y estábamos acostumbrados a vivir bien...” Me negué, naturalmente, a la indigna farsa y le dije que me inclinaba, desde luego, por el divorcio definitivo.

No quería verlo más. Era casi una niña, estaba empezando a vivir, y ya me encontraba con un hijo en los brazos, sola y con la vida deshecha. Me fui con mi familia a La Habana y estuve como un año. Allí acepté alguna oferta que me hicieron para cantar en el radio. Tenía que vivir.

Él nunca me ayudó en nada. No se ocupó de su hijo nunca. Ya al cabo de un año me había tranquilizado un poco. Me sonreía algo la suerte en mi profesión. Me había hecho un nombre en el radio y mi hijito crecía hermoso... Pero Ruffino era una sombra en mi vida. Entonces empecé a tramitar el divorcio.

Mercedes suspiró hondamente y dijo que desde hacía tres días tenía el corazón oprimido.

-Al año de estar nuevamente separados, recibí una carta del hermano de Ruffino; a ella le acompañaba un pasaje para México. Me decía que su hermano estaba gravemente enfermo, que me llamaba, que me seguía queriendo y no quería vivir sin mí. Me dio lástima. Al cabo es el padre de mi hijo. Tuve pena de él. Estaba solo y enfermo. Si me hubiera ofrecido un porvenir brillante seguramente me hubiera negado a volver con él; pero me apenó su estado. Sí, volví a México...

Las cosas siguieron de mal en peor. Empezó en seguida a hacer de las suyas. Yo le ayudaba; nunca fui una carga para él, ni mis hijos tampoco. Nada le tenemos que agradecer, más que mucho dolor...

Ellos no han sido felices con él. Ruffino es irascible, tiene un carácter insoportable. Le gusta mucho gastar. Últimamente se había comprado tres perros de caza.

Otro día vino con varias cámaras fotográficas y hasta hablaba de montar un laboratorio. Era caprichoso. Y mientras, sus hijos no recibían un centavo, ni yo tampoco.

Vivíamos de lo que yo trabajaba. Por cualquier cosa se exaltaba, se tiraba del cabello, como enloquecido, golpeaba los muebles y las paredes. A la niña le tiraba lo que traía en las manos, una guitarra, un plato, lo que fuera. Nos separamos, por fin, pero con inquietud de mi parte, porque Ruffino es muy celoso.

Sentenciado a muerte

-Mario era una bella persona, todo un caballero. El mismo lo trajo aquí y era un excelente amigo suyo y de todos los de casa. A veces le prestó dinero a Ruffino. Hacía como ocho meses que le conocíamos y siempre fue muy correcto. Al poco tiempo de conocerlo, empezó a encelarse de él, no obstante que antes de divorciarnos, ya hacía un año que no hacíamos vida matrimonial.

-Carlos Ignacio Ruffino aseguró en la delegación que usted estaba profundamente enamorada de Mario Tenorio...

-¡Miente! Es un canalla. Hasta el último momento de su vida me hará desdichada. Mario era un buen amigo, nada más. Incluso desde que estábamos separados, mi marido había espaciado sus visitas, pero yo sabía que me espiaba. Un día Mario le dijo que delante de nosotras no peleaba, pero lejos, pelearían como los hombres, sin armas. Hace dos meses, uno de mis hijos le preguntó por qué cargaba revólver y Ruffino le contestó que para matar a Mario.

La noche del crimen “estábamos en el segundo piso del cine, mi hermano, Mario y yo. Mi hermano estaba entre nosotros. Ruffino es un formidable tirador. Le acertó al corazón. Luego me preguntó que si se mataba.

Y entonces intervino la hija de Carlos Ignacio Ruffino, para decir entre dientes:

-“¡Ojalá!”

Para concluir, la señora Mercedes juró por sus hijos que entre Mario Tenorio y ella no había más que amistad, pero que Ruffino echaría sobre ella y los niños todo el lodo que pudiera.

El compositor Chucho Palacios dijo que: “fue una sorpresa para todos; aparentemente, Mercedes y Ruffino eran una pareja cuya vida se deslizaba sobre cauces normales. Juntos trabajaban en el mismo programa diario y juntos marchaban en su automóvil, todos los días”.

-No obstante, hay antecedentes de que no eran muy felices - le comentó el reportero.

-Es cierto. También eso lo sabíamos, por él, no por ella. Mercedes nunca dijo a nadie cosa alguna sobre las desavenencias matrimoniales.

-¿Sabían que estaban divorciándose?

-Sí -contestó el compositor.

-¿Sabían de las relaciones de ella con Mario?

-Eso lo sabía todo el mundo. Más de una vez Ruffino buscó a Mario para exigirle que dejara a su mujer en paz, que no la buscara.

-¿Era antigua su amistad?

-Ellos se conocieron hace unos meses, iban a intervenir los tres en la misma película. Sin duda, a Mario le gustó Mercedes. Coincidió con su divorcio de Adelita Sequeiros, con quien había estado casado doce años y a quien había querido mucho...

El compositor no afirmaba. Sólo hacía deducciones. Lo que sí aseguró, porque era del dominio público, es que estaban muy enamorados.

-¿Acaso llegó a hablarle Mario de su amor por Mercedes?

-Nunca. Éramos muy amigos, pero Mario era un hombre discreto en ese aspecto. Todo lo que supe sobre este caso fue a través de las confidencias del propio Ruffino. Mario negaba las relaciones con Mercedes. Ruffino estaba obsesionado con lo que él llamaba traición de Mario. Ya lo había amenazado de muerte. El mismo día de la tragedia estuvo conmigo y con Armengod; ambos procuramos sacarle de su abstracción, arrancarle el poder tremendo de su idea fija: los amores de Mario y Mercedes.

-Ella es culpable de haber provocado esta tragedia -dijo el compositor.

Y ante el juez Rafael García de León, comentó Mercedes Villaverde que su esposo gastaba todo en el juego y que le pidió dinero para que lo aceptaran como cantante de ópera en el Teatro Metropolitan de Nueva York, pero que fracasó en las pruebas. Los despilfarros acabaron pronto con el dinero de los Villaverde y la pareja artística se vio obligada a cantar en cabarets y teatros de segunda categoría para ganarse la vida, entre otros hechos que prefería no revelar.

El maestro Ernesto Lecuona -autor de “Siboney”- les ofreció empleo como cantantes en La Habana, Cuba, pero Ruffino se negó. Trataba de explotar a “La Beba”, como era conocida la cantante entre su familia.

Pasó el tiempo. En 1944 recuperó su libertad el homicida y de alguna manera recuperó a su familia, al grado que los niños comenzaron a crecer sin aborrecer al padre y aprendieron a tocar instrumentos musicales y a cantar.

Su voz de bajo profundo hizo progresar en canciones populares al “papá Ruffino” y llegaron los años de triunfo al lado de Mercedes Villaverde, Carlos Ignacio y María Julia. Canciones como “Siboney”, “Triana morena” y otras prolongaron el éxito del Cuarteto Ruffino, que hizo giras por el extranjero y trabajó en cine y televisión.

La joven María era judoka y karateca. Su hermano también sabía artes marciales. El padre era buen tirador y ostentaba una credencial de la Dirección Federal de Seguridad.

El tiempo no perdonó a los Ruffino. Paulatinamente fueron desapareciendo y con ellos el episodio del cine Orfeón, resuelto pocos meses después de la tragedia mediante el pago de una fianza en un juzgado penal.

Nunca más abusó del poder “papá Ruffino”, y su libertad dio paso a la creación del casi inolvidable conjunto músico-vocal, cuyas canciones dieron la vuelta al mundo.

-Mario era una bella persona, todo un caballero. El mismo lo trajo aquí y era un excelente amigo suyo y de todos los de casa. A veces le prestó dinero a Ruffino. Hacía como ocho meses que le conocíamos y siempre fue muy correcto. Al poco tiempo de conocerlo, empezó a encelarse de él, no obstante que antes de divorciarnos, ya hacía un año que no hacíamos vida matrimonial.

-Carlos Ignacio Ruffino aseguró en la delegación que usted estaba profundamente enamorada de Mario Tenorio...

-¡Miente! Es un canalla. Hasta el último momento de su vida me hará desdichada. Mario era un buen amigo, nada más. Incluso desde que estábamos separados, mi marido había espaciado sus visitas, pero yo sabía que me espiaba. Un día Mario le dijo que delante de nosotras no peleaba, pero lejos, pelearían como los hombres, sin armas. Hace dos meses, uno de mis hijos le preguntó por qué cargaba revólver y Ruffino le contestó que para matar a Mario.

La noche del crimen “estábamos en el segundo piso del cine, mi hermano, Mario y yo. Mi hermano estaba entre nosotros. Ruffino es un formidable tirador. Le acertó al corazón. Luego me preguntó que si se mataba.

Y entonces intervino la hija de Carlos Ignacio Ruffino, para decir entre dientes:

-“¡Ojalá!”

Para concluir, la señora Mercedes juró por sus hijos que entre Mario Tenorio y ella no había más que amistad, pero que Ruffino echaría sobre ella y los niños todo el lodo que pudiera.

El compositor Chucho Palacios dijo que: “fue una sorpresa para todos; aparentemente, Mercedes y Ruffino eran una pareja cuya vida se deslizaba sobre cauces normales. Juntos trabajaban en el mismo programa diario y juntos marchaban en su automóvil, todos los días”.

-No obstante, hay antecedentes de que no eran muy felices - le comentó el reportero.

-Es cierto. También eso lo sabíamos, por él, no por ella. Mercedes nunca dijo a nadie cosa alguna sobre las desavenencias matrimoniales.

-¿Sabían que estaban divorciándose?

-Sí -contestó el compositor.

-¿Sabían de las relaciones de ella con Mario?

-Eso lo sabía todo el mundo. Más de una vez Ruffino buscó a Mario para exigirle que dejara a su mujer en paz, que no la buscara.

-¿Era antigua su amistad?

-Ellos se conocieron hace unos meses, iban a intervenir los tres en la misma película. Sin duda, a Mario le gustó Mercedes. Coincidió con su divorcio de Adelita Sequeiros, con quien había estado casado doce años y a quien había querido mucho...

El compositor no afirmaba. Sólo hacía deducciones. Lo que sí aseguró, porque era del dominio público, es que estaban muy enamorados.

-¿Acaso llegó a hablarle Mario de su amor por Mercedes?

-Nunca. Éramos muy amigos, pero Mario era un hombre discreto en ese aspecto. Todo lo que supe sobre este caso fue a través de las confidencias del propio Ruffino. Mario negaba las relaciones con Mercedes. Ruffino estaba obsesionado con lo que él llamaba traición de Mario. Ya lo había amenazado de muerte. El mismo día de la tragedia estuvo conmigo y con Armengod; ambos procuramos sacarle de su abstracción, arrancarle el poder tremendo de su idea fija: los amores de Mario y Mercedes.

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-Ella es culpable de haber provocado esta tragedia -dijo el compositor.

Y ante el juez Rafael García de León, comentó Mercedes Villaverde que su esposo gastaba todo en el juego y que le pidió dinero para que lo aceptaran como cantante de ópera en el Teatro Metropolitan de Nueva York, pero que fracasó en las pruebas. Los despilfarros acabaron pronto con el dinero de los Villaverde y la pareja artística se vio obligada a cantar en cabarets y teatros de segunda categoría para ganarse la vida.

El maestro Ernesto Lecuona -autor de “Siboney”- les ofreció empleo como cantantes en La Habana, pero Ruffino se negó. Trataba de explotar a “La Beba”, como era conocida la cantante entre su familia.

Pasó el tiempo. En 1944 recuperó su libertad el homicida y de alguna manera recuperó a su familia, al grado que los niños comenzaron a crecer sin aborrecer al padre y aprendieron a tocar instrumentos musicales y a cantar.

Su voz de bajo profundo hizo progresar en canciones populares al “papá Ruffino” y llegaron los años de triunfo al lado de Mercedes Villaverde, Carlos Ignacio y María Julia. Canciones como “Siboney”, “Triana morena” y otras prolongaron el éxito del Cuarteto Ruffino, que hizo giras por el extranjero y trabajó en cine y televisión.

La joven María era judoka y karateca. Su hermano también sabía artes marciales. El padre era buen tirador y ostentaba una credencial de la Dirección Federal de Seguridad.

El tiempo no perdonó a los Ruffino. Paulatinamente fueron desapareciendo y con ellos el episodio del cine Orfeón, resuelto pocos meses después de la tragedia mediante el pago de una fianza en un juzgado penal.

Nunca más abusó del poder “papá Ruffino”, y su libertad dio paso a la creación del casi inolvidable conjunto músico-vocal, cuyas canciones dieron la vuelta al mundo.

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Uno era actor y el otro cantante, entre ellos primero hubo una grata amistad, pero todo cambió cuando Carlos Rufino se separó de su esposa, situación que aprovechó Mario Tenorio para cortejarla, según aseguró el asesino al matarlo...

Grande fue el éxito -en la década de los años sesenta del siglo pasado- de “Triana morena” en las armónicas voces del Cuarteto Ruffino o Los Ruffino -padres, hija e hijo-, y parece difícil entender que, detrás de aquella extraordinaria combinación de sonidos vocales, existió una historia de abusos, mentira, celos, homicidio y prisión...

Nuestro relato surge en los Archivos Secretos de la Policía, en noviembre de 1943. Lugar de los hechos: cine Orfeón, en la céntrica calle de Luis Moya, relativamente cerca de la antigua radiodifusora XEW.

Según los primeros datos -que en aquella época jamás eran corroborados y se “soltaban” según la imaginación de los reporteros policiacos-, un hombre llegó al segundo piso de la sala cinematográfica y dijo a su víctima: “¡Levántate!”. Pero no le dio tiempo.

Eran las 21:20 horas. Gritos destemplados de una mujer dolorida y voces pidiendo “luz, luz”, hicieron que el alboroto fuera mayor. Y cuando en el salón todo estaba claro, se pudo ver que un hombre yacía moribundo sobre una de las butacas de la segunda fila, mientras una mujer trataba de reanimarlo, pues se desangraba horriblemente, y pedía un médico a gritos.

Todo sucedió como un relámpago. Se escuchó el primer disparo. El proyectil perforó el corazón del indefenso civil. El herido intentó decir algo, pero no pudo. Al desplomarse, gravemente lesionado, recibió otros cuatro tiros, uno de éstos en el cráneo.

La hermosa cubana nacionalizada mexicana, Mercedes Villaverde, reaccionó con desesperación, mientras el agresor preguntaba: “¿Me mato?”

La afligida señora no contestó, pedía a gritos una ambulancia para apoyar a su amigo, el artista de cine y radio, Mario Tenorio, considerado en México como el “doble” del gran actor internacional Rodolfo Valentino.

En una ambulancia de la Cruz Roja fue trasladado Mario al nosocomio de Durango y Monterrey, pero no pudo sobrevivir a las heridas de bala.

Los policías preventivos 517, José Flores Márquez, y 570, Evaristo Negrete López, llevaron a la cercana Sexta Delegación al detenido, Carlos Ignacio Ruffino García, de 38 años de edad y nacionalidad mexicana.

En el cine podía disfrutarse aquellos días de la doble función “Impostor y Amante”, con Cary Grant y Laraine Day, quienes “al conocerse, conocieron el amor que sólo llega una vez en la vida”, y otro filme de nombre “Crepúsculo de Muerte”, con Randolph Scott y Anne Shirley, “un conflicto que sólo la muerte pudo resolver”. La entrada costaba 1.50 pesos.

Un poco antes, la bella Mercedes Villaverde -hija de conocido magistrado cubano en La Habana- había cantado ante los micrófonos de Radio Mil.

Pronto corrió la noticia de boca en boca y se comentó, con razón o sin ella, que Mercedes Villaverde, esposa de Carlos Ignacio Ruffino, era “causante directa de la tragedia pasional que tronchaba una vida en plena lozanía”.

La ambulancia de la Cruz Roja llegó al cine y Mario fue colocado con suma delicadeza en el interior de ésta, pero desgraciadamente todo fue en vano, pues antes de llegar al hospital dejó de respirar y falleció.

Idilio roto

Ya en la Sexta Delegación, Carlos Ignacio fue llevado por dos policías e hizo su relato. Dijo que él y su mujer formaban una pareja artística, primero en carpas de barrio, luego en teatros mejores y más tarde en Radio Mil, donde cada noche eran ovacionados como “Ruffino y Mercedes”.

Tras largos años de matrimonio concibieron a dos hijos: Carlos Ignacio y María Julia, de 11 y 5 años, respectivamente. Pero en los dos últimos meses antes de la tragedia, tuvo lugar una separación entre los esposos, en espera del divorcio, que llegaría “de un día a otro” al conocerse el fallo judicial.

Comentó que no podía vivir sin su mujer, a la que -según- le profesaba un gran amor, pero sobre todo no podía vivir sin sus hijos, eso sí lo llevaba al delirio y a la muerte en vida. Por ello intentó reconciliarse en variadas ocasiones, aunque el resultado siempre fue el mismo, la negativa rotunda.

Explicó el detenido por homicidio que estaba desesperado porque Mercedes no cedía; exigía el divorcio a la mayor brevedad y Carlos comenzó a pensar que había un triángulo amoroso que no facilitaba la reconciliación entre los Ruffino.

Así que quiso cerciorarse por sus propios ojos y una estrecha vigilancia sobre su esposa le dio la clave del supuesto “desvío” de ella.

Amigo íntimo de la pareja

Mario Tenorio, a quien apodaban el “Valentino Mexicano”, era amigo de todas las confianzas del matrimonio Rufino-Villaverde, pero se extralimitó en esa amistad y Carlos Ignacio, de buena manera, lo invitó a desaparecerse de su casa y que no volviera jamás, ya que aquella asiduidad suya era motivo de murmullos por parte de los vecinos.

Haciendo honor de su apellido, galanteaba a cuanta mujer se le ponía enfrente y así las cosas, al sobrevenir la separación de Rufino y Mercedes, Mario siguió galanteando con la mujer de su amigo.

También, no hacía mucho tiempo, una riña se suscitó entre Carlos y Mario a las afueras del cine Regis, donde se reunían cantantes y artistas.

Finalmente, Carlos Ignacio Ruffino comentó que en el Orfeón “vio muy amartelados a su esposa y a Mario, y comenzó a disparar sobre la persona que había destruido su hogar”. O que él creía que había destruido su hogar, puesto que no contaba con pruebas contundentes que demostraran sus sospechas, sólo vio algo que creyó que “podía ser”.

Mario yacía moribundo

Con lágrimas en los ojos, Rufino relató al reportero de LA PRENSA al entrevistarlo en la Sexta Delegación que habiendo ido al Orfeón vio a la pareja “muy amartelados”; entonces, no pudo contenerse y se acercó a ellos. Al estar frente a Mario, le dijo:

-Salga usted a la calle; allí lo quiero ver si es tan hombre…

Una respuesta de mala gana del Don Juan y los nervios destrozados del otro fueron la mezcla perfecta para desencadenar la tragedia. Rufino sacó su pistola y disparó. Después quiso aprovechar la confusión para huir, pero corrió con tan mala suerte que dos policías lo detuvieron casi de inmediato.

En tanto que un testigo de la escena mortal, dijo que lo oyó decir al matador:

-Hice lo que el deber me mandaba; vengué mi honor mancillado -Y enseguida se echó a llorar como un niño, conmoviendo a todos cuantos lo oyeron expresarse así.

Infidelidad y traición

También se supo que Jorge Negrete “El Charro Cantor” se presentó a la sexta delegación, para apoyar a su compañero de canto (Ruffino era cantante de ópera, igual que lo había sido Negrete), pero nada pudo hacer por evitar su consignación ante un juez penal en Lecumberri.

En el soleado patio de visitas de la Penitenciaría del Distrito se encontraba Carlos Ignacio Rufino; era la hora de visitas para los reos de reciente ingreso. Algo llamó la atención del reportero del diario de las mayorías. En medio de un mar de gente, el reciente criminal parecía también estar llorando, rodeado de un grupo de artistas y familiares.

Por su parte, Ismael Casasola, el activo redactor gráfico de LA PRENSA, aprovechó la oportunidad para llamar aparte a Rufino García y presentarlo con el reportero. Y ya ante el confidente, comienza a expresarse.

-Aquí me tiene usted -exclamó quejumbroso y declinante-, lleno de lodo y con un crimen a cuestas. ¡Mi vida está desecha!

La hora de visitas termina, pero no para los enviados del periódico que dice lo que otros callan. Se apartan del grupo para conversar sobre los hechos ocurridos. Carlos Ignacio parece estar abatido por la tragedia que él mismo amonedó.

Alejados ya del grupo, reportero y presunto criminal se miraron como si ambos trataran de conocerse de un vistazo o tratando de adivinar sus pensamientos.

-¿Usted y su esposa -pregunta el reportero de LA PRENSA para romper el hielo y dar inicio a la entrevista- son legítimamente casados?

-Sí, señor, casados desde hace trece años. Ella es cubana y yo mexicano, pero nos conocimos en Los Ángeles, California.

-¿Y es verdad que el padre de sus esposa le dejó una fortuna que usted se encargó de dilapidar? -se le espetó con la intención de sorprenderlo.

Su rostro se contrae, pero luego permanece de nuevo inmutable y respondió:

-¿Que tenía una fortuna su padre, el padre de Mercedes, dice usted? ¡No tenía un solo centavo cuando lo conocí!

Y luego, tras una pausa, como mirando en retrospectiva en su memoria, añadió:

-Yo no conocí a su padre, porque él radicaba en La Habana. Sin embargo, supe que era listo, abogado y magistrado que ganaba buen dinero, pero nuca supe que fuera adinerado ni mucho menos que legara fortuna a su hija.

-¿Sabía usted -lo interrumpió el agudo reportero- que su esposa afirma que le daba una vida de perros? Dice que usted la golpeaba, que no le daba para sus más indispensables gastos…

En ese instante, Carlos Ignacio estalló en cólera, y repuso en tono cortante y frío, pero con tono que quizá pudo ser sincero que:

-¡A la mujer más vil, a la peor, no sería yo capaz de ponerle un dedo encima!

Esta historia dramática había tenido su desenlace hacía unas horas, pero había comenzado hacía doce años en la ciudad de Los Ángeles.

LA PRENSA se presentó en el hogar de los Villaverde: Sullivan 89, colonia San Rafael. Estaba ahí un testigo del drama: Mario Villaverde, hermano de Mercedes y estudiante de Leyes en La Habana.

Lo primero que dijo es que su hermana en ningún momento estuvo “amartelada” con Mario Tenorio, pues el estudiante se encontraba en medio de ambos.

Aparece Mercedes. Alta, rubia, de piel blanca y tersa. Hermosísima.

-No dicen la verdad los periodistas. Soy inocente de lo que se me acusa. Yo no tenía nada que ver con Mario. Era un buen amigo, nada más. Carlos lo trajo al hogar.

Añadió que no sabía qué había declarado, pero que si estaba loco “no arrojara la deshonra sobre ella y los niños”.

-Desde que lo conocí, mi vida ha sido un constante martirio. No he tenido un solo día en paz.

-¿Cuánto tiempo llevaban ustedes de casados?

-Doce años. Nos conocimos en Los Ángeles. Yo tenía catorce años y me enamoré ciegamente de él. Es un hombre a quien no se conoce a simple vista. Su trato aparente, es agradable. Pero encierra mucho por dentro. Ni sus hermanas lo aguantaban. A los cuatro meses de conocerlo, nos casamos. Mi madre, que tenía entonces alguna fortuna, nos puso casa en Nueva York y allí pasamos algún tiempo...

-Un año -dice la madre de Mercedes- vivía de lo nuestro y se gastó buena parte de ello en lo que vivimos juntos.

-Pero si hemos estado doce años casados, puede decirse que no hemos llegado a vivir juntos ni cinco años. Al año de casados, cuando vio que la fortuna de mi madre se evaporaba, por sus gastos excesivos y sus caprichos, empezó a mostrar un carácter difícil y decidió buscar trabajo.

Se fue en gira por los estados. Yo estaba esperando a mi hijo y no podía correr la aventura de una ‘tournée’. Me fui con mi madre a La Habana y allí estuve un año. Cuando Ruffino conoció a nuestro hijo, ya tenía el niño ocho meses. Luego volvimos juntos.

Estuvo una temporada conmigo y volvió a alejarse. No escribía, ni preguntaba por su hijo, ni mandaba ayuda alguna para criarlo. Yo tenía diecisiete años y comprendía que nuestro matrimonio había sido una equivocación.

Entonces me propuso el divorcio. ¡El divorcio! Imagínese que una de las veces que volvió a mi lado me dijo con el mayor cinismo, que había una mujer rica que estaba enamorada de él, que podíamos separarnos por un tiempo y luego que yo tuviera asegurada una fortuna, nos reuniríamos de nuevo.

Según él me quería mucho, pero “necesitábamos dinero y estábamos acostumbrados a vivir bien...” Me negué, naturalmente, a la indigna farsa y le dije que me inclinaba, desde luego, por el divorcio definitivo.

No quería verlo más. Era casi una niña, estaba empezando a vivir, y ya me encontraba con un hijo en los brazos, sola y con la vida deshecha. Me fui con mi familia a La Habana y estuve como un año. Allí acepté alguna oferta que me hicieron para cantar en el radio. Tenía que vivir.

Él nunca me ayudó en nada. No se ocupó de su hijo nunca. Ya al cabo de un año me había tranquilizado un poco. Me sonreía algo la suerte en mi profesión. Me había hecho un nombre en el radio y mi hijito crecía hermoso... Pero Ruffino era una sombra en mi vida. Entonces empecé a tramitar el divorcio.

Mercedes suspiró hondamente y dijo que desde hacía tres días tenía el corazón oprimido.

-Al año de estar nuevamente separados, recibí una carta del hermano de Ruffino; a ella le acompañaba un pasaje para México. Me decía que su hermano estaba gravemente enfermo, que me llamaba, que me seguía queriendo y no quería vivir sin mí. Me dio lástima. Al cabo es el padre de mi hijo. Tuve pena de él. Estaba solo y enfermo. Si me hubiera ofrecido un porvenir brillante seguramente me hubiera negado a volver con él; pero me apenó su estado. Sí, volví a México...

Las cosas siguieron de mal en peor. Empezó en seguida a hacer de las suyas. Yo le ayudaba; nunca fui una carga para él, ni mis hijos tampoco. Nada le tenemos que agradecer, más que mucho dolor...

Ellos no han sido felices con él. Ruffino es irascible, tiene un carácter insoportable. Le gusta mucho gastar. Últimamente se había comprado tres perros de caza.

Otro día vino con varias cámaras fotográficas y hasta hablaba de montar un laboratorio. Era caprichoso. Y mientras, sus hijos no recibían un centavo, ni yo tampoco.

Vivíamos de lo que yo trabajaba. Por cualquier cosa se exaltaba, se tiraba del cabello, como enloquecido, golpeaba los muebles y las paredes. A la niña le tiraba lo que traía en las manos, una guitarra, un plato, lo que fuera. Nos separamos, por fin, pero con inquietud de mi parte, porque Ruffino es muy celoso.

Sentenciado a muerte

-Mario era una bella persona, todo un caballero. El mismo lo trajo aquí y era un excelente amigo suyo y de todos los de casa. A veces le prestó dinero a Ruffino. Hacía como ocho meses que le conocíamos y siempre fue muy correcto. Al poco tiempo de conocerlo, empezó a encelarse de él, no obstante que antes de divorciarnos, ya hacía un año que no hacíamos vida matrimonial.

-Carlos Ignacio Ruffino aseguró en la delegación que usted estaba profundamente enamorada de Mario Tenorio...

-¡Miente! Es un canalla. Hasta el último momento de su vida me hará desdichada. Mario era un buen amigo, nada más. Incluso desde que estábamos separados, mi marido había espaciado sus visitas, pero yo sabía que me espiaba. Un día Mario le dijo que delante de nosotras no peleaba, pero lejos, pelearían como los hombres, sin armas. Hace dos meses, uno de mis hijos le preguntó por qué cargaba revólver y Ruffino le contestó que para matar a Mario.

La noche del crimen “estábamos en el segundo piso del cine, mi hermano, Mario y yo. Mi hermano estaba entre nosotros. Ruffino es un formidable tirador. Le acertó al corazón. Luego me preguntó que si se mataba.

Y entonces intervino la hija de Carlos Ignacio Ruffino, para decir entre dientes:

-“¡Ojalá!”

Para concluir, la señora Mercedes juró por sus hijos que entre Mario Tenorio y ella no había más que amistad, pero que Ruffino echaría sobre ella y los niños todo el lodo que pudiera.

El compositor Chucho Palacios dijo que: “fue una sorpresa para todos; aparentemente, Mercedes y Ruffino eran una pareja cuya vida se deslizaba sobre cauces normales. Juntos trabajaban en el mismo programa diario y juntos marchaban en su automóvil, todos los días”.

-No obstante, hay antecedentes de que no eran muy felices - le comentó el reportero.

-Es cierto. También eso lo sabíamos, por él, no por ella. Mercedes nunca dijo a nadie cosa alguna sobre las desavenencias matrimoniales.

-¿Sabían que estaban divorciándose?

-Sí -contestó el compositor.

-¿Sabían de las relaciones de ella con Mario?

-Eso lo sabía todo el mundo. Más de una vez Ruffino buscó a Mario para exigirle que dejara a su mujer en paz, que no la buscara.

-¿Era antigua su amistad?

-Ellos se conocieron hace unos meses, iban a intervenir los tres en la misma película. Sin duda, a Mario le gustó Mercedes. Coincidió con su divorcio de Adelita Sequeiros, con quien había estado casado doce años y a quien había querido mucho...

El compositor no afirmaba. Sólo hacía deducciones. Lo que sí aseguró, porque era del dominio público, es que estaban muy enamorados.

-¿Acaso llegó a hablarle Mario de su amor por Mercedes?

-Nunca. Éramos muy amigos, pero Mario era un hombre discreto en ese aspecto. Todo lo que supe sobre este caso fue a través de las confidencias del propio Ruffino. Mario negaba las relaciones con Mercedes. Ruffino estaba obsesionado con lo que él llamaba traición de Mario. Ya lo había amenazado de muerte. El mismo día de la tragedia estuvo conmigo y con Armengod; ambos procuramos sacarle de su abstracción, arrancarle el poder tremendo de su idea fija: los amores de Mario y Mercedes.

-Ella es culpable de haber provocado esta tragedia -dijo el compositor.

Y ante el juez Rafael García de León, comentó Mercedes Villaverde que su esposo gastaba todo en el juego y que le pidió dinero para que lo aceptaran como cantante de ópera en el Teatro Metropolitan de Nueva York, pero que fracasó en las pruebas. Los despilfarros acabaron pronto con el dinero de los Villaverde y la pareja artística se vio obligada a cantar en cabarets y teatros de segunda categoría para ganarse la vida, entre otros hechos que prefería no revelar.

El maestro Ernesto Lecuona -autor de “Siboney”- les ofreció empleo como cantantes en La Habana, Cuba, pero Ruffino se negó. Trataba de explotar a “La Beba”, como era conocida la cantante entre su familia.

Pasó el tiempo. En 1944 recuperó su libertad el homicida y de alguna manera recuperó a su familia, al grado que los niños comenzaron a crecer sin aborrecer al padre y aprendieron a tocar instrumentos musicales y a cantar.

Su voz de bajo profundo hizo progresar en canciones populares al “papá Ruffino” y llegaron los años de triunfo al lado de Mercedes Villaverde, Carlos Ignacio y María Julia. Canciones como “Siboney”, “Triana morena” y otras prolongaron el éxito del Cuarteto Ruffino, que hizo giras por el extranjero y trabajó en cine y televisión.

La joven María era judoka y karateca. Su hermano también sabía artes marciales. El padre era buen tirador y ostentaba una credencial de la Dirección Federal de Seguridad.

El tiempo no perdonó a los Ruffino. Paulatinamente fueron desapareciendo y con ellos el episodio del cine Orfeón, resuelto pocos meses después de la tragedia mediante el pago de una fianza en un juzgado penal.

Nunca más abusó del poder “papá Ruffino”, y su libertad dio paso a la creación del casi inolvidable conjunto músico-vocal, cuyas canciones dieron la vuelta al mundo.

-Mario era una bella persona, todo un caballero. El mismo lo trajo aquí y era un excelente amigo suyo y de todos los de casa. A veces le prestó dinero a Ruffino. Hacía como ocho meses que le conocíamos y siempre fue muy correcto. Al poco tiempo de conocerlo, empezó a encelarse de él, no obstante que antes de divorciarnos, ya hacía un año que no hacíamos vida matrimonial.

-Carlos Ignacio Ruffino aseguró en la delegación que usted estaba profundamente enamorada de Mario Tenorio...

-¡Miente! Es un canalla. Hasta el último momento de su vida me hará desdichada. Mario era un buen amigo, nada más. Incluso desde que estábamos separados, mi marido había espaciado sus visitas, pero yo sabía que me espiaba. Un día Mario le dijo que delante de nosotras no peleaba, pero lejos, pelearían como los hombres, sin armas. Hace dos meses, uno de mis hijos le preguntó por qué cargaba revólver y Ruffino le contestó que para matar a Mario.

La noche del crimen “estábamos en el segundo piso del cine, mi hermano, Mario y yo. Mi hermano estaba entre nosotros. Ruffino es un formidable tirador. Le acertó al corazón. Luego me preguntó que si se mataba.

Y entonces intervino la hija de Carlos Ignacio Ruffino, para decir entre dientes:

-“¡Ojalá!”

Para concluir, la señora Mercedes juró por sus hijos que entre Mario Tenorio y ella no había más que amistad, pero que Ruffino echaría sobre ella y los niños todo el lodo que pudiera.

El compositor Chucho Palacios dijo que: “fue una sorpresa para todos; aparentemente, Mercedes y Ruffino eran una pareja cuya vida se deslizaba sobre cauces normales. Juntos trabajaban en el mismo programa diario y juntos marchaban en su automóvil, todos los días”.

-No obstante, hay antecedentes de que no eran muy felices - le comentó el reportero.

-Es cierto. También eso lo sabíamos, por él, no por ella. Mercedes nunca dijo a nadie cosa alguna sobre las desavenencias matrimoniales.

-¿Sabían que estaban divorciándose?

-Sí -contestó el compositor.

-¿Sabían de las relaciones de ella con Mario?

-Eso lo sabía todo el mundo. Más de una vez Ruffino buscó a Mario para exigirle que dejara a su mujer en paz, que no la buscara.

-¿Era antigua su amistad?

-Ellos se conocieron hace unos meses, iban a intervenir los tres en la misma película. Sin duda, a Mario le gustó Mercedes. Coincidió con su divorcio de Adelita Sequeiros, con quien había estado casado doce años y a quien había querido mucho...

El compositor no afirmaba. Sólo hacía deducciones. Lo que sí aseguró, porque era del dominio público, es que estaban muy enamorados.

-¿Acaso llegó a hablarle Mario de su amor por Mercedes?

-Nunca. Éramos muy amigos, pero Mario era un hombre discreto en ese aspecto. Todo lo que supe sobre este caso fue a través de las confidencias del propio Ruffino. Mario negaba las relaciones con Mercedes. Ruffino estaba obsesionado con lo que él llamaba traición de Mario. Ya lo había amenazado de muerte. El mismo día de la tragedia estuvo conmigo y con Armengod; ambos procuramos sacarle de su abstracción, arrancarle el poder tremendo de su idea fija: los amores de Mario y Mercedes.

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-Ella es culpable de haber provocado esta tragedia -dijo el compositor.

Y ante el juez Rafael García de León, comentó Mercedes Villaverde que su esposo gastaba todo en el juego y que le pidió dinero para que lo aceptaran como cantante de ópera en el Teatro Metropolitan de Nueva York, pero que fracasó en las pruebas. Los despilfarros acabaron pronto con el dinero de los Villaverde y la pareja artística se vio obligada a cantar en cabarets y teatros de segunda categoría para ganarse la vida.

El maestro Ernesto Lecuona -autor de “Siboney”- les ofreció empleo como cantantes en La Habana, pero Ruffino se negó. Trataba de explotar a “La Beba”, como era conocida la cantante entre su familia.

Pasó el tiempo. En 1944 recuperó su libertad el homicida y de alguna manera recuperó a su familia, al grado que los niños comenzaron a crecer sin aborrecer al padre y aprendieron a tocar instrumentos musicales y a cantar.

Su voz de bajo profundo hizo progresar en canciones populares al “papá Ruffino” y llegaron los años de triunfo al lado de Mercedes Villaverde, Carlos Ignacio y María Julia. Canciones como “Siboney”, “Triana morena” y otras prolongaron el éxito del Cuarteto Ruffino, que hizo giras por el extranjero y trabajó en cine y televisión.

La joven María era judoka y karateca. Su hermano también sabía artes marciales. El padre era buen tirador y ostentaba una credencial de la Dirección Federal de Seguridad.

El tiempo no perdonó a los Ruffino. Paulatinamente fueron desapareciendo y con ellos el episodio del cine Orfeón, resuelto pocos meses después de la tragedia mediante el pago de una fianza en un juzgado penal.

Nunca más abusó del poder “papá Ruffino”, y su libertad dio paso a la creación del casi inolvidable conjunto músico-vocal, cuyas canciones dieron la vuelta al mundo.

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