Pancho Valentino buscaba un millón de pesos pero terminó matando a un cura

Valentino y sus secuaces esperaron a que terminara el rosario para atacar al padre

Alfredo Sosa | La Prensa

  · viernes 24 de junio de 2022

Foto Archivo, Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca "Mario Vázquez raña" y La Prensa

Pedro entró al santuario como todas las mañanas, lo hizo aprisa, pues iba retrasado quince minutos. Su tarea cotidiana consistía en asistir al padre Juanito -cómo lo llamaban los feligreses-, en la misa de ocho y nueve.

En las bancas de enfrente, tres pequeñas niñas de entre 10 y 12 años se encontraban sentadas: -¡Buenos días, pequeñas! ¿Cómo están? –Ellas contestaron al saludo con sus tiernas vocecitas.

-¿Ya salió el padre Juanito? –volvió a preguntarles.

-No, ya llevamos un buen rato, pero no ha salido. Quizás ya no tarde –señaló la mayorcita.-Iré a buscarlo a su despacho, tal vez se siente mal nuestro padrecito, ya ven que está delicado de salud –enfatizó el acólito.

El señor Pedro se internó en el pasillo que conducía a las habitaciones, pasó junto al baño y enfrente se encontraba el despacho del padre Juan Fullana Taberner, quien nació en Marruecos en 1887 y se ordenó como sacerdote en España.

Al cruzar la puerta, el universo del caos se reveló ante los ojos del acólito. Los cajones de los escritorios estaban tirados por toda la sala, objetos rotos y el cable del teléfono cortado. Estaba sorprendido al ver todo en desorden y comenzó a sudar. Giró hacia su izquierda y entró al cuarto del padre, la misma escena, la cama desecha y el colchón removido, las gavetas saqueadas y objetos esparcidos por todo el suelo.

Al no hallar al sacerdote se dirigió hacia el comedor y la cocina. El corazón se le aceleró y las manos le comenzaron a temblar, pero trataba de mantenerse cuerdo, su objetivo era encontrar al padre Juanito. A cada paso, pensaba lo peor, el miedo se apoderaba de él.

MOSAICOS ROJOS… ¡CUADRO GROTESCO!

Empujó ligeramente la puerta con la mano izquierda, cerró los ojos y dudó en dar paso, sin embargo lo hizo, susurró para sí: -¡No, Señor, Dios mío! ¡Por favor, no! Abrió los ojos y sintió un calor que le recorrió todo el cuerpo de pies a cabeza y el sudor que hasta hace unos segundos era caliente, se tornó frío.

Se topó con la realidad cruda, con una imagen que sólo en sueños lo había perturbado en algunas ocasiones, la de un cadáver de alguien desconocido frente a él, pero en esta ocasión, ni era un sueño y mucho menos un extraño, se trataba del padre Juan Fullana Taberner, su amigo y guía espiritual.

Éste, se encontraba boca abajo, atado de pies y manos y amordazado. En un charco de sangre que emergía de su cabeza y con el rostro amoratado. En sus labios, una costra grande, casi negra, del mismo líquido pero ya coagulada. Alrededor de su cuello, un pañuelo blanco, como los que usaba, el cual ligaba fuertemente esa parte de su cuerpo.

El señor Cortés salió despavorido para pedir ayuda, en su camino se encontró con las tres jovencitas, pero sólo gritaba: -¡Mataron al padre! ¡Dios mío, lo mataron!

Las mujercitas se hicieron a un lado para que pasara el acólito. Guiadas por la curiosidad, entraron a la cocina y observaron el espeluznante cuadro: su guía espiritual pálido, maltrecho por la tortura a la que fue sometido y sobre una mancha enorme de sangre. Fue inevitable que contuvieran el grito y el llanto.

En su desesperada carrera, el acólito Pedro Cortés corrió hacia el domicilio del señor Salvador González Farías, ubicado en la calle de Coahuila, éste era padre de dos monaguillos del santuario y le comunicó la tragedia, así que de inmediato llamaron a la Jefatura de Policía.

Pronto, la noticia funesta se difundió entre los vecinos de la Colonia Roma, quienes se agolparon en gran número a las afueras del Santuario de Nuestra Señora de Fátima, ubicado en la calle de Chiapas, número 107, para comprobar por sí mismos, si era verdad lo que había ocurrido al padre Juanito.

Hacia las 8:30 de la mañana, en la citada dirección, más de 40 elementos de la Policía del Servicio Secreto y de la Judicial intervinieron para comenzar con las investigaciones.

Entre aquella muchedumbre agolpada a las afueras del Santuario de Nuestra Señora de Fátima, en la colonia Roma, el sagaz reportero de LA PRENSA, César Silva Rojas, de inmediato se dio a la tarea de buscar los antecedentes de la tragedia.

Por ello, guiado por su sentido agudo de investigador, se acercó a varias personas allegadas al padre Juan Fullana, para recopilar información que le resultara valiosa.

UN ESCUINCLE MUY AVISPADO

En el momento en que el reportero de esta casa editora se abría paso entre la multitud para recopilar más testimonios, a él se le acercó un pequeño de unos 10 años, quien lo jaló del saco por la parte de atrás y con tono grave le dijo: -Señor, yo vi a los asesinos del padre Juanito, se lo juro, que no le miento.

-¿Cómo lo supiste? –cuestionó el reportero.

-Porque escuché ruidos como a las 12 de la noche. Oí que abrían la puerta del jardín. Mire, yo ya estaba acostado. Mi cuarto es el que se ve ahí –y señaló con su índice, a una ventana de la casa marcada con el número 111, de la calle de Chiapas, la cual, era contigua al Santuario-, cuando escuché el sonido de un claxon, les grité que se callaran por medio de un sonido así: ¡ssshhh! ¡ssshhh! Entonces el auto se arrancó rápidamente y se fueron. El Buick estaba estacionado justo afuera de la entrada de la iglesia –concluyó el pequeño.

El reportero lo tomó de los hombros y le dijo:

-Lo que me acabas de contar es muy importante que lo sepa la policía –continuó el reportero-, así que te voy a pedir que se los cuentes todo, –Sí, como usted me diga señor, -dijo el pequeño.

Mientras tanto, la Policía del Servicio Secreto a cargo de los tenientes Manuel Mendoza y Simón Estrada y del comandante Alfonso García Limón, así como del comandante de la Policía Judicial, Francisco Aguilar Santaolalla, realizaron las primeras diligencias en la escena del crimen. Recopilaron huellas dactilares, de sangre y tomaron varias fotos del lugar, así como del estado en el que se encontró al sacerdote Juan Fullana Taberner.

“QUIERO MI PARTE DEL BOTÍN O…”

-Pedro Linares apagó su cigarrillo, tiró la colilla y la aplastó con la suela de su zapato, jaló aire y tocó con los nudillos tres veces la puerta. Ricardo le abrió y le hizo un gesto con la mano para que entrara de inmediato.

-Ricardo, no vengo a perder mi tiempo, todo el país sabe que se llevaron mucho dinero de la iglesia de Fátima, y que se les pasó la mano con el padrecito ese, así es que, o me dan lo que me corresponde o se atienen a las consecuencias.

-De verdad que eres un cínico, todavía de que te rajaste, vienes a pedir dinero, pues fíjate que ya te puedes ir largando, porque el jefe nos dio la instrucción muy clara de no darte nada, y mejor ya vete antes de que… -¡Antes de qué, hijo de la chingada! –respondió Pedro y justo cuando se le abalanzaba, unos gritos interrumpieron su pelea: -¡Abran la puerta, somos la policía, abran o la tiramos!

En ese momento, de varias patadas los agentes lograron abrir la puerta y de inmediato sometieron al par de sujetos, quienes forcejeaban, mientras los sacaban de la vecindad y los conducían a las patrullas. Se trataba del comandante Manuel Mendoza, jefe de la Policía Secreta, famoso por su sagacidad para resolver los crímenes más turbios.

REVELACIONES DE UN “INVITADO” AL CRIMEN

-No soy culpable, me invitaron a participar en el robo, pero no quise aceptar, porque era un asunto muy grande y sabía que no iba a terminar bien.

Así comenzó su narración Pedro Linares respecto al crimen contra el sacerdote Juan Fullana Taberner.

El aprehendido narró a los comandantes de la policía, que “el jefe” era un sujeto de origen extranjero y planeó el asalto a dicha iglesia, debido a que según él, ahí el sacerdote José María Moll, compañero del padre Juan Fullana, escondía alrededor de un millón de pesos y muchos objetos de gran valor. Mientras tanto, el reportero de LA PRENSA, César Silva Rojas, logró saber por medio del comandante Mendoza, que varios agentes buscaban por todo el país, al líder de la banda y a uno de sus cómplices, el primero llamado Pancho Valentino y el segundo Pedro Vallejo Becerra, alias “El México”, quienes según Linares, pretendían fugarse a Estados Unidos.

PRÓFUGOS

Salieron de la casa de huéspedes cobijados por la oscuridad de la madrugada. José Valentín recostó a su pequeño hijo sobre el asiento trasero del auto, mientras Pedro, mejor conocido en los bajos mundos como “El México”, guardaba los velices en la cajuela y se situaba en el asiento del copiloto. Se pusieron en marcha con rumbo a Zimapán, Hidalgo.

Cerca de 50 minutos les tomó llegar al domicilio del sobrino de José Valentino, allí le mostraron los objetos al joven de nombre Jorge, quien después de someterlos al calor con sus herramientas, los desengañó:

-Tío, siento decirle que estos objetos no son de oro, son de cobre y latón, no creo que se pueda obtener mucho dinero con su venta. -¡Me lleva la chingada! ¿Estás seguro? –Rabió el fortachón Valentino. -Si tío, no tengo duda. Estos cachivaches no valen mucho.

-Te lo dije pocho. ¡Somos unos pendejos! En algún lugar del santuario tiene que estar el dinero, pero si no se te hubiera pasado la mano… -¡Si no se me hubiera pasado la mano qué! –Amenazó Valentino. -¡Pues el padre ese hubiera cantado, pero lo mataste!

-Lo matamos cabrón, porque entre todos lo golpeamos, no te hagas pendejo. Ahora resulta que a mi nada más se me pasó la mano. –Espetó de nuevo el fortachón. -Mira, como sea, todo salió mal. ¡Qué chingados vamos a hacer!

-Nos vamos para Estados Unidos, en Matamoros tengo un amigo que nos podría echar la mano para cruzar. Vamos a descansar un poco. Comemos algo y antes de que anochezca salimos para allá.

FUERON CINCO, LOS ASESINOS DEL PADRE JUAN FULLANA

Después de muchos rumores respecto al asesinato del padre Juan Fullana Taberner, el 14 de enero, las policías del Servicio Secreto y del Distrito Federal convocaron a los medios de comunicación en la Octava Delegación para dar a conocer los pormenores de la investigación.

El comandante Manuel Mendoza Domínguez informó: -Quiero confirmar, que gracias a la sagacidad de nuestros elementos, en las horas posteriores al crimen logramos detener a siete sospechosos, hacemos de su conocimiento que cinco de ellos están directamente relacionados con el asesinato del padre Fullana. Sin embargo, de acuerdo con lo dicho por dos de los involucrados, los jefes de la banda se encuentran prófugos y sabemos que su intención es cruzar la frontera con Estados Unidos para llegar al puerto de Brownsville, en Texas. Estos sujetos responden a los nombres de José Valentín Vázquez, mejor conocido como Pancho Valentino y de Pedro Vallejo Becerra, alias “El Mexicano” o “El México”.

¡DE SIMPLES CARTERISTAS A BURDOS CRIMINALES!

-Señores, guarden la calma por favor, continuó el comandante: -Los cinco detenidos son los siguientes: Ricardo Ángeles García, de 27 años, Roberto Barrios Ulloa, de la misma edad, María García Martínez, de 29, el exboxeador Rubén Castañeda Ramos, de 52 y Pedro Linares Hernández, alias “El Chundo”, todos ellos, con antecedentes penales. Y sin dar más detalles, terminó aquella conferencia de prensa.

El ruido al abrir la reja se escuchó a lo lejos, por un largo pasillo se aproximaron los tres detectives policiacos: Manuel Mendoza Domínguez, Rafael Rocha Cordero, Jorge Obregón Lima y Miguel Durán, quien caminaba al lado del detenido, éste, esposado y con las manos hacia atrás, llegaron hasta el periodista Carlos Borbolla, se saludaron y le ordenaron al preso que se sentara en la banca. Borbolla sabía que el tiempo era oro, así que comenzó la charla.

-Iré al grano, señor Linares. ¿Por qué participó en el asesinato del sacerdote? -Me invitó ese tal Pancho Valentino, señor. -¿Cómo lo conociste? -Me lo presentó Rubén Castañeda Ramos, él era boxeador, ahora vende plumas en el barrio de Tepito.

-¿Cuándo fue eso? -En diciembre pasado, señor. Yo vivo en el mesón, El Paraíso, en la calle de Fray Bartolomé de Las Casas.

-¿Qué iban a robar, cuál era el plan de Valentino? -Dijo que su compañero, un sujeto de nombre Ricardo, y que además era sobrino de uno de los sacerdotes, le había dicho que en el Santuario de Fátima había mucho dinero, mínimo un millón de pesos tenían ahí escondido los padrecitos.

PENSARON DAR EL GOLPE EN PLENA NAVIDAD

-¿Dónde planearon el “golpe” y cuándo pensaban darlo?

-Todo se planeó ahí, en Tepito, en el mesón. Ahí, llegaban “El Torero”, Ricardo Barbosa, un tipo alto, no mal parecido, de unos 35 años, que tiene un auto Buick color hueso, y siempre lo acompañaba su pistolero, un sujeto alto, moreno, que usa traje, de unos 25, más o menos y Pancho Valentino. Ellos se quedaban de ver siempre con Rubén, en el mesón y ahí fue donde me los presentó.

“En un inicio, el golpe se iba a dar el día 24 de diciembre. Valentino se iba a disfrazar de médico, llevaría su maletín, bata, e iba a tocar el timbre del Santuario, para que cuando el sacerdote abriera la puerta, nos metiéramos y lo asustáramos un poco, hasta que nos dijera donde guardaba el millón de pesos”.

-¿Qué le iban a decir al padre para que les abriera? -Pancho dijo que engañaría al padre, pidiéndole que ayudara a bien morir a un enfermo muy grave.

-¿Y, qué sucedió, por qué no ejecutaron el robo aquel día?

-Porque el plan falló. El 24 en la noche Valentino estuvo tocando muchas veces el timbre, pero nadie nos abrió, después supimos que no funcionaba. Pancho se puso furioso.

DESCARNADO RELATO DE CÓMO EJECUTARON EL CRIMEN

Luego, Linares contó lo ocurrido el día 9, como antes de salir, Valentino y “El Torero” explicaron los detalles del plan a “El Chundo”. Prepararon un bistec con veneno, con el cual someterían a “El Duque”, el perro guardián de los sacerdotes Fullana y Moll. Salieron alrededor de las seis de la tarde del barrio de Tepito. Abordaron el auto de Barbosa, el Buick con placa 10-00-24. En él los esperaba “El Mexicano” y el hijo pequeño de Valentino.

Partieron con rumbo a la colonia Roma, pero antes hicieron una parada en el hotel Terminal, en San Antonio Abad, donde Valentino llevaba varios días hospedándose, ahí pidió al gerente que le cuidara por algunas horas al niño.

-¿A qué hora llegaron y cómo entraron al Santuario? -Llegamos como a las ocho diez de la noche, la hora del último rosario, aún había mucha gente. Pancho me indicó que me fuera a esconder cerca de donde amarraban al perro y fue cuando le eché la carne envenenada. “El México” se escondió en unos arbustos del jardín y “El Torero” se quedó en el auto, a una cuadra de distancia, listo para cuando saliéramos con el botín. Él no podía ingresar al templo porque era amigo del padre Moll y corría riesgo a que lo reconociera.

-¿Qué armas llevaron para perpetrar el atraco, señor Linares?

-Pancho Valentino llevaba un revólver de cinco tiros, en un veliz dos varillas de hierro, una me la dio y me dijo que no dudara en utilizarla si era preciso, unas gafas oscuras y “El Mexicano” llevaba dos puñales, uno corto y otro largo y una pistola.

VALENTINO SE ABALANZÓ SOBRE EL PADRE

Cerca de las nueve de la noche, terminó el rosario y la gente se retiró de la iglesia, fue cuando el padre Juan Fullana acudió a cerrar la puerta del Santuario y a soltar a “El Duque”, su entrañable perro guardián.

“El Chundo” narró que en ese momento, Valentino aprovechó para asestarle un terrible puñetazo en el rostro: “El sacerdote se defendió mucho, pero el pocho siguió golpeándolo con la cacha de su arma, después llegó “El México”, quien sujetó por la espalda al padre y Valentino lo surtió con odio. Después me pidieron que lo atara de pies y manos con unas cuerdas que ellos llevaban.

-¿Por qué se ensañaron con el religioso?

-Yo no fui, señor, fueron ellos –aclaraba “El Chundo”. –Se enfurecieron porque el padre no les decía dónde estaba el dinero. Le preguntaban una y otra vez, pero el viejito no soltaba la lengua. Rabioso, Valentino le puso un alambre alrededor de su cuello y comenzó a estrangularlo con fuerza, pero ni así, el padrecito no dijo ni una sola palabra. Después lo amordazaron, le metieron dos pañuelos en la boca y lo llevaron cargando hasta la cocina.

-¿Qué hicieron después, el sacerdote seguía vivo?

-“El México” y Valentino rastrearon toda la casa, forzaron chapas con las varillas y esculcaron por todos lados, dejaron echo un desastre, pues todo lo aventaban al piso, buscaban afanosamente el millón de pesos que supuestamente guardaban los sacerdotes. Al mismo tiempo echaban los objetos de valor dentro de los velices, pero yo no me robé nada, yo sólo abría las maletas para que echaran lo robado.

-¿Cómo fue que escaparon del Santuario?

-Yo todavía fui a registrar al sacerdote, quien seguía vivo, lo sé porque se movía. Sin embargo, no traía ni un centavo, sólo le saqué las llaves del portón para que pudiéramos escapar. Antes de salir, Pancho me obligó a ponerme una sotana para no levantar sospechas en caso de que alguien nos viera.

“Entonces salimos corriendo y directo al auto donde “El Torero” nos esperaba, él lo puso en marcha y nos fuimos al hotel Terminal, donde se encontraba su hijo de Valentino. Ahí contamos el dinero y nos lo repartimos, nos tocó de a 712 pesos a cada uno, situación que tenía muy molestos a Pancho, al ‘México’ y al ‘Torero’. Acordaron que escaparían con rumbo al estado de Hidalgo.

PESCARON A RICARDO BARBOSA

Mientras contenía el humo del cigarro en su boca, Carlos Borbolla, periodista de LA PRENSA, trataba de digerir la confesión grotesca de “El Chundo”, sobre cómo la banda echó a andar sus planes para dar muerte al padre Juan Fullana.

De pronto, el comandante de la Policía Secreta, Manuel Mendoza Domínguez, lo sacó de sus cavilaciones: -En estos momentos, señor Borbolla, le informo que mis hombres han capturado a Ricardo Barbosa, que según las declaraciones de “El Chundo”, es uno de los jefes de la banda y autores intelectuales del atraco al Santuario de Fátima. Si me disculpa, tengo mucho trabajo y mi día parece, será muy largo.

En la edición del 17 de enero de 1957, el mismo Carlos Borbolla informó en LA PRENSA, El Diario Ilustrado de la Mañana, cómo fue la captura de Ricardo Barbosa, a manos de los comandantes: Jorge Castrejón Lima, Rafael Rocha Cordero y Miguel Durán Mejía, quienes se trasladaron a su domicilio ubicado en la calle de Bolívar, número 135, en el centro de la incipiente ciudad de México.

Sucedió la madrugada del 15 de enero, Ricardo Barbosa estaba escondido en su propio domicilio, del cual intentó escapar bajo la bruma. Llevaba una especie de disfraz, el cual en vez de pasarlo por desapercibido, lo delató: sombrero y gabardina con el cuello levantado hasta las orejas y su peculiar forma burda de caminar lo hicieron más sospechoso. Apenas logró doblar la esquina más cercana, los tres agentes de la Policía Secreta lo capturaron.

CLAMÓ INOCENCIA

Ricardo Barbosa fue llevado a la Sexta Delegación de Policía, donde en todo momento negó su participación en el homicidio del sacerdote Juan Fullana. No obstante, los investigadores lo confrontaron con la versión de “El Chundo”, la cual lo implicaba como uno de los artífices del robo, además de que fue en su auto modelo Buick, en el que la banda se trasladó antes y después del crimen. Barbosa admitió que el auto sí era suyo, pero volvió a negar su participación en el atraco y mucho menos, aceptó ser uno de los autores intelectuales.

LOS TOROS DAN Y LOS TOROS QUITAN

Lejos de terminar con el interrogatorio, la tortura emocional para Ricardo Barbosa apenas comenzaba, pues el comandante Mendoza y sus colegas le hicieron saber que sería mejor que colaborara con ellos y que se pusiera lo más cómodo posible, porque los cuestionamientos apenas comenzarían.

-Dicen, señor Barbosa que usted presumía de ser sobrino del padre José María Moll, ¿es cierto eso? –Inició con las preguntas el comandante Mendoza.

-Sí, es verdad. Yo se los presentaba a mis amigos como mi tío, porque el padre y yo hicimos una gran amistad. –Contestó de forma seria el detenido.

-Dígame, ¿desde hace cuánto tiempo son amigos y dónde lo conoció?

-Lo conocí hace cómo ocho años, en el Toreo de La Condesa, durante una corrida de toros en la que participé. Como ustedes han de saber, yo soy un novillero muy famoso y en aquella ocasión, el sacerdote me felicitó personalmente por mis dotes de torero. Nos caímos muy bien y desde entonces, nos hicimos amigos. Ambos compartíamos nuestra afición por la fiesta brava.

-Señor Barbosa, ahora dígame dónde y cuándo conoció a Pancho Valentino.

-Lo conocí una tarde que trabajamos en el viejo Toreo de Cuatro Caminos, mucho antes de que hicieran la plaza de toros. Aquella vez nos contrataron a siete novilleros, entre ellos estaba Pancho Valentino. De hecho, esa tarde lo apodaron como “El Siete de Espadas”, porque fue el último en saltar al ruedo, y porque le metió siete estoques al novillo y no pudo matarlo. Yo no tengo nada que ver con este crimen. El padre Moll es mi amigo y nunca lo traicionaría de esa manera.

-¿No, Señor Barbosa? Pues “El Chundo” dice lo contrario y lo señala a usted como uno de los artífices del atraco. Dice que tú le contaste a Valentino que en el santuario los padres guardaban más de un millón de pesos. Y además le propusiste reclutar a más cómplices para llevarlo a cabo, pues le aseguraste que el botín alcanzaría para todos.

-¡No es verdad, traigan a ese desgraciado, quiero que me lo diga en mi cara! –Reclamó Barbosa.

-Traigan a “El Chundo”, solicitó el comandante Mendoza.

“TÚ NOS LLEVASTE AL ASALTO”

Por la puerta apareció Pedro Linares, custodiado por dos policías. Al verlo, Barbosa palideció, tragó saliva, pero continuó con su defensa:

-Yo no sé nada de ese crimen, ya les dije que soy torero –repuso el novillero.

Qué tiene que responder a eso, señor Linares –intervino el comandante Mendoza.

-Tú también eres culpable, recibiste la misma cantidad de dinero que yo y luego escapaste con “El México” y Valentino a Tizayuca. ¿Ya no te acuerdas? –Dijo molesto y exaltado Linares, pues sentía que era el único que estaba pagando las consecuencias del crimen, y volvió a encarar a Ricardo Barbosa:

-¡Tú nos llevaste al asalto! Cuando salimos del mesón, estabas esperándonos en tu cochecito y nos condujiste hasta el santuario…

-¡Mientes! –Exclamó Barbosa, muy molesto. -¡Sabes que digo la verdad! ¡Niégalo ahora cabrón!

“Tú le dijiste a Pancho Valentino que había mucho dinero en el templo y que sería muy fácil robarlo. Cuando escapamos del santuario, lo hicimos en tu auto y nos fuimos al hotel Terminal, donde se hizo el reparto… Después, en tu auto se fugaron Valentino, tú y “El México” hacia el estado de Hidalgo. ¿Cierto o no?

-¡Es mentira! ¡Me quieres hundir porque no tienes cómo zafarte, pero no lo vas a conseguir! –respondió el torerillo de marras, quien quiso levantarse de la silla pero fue contenido por un par de custodios. El comandante Mendoza dio la orden de que sacaran del cuarto a “El Chundo”.

-No nos hagas perder más el tiempo, dinos, ¿hacia dónde se escapó Valentino y “El México”? –cuestionó una vez más el comandante.

Ricardo Barbosa respondió: -Los dejé en Tizayuca, ahí llegamos muy temprano y nos metimos a desayunar a un restaurante a orillas de la carretera. Yo les dije que no podía acompañarlos, que todo se había salido de control y no quería más problemas. Valentino y “El México” acordaron irse hacia Matamoros y de ahí, Pancho dijo que cruzarían la frontera.

-¿Ya ves, cómo es más sencillo si colaboras, Barbosa? –Entonces el comandante sacó de su saco una cajetilla de cigarros, ofreció uno al torerillo y le dijo:

-Relájate, Barbosa, vamos a llevarnos bien.

“¡QUÉ LO MATEN!”, CLAMARON EN LA RECONSTRUCCIÓN DEL CRIMEN

Tres autos se detuvieron frente al templo de Nuestra Señora de Fátima, de uno de ellos descendieron los comandantes Rafael Rocha Cordero, Jorge Obregón Lima y Miguel Durán Mejía, quienes custodiaban a Pedro Linares, “El Chundo”. Se dieron prisa a ingresar y cerraron la reja para evitar cualquier disturbio.

El comandante Miguel Durán Mejía pidió a Linares que iniciara con la recreación de los hechos. “El Chundo” dio unos pasos hacia unos arbustos y comenzó con su relato:

-Aquí me paré yo –y se colocó junto a la casa del perro “Duque”, mascota y guardián de los sacerdotes. –Entonces le arrojé el trozo de carne envenenada que preparó Valentino. Después él vino a esconderse a mi lado, hasta que el padre vino a soltar al perro, entonces Pancho lo golpeó y luego le aplicó una llave de lucha al cuello por la espalda.

El detective Miguel Durán se prestó a representar al padre Juan Fullana para recrear el ataque, mientras el reportero de LA PRENSA, Raúl Hernández, recopilaba cada instante con su cámara fotográfica.

Linares continuó con su explicación burda y volvió a excusarse: -Yo nada más lo amarré –explicó que el religioso yacía en el piso boca abajo y que Valentino le pidió que lo atara de pies y manos, mientras lo hacía, éste y “El México” no paraban de darle puntapiés para que dejara de defenderse.

LINARES NO MUESTRA NINGÚN ARREPENTIMIENTO

“El Chundo” condujo a los detectives y a los periodistas hasta la cocina, lugar donde abandonaron el cadáver del padre Fullana. Explicó cómo Valentino forzó una puerta con una barreta, cortó el cable del teléfono y de los cajones de un escritorio sustrajo algunos billetes y monedas.

El comandante Jorge Obregón intervino y preguntó: -¿Por qué le destrozaron el rostro a la virgen de Fátima? –Es que Valentino seguía buscando en otras gavetas más dinero y entonces tropezó con un librero y fue cuando se cayó la imagen de la virgen, pero no lo hizo al propósito.

EN LA SACRISTÍA

El inculpado caminó por un angosto corredor y llegó hasta el sagrario: -Aquí Valentino tomó algunas hostias sagradas y un cáliz. Yo le dije que no lo hiciera porque son cosas de Dios, pero no me hizo caso –resaltó a su favor.

De pronto, se colaron de los gritos de la multitud: “¡Que lo maten! ¡No tiene perdón de Dios!

“El Chundo” volteó a mirar a los detectives y al padre Moll y dijo: -Les vuelvo a repetir que yo no lo maté. ¡Si yo soy católico de corazón! En un tono que buscó su aprobación.

LA MULTITUD FURIOSA PIDE LA MUERTE PARA EL ASESINO

Cuando “El Chundo” terminó de explicar a los detectives cómo y dónde sucedieron los hechos, a las afueras del santuario, la multitud enardecida esperaba su salida para hacerse justicia por mano propia.

Apenas Linares puso un pie fuera del templo, comenzó a temblar de miedo, al ver a la muchedumbre que intentaba tirar la reja para ajustar cuentas con él. Sin embargo, el comandante Jorge Obregón empujó al asesino al interior de uno de los autos, el cual salió veloz del templo, mientras decenas de fieles gritaban las peores ofensas en su contra. El detective dio la orden de conducirse de nueva cuenta a la Sexta Delegación de Policía, lugar en el que realizarían un careo entre Ricardo Barbosa y “El Chundo”, en presencia de los medios de comunicación.


COARTADA DE EL TORERILLO DE MARRAS, RICARDO BARBOSA

Al día siguiente, el ministerio público de la Sexta dependencia de Policía solicitó la presencia de Ricardo Barbosa, también conocido como “El Novillero”. Éste se presentó detrás de la rejilla y los flashes de las cámaras de los reporteros estallaron una y otra vez.

Comenzó un nuevo interrogatorio para el detenido:

-¿Cuándo vio por última vez a Pancho Valentino? –El 20 de diciembre señor. –¿De qué hablaron, en aquella ocasión? –Me fue a proponer que cometiéramos un robo, pero quiero que sepan que soy inocente. -¿En qué lugar hablaron sobre el robo? –En el café Tupinamba, en la calle de Bolívar. Pero como no tenía plan fijo, lo tiré de a loco. Me dijo que tenía otros cómplices que le entrarían, ya que en el santuario había mucho dinero y que podíamos pasar una buena Navidad.

ECHÓ A ANDAR SU COARTADA

-Desde entonces no volví a ver a Pancho Valentino. La Navidad la pasé en casa de mi hermana Cecilia Barbosa y su esposo Manuel Zetina, ubicada en la calle de Franklin, número 17, colonia Clavería. Llegué ahí cómo a las 11 de la noche.

-¿En dónde estuvo la noche del crimen? –Preguntó el MP. –No estaba en México. Desde el día primero del año me fui a Tetilpan, Guerrero, a la boda de mi hermano Alberto. Regresé hasta el día 10, cómo a las 11 de la mañana. Hasta en la noche me enteré del asesinato. Miren cómo vengo de quemado –entonces se desabotonó la camisa-, estuve en el mar. ¿Ven? Yo no pude estar ahí, la noche del crimen.

Ante la evidente coartada con la cual quiso Barbosa defenderse, el comandante Miguel Durán Mejía intervino: -¿Es cierto que le ofreció ayuda a “El Chundo” si dejaba de incriminarlo? –¡Eso no es verdad, ese señor dice muchas mentiras! ¡Quiere embarrarme cómo sea, pero está loco!

-Pues ahora mismo vamos a escuchar su versión –señaló en tono demandante el ministerio público de la Sexta Delegación. –Hagan pasar al señor Pedro Linares.

“EL CHUNDO” SE DEFENDIÓ

El juez Salvador Martínez pronto comenzó con Barbosa: -El señor Linares lo acusa de ser uno de los autores intelectuales del atraco y señaló también, que usted le propuso no incriminarlo, a cambio de ofrecerle ayuda para zafarse de este juicio. ¿Qué responde a eso? –Ya les dije que este señor es un mentiroso –contestó Barbosa con voz golpeada. –Es infantil creer que yo me metí en un crimen por 500 pesos, cuando tengo mis trajes de luces que valen miles… -Barbosa quiso impresionar, pero “El Chundo” habló a su favor: -Éste nos llevó al santuario en su auto y dijo que su tío -el padrecito- tenía mucho dinero escondido - ¿A quién llevó al templo? –preguntó el juez. –A Pancho Valentino, su pistolero Jorge Avelar, “El Trompelio” y a mí –afirmó el carterista.

El magistrado Salvador Martínez intervino de nuevo: -Entonces, sí los acompañó, señor Barbosa –El torerillo cayó en contradicción y se hundió en el fango. Con la suerte sellada para todos los detenidos, terminó el careo en la Sexta Delegación de Policía.

CARTA IRÓNICA DEL CÍNICO PANCHO VALENTINO

Miércoles 23 de enero del 57, a las puertas de los baños Tíber, ubicados en la calzada Azcapotzalco número 340, un mensajero entregó un sobre cerrado a un policía auxiliar de nombre Perfecto. Éste, se percató que tenía como destinatario al señor Luis de la Morena, quien vivía a sólo unos pasos de ahí, en la cerrada de Guerrero número18.

El oficial Perfecto se dirigió a entregar la carta al señor de la Morena, al abrirla, cual fue la sorpresa de ambos, al ver que la escribía Pancho Valentino. De inmediato, Luis llamó a su esposa, la señora María Guadalupe Vázquez, hermana del exluchador, para mostrársela. Por su parte, Perfecto corrió a dar aviso a la Policía Secreta y del Distrito Federal.

Bastaron pocos minutos para que elementos de la policía capitalina llegaran al domicilio del señor Luis de la Morena, éste les hizo entrega de la carta, la cual, en realidad, estaba dirigida al jefe de esa corporación, el comandante Miguel Molinar Simonoy.

Lo primero que Valentino mencionaba en la epístola, era el lugar donde había dejado a su hijo, cerca de la línea fronteriza, para que pudieran recogerlo, sin saber que aquellas personas ya lo habían entregado al comandante de la Secreta, Abel Villareal Sierra.

Por otro lado, dejaba bien claro que no pensaba entregarse y que haría todo lo posible para evadir a la Justicia, y amenazó, que si alguien se atrevía a hacerle daño a su madre, lo pagaría muy caro.

Lo único cierto es que Pancho Valentino estaba retando a las autoridades, y de algún modo, se burlaba de ellas también, al menos, hasta ese momento.

PEDRO VALLEJO BECERRA, EL MÉXICO, CRIMINAL NATO

La ascendencia de Pedro Vallejo Becerra es ambigua, pero su biografía es densa. Lo cierto es que desde muy pequeño ya vivía por los rumbos de la Lagunilla. El mesón, llamado El Paraíso, se pobló a principios de los años 20 y las personas que ahí vivían eran comerciantes, zapateros, boxeadores, joyeros, boleros, carteristas y estafadores de baja monta. Eran alrededor de 30 viviendas y la mayoría de sus habitantes estaban fichados por la policía.

A Pancho Valentino lo conoció por el año de 1949, ahí mismo, en el mesón, debido a que unos familiares del exluchador vivieron cerca de ese lugar, en la calle de Granada.

Pedro Vallejo Becerra fue bautizado en el Salón México, lugar al que casi todas las noches asistía a bailar. En la pista se desinhibía a los ritmos del tango, danzón, mambo, charleston y twist. Gustaba presumir a sus enamoradas que le hacía muy bien al baile y a la pachuqueada. Y por eso lo bautizaron como “El México”.

Pero el 2 de noviembre de 1937, cometió su primer homicidio, en el callejón de San Ignacio, por el barrio de las Vizcaínas. Aunque sobre su paradero, los últimos informes que tenía la policía eran inciertos, pues de Pancho Valentino sabían que andaba por la línea fronteriza entre Matamoros y Brownsville, pero a él, le perdieron la pista y no tenían certeza de cuándo ni dónde, se separaron para evadir a la Justicia.

BUSCANDO UN REFUGIO

Pancho estaba parado sobre la carretera Jacala-San Juan del Río, con un morral casi vacío colgado al hombro y colmado de pensamientos en su cabeza. Hizo la señal de aventón a un camionero, quien se detuvo: -¿Para dónde vas? –Preguntó el conductor –Voy para Querétaro –contestó Valentino -¡Ah! Justo voy para San Juan del Río. Si te queda, súbete –Está perfecto, gracias. Pancho subió a la caja del camión y se acurrucó entre costales repletos de piloncillos.

Después de cuatro horas de camino, Pancho llegó a San Juan del Río y abordó un camión que lo acercó al rancho de La Trinidad, donde vivían unos tíos, hermanos de su papá. Al llegar, lo recibió un pariente suyo de nombre Paulino Bárcenas, quien lo reconoció y le dio la bienvenida.

En ese lugar estuvo dos días, porque su pariente sospechaba cada vez más de él, y al tercero, muy temprano, abandonó La Trinidad para irse a la ranchería de Fuentezuelas.

EL RECUERDO OSCURO DE ANDREA VAN LISSUM

Valentino llegó al anochecer a Fuentezuelas, ahí lo recibió su tío Jerónimo Vázquez, quien se sorprendió por la visita. Durante la cena, su pariente sacó a la conversación el tema de la expareja de Pancho, una hermosa francesa de nombre Andrea van Lissum, a quien Pancho tasajeó en la cara con una navaja, una tarde en el restaurante Hollywood, situado en la calle de Basilio Vadillo, justo frente al edificio de LA PRENSA. Su relación se había desgastado y ella le pidió el divorcio, tal motivo provocó la ira de éste, quien le causó una herida física y emocional imborrable.

-¡Ay, caray, m’ijito! ¡Cómo pudiste tener ese problema con esa mujer! –se lamentó don Jerónimo. –Pues, precisamente por eso, tío, la policía me anda buscando –señaló Valentino –No te preocupes, Pancho, aquí puedes quedarte, sólo que te recomiendo que no puedes andar vestido así, te delataría. Tienes que vestir como un hombre de campo, para que nadie sospeche. Mañana te consigo unos huaraches y un sombrero.

DISPAROS ENTRE LOS SURCOS, SE ENTREGA “EL MATACURAS”

Al día siguiente, Pancho Valentino se dirigió al centro de Tequisquiapan, llevaba puestos unos huaraches que le lastimaban porque le quedaban chicos y un sombrero, que su tío le había conseguido. En un quiosco compró un periódico, quería enterarse a través de sus páginas cómo se encontraba su madre y lo que se hablaba de él. Se sentó en una banca de la plazuela y comenzó a hojear el diario, pero no encontró noticia alguna que lo mencionara. Se sintió fastidiado por las ampollas que le habían brotado.

De pronto, de la esquina de la plazuela vio a varios sujetos que se aproximaban hacía él. Supo que algo no marchaba bien. Se levantó de la banca, se olvidó del periódico y comenzó a caminar aprisa en dirección contraria. Su corazón se aceleró y sus pies también. Gritos medios lejanos llegaron a sus oídos: “¡párate, cabrón! ¡No escaparás! ¡Párate o no la contarás!”

Corrió a toda velocidad hasta que llegó a unos surcos de cultivo, entre ellos resonaron varios disparos, cada vez más cerca de él. Salió de entre aquellas zanjas y a campo abierto, siguió su carrera. Pero frente a él, apareció un tipo a caballo, con aspecto rudo y pistola en mano. Siempre pensó que con esos rancheros había que tener cuidado. Así que detuvo su carrera, se inclinó apoyando las manos sobre sus rodillas, las ampollas se habían reventado y la sangre corría por sus dedos. Jaló aire, levantó las manos y apenas pronunció: -¡Ya no disparen, me rindo! –Pancho Valentino, a quien apodaron “El Matacuras”, fue, por fin, capturado.

La mañana del sábado 26 de enero fue distinta, los habitantes de todo el país no hablaban de otro tema, más que de la captura de Pancho Valentino. Los voceadores no se dieron abasto con sus ejemplares, principalmente con los de LA PRENSA, la cual desde un inicio contó los pormenores del crimen en el Santuario de Fátima.

Diez minutos antes de las 16:00 horas, en un Ford reluciente, como un cisne, llegó el repudiado Pancho Valentino a la Sexta de Policía. Los fotógrafos y la multitud se volcaron sobre el auto y con mucho esfuerzo, el cordón de agentes policiacos apenas pudo contenerlos.

CUENTA AL MP SU CRISPANTE HISTORIA

En una silla de madera, frente al ministerio público, varios periodistas, entre ellos Carlos Borbolla, de LA PRENSA y los comandantes Ricardo Topete y Manuel Mendoza, se colocó a “El Matacuras”. Pronto comenzó el bombardeo de preguntas:

-¿En dónde nació usted? –Fue la primera pregunta para hacerlo sentir confianza –En Pachuca, Hidalgo –que hable más fuerte, dijo alguien desde el fondo y Valentino gritó repitiendo su respuesta. -¿Cuándo se fue a Estados Unidos? –En 1942.

El ministerio público lo interrumpió con otra pregunta:

-¿En Estados Unidos se hizo luchador? –No, aquí aprendí a luchar. Inicié en 1940, en la Policía capitalina. Varios me conocen desde entonces, ahí estaba el comandante Miguel Durán, quien practicó lucha y boxeo. Anduve luchando por Europa, recorrí España, Portugal, Francia, Alemania -¿Y… no ganó dinero en esa gira? –Bastante, señor, pero buena parte, la verdad, lo derroché y también le hice una casita a mi esposa Elodia.

REGRESÓ DE EUROPA PARA CONVERTIRSE EN ASESINO

Fue el momento en que el ministerio público condujo el interrogatorio con la intención de que el detenido relatara la historia del crimen: -¿Desde cuándo conoce al matador Ricardo Barbosa Ramírez? –Desde hace más de veinte años, licenciado, nos iniciamos juntos en la carrera de los toros.

Continuó y hundió más a Barbosa: -Ricardo no entró al santuario, pero sí planeó el atraco, al grado de que nos entregó un mapa del templo, nos dijo que los padrecitos tenían escondido cuando menos dos millones de pesos en una de las gavetas y nos llevó en su auto.

LA NOCHE DEL CRIMEN

-Cuéntenos, ¿qué pasó la noche del asalto? –Preguntó el ministerio público Jorge Hoyos Maldonado –Aquella noche estuvimos un rato en el mesón, en Tepito, afinamos los detalles del plan. “El Chundo” llevaba una varilla con el único propósito de abrir puertas; “El México” un bat de madera, por si hacía falta, conseguimos unos guantes para no dejar huellas y yo portaba una pistola .38 milímetros que no servía, porque yo la fabriqué y en el primer disparo que hice, se descompuso, pero la llevaba sólo para amagar. Después fuimos a dejar a mi hijo al hotel Terminal y de ahí al templo en el coche de Barbosa.

Estuvimos escondidos en el jardín, junto a la casa del perro, en lo que terminaba la última misa y salía la gente.

-¿Es cierto que usted descontó al padre Juan Fullana? Eso afirma “El Chundo”.

-No es cierto, alguien más lo golpeó, yo sólo lo agarré de ambas piernas y el padre comenzó a gritar.

-¿Si no fue usted, quién lo golpeó primero?

-No sé, quien fue, ni cómo, no lo recuerdo, quizás lo golpearon con el bat –dijo Valentino tirando la indirecta a “Pedro Vallejo Becerra, “El México”. –El sacerdote se cayó y ya estaba sangrando de la cabeza, pero no dejaba de gritar, entonces intenté taparlo con mi cuerpo; para ser sincero, en ese momento yo estaba muy asustado, yo no quería violencia, eso no habíamos acordado.

-¿Por qué dieron tormento al sacerdote? ¿Sabe que la autopsia reveló que fue golpeado brutalmente?

-No lo sé señor, yo no me di cuenta de eso. Yo estaba buscando el dinero, era lo que me importaba. El padre a pesar de ser pequeño era fuerte y se resistía, pero no pude ver quién lo golpeó, porque yo estaba agachado agarrándolo de los pies. Palabra, ellos querían dejarlo tirado ahí, en el jardín, pero insistí en que lo metiéramos. Así que lo cargamos y yo quería acostarlo en una de las camas, porque sabía que era lo indicado, pero ellos insistieron en dejarlo en el suelo.

-¿Cuándo huyeron del templo, el padre seguía vivo?

-Sí, porque todavía se movía mucho en el suelo. Por mis conocimientos de medicina, sabía que si lo dejábamos en una cama se restablecería, pero no me hicieron caso.

“PERDÍ EL JUICIO Y SÓLO OBEDECÍA A EL CHUNDO”

Sin embargo, con el objeto de arrancarle la verdad al pocho sobre el homicidio del padre Juan Fullana, intervino en el interrogatorio el licenciado Flavio Sosa Vargas: -Señala usted, señor Valentino que, cuando sometieron al sacerdote usted tenía mucho miedo, entonces yo le pregunto, ¿ese temor que sintió, lo empujó a usar la violencia desmedida contra el padre?

-No, claro que no, licenciado, pero de ser uno de los autores intelectuales, me convertí en un sirviente, me gritaban, me daban órdenes, me traían como maniquí –en su intento por defenderse, si darse cuenta, en su respuesta acababa de aceptar su responsabilidad en el crimen.

-¿Quién les daba las órdenes? –“El Chundo”… sí, el pequeñito ése. Yo estaba muy confundido… excitado. Él nos gritaba que buscáramos la lana y nos olvidáramos del padre. “Busquen en el librero que dijo Barbosa, donde están los billetes”. Pero en dicho librero, que estaba en el cuarto del sacerdote Moll, no había más que tres mil pesos. Por más que indagamos en las demás gavetas, no hubo más lana.

Lo dicho por Valentino, confirmó que Ricardo Barbosa fue uno de los autores intelectuales del atraco, que lo había planeado con tiento y por eso conocía varios detalles sobre la vida del padre José María Moll, así como del Santuario de Fátima. También incriminaba de manera clara a los demás detenidos y su específica participación en el crimen del presbítero.

Por ello, el juez Salvador Martínez Rojas encontró los elementos suficientes para ordenar la formal reclusión a José Valentín Vázquez Manríquez, alias Pancho Valentino, quien pronto hizo compañía a sus cómplices, en el temible Palacio Negro, de Lecumberri.

Mientras tanto, el Servicio Secreto y las autoridades de todo el país, incluso, el FBI, colaboraban en la búsqueda de Pedro Vallejo Becerra, “El México”, quien seguía prófugo y evadiendo la justicia, por su participación en uno de los crímenes más horrendos, que mantuvo en vilo a la sociedad mexicana.

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EL JUEZ DICTÓ LAS SENTENCIAS

El 30 de enero del 57, la mierda del delito acabó por ahogar a toda la banda. Después de los careos realizados en el juzgado de la Quinta Corte Penal, las pruebas ratificaron la participación de cada uno de los culpables en el horrendo crimen contra el padre Juan Fullana y el atraco al Santuario de Fátima. Pancho Valentino fue recluido en la crujía en turno, celda 38, del llamado Palacio Negro.

El juez Salvador Martínez Rojas dictó una sentencia de 30 años de cárcel para Pancho Valentino y Ricardo Barbosa. 25 de sombra a Pedro Linares, “El Chundo” y Jorge Avelar Castorena, “El Trompelio”, alcanzó la libertad bajo fianza.

Pedro Vallejo Becerra, “El México”, sólo pudo evadir a la justicia durante ochos meses. Cuando creyó que la policía se había olvidado de él, fue capturado por el Servicio Secreto, el 25 de septiembre. Recibió una sentencia de 25 años de prisión.

A tres años de su sentencia, “El Matacuras”, Pancho Valentino, fue enviado a los muros de agua, las Islas Marías, donde protagonizó otras historias, cuya madeja, desembrollaremos en otra ocasión.

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