Aunque su nombre evoca a un gran personaje en el terreno delictivo, su biografía no se conoce con precisión aún, puesto que son pocos los documentos que registran minuciosamente los pasos de este delincuente que tuvo en jaque a las autoridades durante las décadas de 1980 y 1990
En efecto, en los ochenta se conformaron en México las primeras bandas organizadas cuya labor se iría refinando hasta encontrar en el secuestro una mina de oro.
Quizá se los tenga como los fundadores del plagio, los cuales se formaron en las llamadas universidades del crimen -las prisiones-, y que al salir (o fugarse) se titularon como licenciados del crimen (con mención honorífica si se escapaban), como Alfredo Ríos Galeana y Andrés Caletri López.
La historia del secuestro quizá comienza con Andrés Caletri hacia 1980. Aunque todavía no había refinado el arte del criminal -por decirlo de algún modo-, comenzó por asaltar establecimientos como tiendas de joyas y algunas fábricas u hoteles. Y no fue sino hasta que conoció a Alfredo Ríos Galeana, un año después, que Caletri aprendió la técnica del maestro.
Pero como la vida no pide certezas, sino sólo conjeturas (nadie conoce la vida de otra persona por completo), se sabe que Caletri fue un buen sujeto antes de que el mal se apoderara de él.
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De origen zapoteco, Caletri nació el 3 de enero de 1956. Aquí es donde las variantes comienzan a surgir. Algunos ubican su nacimiento en el estado de Guerrero, en tanto que otros lo sitúan en el municipio de Nezahualcóyotl. Lo cierto es que su padre fue un comerciante de plátanos y tuvo siete hijos además de Andrés. Se sabe que cursó hasta la primaria, donde aprendió a leer y escribir. Sus vicios fueron pocos, a pesar de ser un tipo extremadamente peligroso: prefería fumar marihuana que alcoholizarse.
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Entre los años 1973-1976, trabajó en Servicios Especiales de la Armada de México, donde aprendió la técnica del bofe. No duró mucho su estadía en la corporación y, al cabo de poco tiempo, solicitó su baja voluntaria cuando sobrevino el fallecimiento de su mamá.
Como había ahorrado algo de dinero, más el que recibió tras su baja, decidió incursionar en los negocios. Por lo cual, compró máquinas de coser y abrió un pequeño taller de costura y, más tarde, un pequeño negocio de confección de ropa de mujer. Además, surtía pequeños comercios del oriente del Estado de México.
Pero en cierta ocasión, cuando realizó unos negocios con comerciantes yucatecos, éstos le pagaron con cheques sin fondos. Caletri quiso solucionar la situación y buscó a los empresarios, pero éstos ya lo habían birlado y desaparecieron tan pronto como habían aparecido, sin dejar rastro.
Por tal motivo, su taller de costura casi se fue a la quiebra. En ese momento, a Caletri se le presentó la primera oportunidad, manifiesta por una de sus costureras, quien le llevó con un sujeto que le propuso dedicarse al asalto. Realizaron algunos golpes, pero no tenían escuela, por lo cual, uno de los secuaces propuso trabajar con un auténtico profesional.
Así fue como cierto día de 1981, al llegar a una cita, Caletri se encontró con que el maestro con el cual aprenderían era nada menos que Alfredo Ríos Galeana, que recientemente se había fugado de la cárcel de Pachuca, Hidalgo.
Caletri y Ríos Galeana platicaron por unos minutos y ambos concordaron en su modo de pensar, que era delinquir. Luego, la historia nos cuenta que al día siguiente asaltaron en cuestión de minutos un banco en Ixtapaluca. Y, a partir de entonces, Caletri aprendió para luego, poco a poco, independizarse del Enemigo Público Número Uno, El Feyo.
Fuga masiva
Caletri fue capturado por primera vez en 1982. En esa ocasión lo internaron en el Reclusorio Sur, trampolín que le serviría como plataforma para sus actividades futuras en el plano delincuencial. Allí trabó amistad -si entre delincuentes esta palabra es válida- con otros presos, tales como José Bernabé Cortés, José Luis Chávez y José Luis Canchola.
Junto con éstos y otros secuaces -Modesto Vivas Urzúa La Víbora, y Benito Vivas Ocampo El Viborón, cincelaría su nombre en los anales del crimen, debido a que en sus inicios, cuando se dedicaron a asaltar establecimientos, llevaron a cabo cada golpe con detonaciones de explosivos.
Fue así como este grupo sembró el terror tanto en el entonces Distrito Federal, como en algunos municipios del Estado de México, para luego, poco a poco, expandir su dominio de maldad a otros estados de la república.
En sus inicios, logró que la fortuna le sonriera; amasó una buena cantidad de dinero y logró establecerse en ciertas zonas que le permitieron incubar su red de delincuentes. No obstante, su suerte terminó en 1982; tan sólo un año antes había comenzado a delinquir de manera contundente.
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Fue detenido por la temible Dirección Federal de Seguridad (DFS) al mando de Zorrilla, cuando se encontraba con su familia en la colonia Maravillas de Ciudad Nezahualcóyotl. En la cárcel, meditó sobre su futuro, el cual ya no estaría vinculado al de su maestro Ríos Galeana.
En el Reclusorio Sur del Distrito Federal purgó algunos años, pero logró evadirse en 1986. Aunque de esta fuga no se tienen muchos registros, quizá porque todavía el nombre de Caletri no tenía el peso que con los años y la saña de sus crímenes se iría formando, sí es claro, de acuerdo con algunos expedientes con que se cuenta, que 26 de junio de 1986 contaba con el antecedente de evasión de preso y daños en propiedad ajena cometidos por pandilla, según la partida 205/86.
Se sabe que en el año de 1987 fue ingresado en el Penal de Santa Martha Acatitla, donde estuvo hasta 1992, y no porque haya sido liberado como consecuencia de que se hubiera readaptado. Para ese momento de la historia, Caletri ya era un hombre temible, a quien respetaban tanto otros delincuentes como las propias autoridades. Se dice que, dentro de la penitenciaría de Santa Martha, contaba con cafetería, restaurante, y, por si fuera poco, se volvió usurero, oficio que lo llevó a ahorrar dinero y conocer gente.
Hacia la nueva década, la de los noventa, surgió otro escabroso personaje, Daniel Arizmendi, y con estos precursores -Arizmendi y Caletri-, hijos de la peor generación del delito, hacia 1992 el secuestro se convirtió en el negocio millonario que podrían explotar como una mina de oro.
El 16 de enero de 1992, por la mañana, detonaron tres luces de bengala, las cuales dieron la señal para que el plan de escape iniciara. Los encargados de llevar a cabo el primer movimiento fueron José Bernabé Cortés Mendoza y Eduardo Carranco, compadre de Caletri. En el interior, los reos contaban con armas, así como con el factor sorpresa, pues nadie esperaba un movimiento de tales magnitudes.
El encargado de preparar algunas sábanas, que funcionarían como sogas, fue Adrián Gutiérrez Torner (cuya historia también es de la alta escuela del crimen, pues se dice que también perteneció en algún momento a la banda liderada por el Enemigo Público Número Uno). Cuando el sonido de la última detonación se dispersó, y cuando adentro los custodios se miraron unos a otros perplejos, en el penal se desató una lluvia de plomo.
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Uno de los encargados de la vigilancia, que justamente estaba situado en el garitón número cinco, vio cómo varios convictos corrían rumbo a la caseta de vigilancia del dormitorio; luego, escuchó vidrio roto sobre sus pies y, al instante, supo que algo había atravesado por la ventana y lo había herido, pues la sangre comenzó a escurrirle por la cabeza.
Los disparos se dirigían hacia su torre, pero no provenían del interior sino de afuera de la prisión. Como pudo, sujetó su pistola y alcanzó a apreciar a tres internos avanzar rápidamente por el cinturón de seguridad. Entonces, les disparó, pero de pronto se recrudeció la tempestad de plomo contra él desde el exterior, a la cual se le sumaron las detonaciones efectuadas desde dentro, hechas por los que intentaban fugarse.
Sorprendido, pero no demasiado, se preguntó cómo pudo ser posible que las armas hubieran sido ingresadas al penal (nunca hubo una versión oficial que esclareciera el hecho); éstas habían sido guardadas desde hacía varias semanas por el Gringo Brady en el dormitorio siete de la penitenciaría.
El custodio herido, con la sangre nublándole la vista, se escondió ante la balacera, con la incertidumbre de si sobreviviría. Un zumbido fue acrecentándose que parecía ensordecerlo. Podía escuchar su corazón, podía escucharse rezar sin saber por qué, podía escuchar cómo la sangre le escurría.
De pronto, sintió como si temblara y percibió el movimiento de las escaleras metálicas de su torre. No supo en qué momento los criminales llegaron hasta donde se encontraba, pero supo que era el fin. Enfocó la vista hacia una presencia y con los ojos entornados percibió la figura de una mano con un arma apuntándole.
Y una voz detrás de la pistola le dijo: “Éste ya chingó a su pinche madre”. Después, hubo un poco de calma. Para los reos, el final del plan estaba cerca; para el custodio, su final se pintaba oscuro. Entonces, a lo lejos, como si viniera de más allá del penal, más allá de las calles, sonó la alarma.
El Brady corrió, listo para huir, pero tras perder el equilibrio cayó al piso en una zona de seguridad. Se le había quebrado el tobillo y aunque intentó aparentar que nada había ocurrido, ya no pudo continuar, por lo cual quedó a la zaga.
Otro de los reos, Gutiérrez Torner, logró llegar a la quinta atalaya, pero se percató que las sábanas que necesitarían para formar una cuerda resultaron insuficientes.
Por fortuna, se topó con El Rambo, Leonardo Montiel, y El Duby. Y como tres cabezas piensan mejor que una, decidieron formar una torre humana para poder bajar. Aunque por desgracia, cuando Gutiérrez Torner sintió la presión y el miedo se apoderó de él, pues la salida estaba a corta distancia, la libertad que esperaba se esfumó cuando decidió saltar.
Al caer, se escuchó un ¡crac!, pero como había mucha maleza y la adrenalina le corría por el cuerpo, no se dio cuenta que lo que había tronado habían sido sus rodillas.
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Algunos escapan, recapturan a otros
Tan pronto como las autoridades lograron mínimamente recobrar la calma y poner un poco de orden en el penal, afuera cinco sujetos fuertemente armados esperaban a los prófugos, pero al presentir que la policía pronto llegaría, decidieron dejar a los heridos Gutiérrez Torner y Roberto Malvaez El Brady, quienes en sus primeras declaraciones en torno a la fuga, aseguraron que había sido Alfredo Ríos Galeana el responsable de planear el golpe que les daría la libertad para que éstos pudieran dedicarse nuevamente a sus actividades delictivas.
El director general de Reclusorios y Centros de Readaptación Social del DDF, David Garay Maldonado, declaró tras los hechos que los prófugos huyeron junto con los cómplices en tres vehículos (aunque extraoficialmente señaló que posiblemente fueron más): una camioneta roja Ram, una Pick Up y una camioneta de mudanzas; asimismo, los delincuentes ocuparon un Celebrity color negro y un Shadow color café.
Uno de los sujetos que esperaba afuera del penal abordó un microbús y le ordenó al chofer que lo atravesara en la avenida para evitar que las autoridades pudieran pasar más tarde, así como escudo para proteger a sus compinches. Del mismo modo, otro de los hampones le ordenó al dueño de un camión de fletes y mudanzas que atravesara su vehículo, pues de lo contrario lo mataría.
Fue así como el resto del grupo logró su cometido. Abordaron los autos que tenían preparados para completar la fuga y sin dejar de disparar mientras se alejaban, se dirigieron a la casa de seguridad.
Los reos que escaparon, por otra parte, se escondieron durante 20 días, hasta que las aguas se calmaron un poco. Mientras tanto, fueron los hombres de El Marino los que se encargaron de llevarles comida y ropa.
Pero no permanecieron todo el tiempo en el mismo sitio, sino que se movían de un lugar a otro, ya fuera en Atizapán o en Chiconautla. Pero si habían escapado no fue para mantenerse ocultos; por tal motivo, durante todo ese tiempo prepararon sus siguientes movimientos.
El Marino organizó al grupo y para abril ya tenían listo el siguiente golpe luego de la fuga. Se trató del Banamex que se ubicaba en avenida División del Norte y Río Churubusco.
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Los preliminares estuvieron a cargo de Ricardo Arredondo El Richie y El Monterrey, quienes se agenciaron un auto en la Narvarte, en tanto que El Marino se apoderó de un vehículo de Telmex, el cual ocuparon al día siguiente para cometer su primer golpe en el Distrito Federal después de huir de prisión.
En total fueron 10 sujetos los que participaron de forma activa para evadirse del penal de Santa Martha Acatitla, casi todos criminales de la escuela Ríos Galeana y, por lo tanto, altamente peligrosos. Uno de ellos, a quien llamaban El Duby, perteneció a la banda de los Narcosatánicos. Otro, Adrián Gutiérrez Torner, conocido por el “robo del siglo”. Y tanto éste como El Brady no lograron fugarse.
La lista de los otros prófugos la encabezaba Andrés Caletri, además de Leonardo Montiel Ruiz, Héctor Cruz Nieto, Jorge Rodríguez Sáenz, Roberto Nieves Juárez López, Ricardo Arredondo Argüello, Álvaro Darío de León Valdez y Bernardo Guerra Villalobos.
Ocho meses prófugo
Luego de varios meses tras los pasos de Andrés Caletri -y no sólo tras él sino de sus secuaces con quienes se fugó de Santa Martha y con quienes reincidió en los crímenes-, las autoridades policiacas se acercaban a él para lograr su captura.
En ese momento de la historia mexicana, el que sería llamado Hermano Coraje, era considerado el segundo secuestrador más peligroso de la zona centro del país.
Durante los meses posteriores a la fuga del penal en Iztapalapa, 12 de sus colaboradores habían sido capturados o muertos por la policía.
En mayo de 1992, cerca de Félix Cuevas en la colonia Del Valle, Héctor Cruz Nieto fue sorprendido por unos agentes, quienes realizaban una inspección a un auto Ford Fairmont azul; el cual resultó ser “chocolate”, pero además descubrieron que transportaba armas de fuego y pastillas psicotrópicas.
Al enterarse de la situación, Caletri y secuaces se dirigieron a Matamoros, donde El Duby tenía a su gente, aunque luego de una semana de vagar en el ocio, prefirieron regresar. Y de camino asaltaron dos bancos en Matehuala.
Para agosto, el Grupo Antisecuestros de la Policía Judicial capitalina logró la detención de Víctor Anduaga Campos o El Jarocho, señalado como el principal lugarteniente de Andrés Caletri, lo cual llevó a las autoridades a la identificación, localización y captura de Óscar Alpizar Medina El Chalán y Ricardo Sánchez Iglesias El Negro.
El 31 de agosto de 1992, ya cerca de retornar al terruño y no muy lejos de Ciudad Sahagún, Hidalgo, una patrulla les marcó el alto a los prófugos que venían en el automóvil de El Duby, una camioneta azul con franjas.
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Al hacer una inspección y como parecían sospechosos, el oficial pidió los documentos; sin embargo, El Duby no tenía, y Caletri, que iba manejando, presentó sus apócrifos. El oficial pidió que le mostraran el contenido de las maletas donde guardaron las armas que habían adquirido recientemente, pero aquella noche la suerte nuevamente terminó para Caletri.
Súbitamente detonaron los relámpagos de las armas. Uno de los oficiales cayó herido, mientras el otro comenzó a disparar, pero al cabo de unos instantes también recibió una bala.
Por su parte, Andrés sintió cómo el hervor del plomo lo perforaba y ponía a un paso de la muerte. Prontamente, los delincuentes abordaron la camioneta de El Duby y a toda velocidad se esfumaron.
A las primeras horas del 1o. de septiembre, una de las hermanas de Caletri recibió una llamada desde un hospital. Se requería su presencia para cuidar a un convaleciente.
El Duby y El Marino habían separado sus destinos del de Caletri, quien yacía herido. A los pocos días, El Marino encontraría su fatídico final en una balacera, mientras que El Duby fue apresado nuevamente a las afueras de un restaurante en los rumbos de Los Reyes La Paz.
Mientras tanto, la hermana de Caletri había logrado encontrar un sitio seguro para que Andrés abandonara el hospital y permaneciera oculto en tanto se curaba. Pero para esos momentos, la policía ya estaba demasiado cerca de la captura del temible delincuente.
De tal suerte que un grupo de agentes se había dedicado a vigilar a los familiares de Caletri, y así fue como tras seguir por varios días a su hermana, dieron con el paradero de otro de sus hermanos; entonces, los detuvieron y juntos condujeron a las autoridades adonde se encontraba oculto el Hermano Coraje.
Cuando la policía ingresó al cuarto en que se encontraba el criminal, éste despotricó contra su hermana fundamentalmente, pues no sabía cómo había ocurrido la serie de eventos, desde la muerte de El Marino hasta la captura de El Duby. Alcanzó su arma y disparó sin atinarle a nada y mucho menos a nadie.
Se encontraba tan en mal estado que pronto las fuerzas se le acabaron y, finalmente, la ley puso su mano sobre él para devolverlo a la celda de la cual había escapado. Esta vez terminó en el Reclusorio Oriente.}
Cacería mortal
Mientras Caletri se encontraba convaleciente, El Duby y El Marino planearon más atracos, pero el destino fue cruel y los puso frente a su muerte a uno y de nuevo en prisión al otro, al primero le faltaba poco.
Una ráfaga estruendosa rompió la certeza de que ningún habitante de la zona límite entre la ciudad y el Estado de México sabía nada; y si sabían fuera mejor que guardaran silencio o de lo contrario engrosarían la fila de los muertos.
No por nada El Duby, ese sanguinario narcosatánico, era uno de los más buscados; pero junto con él estaba El Marino, tipo quien infundía un temor aberrante, disparatado, demente, insano, que lo mismo podía matar en un asalto por conseguir sesenta millones, que de la nada, porque alguien no le caía bien.
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Muere José Bernabé
Eran aproximadamente las 17:00 horas del 10 de septiembre de 1992 cuando, de acuerdo con El Diario de las Mayorías, elementos de la Policía Federal notaron la presencia de un automóvil de reciente modelo que parecía sospechoso, ya que sus ocupantes aceleraron en cuanto se percataron de su presencia.
Por tal motivo, los elementos les siguieron el paso y luego les marcaron el alto; no obstante, como respuesta no hubo sino plomo de por medio. El intercambio de calibres fue afeminando los ánimos de algunos de los delincuentes, pero no de El Marino, que salió embravecido y listo para morir.
Una lluvia de plomo cayó sobre él, casi a quemarropa y sin miramientos, pues las instrucciones eran atraparlo vivo o muerto.
Se dice que intentó arrojar una granada, pero ésta se le quedó atorada y le estalló; otras versiones señalan que fue El Duby quien quiso detonar la piña mortal.
En la esquina de Morelos y la carretera federal México-Texcoco se formó un charco de sangre, en donde quedaron los restos aún con poca vida de José Bernabé, que encontró su final en tierra de nadie, entregado a la locura de no caer en manos de la ley.
Como suele decirse en el ámbito boxístico “corta la cabeza y lo demás caerá solo”, y así ocurrió, ya que al ver abatido al sanguinario maleante, sus secuaces decidieron entregarse.
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Es increíble que los reos amagaran a 20 custodios bien entrenados y armados, luego traspasaran un túnel, cruzaran tres aduanas de malla, brincaran el primer muro con vigilancia y luego saltaran la enorme barda sin que se hubiera dado la voz de alerta.
Tras una larga y dolorosa recuperación en el Reclusorio Oriente, Andrés Caletri pensó nuevamente en la forma de evadirse una vez más de prisión. Se encontraba en una situación bastante complicada, ya que los cargos que pesaban sobre él eran numerosos y entre los que más destacaban estaba el de homicidio calificado, evasión de presos, asociación delictuosa, lo cual representaba una pesada condena, es decir, pasaría casi el resto de sus días recluido.
Tiempo antes de que se llevara a cabo el plan para la fuga, todos en el penal sabían lo que se estaba cocinando tras bastidores. Un grupo de peligrosos criminales con recursos casi ilimitados, dueños de cuantioso arsenal, con contactos dentro y fuera de la policía, todo estaba cantado para la huida; era la crónica de una fuga anunciada.
De tal suerte que luego de un par de años tras su captura en 1992, y luego de calcular todo casi como un administrador, el 30 de diciembre de 1995 se fugaron varios reos del Reclusorio Oriente.
De acuerdo con las primeras declaraciones, con ráfagas de metralleta, algunos de los reos considerados como de la más alta peligrosidad burlaron las medidas de seguridad del penal.
Lograron lo imposible para cualquier persona normal, se brincaron la barda del penal; utilizaron, como en la fuga del 92, sábanas y cortinas que les proporcionaban desde el interior, con las cuales hicieron una cadena o soga y así pudieron deslizarse por el muro. Luego, cuando lograron salir, se fugaron en dos vehículos: en el primero de ellos ya los esperaba un comando; el segundo se lo despojaron a un automovilista.
Hubo dos versiones en torno al evento. En la primera se habló de una balacera en la que resultaron heridos un par de elementos de la policía así como dos de los prófugos, además de una menor de siete años. En la segunda versión, se habla sobre la colusión tan infame por parte de las autoridades que prácticamente los reos salieron como Juan por su casa, pero tuvieron que hacer la simulación para que no hubiera sospechas.
Eran aproximadamente las 18:30 horas del 30 de diciembre de 1995 cuando algunos custodios se percataron de la presencia de varios sujetos quienes brincaban la gigantesca barda de concreto por la parte de atrás del reclusorio. Cuando se acercaron para indagar sobre los eventos, fueron recibidos a plomazos por los evadidos, así como por varios sujetos que se encontraban apostados afuera del penal en una Suburban.
Sin embargo, no todo parecía perdido para las autoridades, ya que algunos buenos elementos de la parte externa del penal lograron someter a siete reos que aún colgaban de la cadena de sábanas y cortinas que habían colocado para fugarse.
En tanto eso ocurría, algunos presos que ya habían burlado cada medida de seguridad llegaron hasta donde se encontraba la Suburban, para abordarla y desaparecer en el caos de la noche; en tanto que otros de los evadidos despojaron de su Volare a un buen hombre y en ese emprendieron la huida.
No muchos kilómetros adelante, en la calle Azucena, colonia San Lorenzo, Iztapalapa, como el Volare fallara constantemente, los delincuentes decidieron abandonarlo. Entonces se apoderaron de una camioneta de la panadería San Lorenzo y se llevaron como rehén a uno de los repartidores.
Una vez libres, se ocultaron en una casa de Aragón durante aproximadamente un mes. Y quien se encargó de proporcionar la logística para que los presos quedaran lejos de la mira de las autoridades fue una mujer conocida como La Pécoras, quien introducía la droga que distribuían en el interior de la cárcel. En la versión de la delegación Regional de Iztapalapa, se reveló que los fugados eran Armando Campos Ozuna, Octavio Ríos Ramírez, Ignacio Nava, Héctor Cruz Nieto, Armando Miranda y Andrés Caletri López.
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Lo extraño del caso
El Ministerio Público inició la investigación entre custodios y personal del reclusorio para detectar posibles vínculos entre ellos y los evadidos.
En aquel entonces y aún ahora aquel acontecimiento resultó bastante raro, pues cómo fue posible que pequeño grupo de hombres con sólo unas tres armas lograra someter a más de 20 custodios adiestrados para la vigilancia, armados de toletes y gases lacrimógenos, y que, a pesar de eso, no pudieron contener la huida. Por otra parte, el circuito cerrado de televisión tampoco funcionó en ese instante de la fuga, por lo cual los custodios no se percataron de lo que estaba ocurriendo en los pasillos de la prisión.
Lo más intrigante fue que luego de pasadas 48 horas de la fuga, aún no se tenían completas las fichas de los evadidos ni se había organizado una persecución contra los peligrosos hampones.
Asimismo, se habló (a voces secretas) sobre la complicidad entre algunos custodios para facilitar la fuga, pues para que lograran su ansiada libertad, los 13 evadidos por fuerza debieron cruzar por un túnel, cuatro mallas y dos enormes muros con vigilancia armada y cámaras de video, sin embargo, extrañamente nadie se percató de nada.
Por otra parte, el grupo de internos que se fugó se encontraba en una zona de máxima seguridad, por lo que con más razón su custodia debió ser más estrecha, pero por razones desconocidas lograron traspasar varios “retenes”, que ni muchos internos de otras áreas pueden rebasar.
Investigación en caos
Tan pronto como la maquinaria de la ley, la justicia y la policía se pusieron a trabajar, los delincuentes fueron cayendo, aunque no precisamente los que debían caer, en el caso de los prófugos del Reclusorio Oriente y, en otros casos, incluso se filtraba información errónea, demostrando hasta qué punto la ineptitud de las autoridades era inverosímil pero cierta.
Tal es el caso de Ignacio González Nava, uno de los 13 señalados por las autoridades y de quienes se distribuyeron fotografías y antecedentes, quien señaló directamente en la Redacción de LA PRENSA “No soy de los fugados del Reclusorio Preventivo Oriente, me dedico a trabajar honestamente, y la policía no está tras mis pasos”.
No obstante, sí hubo algunos informes que llevaron a seguir la pista de los criminales. De tal modo que, como los caracteres de la Víbora y el Canchola eran diferentes a los de Caletri, Cruz Nieto y el Viborón, el grupo de prófugos se dividió.
El Canchola y La Víbora fueron reaprehendidos tan sólo un mes después de haberse escapado del penal, pues gustaban de la fiesta y el escándalo. En tanto que el otro grupo se dirigió rumbo a Amecameca, donde se ocultaron durante algún tiempo.
Pero como La Víbora conocía muy bien el estado de Morelos, decidieron comenzar con el crimen allí, ya que en el Distrito Federal las cosas estaban muy calientes.
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Por tal motivo, propuso, a mediados del 96, el secuestro de un sujeto adinerado. Las cosas no resultaron al principio como lo esperaban, pero al final de cuentas lograron su objetivo y terminaron cobrando una cuantiosa cantidad sin tener que recurrir a las armas.
Después de ese primer secuestro, luego de la fuga del reclusorio, el grupo cobró fuerza en esa región; no obstante, tan pronto como se conformó el grupo, éste se disolvió, ya que propusieron el plagio de un sujeto que tenía familiares en el Ejército y en la política, a lo cual Caletri se opuso; no obstante, La Víbora y Cruz Nieto lo llevaron a cabo.
Pero pronto se arrepintieron, ya que en cuestión de poco tiempo Tlayca se llenó de policías y tuvieron que huir nuevamente dejando el botín que habían obtenido en los últimos meses. A partir de entonces, Caletri encontró el modo de hacer del secuestro un negocio y aprendió que en las prisiones se tiene la mejor fuente de trabajo para crear una red criminal, con lo cual logró sentar las bases de la delincuencia organizada.
Nos vemos en el...
Tras su fuga y recaptura en 1992, Caletri redefinió el método del maleante al evadirse otra vez de un penal en 1995; a partir de entonces fue tan temido como el propio demonio.
En la década de 1990, y con mayor precisión hacia 1997, la organización criminal de Caletri llegó al delirio en una sociedad estremecida por la violencia, la banda liderada por el Hermano Coraje era en verdad temida.
Tras darse la libertad impunemente, ese grupo criminal utilizaba brazos ejecutores a los que organizaba para que, en primera instancia, realizaran el secuestro y, posteriormente, custodiaran a las víctimas; por otra parte, el Hermano Coraje y unos pocos seguían el curso de las negociaciones y mantenían contacto tanto con los familiares como con policías corruptos que se encargaban de filtrar información para el grupo delictivo. Y, finalmente, un grupo selecto que se encargaba del cobro de los rescates millonarios.
Durante casi cinco años, Caletri participó en cuantiosos secuestros, pero, luego de tanto huir y evadir la justicia, de tener que mirar a todos lados, de no poder fiarse de nadie y no poder dormir sin sus pistolas como almohada y con un ojo abierto y otro cerrado, pensó en acabar con su vida criminal.
Todo lo que le quedaba era poco más o menos un millón de pesos y poca suerte. Decidió encaminarse rumbo a Puebla, pues presentía los pasos de la policía cerca de él. Nunca permaneció en una sola residencia, pues cambiaba de domicilio constantemente, ya que era la mejor manera de permanecer lejos del alcance de sus perseguidores. Pasó por Tlaxcala, no sabía a dónde desaparecer; cualquier lugar le parecía evidente y sentía que todos lo miraban y que al cabo de un tiempo habrían de reconocerlo.
Aunque tenía una pareja “estable” y un hijo, Caletri conoció a otra mujer con quien mantuvo una relación durante los años violentos, que quizá desconocía a qué se dedicaba (quizá en su vida hubo más de sólo una mujer); le decían La Güera.
Todavía, en un giro de la vida, le propusieron un último secuestro. Se trató de un comerciante dueño de una pollería; y resulta curioso, porque como se sabe, por sus antecedentes penales, el primer atraco que había perpetrado en su vida fue en una pollería.
Luego, sin decir más nada, dejó a La Güera y dejó a su cargo también medio millón de pesos, para luego emprender la huida hacia Oaxaca; él se fue con tan sólo unos 300 mil pesos del último trabajo. Anduvo por Puerto Escondido y después se detuvo en un pueblo llamado El Charquito. Allí, según lo dijo él mismo, tuvo una epifanía en la cual dejaba de ser secuestrador y cambiaba para siempre a ser una buena persona y, para comenzar, se convirtió en un simple pescador.
Pasó los últimos tres años de su infame libertad huyendo y sin ver a su familia. A su esposa le enviaba dinero y le pedía que le dosificara la verdad sobre él a su hijo, para que supiera quién era su padre.
Finalmente, se estableció al cabo de poco tiempo en Pinotepa Nacional. El dinero se le había acabado y también la suerte. Era cuestión de poco para que el convicto cayera en las manos de la policía y regresara al lugar al que pertenecía.
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Casi siempre llamaba desde casetas públicas de diferentes pueblos, ya fuera Rancho Viejo, La Estancia o Mancuernas. Pero para ese entonces era demasiado tarde; el pasado del criminal no podía vindicarse y la policía había intervenido el teléfono a donde se comunicaba para hablar con su esposa.
Hasta que llegó un momento en que el asedio de la policía era tan grande que reconoció no poder continuar escondiéndose indefinidamente, pues el grupo táctico Yaqui, le impedía el menor movimiento.
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Aquel 21 de febrero del año 2000 fue el último que Caletri contempló un día soleado en libertad. Era mediodía cuando abordó un viejo Renault negro, salió de su casa y condujo hasta la caseta donde llamaría a su esposa en Chalco.
Como quería hablar con su hijo, pero éste no se encontraba en ese momento, su mamá tuvo que salir a por él y el buen padre tuvo que esperar. Al fin, cuando lograron entablar el diálogo, un grupo de agentes apareció de la nada, como si estuvieran formados detrás de él. Eran las 14:50 horas cuando lo sometieron incruentamente.
De inmediato, fue trasladado bajo un fuerte dispositivo de seguridad, que incluía seis vehículos y camionetas repletas de agentes federales, hacia el Reclusorio Oriente para posteriormente fijar su residencia en lo que era el penal de alta seguridad Almoloya de Juárez.
Frente a las miradas de las autoridades, de los reporteros, de los lentes que fijarían para siempre el gesto del uno de los peores delincuentes que ha conocido la enciclopedia criminal de México, Caletri habló fuerte y claro: “Vayan a tomarle fotos a su pinche madre, cabrones… Órale... ráyense ahorita que pueden... pinches periodistas…”
Y como algunas cosas nunca cambian, a pesar de que quiso ser un simple pescador cuando se fue a Pinotepa Nacional, finalmente se despidió con lo que podría ser su epitafio como criminal: “Nos vemos en el infierno, culeros”.
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