El martes 3 de octubre de 1951, a través de las páginas de El periódico que dice lo que otros callan se reportó un horrendo crimen que recién acababa de ser descubierto en Xochimilco. Se trataba del cadáver de una joven mujer de quien, en ese momento, se supuso que había sido asesinada.
Además, no pudo determinarse su identidad, pero se presumió que formaba parte de una familia adinerada, suposiciones que derivaron de lo que se reportó que vestía al momento de fallecer: costosas prendas hechas con telas de fina calidad.
El cadáver se encontró flotando en uno de los canales de tranquilo lugar acuático, aunque a simple vista no presentaba huellas de lesiones exteriores. No obstante, faltaría el dictamen de los médicos para determinar la causa de su muerte.
La policía planteó una primera conjetura; planteó la posibilidad de que la víctima se dirigió a pasear el domingo 1 de octubre, pero mediante engaños fue llevada a un sitio despoblado, donde terminaron asesinándola y, luego, para borrar toda huella, el o los salvajes individuos la arrojaron a las aguas donde pereció ahogada.
REPORTAN EL CADÁVER
A mediodía del 2 de octubre de 1951, el señor Simón Mendoza Ríos, juez del barrio de Apatlaco, Xochimilco, se presentó a la delegación y denunció que en las aguas de uno de los canales flotaba un cadáver, sin precisar si se trataba de un femenino o un masculino, pero con la posibilidad de que se tratara del primero.
De tal suerte que el agente del Ministerio Público se trasladó a dicho lugar, donde se procedió a rescatar el cuerpo con la cooperación de vecinos de los alrededores.
Al quedar expuesto en la superficie, se pudo apreciar que era una occisa de alrededor de 20 años; llevaba un vestido rojo de seda, saco azul con adornos amarillos y sus ropas íntimas eran de fina calidad. Sobresalió que no llevaba zapatos ni medias.
El agente investigador ordenó que el cadáver fuera trasladado a la delegación a bordo de una ambulancia fúnebre de la Cruz Verde y, en ese lugar, el médico de guardia examinó el cuerpo, dictaminando que antes de morir, la infortunada jovencita había sido victimada salvajemente.
De lo anterior partió la hipótesis policiaca en el sentido de que la occisa había caído en una trampa por persona o personas que se hicieron pasar como alguien de confianza para ella.
El dictamen médico reforzó la presunción policiaca, pues sostuvieron los galenos que la mujer falleció el domingo 1 de octubre por la tarde.
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PANDILLA DE RUFIANES
Las autoridades y los mismos vecinos de Xochimilco comentaron horrorizados sobre los eventos acaecidos en días consecutivos. Había un clima de desesperación y desconfianza cuando se miraban unos a otros, como si entre ellos pudiera estar el criminal.
Todos sabían que en los últimos días de septiembre de 1951 se había denunciado una y otra vez la presencia de pandillas integradas por individuos rudimentarios, quienes se habían instalado en los alrededores de los canales y chinampas, que buscaban con frecuencia jóvenes mujeres que anduvieran solas y a las que finalmente agredían verbal o físicamente.
El agente Emilio Zapata Montes de Oca habló al respecto; dijo que, en efecto, semanalmente desde hacía poco tiempo, ocurrían entre 10 y 12 atentados contra mujeres en aquellas lindes, lo cual daba una idea de la actividad criminal de grupos pandilleros.
SE REDOBLÓ LA VIGILANCIA
Muchos consideraron que era una medida inútil, pues la muerte se había instalado en los canales de Xochimilco y, desde antes, la delincuencia urdió su red de maldad en los alrededores.
No obstante, debido a lo ocurrido, las autoridades decidieron enviar más elementos para vigilar la zona, unidos a los que ya estaban asignados; y, por otra parte, en vista de que las demandas de la sociedad parecían escalar, las mismas autoridades solicitaron al pueblo de Xochimilco su colaboración en la captura de los criminales para que de una vez por todas se pudiera erradicar esa laya de rufianes que mantenía asolado el pintoresco lugar turístico.
Quiso no haber visto más de lo que sus ojos ya habían atestiguado. Conocía la maldad del prójimo y amaba la rutina humilde rodeado de su familia. Al cabo de una vida ordenada medianamente y en virtud de su honestidad, como él suponía, ahora era juez auxiliar del barrio de Xochimilco.
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Quiso no haber visto más que buenas cosas y los domingos festivos en los canales de su comunidad, adonde iban a cada rato sus paisanos a distraerse un poco. Y lo único que terminó atestiguando con sus ojos, que no querían ver lo que vio, fue primero el cadáver de una jovencita de aproximadamente unos 20 años, a quien no pudieron identificar.
Y pensó que lo olvidaría pronto, luego de que fue a relatarle al agente del Ministerio Público lo que había encontrado.
Sudoroso y pálido -¿de qué otra forma se manifiesta el pavor ante la muerte?- pidió hablar con un agente en la Delegación Xochimilco; entonces, el licenciado Emilio Zapata Montes de Oca y su secretario Raúl López Vázquez atendieron con prontitud a Agustín Vázquez Gómez.
-Hay un cadáver de una mujer flotando sobre las aguas del canal de Apatlaco -dijo-. Lo hemos visto con nuestros propios ojos. Se trata de una mujer joven. A nosotros nos lo dijo un vecino y ya lo comprobamos.
Nadie se imaginaba por qué ni cómo alguien sería capaz de matar a dos jovencitas -aunque hasta ese momento sólo se sabía de una- cuyo futuro estaba por delante, listo para que lo descubrieran; no obstante, sólo pudieron conocer la fugacidad de la vida y la repentina muerte.
Xochimilco era ya en ese entonces un lugar famoso en todo el mundo, sin embargo, luego de lo ocurrido, en menos de 24 horas se convirtió en el foco de la noticia y el pánico se apoderó de todos los barrios hasta el último rincón, pues la sombra de la delincuencia había tendido su manto sobre ese lugar.
Así pues, personal de la delegación se trasladó al lugar indicado, donde el agente investigador dio fe de que en la orilla norte del canal se encontraba flotando el cuerpo de la fémina.
Varias canoas y tanto policías como vecinos del lugar intervinieron en la funesta labor de rescate; finalmente, al cabo de un rato, el cuerpo fue sacado y trasladado al anfiteatro de la delegación.
Para ese momento, en todo Xochimilco se sabía que una joven mujer había aparecido muerta en las aguas del Apatlaco, por lo cual una muchedumbre acudió al chisme, pero nadie fue capaz de identificar a la infausta.
Un día después, don Agustín Vázquez, que pensó que pronto habría de olvidar, porque quería no haber visto más que su vida antes de los crímenes, acudió de nuevo a la delegación y fue recibido por el agente Édgar René Pavón Lance.
A pesar de que se trataba de un segundo caso, el juez auxiliar Agustín Vázquez no denotó tanta conmoción como un día antes, por lo cual, el licenciado Pavón Lance no creyó que hubiera otro cadáver, sino que se trataba del mismo caso, pero cuando escuchó lo que dijo don Agustín, terminó por convencerse de que era otro asunto.
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-Ya me estoy acostumbrando a encontrar mujeres muertas -dijo y añadió que otra joven flotaba sobre las aguas del mismo canal.
Al inspeccionar la bolsa del traje de sastre que vestía al morir, se encontró una libreta de apuntes que a la postre sirvió para que se pudiera precisar la identidad de las víctimas.
De tal suerte que, con base en el trabajo detectivesco, se siguió la pista de todas las direcciones y números de teléfono hallados en la libreta, hasta dar con el número 8 de la calle Regina, en la zona céntrica de la capital, donde vivían las dos muchachas.
El coronel Silvestre Fernández interrogó alrededor de una hora a Teresa Espejel, quien tenía estrecha amistad con Alberta Morales y Caritina Falcón Piña, las dos jovencitas que se creía hasta ese momento que eran las víctimas mortales a quienes encontraron un día antes.
Teresa aportó importante información en torno a los hechos, aunque en un principio negó que conocía a Alberta y a Caritina, aunque al final sólo aceptó que era muy amiga suya. Pero, y en eso sí fue determinante, dejó en claro que no estuvo con ellas el día de los hechos.
Asimismo, se supo que Alberta y Caritina asistieron aquel trágico día acompañadas de una amiga y un sujeto supuestamente llamado “Mauro”, que era novio de Alberta y trabajaba en una planchaduría en el centro de la capital. Por tal motivo, de inmediato se inició la búsqueda de ese sujeto, así como de la otra muchacha, pues podría tratarse de una tercera víctima aún no encontrada.
Pero como no se sabía a ciencia cierta a qué respondía el fallecimiento de las jóvenes, y el caso era un verdadero misterio, la policía planteó tres posibles escenarios.
Primero, pudo ocurrir que se bajaron de la canoa en que viajaban y estando en la chinampa fueron atacadas por alguna banda de rufianes. Después del brutal atentado, las arrojaron a las aguas del canal de Apatlaco.
Segundo, se sospecha de los novios de ambas jovencitas, pues ninguno de los dos aparece. Especialmente la citación del planchador “Mauro” ahora es muy comprometida. Al respecto, es fácil suponer que éste se puso de acuerdo con algún hombre, quizá el novio de la amiga, y por la fuerza abusaron de ellas. Para ocultar el incalificable atentado, puesto que ambos eran conocidos de sus víctimas, las ahogaron en el canal.
Bastaron 24 horas para que los vecinos del canal de Apatlaco descubrieran los cadáveres de dos mujeres flotando; ambas fueron victimadas en plena juventud, cuando apenas empezaban a conocer tanto los placeres como los sinsabores de la vida…
Tan pronto como se conocieron las identidades de las dos jóvenes asesinadas en el canal de Apatlaco, Xochimilco, gracias a la libreta que una de las fenecidas llevaba la bolsa de su saco, el coronel Silvestre Fernández, jefe del Servicio Secreto, personalmente se puso al frente de las investigaciones.
De tal suerte que, con base en el trabajo detectivesco, se siguió la pista de todas las direcciones y números de teléfono hallados en la libreta, hasta dar con el número 8 de la calle Regina, en la zona céntrica de la capital, donde vivían las dos muchachas.
El coronel Silvestre Fernández interrogó alrededor de una hora a Teresa Espejel, quien tenía estrecha amistad con Alberta Morales y Caritina Falcón Piña, las dos jovencitas que se creía hasta ese momento que eran las víctimas mortales a quienes encontraron un día antes.
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Teresa aportó importante información en torno a los hechos, aunque en un principio negó que conocía a Alberta y Caritina, aunque finalmente aceptó que era muy amiga suya. Pero dejó en claro que no estuvo con ellas el día de los hechos.
Asimismo, se supo que Alberta y Caritina asistieron aquel trágico día acompañadas de una amiga y un sujeto supuestamente llamado “Mauro”, que era novio de Alberta y trabajaba en una planchaduría en el centro de la capital. Por tal motivo, de inmediato se inició la búsqueda de ese sujeto, así como de la otra muchacha, pues podría tratarse de una tercera víctima aún no encontrada.
Pero como no se sabía a ciencia cierta a qué respondía el fallecimiento de las jóvenes, y el caso era un verdadero misterio, la policía planteó tres posibles escenarios.
Primero, pudo ocurrir que se bajaron de la canoa en que viajaban y estando en la chinampa fueron atacadas por alguna banda de rufianes. Después del brutal atentado, las arrojaron a las aguas del canal de Apatlaco.
Segundo, se sospecha de los novios de ambas jovencitas, pues ninguno de los dos aparece. Especialmente la citación del planchador “Mauro” ahora es muy comprometida. Al respecto, es fácil suponer que éste se puso de acuerdo con algún hombre, quizá el novio de la amiga, y por la fuerza abusaron de ellas. Para ocultar el incalificable atentado, puesto que ambos eran conocidos de sus víctimas, las ahogaron en el canal.
Tercero: también es posible que las dos muchachas estuvieran jugando en la chinampa y las y al acercarse demasiado a la orilla del canal, en un momento dado perdieron el equilibrio, cayendo a las aguas y pereciendo ahogadas. Como fueron halladas sin zapatos, se cree que se los quitaron para poder jugar con libertad en esos lugares, donde hay bastante lodo.
Aunque las investigaciones avanzaban con la mayor cautela y velocidad posibles, pasaron dos días sin que se supiera nada sobre los responsables o si se había tratado de una banda de rufianes facinerosos que por ese entonces comenzaban a pulular en Xochimilco.
Finalmente, para el martes 3 de octubre de 1951, la policía había logrado detener a 10 personas relacionadas con el fallecimiento de las dos jovencitas, no obstante, a pesar de los interrogatorios aún les era imposible dilucidar el extraño caso de las dos jóvenes que aparecieron muertas en el canal de Apatlaco, Xochimilco.
De entre todos los detenidos, quien más interés representaba era el novio de Alberta quien se creía que se llamaba “Mauro”, pero su verdadero nombre era Marcial Mejía. Se siguió su rastro hasta el pueblo de San Lucas, en Lerma, donde fue detenido por el coronel Silvestre Fernández.
Visiblemente conmocionado, el planchador al ser aprehendido palideció y la boca se le resecó y al respecto comenzó a mentir, al afirmar que no conocía a las muchachas que habían perecido un par de días antes.
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Pero como el coronel Fernández lo interrogó con la determinación de aclarar el misterioso caso, a Marcial no le quedó más que confesar la verdad. De tal modo, aclaró que, en efecto, había sido novio de Alberta, pero que dos días antes de lo ocurrido en torno a la trágica muerte de las jovencitas, él había partido de la capital por haberse enterado Alberta que vivía con otra mujer; además de que como planchador no ganaba el suficiente dinero para mantenerse en la capital. De cualquier modo, el sospechoso fue llevado a la comandancia para continuar con el interrogatorio.
Entre los detenidos relacionados con el deceso de las jóvenes Alberta y Caritina, se encontraba un vecino del mismo edificio donde vivían las occisas, así como un chofer que las conocía muy bien, pero que utilizaba varios alias, por lo cual también el coronel Fernández puso énfasis en encontrarlo e interrogarlo. También hubo detenidas, principalmente vecinas del edificio de Regina, donde vivían las víctimas, pues muchas de ellas solían salir de paseo con Alberta y Caritina y se consideraban sus amigas.
Sin embargo, como los interrogatorios no aportaban los elementos suficientes para dilucidar el caso, los investigadores recurrieron a las pruebas científicas con la finalidad de obtener algún indicio que los condujera a una posible resolución.
De tal modo, escucharon las opiniones del médico legista, quien declaró que había encontrado residuos alcohólicos en los estómagos de las occisas.
Así pues, de acuerdo con el reporte de la autopsia, se reveló que las jóvenes infortunadas habían fallecido a causa de la inmersión, es decir, ahogadas. Por lo tanto, para los investigadores esto representó un avance, ya que sus esfuerzos se encaminarían a aclarar si se ahogaron como consecuencia de un accidente o hubo unas manos criminales detrás del aciago evento.
Desde luego, como suele decirse en criminología, la solución más verosímil es la correcta. Por tal motivo, para los detectives el verdadero sentido de las muertes de Alberta y Caritina respondía a la hipótesis de un doble crimen y concedían pocas probabilidades al aspecto accidental, ya que, en primer lugar, para que los cuerpos llegaran adonde fueron descubiertos tuvieron que hacerlo a través de una canoa; y, segundo, porque era posible pensar en que una de ellas cayera de manera accidental, pero era poco probable que ambas hubieran caído al mismo tiempo, si se toma en cuenta que el lugar no representaba peligrosidad.
Por lo tanto, el jefe del Servicio Secreto, Silvestre Fernández, declaró para El periódico que dice lo que otros callan que tenía la certeza de que ambas mocitas no habían muerto de manera accidental, sino que se trató de un crimen perpetrado por un troglodita salvaje.
-Hemos trabajado minuciosamente el asunto, con el fin de aclarar los hechos -dijo-. Personalmente, soy de la opinión de que manos criminales segaron la vida de las infortunadas muchachas. Y precisamente nuestra labor se orienta a dar con los responsables de este doble crimen -concluyó.
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SE ACLARA EL MISTERIO
Cuatro días después de ocurrido el misterioso crimen del canal de Apatlaco, como ya se conocía el caso, el lanchero-fotógrafo Aureliano Velasco Acosta -que había sido detenido el martes 2 de octubre de 1951 e interrogado en relación con el caso-, apabullado por el peso de su conciencia se confesó responsable de la muerte de las dos jovencitas.
Esto se supo a través de los datos que aportó su compañero de celda, quien notó que dicho sujeto durante la madrugada decidió relatarle todo lo ocurrido aquel fatídico domingo en relación con el trágico fin de Alberta y Caritina.
“El domingo pasado poco después de las 18:00 horas, diciéndole que deseaban alquilar un rato una canoa se ofreció a servirlas. Las paseó por diversos lugares y al cruzar el canal de Apatlaco, una de las muchachas se recargó imprudentemente en una de las orillas de la canoa para cortar una caña y en esos momentos se volteó la frágil embarcación, cayendo los tres al agua, dijo. Asimismo, contó que abandonó a su suerte a las jovencitas y como era buen nadador y de complexión muy fuerte, después de algún esfuerzo pudo voltear y poner a flote la canoa. Subió a ella y fue hasta entonces cuando quiso auxiliarlas, pero como no las vio por ningún lado, pensó que se habían ahogado. Sintió miedo y regresó rápidamente al embarcadero, donde ató la canoa y se fue a casa”.
Y luego de descargar la culpa con su confesión, le pidió a su compañero de celda que le diera muerte: “Ya te dije la verdad. Ahora no quiero vivir un segundo más. Quiero que me ahorques y luego avisa al alcalde y di que yo me maté después de decirte mi participación en los hechos que he relatado”.
El preso lo escuchó y trató de serenarlo. Más tarde le refirió todo al primer comandante Federico Ramírez Ramos quien después escuchó por boca del propio lanchero-fotógrafo lo relacionado con el triste deceso de las jovencitas. Finalmente, se informó al agente del Ministerio Público.
Sin embargo, cuando tuvo que ratificar su confesión, decidió negar todo para no meterse en problemas; no obstante, quedó constancia en un acta firmada por el propio Aureliano y el agente del Ministerio Público.