Aquel día llovió fuego con el estallido en San Juan Ixhuatepec; y a dónde podían escapar si era casi imposible evadir esa cruda realidad que aquella madrugada del 19 de noviembre de 1984 les pegó contundente.
Lo que tristemente ocurre en los lugares más recónditos, menos afortunados, con más carestías, fácilmente tiende a olvidarse. Y en la manía moderna sobre una tendencia a vivir al día, bien valdría la pena pensar en que se debe llamar la atención, sobre todo, de los jóvenes lectores, respecto a las historias que nunca deben olvidarse.
Han pasado ya 40 años de la tragedia ocurrida en San Juan Ixhuatepec, ese pueblo que -dicen los que aún recuerdan- no debió existir, pero que existió, como lo constata su parroquia que data de los años 1600 y que fue remodelada hacia 1925.
Sobre esta realidad, cuya tendencia es la falta de memoria, subyacen las verdaderas consecuencias del desastre, las cuales no se limitan a las muertes, ni a los heridos, ni incluso las pérdidas de propiedades, sino que también rasga a la misma sociedad y permanece para las generaciones futuras como un hecho en el que se alteró la vida de todo un país.
Fue un sobresalto inaudito que cimbró el sueño de los sanjuaniquenses, convirtiéndolo en pesadilla. Aquella madrugada del 19 de noviembre, tan sólo unos minutos después de la primera explosión, ya una multitud había huido del lugar, en coche o a pie, y muchos llevaban las marcas del fuego, quemaduras de segundo y tercer grado, otros sangrando, quizá a consecuencia de haber caído en su desesperación por escapar.
¿Pero a dónde podían escapar?, si era casi imposible evadir esa cruda realidad que aquella madrugada del 19 de noviembre de 1984 les pegó contundente, una tristeza por las muertes y por la impotencia frente a la adversidad.
Quizá fue por la amenaza de más explosiones, lo cual sí ocurrió. Y luego, para quienes sobrevivieron, hubo otra realidad, la de un infierno que en un pueblo cupo; experiencia ingrata e infeliz y desdichada en San Juan Ixhuatepec, donde el infierno abrió una sucursal.
El tiempo avanzó, así como las muertes y una tragedia más; la de los desalmados que aprovecharon el aciago momento para sacar provecho. Esos que, sin madre que los haya parido, abusaron de la incertidumbre para saquear aquellas viviendas que todavía no estaban destruidas, pero si desalojadas.
Y ante la iglesia local, en una morgue temporal que se colocó, algunos sanjuaniquenses conmocionados buscaron los cuerpos de sus familiares desaparecidos, algunos de quienes yacían en bolsas de plástico y otros totalmente carbonizados.
Si bien la tragedia dejó un saldo de entre 500 y 600 decesos y un estimado de 200 heridos; nada parecía preocupar demasiado ya que, a casi un mes de las explosiones en San Juanico, poco se hablaba sobre el tema, como si esperaran que pronto se olvidase aquel funesto día cuando la tierra se cimbró y el fuego cayó del cielo.
Y para borrar las huellas de la infamia, tan pronto como se pudo dar marcha a un nuevo proyecto, lo hicieron las autoridades para construir un parque en San Juanico. En el mismo sitio donde las humildes casas quedaron reducidas a escombros y cenizas, se cubrió con árboles y flores.
Costó menos tiempo tapar los efectos de la explosión que averiguar sus causas o saber con certeza el número de víctimas. Sólo los hierros retorcidos de la planta de Pemex (Petróleos Mexicanos) recuerdan la mayor tragedia industrial que ha vivido este país y apuntan de forma inequívoca hacia el culpable.
TRÁGICO NOVIEMBRE DE CRUELES DESPEDIDAS
La sobrepresión de un tanque cilíndrico de gas en una instalación de Pemex desencadenó una larga serie explosiones en efecto dominó.
A las 5:30 horas de una típica fría madrugada del 19 de noviembre de 1984 se registró quizá la mayor tragedia de la historia que hasta ese entonces el país hubiera conocido. Se trató de varias explosiones (o una gran explosión) de varios contenedores de gas en la terminal de almacenamiento de Gases Licuados de Petróleo (GLP) de la planta de Petróleos Mexicanos (Pemex), que provocó incendios y la destrucción casi total de las instalaciones y los alrededores.
El accidente ocurrió en un poblado lleno de asentamientos irregulares, denominado San Juan Ixhuatepec, ubicado a 20 kilómetros hacia el norte de la Ciudad de México, donde precisamente Pemex tenía ese centro de distribución de GLP.
EN EL AMBIENTE HABÍA OLOR A GAS
Aunque hay bastante literatura respecto al incidente, no existe información que explique cabalmente cómo inició la cadena de eventos desde el primer instante, toda vez que las primeras declaraciones del director general de Pemex en ese tiempo, Mario Ramón Beteta, fueron un deslinde sobre la responsabilidad; asimismo, señaló a las distribuidoras de gas de los alrededores como las posibles causantes.
La mayoría de los reportes, por otra parte, indicó que uno de los contenedores de 54 metros cúbicos fue sobrellenado, lo cual habría producido la ruptura de una tubería de 20 centímetros de diámetro que transportaba los GLP desde las refinerías remotas hasta la planta de almacenamiento.
La fuga del gas duró al menos 10 minutos y despaciosamente se fue formando una gran nube de vapor inflamable de unos 200 metros. Entonces, la primera explosión se registró y luego otras ocho más, las cuales detectó el sismógrafo de la UNAM, ubicado a 30 kilómetros del sitio.
Tras el estallido se generó un incendio monumental que afectó las viviendas más cercanas y, tras un instante más, una pequeña esfera se incendió y generó una bola de fuego de unos 300 metros de diámetro, la cual desencadenó la serie más larga de explosiones de tipo BLEVE (Boiling Liquid Expanding Vapor Explosion) conocida hasta principios del siglo XX.
VIVÍAN SOBRE UNA BOMBA DE TIEMPO
Quizá la lección llegó a destiempo e hizo falta cruzar el infierno para comprender que alado de donde vivían el reloj corría en su contra. Tic tac-tic tac… Pero no fue que San Juan Ixhuatepec hubiera nacido tras la construcción de la planta de almacenamiento de Pemex, sino que fue ésta la que llegó a instalar una sede del infierno en el traspatio de San Juanico, porque el poblado ya existía.
En San Juan Ixhuatepec comenzó a vivirse el peligro a partir de la llegada de las gaseras, incluyendo a Pemex. Y también antes como ahora había tomas clandestinas, como la que conectaba directamente el área de bombas de la planta de Pemex con las instalaciones de Unigas.
Si no era por la de Pemex hubiera sido por el consorcio formado por Unigas, Gasomático, Gas Chapultepec, Gas Metropolitano y Transportadora Valdés, que se ubicaban junto a las instalaciones de la paraestatal. Aunque tal distribución geográfica consistía en una violación a la Ley del Petróleo, la cual establecía:
“Las plantas de almacenamiento se ubicarán fuera de las zonas residenciales y lugares densamente poblados o construidos. Su ubicación requerirá aprobación previa de la Secretaría de Salubridad y Asistencia”.
Pero permanecieron los sanjuaniquenses, pese al riesgo que representaba quedarse, y no era para menos, porque parecía que no había lugar para ellos, por el abandono al que se le había sometido debido a la falta de oportunidades.
VERSIONES OFICIALES SOBRE EL CATÁSTROFE
De acuerdo con el informe oficial, el balance nominal definitivo fue de 503 personas fallecidas, 926 heridos por quemaduras y 7 mil personas atendidas en centros hospitalarios.
En relación con el número de evacuados, la cifra ascendió a 60 mil, en cuanto a los albergados se contaron hasta 21 mil. Aunque no se hizo ninguna mención sobre posibles desaparecidos, algunos autores hablan hasta de un millar, ya que el día posterior al evento, el en Panteón Caracoles de Tlalnepantla se abrió una fosa común, donde fueron depositados los cadáveres de los primeros fallecidos, pero sólo un puñado de estos pudieron ser reconocidos y reclamados por sus familiares.
En cuanto a los daños materiales, estos también fueron cuantiosos, puesto que se llegaron a contabilizar alrededor de 149 casas totalmente destruidas, 16 con daños graves y 1,358 con daños menores.
Lo más crudo fue lo ocurrido alrededor de cinco manzanas, cuyas casas estaban construidas con materiales endebles y por ende poco resistentes al fuego, por lo cual quedaron reducidas a cenizas.
Las llamas sólo pudieron ser extinguidas hasta 18 horas después de iniciada la tragedia y en su momento más álgido alcanzaron medio kilómetro de altura. Para sofocar la conflagración se emplearon hidroaviones y participaron cerca de 200 bomberos provenientes de varias partes del país, que llegaron a San Juanico en la fría mañana donde todo el panorama era de pura lumbre.
NO FUE ACCIDENTE
Los accidentes no existen, existe la negligencia, el desinterés y la corrupción. Tampoco, como afirmaban algunas personas, se debió a algún sabotaje o por responsabilidad de las compañías gaseras de los alrededores.
Aquellos que conocían las leyes, las ignoraron; allí no debió asentarse un depósito de gas ni ser la residencia de gaseras, porque desde antes San Juan Ixhuatepec ya estaba y era.
Pero llegó el progreso y con éste una estela de muerte. Dentro de los muros de la propiedad de la paraestatal, al principio quizás todo era normal y funcionaba, pero con el tiempo y el descuido, dentro de los muros comenzó a parecerse a afuera de los muros, donde todo era precario y parecía mantenerse tan sólo por el espíritu de sus pobladores, porque las autoridades no miraban hacia allá.
Las condiciones afuera de los muros del depósito de gas con el paso de los años fue permeando en la sociedad que quiso hacer de su residencia la colindancia con una bomba de tiempo; y lo que era premonitorio se convertiría en realidad, viviendas vulnerables que se habían edificado precariamente durante años en torno a la planta de Pemex en condiciones desfavorables: por un lado casas de cartón y lámina, y, por otro, familias de cinco o más miembros que hacían de esa una zona densamente poblada.
Las condiciones estaban dadas para la tragedia y que las autoridades miraran para otro lado no fue accidente.
Escribió Carlos Monsiváis respecto a los eventos ocurridos en San Juanico:
“No hicieron mayor falta los resultados de la investigación oficial. Lo fundamental lo dan a conocer durante tres días las imágenes reiteradas en los periódicos y la televisión. Al permitírsele a “la mancha urbana” (elegante sustituto de “la lepra de la pobreza”) atrapar y ceñir a las instalaciones de Pemex y de las empresas gaseras, se propició la tragedia a un plazo indeterminado. La frase de Keynes (“A largo plazo todos estaremos muertos”) se sustituye ritualmente: “A largo plazo ya no estará aquí el funcionario que aprobó el asentamiento”.
Los pobladores sanjuaniquenses acabaron sometiéndose a la indefensión y el desamparo en materia de seguridad, salud, educación, cultura, pero por más que la memoria del fuego sea la cicatriz de su pasado, ellos continúan con la frente en alto.
SE PAGARON LOS MUERTOS A PRECIO UNITARIO
Fue tal la celeridad con la que el Gobierno quería acabar con el asunto que no bien pasó un par de meses cuando ya estaba listo para entregar las indemnizaciones. Así pues, a partir del 2 de enero de 1985 dio inicio el pago para los deudos.
Las indemnizaciones por muertes de familiares, secuelas por lesiones y pérdidas de bienes comenzaron a abonarse sin que se hubiera llevado a cabo una investigación completa del accidente; sin embargo, todas las familias que sufrieron la pérdida de algún pariente fueron indemnizadas con una misma cantidad, pero no se hacía distinción si la familia estaba compuesta por un matrimonio sin hijos o con varios hijos, si el fallecido era menor de edad o adulto, si era un trabajador o un desempleado, o si dejaron huérfanos: se pagaron los muertos a precio unitario.
RECORDAR PARA NO REPETIR
Hay quien ahora no sabe lo que pasó. El sitio en donde estallaron los cilindros de gas en aquel entonces ahora es el parque “Cri Cri”, allí con una cruz y una placa se honra la memoria de los muertos.
De acuerdo con las declaraciones oficiales, el gobierno emitió un comunicado en el cual dictó que todas las gaseras debían retirar sus plantas de San Juan Ixhuatepec, con la finalidad de evitar otra tragedia.
No obstante, de acuerdo con reportes que datan de hace un par de años, las gaseras siguen ahí. Hacia 1984 quedaban 12 y todavía en 2015 quedaban seis en la zona y alrededor de 27 empresas catalogadas como “de alto riesgo”.
Y a pesar de la tragedia, la vida continuó. Los moradores de San Juanico llevarán la marca del infierno en la tierra. De tal modo, más casas se construyeron allí, pero la desproporción sigue siendo una constante angustia no mitigada para los sanjuaniquenses.
Crece la población, pero carecen de recursos como hospitales, aunado al mal estado de las rutas de escape; y, por si fuera poco, una estación de bomberos sobre la Avenida San José con deficientes unidades y equipo en malas condiciones.
Aquellos que sobrevivieron todavía viven con secuelas económicas, emocionales y físicas. Poco se sabe sobre la cantidad de fallecidos, o que las explosiones comenzaron por la mañana y duraron horas interminables.
Sin embargo, poco se ha dicho sobre la indemnización que recibieron los habitantes de San Juan Ixhuatepec, la cual fue apenas una limosna por perderlo todo: su casa, su patrimonio; y en algunos casos, a un esposo, a los hijos o un padre, nada que se pueda pagar con dinero.
Las quemaduras son algo con lo cual vivirán para siempre. Y, debido a ello, en muchas ocasiones todavía la marginalidad se verá más latente cuando, impedidos para integrarse a la sociedad, se les niegan los empleos; o al sentir que arderán nuevamente cuando escuchan la pirotecnia que los hace revivir el momento.
¿CUÁNTOS DEBEN MORIR PARA QUE LAS COSAS CAMBIEN?
El 11 de noviembre de 1996 la población sanjuaniquense realizaba como siempre su rutina. Algunos iban al trabajo, otros regresaban a descansar. No sabían lo que les deparaba la mañana.
En una de las instalaciones de Pemex, cuyo linde es el pueblo de San Juan Ixhuatepec, a las 7:15 horas, Rafael y Antonio, trabajadores de la instalación conocida como Satélite Norte, recibieron instrucciones de continuar con la instalación de sellos de ruptura en los tanques del almacenamiento.
Aproximadamente a las 10:00 horas se percataron de un goteo de gasolina en una de las compuertas, localizada en la entrada de inyección de espuma contra incendio a lado sur del tanque TV-8.
El tiempo transcurría como una bomba de tiempo. Entonces, en un desastre anunciado, a las 14:05 horas se escuchó un ruido en el lado sur; los trabajadores se percataron de la ruptura de la válvula de la compuerta y dieron la señal de alarma.
Durante treinta minutos se mantuvo una cortina de agua. Luego, el personal de las instalaciones decidió abrir la válvula y proceder a contrarrestar la presión de la salida del tanque a través de la válvula, utilizando una motobomba, pero al momento de acelerarla se originó el accidente, un incendio.
De tal suerte que la pared de uno de los tanques se desplomó y al derramarse el combustible el fuego alcanzó a matar a un bombero; pero la respuesta fue pronta, arribaron bomberos, policías, paramédicos, Cruz Roja y militares.
La zona fue acordonada y aproximadamente unos 5 mil habitantes fueron desalojados. Los sanjuaniquenses permanecen en estado de perplejidad, llenos de terror, miedo y angustia. Este accidente les hizo recordar aquella madrugada del 19 de noviembre de 1984 y se preguntaron, quizás, ¿cuántos más debemos morir para que las cosas cambien?
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