La intriga comenzó el 17 de diciembre de 1960, cuando una misteriosa mujer se las habría arreglado para llevarse a la niña Graciela Reyna López de su domicilio de Tonalá 399. Luego, tres meses más tarde apareció el cadáver de una niña en unas cuevas que se localizaban en las cercanías de Ciudad Satélite, según informó el diarista de LA PRENSA Félix Fuentes.
El cuerpo exánime, en estado de descomposición, fue conducido al Hospital Civil de Tlalnepantla. Y entonces esta historia comenzó a matizarse por la ironía. Lo verdadero parecía falso y los culpables, inocentes.
La inconsolable madre lloraba ante el cadáver de la pequeña, aunque no estaba plenamente convencida de que se tratara de su hijita. El estado de descomposición del cuerpo evitaba una plena identificación.
Marina López Serrano buscaba a su hija desde el 17 de diciembre de 1960, cuando una guapa joven se la robó; y recorrió diferentes ciudades del país en busca de su criatura.
Pero fue en marzo de 1961 cuando la pesadilla parecía haberse hecho realidad. Y fue debido a la información de LA PRENSA que Marina López se enteró del macabro hallazgo y de inmediato se dirigió a Tlalnepantla. Llegó al Hospital Civil en compañía de su cuñada, y de su hijo mayor.
En esos momentos, el doctor David Barquín Calderón terminaba la necropsia de ley. La temerosa señora encaminó sus pasos hasta el anfiteatro. Y con mucha cautela se le condujo hasta la mesa de granito donde yacía el cuerpecito, el cual fue cubierto de la cabeza al pecho.
“Sí, es ella”, apenas su musitó y comenzó a llorar.
Y tras una pausa en la que pudo sosegarse, el reportero de LA PRENSA le preguntó:
-¿Cómo la reconoció?
-Su cuerpecito es idéntico –repuso entre sollozos, al tiempo que se llevó las manos al rostro.
Hubo necesidad de detenerla, porque se temió que cayera desmayada. Había que preguntarle mayores detalles y, acto seguido, se le permitió que viera el cabello del cadáver.
Los cabellos de la criatura eran castaños claros, un tanto ondulados y le llegaban a la altura del hombro.
Marina López se fijó muy detenidamente en las mejillas y dijo que su hija era blanca, casi güera. El dato coincidió con el informe de los médicos, de que de ese color fue la piel de la ahora extinta.
La misma señora recordó que los cabellos de enfrente los recortaba a la criatura para hacerle fleco. Y esos cabellos sí estaban recortados.
Por otra parte, la frente de la niña era amplia y la seña era coincidente.
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No tenía perforaciones para aretes y le faltaban dos dientes
El médico legista hizo notar que las orejas de la criatura no tenían perforaciones para aretes y eso estremeció la infeliz mujer.
-¡Mi hijita no tenía las orejas perforadas! -dijo, y luego volvió a llorar.
Marina López dijo que la niña estaba mudando de dentadura. Y al cuerpo de la víctima le faltaban dos dientes. Pero fue imposible que Marina López identificara a la pequeña por medio de las facciones del rostro, pues tenía un avanzado estado de putrefacción.
Por lo que respecta las ropas, Marina López, que tiene su domicilio en la calle de Tonalá 399, indicó que no eran las que llevaba la niña desde que ésta fue robada del interior de su hogar.
Con la esperanza de obtener el pleno reconocimiento del cadáver, la señora Guadalupe Fuentes Martínez, cuñada de Marina, también fue conducida al anfiteatro.
Esta mujer vio el cadáver detenidamente y luego su vista quedó fija en los miembros inferiores. Por fin habló ante la expectación de los presentes:
-Sí, es la niña. Estoy segura.
Y vino la esperada pregunta:
-¿En qué se basó para reconocer el cuerpo de la criatura?
-Hace unos diez meses -comenzó diciendo-, a Graciela Reyna le salieron unos granos sobre la rodilla derecha y en el tobillo izquierdo. A raíz de eso le quedaron unas pequeñas cicatrices.
Para ese momento de la investigación tanto policiaca como periodística, existían bastantes datos para creer que sí se trataba de la pequeña Graciela. Pero no se podía afirmar con seguridad que se trataba de la misma persona, pues incluso a su propia madre le quedaba esa duda.
-Yo creo -dijo el galeno Barquín- que la pequeña dejó de existir hace tres o cuatro semanas.
¿Una banda de robachicos?
Se tenía, eso sí, la certeza de que en caso de que el cuerpo de la víctima correspondiera al de Graciela Reyna López, su rapto y asesinato estaría relacionado con una banda de robachicos, muy bien organizada, y la cual operaba en diferentes rumbos de la República.
La historia sobre la desaparición de esa Graciela y la odisea que vivió la desesperada madre en los últimos tres meses era larga de contar. Todo comenzó el 17 de diciembre del 1960. Aquel día, en la tarde, Marina López esperaba un camión para dirigirse a su domicilio. Una joven bien parecida, de cabellos rubios, se acercó a Marina y le comentó:
-Hace mucho frío, ¿verdad seño?
-Sí, hace bastante… -repuso.
-Oiga, acabo de llegar a esta ciudad, ¿no sería tan amable de permitirme que pase la noche en su hogar?
-Fíjese que no tengo espacio -replicó Marina López.
-No sea mala -insistió la desconocida-, le suplico que nada más por esta noche, a lo cual Marina accedió y la condujo a su hogar. La buena mujer hasta le dio de cenar. Y al final de cuentas, la bandida y Marina compartieron la misma cama.
Se la llevó narcotizada
Al día siguiente, Marina López despertó con un fuerte dolor de cabeza y notó que la habitación estaba impregnada de un insistente olor a éter.
Con gran sorpresa, Marina notó que no se encontraba ni su Gracielita ni la desconocida. Entonces una terrible idea cruzó por su mente y rápidamente recorrió la casa, pero no encontró a su nenita.
De inmediato preguntó a sus vecinos si habían escuchado algún ruido, pero todos los informes fueron desalentadores. No tuvo duda de lo que había pasado: la joven mujer se llevó a la niña con rumbo desconocido y para ello narcotizó a sus víctimas.
La congojada madre se movilizó al instante, recorrió varios diarios capitalinos, entre los que se contó LA PRENSA, para que se diera cuenta del inhumano robo. Las fotografías y las señas particulares de la desaparecida fueron dadas a conocer en todo el país.
Un alentador aviso
A fines de febrero, Marina tuvo la primera noticia sobre el paradero de la pequeña. Un veracruzano, Daniel Rangel, le escribió una carta donde le explicaba que Graciela estaba atada de un árbol, en la finca de un anciano, Carlos Brambila N., quien radicaba en el poblado de Terreros, Estado de Veracruz.
Brambila fue detenido por la policía, pero a lo largo de los interrogatorios, solamente dijo que a la niña se la habían llevado para el puerto de Tampico. Allá fue Marina, quien dijo: “Yo estaba dispuesta a ir hasta el fin del mundo, si fuese posible, con tal de encontrar a mi niñita”.
En Tampico le presentaron a una pequeña de nombre Cristina. Desde luego, la señora protestó porque esa no era su hija. Por lo que Brambila aceptó, a final de cuentas, que su sobrina Fidela o Jesusa Brambila le había llevado una niña que le entregó en la terminal de camiones de Tuxpan, Veracruz. Resultando que esa fecha coincidía con la desaparición de la pequeña.
Un agente del Servicio Secreto fue comisionado para investigar el caso. Se supo que detuvo a Fidela Jesusa, pero luego la dejó en libertad. Posteriormente la detuvieron, pero como no había pruebas concisas, quedó nuevamente libre.
Para el 2 de abril de aquel año, LA PRENSA informó que por fin se identificó a la niña, gracias a un principio de bocio que padecía la pequeña y que su madre pudo reconocer y con lo cual quedaba completamente identificada, según dijeron. Acto seguido, reclamó el cuerpo y pidió justicia.
A la policía le quedaban dos alternativas para dar con los responsables del crimen: insistir sobre la pista que proporcionó Marina López -la detención de Carlos Brambila- o no detenerse hasta localizar a la misteriosa rubia.
¿Quién es la rubia?
El dilema para los investigadores era la rubia mujer que se llevó a la niña. LA PRENSA entrevistó a los otros dos hijitos de Marina López, con la esperanza de que recordaran alguna seña particular de la ladrona, que bien pudiera ser la homicida.
Juan y Teresa Reyna López, al igual que la autora de sus días, sólo proporcionaron vagos datos: es de regular estatura, se pinta las cejas y las pestañas, es de complexión delgada y de tez blanca.
Cuando llegó a la casa de la familia, llevaba puesto un vestido de color rojo y portaba un bolso negro, de regular tamaño.
Sobre sus facciones se podía decir muy poco. Los pequeños afirmaron: "Era muy bonita", pero no recordaban más. El pelo representó el dato más importante.
Se complicó el misterio
LA PRENSA informó el lunes 11 de abril de 1961 que Alicia Hernández Villegas, novia de Jorge Antonio Cruz Flores -quien fue arrestado para “investigación” en relación con el caso de Graciela- había sido detenida.
Tenía casi 20 años y Marina López Serrano, madre de Graciela, la había señalado como la raptora de su hija: “¡Sí, es la joven que me robó a la niña, estoy segura!”, dijo, según la policía.
Alicia refutó las acusaciones, aunque Marina insistió en su culpabilidad sin temor a equivocarse. Y como estaba tan segura y a la vez parecía convencer a las autoridades, Alicia dijo que, de confirmarse el error, se las pagaría cuando recuperara su libertad.
Como jefe de la guardia de agentes en la Procuraduría de Justicia del Distrito, estaba Arturo Altamirano Juárez, quien encerró a Alicia en la celda número 1, supuestamente luego de asegurarse que no llevara objetos con los que pudiera atentar contra su vida.
Pero se le olvidó que un vestido puede ser enrollado y convertido en una especie de soga para quitarse la vida… lo que hizo la joven cautiva, 20 minutos después de llegar a la celda.
Los policías dijeron que no habían torturado a la chica. Y hasta mencionaron “testigos”. Fernando Romero era jefe de la Policía Judicial del Distrito, Edmundo Arriaga López fungía como comandante.
La señora Marina López comentó que había recibido “una gran prueba de la justicia divina”.
Al parecer, Marina creyó lo que dijo un velador, en el sentido de que había visto a una mujer salir con la niña Graciela, de Tonalá 399, donde existía un garaje.
Un perro llamado Capulín ladró al ver a la pareja y la desconocida tranquilizó al animal. La mujer iba también con la señora Guadalupe Lozano Arteaga.
El mismo velador, Ramón Cano García, no reconoció a la joven Alicia como la mujer que “se llevó a la niña”. Pero dijo que, a los 15 días del rapto, “alguien mató a mi perro Capulín”.
Al ser localizada Alicia no se encontraron prendas de Graciela Reyna López, pero Marina vio un bolso negro y “lo reconoció” como el que llevaba Alicia cuando se llevó a la pequeña.
Las amigas de Alicia negaron que fuese responsable de un plagio infantil, pero la policía jamás hace caso a la gente cuando se autoconvence de que “está a punto de solucionar un caso”.
Originaria de Michoacán, Alicia fue enviada al Servicio Médico Forense para que la reclamaran sus parientes. Y nuevamente parecía que el caso por fin tendría una conclusión, aunque al parecer la llamaran “divina”.
Para justificar su error, al no cuidar bien a la detenida, la policía dijo que ya había intentado suicidarse en tres ocasiones anteriores, pero que era la primera vez que estaba encarcelada, aunque fuese como “presunta responsable del plagio y asesinato de la niña Graciela”.
La policía también proporcionó información que enlodaba la memoria de “otra” víctima de la justicia, pero jamás pudo explicar el grave descuido en los separos de la Procuraduría.
María de Jesús Villegas Maldonado, la acongojada madre de Alicia, dijo que su hija falleció 24 horas antes de cumplir los 20 años.
Entre tanto, la desconcertada señora Marina seguía diciendo que “no tenía duda alguna en torno a quién se había llevado a la niña, aquella noche que le permitió a la desconocida quedarse unas horas, a descansar, en Tonalá 399”, colonia Roma.
Dizque la había reconocido por su voz, figura, movimientos y la forma del peinado...
Pero la Policía Judicial -los agentes negligentes- gestionó que se enviara un boletín a los medios de información para culpar a la señora Marina de haberlos conducido a la detención de Alicia y para justificar la detención prolongada del novio de Alicia, El Tobi -Jorge Antonio Cruz Flores-, quien no había aportado datos que permitieran aclarar todo.
Obviamente, muchos agentes pretendieron “confirmar” que Alicia era culpable de la desaparición “y muerte de la pequeña Graciela Reyna López”. Jamás pudieron hacerlo porque era absolutamente inocente, al igual que su enamorado.
Fatídica verdad
El 16 de mayo de 1961, Félix Fuentes volvió a conmover a la opinión pública al informar que había aparecido viva la niña Graciela Reyna López.
El supuesto robo de infante y asesinato del mismo había provocado uno de los dramas más estrujantes de que se tuviera memoria en los anales de la criminología en México.
Hasta los mismos agentes del Servicio Secreto que realizaron la investigación se quedaron estupefactos al comprobar que vivía la menor, entonces de 8 años de edad.
En verdad la desaparición de Graciela Reyna provocó una serie de sucesos como jamás se había visto en territorio nacional.
Por principio, el hacendado Carlos Brambila fue encarcelado en el penal del municipio de Ozuluama, Veracruz, como presunto responsable del secuestro de la niña Graciela Reyna, injusticia que no se aclaró.
Luego los investigadores que dirigía Edmundo Arriaga López detuvieron a un grupo de mujeres “sospechosas” y Alicia, la infortunada michoacana, se suicidó en los separos luego de ser señalada como “presunta responsable de todo”.
Marina López comentó que la muerte de Alicia era “parte de la justicia divina”. Pero estuvo equivocada desde el principio. Entonces, ¿quién era la niña asesinada en el Estado de México y sepultada bajo el nombre de “Graciela Reyna López”? ¿Quién o quiénes fueron los asesinos? ¿Por qué le golpearon con objeto contundente hasta destrozarle la carita?
La señora Marina López fue calificada como mitómana, pero, en su descargo, debía decirse que andaba totalmente angustiada pues había recorrido diversos lugares del país en busca de su hija y, al encontrarse una menor, con características físicas similares... además de no apreciarse bien sus facciones, la confundió con Graciela y provocó la tragedia en la Procuraduría, cuyos agentes probablemente la torturaron o asustaron hasta lo indecible.
La acongojada señora López había dicho en la Jefatura de Policía que “una mujer joven, de cabello rubio y muy guapa se había llevado a Graciela de Tonalá 399”.
Casi siempre se dicen esas mentiras para que la sociedad se conmueva y ayude a encontrar a los niños extraviados, muchos de los cuales abandonan el hogar paterno por el maltrato del que son víctimas.
Como algunos medios de información se limitan a reproducir boletines, sin investigar casi ninguno, comienzan los rumores de robachicos y demás, satanizando a quienes se consideren “sospechosos del plagio”.
Luego de investigaciones por parte del Servicio Secreto, en su evidente competencia entonces con la Policía Judicial del Distrito, se llegó hasta el domicilio de José Rojas García, quien residía en Norte 174 número 478, colonia Pensador Mexicano.
Aparecieron como responsables Raquel Hernández Fernández, como de 18 años de edad, y Jorge Silva Valencia, de 21.
Marina López y Raquel se conocieron cerca de una fábrica de medias que se ubicaba en San Juan de Letrán 100. La madre de Graciela había ingerido gran cantidad de licor en octubre de 1960 y Raquel le ayudó a cruzar la avenida. Marina la invitó a su casa y fueron en un auto de alquiler; y fue Marina quien pagó el importe del servicio, añadió el reportero Félix Fuentes.
Que Marina regaló a su hija Graciela
Raquel conoció a los tres hijos de Marina, después de cenar con esta última, quien le entregó voluntariamente a Graciela, porque trabajaba mucho y no tenía dinero para mantener a tres vástagos.
-Me propuso que me llevara a la más pequeña, yo no acepté en un principio porque tengo dos hijos pequeños y no podría cuidar a otra menor, pero a final de cuentas me llevé a Graciela.
Después de que Marina se quedó dormida, Raquel Hernández se llevó a Graciela a la colonia Pensador Mexicano.
La madre de la niña Graciela Reyna hizo gala de gran imaginación y afirmó a los agentes que “la rubia la había cloroformado”, lo que también era mentira.
Según algunos policías, “Raquel Hernández mentía al decir que Marina López estaba de acuerdo en que se llevara a la niña, porque, ¿qué caso había de que huyera de la casa cuando la madre de la pequeña estaba dormida?”
Pero que en el supuesto de que no se la hubiera robado, “era inverosímil creer que nunca se enteró por medio de los radios y la televisión de que la policía buscaba activamente a Graciela y que ella había causado una serie de trastornos”.
Pero aseguraba Raquel que nunca se dio cuenta que buscaran a la niña. La misma detenida dijo que en un principio vivió en la casa de su amigo, José Rojas, en la colonia Pensador Mexicano, pero que después cambió de domicilio, y fue al de una amiga en Linares 88.
El pleito
Esto ocurrió el domingo 7 de mayo de 1961, después de disgustarse con Jorge Silva, padre de sus hijos, y le dejó a Graciela, Andrés y Antonio.
Añadió la arrestada que necesitaba a Graciela para que cuidara a sus niños pequeños. Por su parte, Graciela dijo que Raquel siempre la tuvo encerrada bajo candado y que la golpeaba con un alambre cuando se portaba mal. Un médico certificó que la niña sí presentaba lesiones de las que tardan menos de 15 días en sanar, o sea de las clasificadas en el artículo 289 del Código Penal.
Y saltaba a la vista otro dato: ¿por qué, si nada tenía que temer, escondía a la menor?
Jorge Silva Valencia dijo que Raquel lo abandonó con todo y niños y él se vio imposibilitado a cuidarlos y, cuando su desesperación llegó al máximo, optó por deshacerse de Graciela.
El compañero de Raquel propuso a José Rojas García que se quedara con la niña. El vecino aceptó el “regalo”, pero exigió que Jorge Silva le firmara un documento donde constara el “donativo”.
El papel se signó ante dos testigos. Todo quedó arreglado. Pero vino lo imprevisto: cuando a Raquel se le pasó “el coraje”, volvió al hogar de su compañero y al preguntar por Graciela, fue enterada de que ya la tenía en su poder José Rojas García.
Furiosa, la mujer reclamó a la niña y José respondió que no sabía lo que sucedía, pues Jorge le había cedido a la pequeña y ahora le era reclamada. Como presintió que estaba en un gran lío, fue al Servicio Secreto y explicó todo a los agentes, incluso dijo no saber cuál era el nombre verdadero de Graciela.
Y Marina López fue enterada de que su hija vivía y no podía creerlo, pero finalmente se aferró a la clásica explicación de muchos: “¡es un milagro!”
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La policía dijo en su descargo que los datos coincidían entre la pequeña asesinada en Ciudad Satélite (o arrojada en unas cuevas del rumbo) y la recuperada Graciela Reyna López: piel del mismo color, estatura similar, cabello castaño, cicatrices en una pierna, lo que confundió incluso a otros familiares de Marina.
Pero en lo que no tenía disculpa la señora Marina, fue en las otras “identificaciones” que hizo, pues María de Jesús Fidela Rosales, sobrina de Carlos Brambila, encarcelado injustamente en Veracruz, dijo que Alicia dizque sólo se parecía a la rubia que se llevó a la niña en octubre de 1960.
Y el zapatero Jorge Silva Valencia reconoció que su mujer llegó al hogar con una niña ajena, pero que nunca le dijo que Graciela era “robada”.
Por su parte, las autoridades del Estado de México nunca, que se sepa, investigaron el crimen de la otra niña, a quien, incluso, sepultaron con las ropas que traía, sin someterlas a tratamiento especial para buscar indicios valiosos.
La familia de Alicia no fue indemnizada por la pérdida de la joven, pero esto no resultó raro en un país donde las víctimas del delito generalmente son desamparadas.
Inesperadamente, Marina López Serrano fue consignada (sin estar detenida) ante el juez cuarto de lo penal por difamación y falsedad en declaraciones judiciales.
Raquel Hernández fue enviada a prisión por secuestro y Jorge Silva por encubrimiento. Posiblemente, el juez libraría orden de aprehensión contra la señora Marina López, también como presunta responsable de haber señalado a una inocente que posteriormente se suicidó en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal.
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