Estaba ahí, como una reina, o mejor dicho, como una diosa. Sonreía y dominaba el escenario. El enjambre nocturno dirigía sus aplausos, miradas y vivas hacia ella. La celebración se encontraba en su punto más álgido, la música, el baile y la alegría no cesaban. Evangelina Tejera Bosada era nombrada la mujer más bella del Carnaval de Veracruz. El gobernador Agustín Acosta Lagunes procedió a colocarle la corona. Sin duda, para la hermosa mujer era uno de los momentos más felices de su vida.
De pronto se acercó la comparsa infantil, inquietos la rodearon para salir a cuadro en las fotos y presumir al día siguiente que habían sido protagonistas del acontecimiento social más importante de la ciudad. El baile de coronación de aquel viernes 11 de febrero de 1983, fue uno de los más vistosos de los que se tenga memoria en el puerto.
Sin embargo, cuando Evangelina se encontraba alejada de las fiestas y la gente, las horas de tranquilidad le traían de golpe los tristes recuerdos de su infancia. Los de su padre alcoholizado golpeando a su madre, a ella y su hermano, o los terribles encierros a los que era sometida sin salir a jugar como cualquier otro niño.
Pero había uno en particular que la atormentaba recurrentemente, el día que Jaime Tejera Suárez, su progenitor, encañonó a su familia y amenazó con matarlos a todos, su pretexto de ser los culpables de arruinarle la vida. Por ello, la célebre reina del carnaval prefería evadirse en la bebida y el festejo, sin darse cuenta de que estaba repitiendo casi las mismas conductas de su padre.
Cuando Evangelina tenía apenas nueve años, su madre decidió separarse de su padre por la mala vida que les daba y se la llevó con ella. Sin embargo, los años con su mamá tampoco fueron fáciles, aunque no padecía golpes, sí muchas carencias, lo cual le impidió terminar su educación secundaria.
Cuando la adolescente se sentía sin brújula, buscó el amparo de su papá, quien como una manera de resarcir el daño que le causó en su infancia, le ofreció su casa, y no sólo eso, sino también, consciente de la belleza que poseía su hija, le ofreció convertirla en una mujer refinada y de buen gusto. Así que se instruyó con clases de piano, tenis, buenos modales y acudía a cenas de gala de la alta sociedad, siempre en compañía de su padre. Poco a poco la atractiva jovencita comenzó a aparecer en las secciones de sociales y espectáculos de los principales diarios del estado de Veracruz, donde resaltaban sus grandes y expresivos ojos verdes.
De ese modo, y gracias a las amistades de su padre, Evangelina no sólo fue candidata a reina del carnaval, sino que logró coronarse en el año de 1983, a la edad de 18 años; para entonces, su vida había dado un vuelco y le auguraba un brillante porvenir.
Alcohol, drogas y excesos
Aunque Evangelina creció con un gran problema, que no fue preparada para lidiar con la vida una vez que se apagan los reflectores de la farándula. Entonces comenzó a consumir alcohol, drogas, a asistir a discotecas y fiestas en las que la juerga duraba varios días.
Sus relaciones afectivas también eran un desastre, ya que se involucraba con hombres abusadores y violentos que llegaron a golpearla. Pero prefería todo ese caos por encima de la calma y la quietud, sitios en los que no se hallaba ni reconocía.
Poco a poco, la hermosa rubia comenzó a apartarse del glamour y de aquellas fiestas de la alta sociedad, ya no aparecía en la sección de sociales ni de espectáculos en los diarios del puerto, pero a cambio, se enamoró y se hizo amante de reconocido médico, con quien procreó dos hijos: Jaime y Juan Miguel Tejera Bosada, sólo que el padre no quiso reconocerlos y ella los registró con sus apellidos.
Su relación no fue diferente a las anteriores, había abusos y violencia; Evangelina repetía una vez más el patrón destructivo que padeció en casa desde pequeña.
Como Evangelina no se atrevía a estar sola, fue su amante quien la abandonó, así que la rubia mujer consiguió el apoyo de su familia y se mudó con sus dos hijos al departamento 501 en el edificio de la Lotería Nacional, ubicado en la calle de Ignacio López Rayón, esquina con Independencia, cerca del centro de la ciudad de Veracruz; la misma esquina donde seis años atrás concluyó su desfile de coronación, aclamada por más de 40 mil personas.
Dispuesta a retomar sus amistades de la alta sociedad, la rubia ojiverde comenzó a dar fiestas en su departamento, auspiciadas por sus familiares, quienes la apoyaban económicamente. Estas pachangas se convertían en tremendas parrandas donde corría el alcohol, marihuana, cocaína y claro, el contacto carnal. Mientras a sus dos pequeños hijos los encerraba en su recámara.
Debido a su adicción al polvo blanco, Evangelina presentaba recurrentes episodios de agresividad, los cuales desahogaba con sendas golpizas contra sus pequeños. Cuando sus familiares se enteraron de esta calamidad, decidieron retirarle la ayuda.
Evangelina comenzó a caer al fondo del abismo, no tenía trabajo, tampoco dinero y el poco que conseguía se lo gastaba en droga, extrañaba los aplausos de la gente y el impostado glamour que llegó a tener cuando fue nombrada reina del Carnaval de Veracruz y encabezaba las páginas de sociales de los diarios del Estado. Ya no podía mantener a sus hijos y tampoco tenía ganas de hacerlo. Entonces vino la debacle.
Los entierra en macetones
De acuerdo con algunos testigos, la mañana del 18 de marzo de 1989, alrededor de las 10:30 horas, Jaime y Juan Miguel, de tres y dos años respectivamente, lloraban desconsolados y esto provocó la furia de Evangelina, quien encerró al menor en su habitación. Después, regresó y tomó a Jaime de los pies con el propósito de que quedara bocabajo. Con su pecho excitado por la ira, comenzó a azotarlo una y otra vez, con todas sus fuerzas contra el piso, mientras el pequeño gritaba, lloraba e imploraba piedad. Repitió el brutal castigo hasta que le destrozó el cráneo y el pequeño dejó de moverse.
No conforme y sin haber saciado su rabia, fue por Juan Miguel y lo asesinó en la sala del mismo modo. Restos de sangre quedaron esparcidos por el suelo y las paredes, pero la infausta madre ni siquiera trató de limpiarlos.
Pero si la forma en cómo asesinó Evangelina a sus hijos causó repugnancia, lo que hizo por ocultar los cadáveres no tiene nombre, estimado lector.
Después de haberlos matado, la rubia intentó incinerar los cuerpos metiéndolos al horno de la estufa, y una vez que fueran cenizas, deshacerse de ellas de manera más fácil y sin levantar sospechas. Pero no lo consiguió, debido a que el calor del horno no fue suficiente para carbonizar los cadáveres, así que tomó unos cuchillos y con frialdad comenzó a desmembrar brazos, piernas hasta que les cortó también la cabeza.
Acto seguido, en unos macetones que tenía en el balcón de su departamento, depositó los miembros y después los rellenó con tierra y plantas para ocultarlos. En los días siguientes, Evangelina inventó varias historias a sus familiares sobre el paradero de sus dos hijos, lo cual, levantó sospechas.
Con temor a lo peor, su hermano Juan Miguel acudió a verla y se dio cuenta de que algo no marchaba bien con los pequeños. Vio manchas de sangre en el piso y en las paredes de la sala, así que presionó a su hermana para que le dijera la verdad.
Evangelina, al igual que el protagonista del cuento de Allan Poe, “Corazón Delator”, no aguantó más y terminó por confesar su nefasto crimen: “¡Ahí están, ahí están! Mientras señalaba los macetones donde los había ocultado. “Fue ese espantoso ruido! ¡El ruido espantoso de su llanto!”. Aterrado por la confesión de su hermana, acudió a denunciarla a la policía.
Los agentes de la policía llegaron al departamento 501, en Rayón e Independencia, removieron la tierra y las plantas de los macetones, donde sacaron los cuerpos ya en estado de descomposición. Cuando comenzaron a interrogar a la hermosa rubia, en un inicio dijo que sus hijos habían fallecido por desnutrición, después guardó silencio por varios segundos, después, ya no supo qué decir y fue trasladada a la agencia del Ministerio Público.
En un principio, la defensa de Evangelina Tejera argumentó que la bella joven padecía trastornos mentales y que no había sido consciente del crimen contra sus dos pequeños hijos, pero después de varias pruebas psicológicas y toxicológicas realizadas a la acusada, se demostró lo contrario y el juez Carlos Rodríguez Moreno le dictó la formal prisión y fue recluida en el penal de Ignacio Allende, en la zona centro de la ciudad de Veracruz.
Meses después, el juez Samuel Baizabal Maldonado, sentenció a Evangelina Tejera Bosada, “La Medea de Veracruz”, como la nombraron algunos medios, a 20 años de prisión por los delitos de homicidio doloso contra sus dos pequeños hijos y por profanar sus cadáveres.
En prisión no cambió mucho su conducta, continuó consumiendo drogas, alcohol y con sus encantos se convirtió en mujer de varios criminales.
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Evangelina vuelve a ser la reina, ahora en la cárcel
En la década de los noventa se relacionó amorosamente con Oscar Sentíes Alfonsín, “El Güero Valle”, un peligroso narcotraficante y sicario integrante de Los Zetas. Tras convertirse en su amante, Evangelina volvió a ser una reina; ahora del círculo carcelario donde se desenvolvía. Pero la de Sentíes es otra historia que da para otra ocasión.
Se rumora que en mayo de 2006, “El Güero Valle” solicitó a un alto político del gobierno de Veracruz que liberará a Evangelina Tejera; como el funcionario le debía algunos favores al narcotraficante, éste aceptó.
Así fue como unos días después, el director de Prevención y Readaptación Social del Estado, firmó la preliberación de la exreina del carnaval, quien decidió no abandonar a su hombre y siguió viviendo dentro de la prisión.
Alrededor de dos meses después, su amante y protector, Oscar Sentíes Alfonsín, protagonizó una riña con otro preso, quien lo mató de forma brutal, asestándole más de veinte puñaladas. Evangelina s volvía a quedar sola, entonces decidió abandonar la cárcel, y desde entonces, no se supo sobre su paradero.
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