Natalio Burstein, un conocido publicista, político y aventurero de fama internacional a mediados del siglo pasado, que actuó con distintas personalidades y que tenía antecedentes turbios –según se comentaba en aquel entonces- que lo convirtieron en personaje casi de leyenda, se dio un tiro en la sien la noche del 4 de abril de 1950, con lo cual puso un punto final de plomo a su vida, turbulenta y desasosegada, de hombre de mundo que paseó por diversas latitudes y cuya biografía se distinguió por la intriga y el placer.
Al menos, esa fue la primera versión que circuló, respecto a su muerte; sin embargo –reflexionó el reportero de LA PRENSA-, “el tiro que atravesó el cerebro de Burstein pudo haber sido disparado por él mismo o -la interrogación queda abierta hasta el momento de escribir esta información de última hora- le fue disparado por alguno de sus aprehensores, pues el trágico fin de esta vida encrespada sólo fue presenciado por sus propios captores”.
Desde luego, los policías que intervinieron en la detención del personaje -dos de ellos agentes de la Policía de Migración metropolitana- quedaron a disposición de las autoridades federales, quienes serían las encargadas de realizar las averiguaciones.
Burstein se encontraba a las 20 horas del 4 de abril, agonizante y con el cráneo perforado, en una plancha de operaciones del Hospital de la Cruz Roja de Puebla.
Burstein era presidente ejecutivo de la revista "Impacto". Había llegado a Puebla un día antes, procedente del puerto de Veracruz. De acuerdo con la versión de los agentes que lo aprehendieron, Burstein entró al país sin documentación, por eso mismo era investigado por la Secretaría de Gobernación.
La Secretaría de Gobernación ordenó al inspector general de policía de Puebla localizar a Burstein, quien se encontraba en la barra del Hotel Ritz. Algunos agentes le habían seguido los pasos desde Veracruz hasta Puebla y, cuando creyeron que era hora, procedieron a invitarlo a que los siguiera.
Burstein no opuso resistencia y, aparentemente, se sorprendió por su detención. Natalio y los agentes subieron a un carro patrulla; el detenido siguió a los agentes que caminaban delante de él. El momento de la captura pudo ser más sencillo, dijo uno de los sabuesos y relató cómo ocurrió el suceso en un breve diálogo:
-¿Es usted Natalio Burstein? –dijo un agente.
-Servidor –contestó Natalio.
-Acompáñenos.
-Con todo gusto.
Y eso fue todo lo que se dijo ya cuando declinaba la tarde.
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Tras ser detenido, Burstein se suicida
La patrulla echó a andar hacia la Jefatura de Policía. Natalio Burstein parecía estar tranquilo y sin pronunciar una sola palabra, poco antes de llegar a la oficina, llevó rápidamente la mano al bolsillo trasero del pantalón, sacó una pequeña pistola “destroyer” calibre 32 pavonada, la colocó sobre su sien derecha y apretó el gatillo.
El cuerpo cayó al fondo del vehículo, quedando la cabeza ensangrentada reclinada sobre el asiento. Más tarde se pudo saber que el proyectil salió, tal como quedó constatado una vez que en la mesa de operaciones de la Cruz Roja los médicos señalaron que el orificio de salida de la bala quedó tres centímetros detrás de la oreja izquierda en la región occipitoparietal izquierda.
Mientras lo atendían de su mortal lesión, se procedió a levantar acta de los hechos y a constatar lo que el moribundo llevaba en sus bolsillos: un talón de boleto de Aerovías "Q" S. A.; una boleta migratoria, no se sabe todavía si espuria o legal; un sobre sellado, lacrado y cerrado; una libreta de empadronamiento del Ejército Argentino; una Escritura de Constitución de la Editorial Impacto S. de R. L., en la cual, notarialmente certificado, constaba el hecho de que Burnstein y el periodista Regino Hernández Llergo eran los únicos accionistas de la Editorial.
También se le encontró un relojpulsera marca Pierce-point; 12 recibos por publicidad de la revista “Impacto”, facturas en blanco para extender recibos publicitarios; una carta del conocido fotógrafo de prensa el Gordo Díaz, recibida unas cuantas horas antes del trágico deceso, un paquetillo de tarjetas personales de visita, con el texto “Natalio Burstein, Presidente Ejecutivo de la Revista Impacto”; algunos puros; varios recortes de periódicos; una libretilla de teléfonos y la irrisoria cantidad de un peso con veinte centavos, que hacía sospechar le robaron sus pertenencias al moribundo, o al menos, el dinero.
En tanto que Burstein agonizaba en la Cruz Roja, donde se hacía todo lo posible por salvarle la vida, sus captores quedaron detenidos en la Inspección General de Policía de Puebla.
El arma, cuerpo del suicidio y del delito, quedó en poder del agente del Ministerio Público, quien la ha embaló para enviarla a México y fuera sujeta a la prueba de la parafina, o sea, reacción de Lange, para determinar a qué distancia fue hecho el disparo que atravesó el cráneo de aquel a quien conocían como trotamundos, político y publicista.
Natalio Burstein, una extraña persona
Burstein era un personaje polifacético muy conocido en todas las esferas sociales de aquellos años, era considerado un hombre audaz y decidido; a veces era señalado como comunista y en otras ocasiones se referían a él como un “bon vivant” empedernido.
Nació en Odesa, pero pasó la mayor parte de su infancia y juventud en Argentina, donde llegó a ser oficial del ejército. No obstante, su vocación era la de viajar. Más tarde se fue a España y en su paso por Madrid tuvo grandes dificultades políticas y económicas. Siempre encontró en México refugio, seguridad y sobre todo fortuna, por lo cual casi siempre volvía a tierras aztecas y varias veces lo habían expulsado del país.
Era difícil de creer que el trágico fin de Burstein se esperaba de un momento a otro, debido a la lesión mortal de necesidad que presentaba, y como se decía en aquellos días “de las que acaban para siempre con todas las facultades físicas y mentales de ser humano”.
Quizá se trató de un desenlace trágico, en efecto, pero quizá sería recordado como el de una existencia inquieta, audaz y turbulenta, que inició en Rusia hacia 1898 y que cubrió un cuarto de siglo de aventura, romance, disipación y claroscuros dignos de una novela romántica.
Lo mataron
Burstein llegó a Veracruz en un avión de la "Q", línea aérea cubana que tenía su terminal en ese puerto. Exhibió un pasaporte que por un momento pudo pasar como auténtico, pero que supuestamente resultó falso. Sólo que cuando los agentes de Migración se dieron cuenta, Burstein había desaparecido sin que durante las pesquisas de Migración hubiera podido ser localizado.
El Che Burstein, como le llamaban los que creían en su procedencia argentina, fue encontrado en un restaurante cerca del Palacio de Gobierno de Puebla. Convencido por los agentes de Migración para dejarse llevar, aseguraron algunos testigos presenciales -meseros y comensales del restaurante Ritz- que Burstein se enfureció y echando mano a su pistola 32, aparentó querer usarla en contra de los agentes, quienes le aplicaron el clásico “madrugón”.
La policía hizo correr la versión del suicidio muy apresuradamente, puesto que las investigaciones podían llevar a conclusiones muy distintas; pues aparte del dicho de los testigos mencionados, existió la circunstancia de que el tiro apareció penetrando en la frente, con salida en el occipucio, lo cual hace pensar que no fue él mismo quien disparó la pistola y que la versión del “madrugón” policíaco podría ser correcta.
Pero la investigación seguía su curso en aquellos días posteriores al hecho, mientras Burstein continuaba agonizando; aunque de acuerdo con el criterio del médico de la Cruz Roja poblana, la herida era mortal de necesidad y sólo la vigorosa constitución física del lesionado lo hacía luchar tan largamente con la muerte.
El 6 de abril de 1960 LA PRENSA publicó que Burstein deseaba morir en nuestro país. Además, se afirmó que Burstein era un hombre violento que fácilmente llegaba a la iracundia y de escasos escrúpulos para conseguir cuanto se proponía; no obstante, era cierto que amaba a México por sobre todas las cosas. En México había hecho su vida y jamás, voluntariamente, habría abandonado el país tras haberse instalado.
Y tal aprecio y amor por nuestro país habían quedado plasmados días antes de su última expulsión de México. En aquella ocasión, Natalio asistió a un banquete en restaurante Gena, en honor de Cantinflas.
Allí, Burstein, en presencia de Mario Moreno, de Rosina Pagán y de otros artistas, aprovechó para expresar su gran amor por el país que le había dado tanto.
Si alguna vez me he de casar, lo haré con una mujer mexicana, porque creo que no las hay mejores en el mundo entero
Y luego, como si hubiera presentido su fin, exclamó: “Y si algún día tengo que salir de México, créanlo ustedes que he de regresar siquiera para morir aquí, en este país al que tanto quiero”.
Aventureros
Natalio Burstein agonizaba a consecuencia de la herida de una bala que le perforó la cabeza. Su estado de salud no tenía remedio, se vaticinaba su muerte inminente.
Pero quienes se habían acercado a su lecho de muerte trataban de hablarle, como si con su voz lo pudieran guiar de nuevo a la vida y alejarlo de la llamada de la tenebrosa muerte. Burstein, decían, tenía una personalidad y un historial verdaderamente extraordinarios y, por lo tanto, extraordinaria o milagrosa debería ser su recuperación.
A principios del año de 1940 Burstein, mejor dicho, el Che -que con este cariñoso mote era ampliamente conocido en todos los países de América-, llegó por vez primera a México.
Dentro de un gastado cartapacio de cuero traía consigo diversos proyectos publicitarios que ya había explotado en otras naciones del continente, y en la mente, muchas ideas, voluntad y decisión de radicarse en México.
A los pocos meses de su llegada se convirtió en un hombre sumamente conocido y popular; dotado de una personalidad magnética, de inmensa simpatía y de ese "algo" que se puede titular "don de gentes", el "Che" hizo rápidamente infinidad de amistades en todos los sectores de la capital de la República.
Pero con esos lazos de amistad, también se formaban multitud de odios y de enemigos. Sin embargo, en sus peores días (y se le conocieron varios) actuó siempre como un gran hombre y no dudó en abandonar temporalmente a un negocio encumbrado para compartir su capital con algún amigo.
Infatigable y excelente bailarín (fue campeón de tango de la Argentina, y de swing en Guatemala) adquirió muy pronto cartel en todos los cabarets y centros de diversión de México, en donde siempre fue muy querido por las mujeres.
Empero, sus ambiciones excesivas lo llevaron a buscar fortuna por medios fáciles y no siempre muy lícitos, cuyas consecuencias -consistentes en sus periódicas deportaciones de México- no se hicieron esperar; sin embargo, él siempre se las ingenió para retornar, y cada vez que lo hacía volvía más jovial, más entusiasta, más lleno de optimismo y de confianza, y más decidido que nunca a labrarse de nueva cuenta su fortuna. De él se podía decir que no fue una, sino varias las fortunas que hizo durante su azarosa vida de aventurero, aunque siempre las derrochó.
A últimas fechas, personas que lo encontraron en La Habana y que tuvieron oportunidad de conversar con el Che, dijeron que se mostraba quejoso y disgustado porque sus asociados en negocios radicados en México, y a quienes consideraba sus amigos, lo habían abandonado por completo y no se preocupaban por su situación.
Pero una cosa era clara, que Natalio Burstein no era hombre que se amedrentara por reveses económicos, pues su psicología lo obligaba a enfrentarse, con tremendo optimismo a las más difíciles situaciones y, en todas las ocasiones, logró salir airoso.
Por eso cuando se pensaba que vivía sus últimos momentos, para las personas que le conocieron a fondo, resultó inexplicable la versión de su suicidio.
Cuando el Che Burstein fue aprehendido, en lugar de acobardarse o atemorizarse, se hubiera entregado buen grado a los designios de su suerte del momento, sabedor de que, tarde o temprano, llegaría el instante capaz de transformar esa situación.
Una existencia turbulenta
El publicista Natalio Burstein se debatía entre la vida y la muerte en el hospital de la Cruz Roja poblana. Se dudó de que sobreviviera un día más, su fin estaba próximo, pero la duda sobre lo ocurrido permanecía latente. Los médicos que lo atendían, se asombraban de la increíble resistencia física del moribundo.
El reportero de LA PRENSA tuvo la oportunidad de permanecer unos momentos a la orilla de su lecho de agonía y tristemente observó que el herido moría, espasmódicamente, la mano derecha en movimiento, síntoma que los médicos señalaban como precursor de la presentación de la meningitis.
Sin embargo, en el cuerpo de Burstein, el pulso parecía reaparecer con mayor vitalidad. Alrededor de las 23:25 horas del 6 de abril de 1950 ingresó nuevamente a la sala de operaciones para ser intervenido quirúrgicamente.
Se decidió someterlo a la operación hasta los últimos minutos, pues se temía que cualquier intervención pudiera provocar el súbito deceso. En estos casos -explicaron los facultativos-, sólo se decidía la ciencia a operar como último y desesperado recurso para tratar de salvar una vida que se escapaba segundo a segundo.
La investigación sobre los momentos previos al fatal desenlace permanecía estancada y al parecer a la autoridad le acomodaba la versión del suicidio, pese a que había detalles curiosos que abrían una brecha de incertidumbre.
Si bien era cierto que Natalio había afirmado que si moría, prefería que fuera en México, también era bastante inverosímil que, en su retorno reciente, y con buen espíritu y negocios por venir, decidiera quitarse la vida. Natalio no tenía móvil.
Era la cuarta vez que entraba al país. Y no sólo eso, sino que además quedó plenamente comprobado que había requisitado sus documentos migratorios perfectamente. En una de las páginas de su pasaporte, quedó claramente especificado: “Natalio Burstein, admitido en el país el 3 de abril de 1950, por haber llenado todos los requisitos que marca la ley”.
Entonces, por qué las autoridades habían afirmado que había entrado de manera ilegal; por qué perseguirlo desde Veracruz hasta Puebla, por qué decidieron detenerlo justamente en ese estado, si él prefería permanecer en la Ciudad de México, donde perfectamente pudo haber sido detenido días más tarde. Cuál era la premura para aprehenderlo.
Pero lo que en la legalidad parecía liberar a Burstein de toda culpa –cualquiera que pudiera ser-, por otra parte, había testimonios sobre cuestiones meramente psicológicas, tales como el carácter de Burstein, que –decían- era un hombre sanguíneo y corpulento, de vivaz cerebración y ademanes dominantes.
Muchas veces se le oyó expresarse con vehemencia, aunque nunca llevó a cabo sus habituales amenazas. Aunque hubo quien afirmó que, en un momento de euforia, en la barra del Ritz, exclamó en voz alta, como para ser oído, que “venía a matar a Regino Hernández Llergo”.
Por otra parte, entre los documentos que llevaba en la bolsa de pecho interior de su saco, se encontró un radiograma que el periodista Hernández Llergo le dirigió a Managua, Nicaragua, y que no encontrando ahí al destinatario le fue reexpedido a San José de Costa Rica.
El mensaje estaba fechado en la capital mexicana el 14 de febrero de aquel año, es decir, apenas cincuenta días antes. Textualmente rezaba:
“Editorial Impacto. Celina sale hoy a Honduras y Nicaragua. Queda libre lo demás. Mándole dinero, saludos”.
Como se apreciaba, el tono del radiograma y su contenido eran cordiales, de tal modo que destruían toda posibilidad de creer en una grave tensión entre ambos socios. Los amagos de Burstein debían haber sido una de tantas fanfarronadas con que acostumbraba asustar a clientes, anunciantes temerosos, políticos con “colas que podía pisar”, maridos con enredos extraconyugales, etcétera.
Legiones de enemigos
La manera peculiar en que el Che Burstein conducía sus negocios, le generó enemigos por tumultos. ¿Quién, de entre todos ellos, pudo haber decidido y planeado el que -de ser cierto- podría resultar un caso real de “crimen perfecto”? Esa incógnita, y otras muchas, tendrían que ser resueltas por los investigadores.
¿Se encontraba el derrochador Natalio en quiebra, como se afirmaba, hasta el extremo de haber padecido hambre en Cuba? ¿Todo su capital consistía en el peso y unos centavos, que le fueron encontrados en los bolsillos? O bien, ¿desapareció de su traje alguna suma de dinero más considerable, que podría haber tenido consigo?
Un dato sí fue positivo y cierto: Natalio Burstein, hombre de misterio y de intriga en vida, acababa su existencia exactamente como le gustó vivirla: en la intriga: en el misterio, en la penumbra y en el sensacionalismo.
En la investigación de la hipótesis de que Burstein no se hubiera suicidado, sino que hubiera sido asesinado por sus captores, no se adelantó un ápice. Los agentes sostuvieron su versión inicial, en el sentido de que uno de ellos se retiró un momento y los dos que quedaban en la parte delantera del Jeep, daban la espalda al prisionero. Que iban a echar a andar el auto, cuando Burstein se pegó el tiro, estando el vehículo todavía a unos cuantos metros de la puerta del Hotel Ritz.
Entrevistado por el redactor de LA PRENSA, el doctor Ricardo Trejo dijo que hasta que no pasaran 72 horas, no podría decir nada oficialmente. Requerido sobre si Burstein, en caso de sobrevivir, quedaría tullido en alguna forma, el doctor agregó que la trayectoria de la bala no tocó necesariamente los órganos de la visión, aunque lesiones de ésta índole perturban para siempre la razón del sujeto que las recibe.
Todo inducía a pensar que en el remotísimo caso de que Burstein sobreviviera a sus lesiones, sus facultades mentales quedarían necesariamente afectadas.
Burstein fue visto por el corresponsal del diario de las mayorías en el cuarto número 6, cama número 3, del Hospital de la Cruz Roja. Era un cuarto con cuatro camas que ocupaban un agente de la policía, herido de un tiro en el vientre; un empleado de la Compañía de Teléfonos que cayó de una escalera y un velador que fue lesionado en un asalto.
Burstein sucumbió en su lucha con la muerte
LA PRENSA informó el 7 de abril de 1950 que, a última hora, el señor Natalio Burstein falleció en el Hospital de la Cruz Roja poblana a las 2:10 horas, después de una increíble agonía.
El Che, inquieto trotamundos y publicista rusoargentino, se había debatido interminablemente entre la vida y la muerte, con el cráneo perforado, en la cama de un Hospital de la Cruz Roja. Este hecho conmocionó a los círculos periodísticos, publicitarios y sociales en que Burstein, como Presidente Ejecutivo de la Editorial Impacto, era muy conocido.
La noche del 6 de abril, madrugada del 7, el inquieto personaje que fue Burstein estaba ya a punto de espirar. Le fue hecha una sola transfusión de sangre continua; es decir, que el plasma sanguíneo se encontraba suspendido sobre su lecho de agonizante y el vital líquido penetraba gota a gota en su organismo por un tubo estéril y una aguja hipodérmica fija en su antebrazo con cinta engomada.
LA PRENSA siguió minuto a minuto este drama de truculencia, leyenda y aventura. Estaba en contacto con gente cercana al Che Burstein. Se logró entrevistar, antes de que falleciera el malherido, telefónicamente al doctor Ricardo Trigo.
El distinguido profesionista, que no se ha separado un solo momento de su puesto dirigiendo la labor de médicos, practicantes y enfermeras que tratan de arrancar a la muerte su presa, tuvo la deferencia de contestar a todas nuestras preguntas, en una forma comedida. Dijo lo siguiente:
“El herido está en el mismo estado de gravedad, dijo pausadamente al extremo de la línea telefónica. En estos momentos (las 22:30 horas), el señor Natalio Burstein no recobra el conocimiento. No se le ha practicado operación alguna, Será mañana, es decir, hoy viernes, cuando se le intervendrá quirúrgicamente, en un último recurso de la ciencia para salvar al paciente. Le practicaremos la esquirlectomía”.
La reacción de Lunge
Ya para ese entonces, había sido practicada la reacción de Lunge en la mano derecha moribundo. Los resultados de consistieron en obtener huellas de pólvora con un molde de parafina dúctil, de la mano de Burstein, los cuales no fueron sido revelados oficialmente, por ser a las autoridades judiciales y a los médicos legistas a quienes se tenía que dar a conocer. Se trató de acumular toda clase de pruebas para establecer si fue Burstein quien hizo disparo mortal o fue alguno de los custodios quien lo asesonó.
Sin embargo, proveniente de círculos oficiales, aunque sin la responsabilidad de una declaración expresa, circuló la versión de que dicha prueba (de Lunge) era intensamente positiva, lo que probaba que Burstein había empuñado la pistola y luego la disparó. Consecuentemente, los peritos balísticos emitirían dictamen, afirmando que hubo suicidio en el caso del publicista Natalio Burstein. Lo cual resultaba convenientemente lo mejor para ciertas personas.
Una hora después de que falleció Natalio Burstein Geragovich, fue recogido su cadáver de la sala número 1 del sanatorio de la Cruz Roja, por el delegado del Ministerio Público en turno, quien ordenó su traslado a la sección médica de dicha oficina.
Poco después, en la delegación, se presentó el señor J. Martínez Horta, publicista de la revista "Impacto", que trabajaba a las órdenes del finado señor Burstein, tratando de recoger el cadáver para llevarlo a la Ciudad de México.
Sin embargo, fue necesario que se le practicara la necropsia de ley en el anfiteatro del Panteón Municipal. Se descubrió durante el trámite mencionado que la bala que atravesó de lado a lado la cabeza de Burstein partió en dos la masa encefálica y que sólo la enorme vitalidad del rusoargentino fue lo que le permitió continuar con vida, aunque en constante agonía, durante 58 horas, 25 minutos.
También pudo observarse que la herida siguió una trayectoria de abajo hacia arriba y que la además fue oblicua.
Poco después, el cadáver de Burstein fue entregado al señor Martínez Horta y al señor Villarreal, este de la revista "Mañana", quienes mediante el servicio de la Agencia Alcázar se encargaron de llevarlo a la capital de la república.
Como rara coincidencia, Natalio Burstein iba a cumplir al día siguiente de su muerte, exactamente nueve años de haber llegado por primera vez al país, ya que entró por Veracruz, también procedente de La Habana, el 8 de abril de 1941 presentando referencias para poder hacerlo, de quien fue su último socio en actividades publicitarias, el periodista Regino Hernández Llergo.
Predomina la impresión de que asesinaron a Burstein
Al parecer, el caso quedó aclarado cuando los médicos que realizaron la autopsia dieron el dictamen a favor de la versión del suicidio, lo cual libró de toda culpa a los agentes que lo capturaron.
Pero era lo único que quedaba claro, porque ya nada se abordó sobre su entrada legal al país y, de tal forma, por qué se le había perseguido, aprehendido y, en manos de las autoridades, terminado muerto.
Otra situación que dejaba en mala imagen a las policías, era la falta de un protocolo de revisión, ya que subieron a la patrulla a un hombre armado que terminó por matarse, pero que pudo haber atentado contra los agentes. En ese sentido, por qué, en lugar de disparase a sí mismo, Burstein no intentó acabar con los policías, si tanto confiaba en su suerte o si él mismo hacía su suerte. Bien pudo haber salido del país como tantas otras veces lo había hecho.
Por todo eso predominó la impresión de que Natalio Burstein sí había sido asesinado. En varios sectores de opinión se dio por descontado que algún “innombrable” estaba interesado -por motivos que se ignoran- en que el lamentable publicista rusoargentino no llegara a la capital de la República.
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“Burstein no es de los hombres que se suicidan ni en el peor de los casos. Momentos antes había pagado su consumo en la barra del Hotel Ritz -nos fue mostrado el sitio exacto-, y fue con un billete de $20.00 que lo hizo. Así lo ha declarado terminantemente el cantinero que le atendió”, escribió el reportero de LA PRENSA, enviado especial que siguió de cerca el caso.
A menos de veinte pasos del Ritz, ya lo esperaba el Jeep de la muerte. Burstein, antes de salir hacia el sacrificio, había tomado asiento en una de las mesillas pegadas a los cristales que daban a la calle, casi en la esquina del portal, frente al Palacio de Gobierno.
Ahí estaba tranquilamente, leyendo los periódicos del día que había adquirido, como siempre que iba a Puebla, con el estanquillero de frente al Ritz.
De la propia esquina, a unos cuantos metros se podía observar, sin ser observado a la vez, a quien o quienes ocuparan la susodicha mesilla.
Un bolerito que servía a la parroquia, interrogado por el diario de las mayorías, afirmó que había servido a "un señor alto”, "fuertote", que le dio un "tostón" de propina. A Burstein le fueron "encontrados" en el bolsillo un peso y centavos.
¿Es posible que un "bon vivant" como Burstein hubiera llegado de La Habana, en avión, se hubiera sentado en un restaurante bar de lujo, y hubiera comprado todos los periódicos del día -capitalinos y locales- por valor de dos pesos, aproximadamente, y en viaje a la capital de la República, procedente del extranjero, no llevara encima ni lo suficiente para pagar un camión de línea? ¡Imposible! ¡Impensable!
Todas estas interrogaciones quedaron abiertas y en la pluma del redactor de LA PRENSA, quien planteaba la cuestión a las autoridades judiciales y a los medios periodísticos en los que Burstein era sobradamente conocido y en los que privaba la presión de que éste amaba demasiado la vida para arrancársela motu proprio.
"Que Burstein fue asesinado es innegable, nos dijo una voz. Él, en lo personal, no era nada recomendable. Era audaz, errante, y no tenía noción de escrúpulos morales. Lo condenable de este caso es el procedimiento, que a un hombre que se coloca fuera de la ley se le aprehende, se juzga y se le castiga, pero no se mata”.
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