La Fiera del Ajusco mató a sus cuatro hijos porque lloraban de hambre

La vida de Elvira Luz Cruz no fue precisamente un cuento de hadas, sino un vaivén de desventuras, que incluía pobreza, violencia e infidelidad

Carlos Álvarez | La Prensa

  · viernes 14 de octubre de 2022

Fotos Archivo, Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca "Mario Vázquez Raña" y La Prensa

No se sabe con certeza cómo actúa la venganza y si realmente la sangre se congela en el momento en que se define el futuro. Así quizás sucedió con Elvira Luz Cruz en el instante en que se miró las manos y supo que en ellas había capturado la muerte; el crimen era suyo.

LA PRENSA lo dio a conocer tan frío como el filo de un cuchillo en la contraportada de la edición del 10 de agosto de 1982: “POR CELOS MATA A SUS CUATRO HIJITOS”.

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Y luego, para aderezar lo escalofriante y mórbido del caso, añadió: “Supo que su marido tenía otra mujer y cuando él se fue al trabajo, los estranguló con sus propias ropas”.

Esta es una historia que laceró amargamente a la sociedad y cuyo trasfondo es al mismo tiempo reflejo de sí misma, indiferente y al mismo tiempo expectante de la tragedia siempre y cuando sea la del prójimo.

De acuerdo con la versión del reportero Edmundo Olivares Alcalá, Elvira asesinó a sus cuatro hijos para cobrar venganza de su esposo, quien tenía una hija con otra mujer. Elvira Luz Cruz habría aprovechado cuando aquel se encontraba en su centro de trabajo para perpetrar el crimen inaudito.

El caso se registró el 9 de agosto de 1982 alrededor de las 10:00 horas en la casa ubicada en la calle de Jacarandas, colonia Bosques del Pedregal. El primer reporte acerca de los acontecimientos señaló que la mujer había privado de la vida primeramente Israel, luego a Eduardo y a María de Jesús Soto Cruz, estrangulándolos con sus propias manos.

Posteriormente, con una cortina de persiana, Elvira estranguló a Marbella y con el mismo cordón, quiso quitarse la vida. Pero en esos momentos, según el relato del reportero de El Periódico que Dice lo que Otros Callan, llegó la mamá de Nicolás Cruz Soto, esposo de la infanticida, quien evitó que lograra su objetivo; sin embargo, esto fue lo que se dijo en una primera versión; aunque, como en toda historia, las variantes nutrieron el mito de esta Medea del Ajusco.

Luego de que elementos de la Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia la detuvieron y presentaron ante el agente del Ministerio Público de Tlalpan, licenciado Gustavo Salas, fue enviada al sector central para iniciar las investigaciones correspondientes.

Con base en las versiones más difundidas a través de los años, se aseguró que la filicida explicó a los agentes que durante ocho días, ella y su esposo tuvieron problemas, ya que su cónyuge mantenía relaciones con otra mujer con la habría procreado una hija; además, de ello, aquel sujeto tenía fama de ser un casanova o mujeriego.

La noche del domingo 8 y el lunes 9 de agosto de 1982, por la mañana estuvieron a punto de llegar a los golpes y, en la acalorada discusión, Elvira amenazó a su esposo con irse de su casa con sus hijos.

Previo a la tragedia, Nicolás pasó a casa de su madre antes de irse a su trabajo, para informarle lo que tenía en mente hacer Elvira.

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De acuerdo con la información que circuló el 10 de agosto, la señora Eduardo se dirigió a la casa de su nuera al filo de las 10:00 horas, donde se encontró el terrible cuadro de horror, en el que sus nietos ya habían sido asesinados por su propia madre en una acto deleznable.

Elvira sufrió hambre y pobreza

La vida de Elvira Luz Cruz no fue precisamente un cuento de hadas, sino un vaivén de desventuras de su niñez, pues se sabe que vivió en la precariedad, donde sufrió el hambre, la pobreza y no tuvo acceso a una buena educación.

Debido a ello, su familia se vio obligada a abandonar su natal Milpillas, en el estado de Michoacán, para trasladarse al sueño citadino, el cual consistía en migrar al Distrito Federal, donde esperaban tener una mejor vida. Sin embargo, para Elvira y su familia la situación no cambió, únicamente el sufrimiento y la miseria se incrementaron.

Con el paso de los años, Elvira conoció a Marcial Caballero, con quien procreó a su primer hijo, Israel. No obstante, al enterarse Marcial del embarazo de Elvira, la abandona y, posteriormente, Elvira conoce a Nicolás Soto Cruz, con quien se junta en unión libre durante cuatro infernales años, en los que además de conocer la penuria, el cansancio, el hambre, las infidelidades y malos tratos, también procrea junto con Nicolás a sus otros hijos: Eduardo, Marbella y María de Jesús.

La vida que Elvira compartió al lado de Nicolás se caracterizó por el desamor y la tiranía de un hombre que la golpeaba y quien, además, intentó ahorcarla con un cordón de persiana cuando estuvo embarazada de su última hija, María de Jesús.

Debido a la miseria y los golpes que sufrió al lado de Nicolás, Elvira intentó en varias ocasiones abandonarlo; no obstante, su suegra Eduarda Cruz y su hijo Nicolás Soto la tenían prácticamente secuestrada, so pretexto de que Eduarda se llevó a vivir a uno de sus hijos con ella para impedir que se fugara.

En esa tiranía, además, era casi una esclava, pues ella realizaba los quehaceres domésticos, tanto de su hogar como del de la suegra; asimismo, le estaba prohibido relacionarse con sus hermanos, vecinos y comadres, quienes al saber de su situación trataron de ayudarla en varias ocasiones sin lograrlo.

Esa fue la antesala en la que se fraguó la gran tragedia. Una mujer a quien la vida le había impuesto el infierno, que conoció la desdicha mejor que nadie y que no quiso, tal vez, que sus hijos atravesaran ese sendero lleno de inmundicia, la inmundicia de un mundo cruel.

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"Los maté porque lloraban de hambre"

Como en todo caso, en este no sobraron las dudas e incertidumbres; era verdad que les quitó la vida a los cuatro en breve tiempo pero, según testimonio, una persona habría llegado a tiempo para impedir al menos la última muerte...

“Estoy arrepentida de lo que hice, pero al ver llorar a mis hijos de hambre y no tener dinero para comprarles alimento, me desesperaron y por eso tomé la determinación de estrangularlos… lamentablemente, no me fui con ellos”, fueron las palabras que dijo Elvira Luz Cruz, tras ser capturada.

La detención de la responsable del cuádruple filicidio, según afirmó el reportero de LA PRENSA, se llevó a cabo por agentes del primer grupo de la Policía Judicial del Distrito; sin embargo, otras versiones sugieren que fue la Policía Montada quien la detuvo. En este sentido, cobra relevancia el testimonio de los testigos, puesto que con base en ellos se tuvo una idea de los hechos.

El propio enviado de El Diario de las Mayorías escribió: “La enloquecida mujer se encerró fuertemente en su departamento de la calle de Jacarandas, manzana 13, lote 11, de la colonia Bosques del Pedregal, para abalanzarse contra sus hijos y callarlos mediante estrangulamiento”.

Agobiada por la pena tras darse cuenta de su incalificable crimen, decide quitarse la vida también; se ató una cuerda al cuello para colgarse.

En el relato que Elvira Luz Cruz hizo al director de la Policía Judicial, capitán Jesús Muyazawa Álvarez, dijo que desde hacía cuatro años –tiempo que llevaba viviendo con Nicolás Soto Cruz-, su vida había sido sólo sufrimiento.

La responsable pidió justicia contra su esposo y su suegra, a quienes señaló como causantes indirectos de la tragedia.

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Asesinatos, resultado de una cadena de incidentes desafortunados

El múltiple asesinato del 9 de agosto de 1982 no fue resultado de un arrebato, sino de una cadena de incidentes desafortunados, en el que se conjugan la precariedad económica, un esposo/padre infiel y golpeador; también la miseria y la ignorancia.

Luego de enterarse que Nicolás había sido infiel, Luz le reclamó y éste le contestó que “estaba loca y que mejor se dedicara a darles la debida educación a sus hijos”. Pero ciertamente, la infidelidad sólo fue el último punto que desbordó en Elvira la idea de asesinar a sus hijos, ya que según se dijo, desde una semana antes había concebido la idea.

El día previo al múltiple filicidio, Elvira asistió a una fiesta en casa de su suegra, en donde discutió con Nicolás, debido a que sus hijos jugaban con una niña, también hija de Nicolás, pero con otra mujer. Por tal motivo, tuvieron un disgusto y decidieron separarse.

El pleito culminó hasta el lunes por la mañana porque, según se difundió en las versiones más inmediatas, evitaron llegar a los golpes. Pero, antes de concluir la discusión, Elvira amenazó con irse de la casa con todo y sus hijos. Por tal motivo, antes de irse al trabajo, Nicolás pasó a la casa de su mamá, a quien le contó lo que Luz pensaba hacer.

Según Elvira, Eduarda Cruz de Soto fue quien aconsejó a Nicolás para que la abandonara junto con sus hijos y no sólo eso, sino que además confesó una verdad que la asfixiaba, la verdad en torno a su suegra y su marido quienes “me quitaron hasta el último hilacho y gritaron que mejor sería que todos nosotros, mis hijos y yo, estuviéramos ya tragando tierra”.

Durante la mañana del lunes 9 de agosto de 1982, los cuatro niños lloraban porque tenían hambre y le pedían alimento; entonces Elvira despertó con la angustia de no poder darles qué comer, pues no tenía nada de dinero.

Como en otras ocasiones, decidió mandar a Israel, el mayor de sus hijos, a pedir cincuenta pesos prestados a su comadre. Y en este momento de la historia, los acontecimientos se vuelven vertiginosos.

Respecto a lo que ocurrió después, se esgrimieron tres versiones: la primera indica que Elvira pensó comprar huevo para darles algo de comer a sus hijos; la segunda, que con él buscaría trabajo y, la tercera, que se iría a vivir en la colonia Arenal con unos familiares.

Pero ninguna de las anteriores pudo ser, ya que Israel regresó sin el dinero, pues ya nadie quería prestarle. Entonces, en su desesperación y cansada de vivir cada día con hambre, optó por acabar con la vida de sus cuatro vástagos para evitar verlos morir de inanición.

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De acuerdo con la declaración de Elvira, registradas en El Diario de las Mayorías, cometió el crimen “porque no soportó verlos llorar de hambre” y así fue como actuó: primero al mayor de sus hijos, Israel Luz Cruz, con su propia ropa hizo un lazo y lo ahorcó.

Después fue con Eduardo, a quien ahorcó con un sarape sin mayores dificultades y luego a Marbella, quien -según relató de Elvira-: “sus ojos parecían implorarme el perdón, la piedad, pero no podía dejarla sola en este mundo tan inhumano en donde nadie nos dio el apoyo y donde todos los trataron corno perros. Nuestra única culpa fue ser pobres, muy pobres”; acarició su cabello y luego arrancó el cordón de una persiana, se lo anudó al cuello y apretó hasta cortarle la existencia.

La última víctima fue María de Jesús, a quien le tapó la boca con una mano, mientras que con la otra la tomó del cuello y la asfixió. Elvira declaró que le dolió hasta el alma escuchar su llanto: “y todavía hasta el último momento la niña buscaba que yo la amamantara”.

Finalmente, Elvira trató de suicidarse amarrándose un mecate al cuello, aunque según declaró, no supo qué pasó, sino que sólo recordó haber despertado cuando la muchedumbre estaba reunida en torno a su vivienda y, luego, dos policías la trasladaron a la delegación.

En relación con el hallazgo del crimen de los cuatro menores, se formularon algunas versiones. En una se afirmó que Eduarda Cruz de Soto alcanzó a presenciar cuando Maria de Jesús, la menor de sus nietos fue estrangulada por su madre (dato que impacta, ya que si se dio cuenta y por qué no hizo nada). Otra versión señala que Eduarda se dirigió al filo de las 10: 00 horas a la casa de su nuera, donde se encontró con todos sus nietos muertos e impidió que Elvira se ahorcara. Una más gira en torno a que los gritos de angustia llamaron la atención de los vecinos, quienes pronto llegaron a la casa de Elvira y entraron para salvarle la vida de morir ahorcada.

Declaran testigos inmediatos

Nicolás Soto Cruz y Eduarda Cruz Cortés señalaron que después de una discusión entre los tres, Elvira los corrió de su casa. Entonces, Nicolás se llevó sus pertenencias y se marchó a casa de su madre; sin embargo, cuando llegó se dio cuenta de que había olvidado su guitarra. Eduarda decidió ir por ella, acompañada de su hija Carmela Soto Cruz, tan sólo diez minutos después del pleito.

Al llegar, Eduarda se percató que: “Elvira tenía en las manos el cuello de la niña recién nacida y la sacudía sosteniéndolo con dos dedos de cada mano, el pulgar y el índice, y la niña colgaba”.

En tanto que Carmela también observó lo sucedido, declaró, no obstante, que Elvira estaba ahorcando a la más pequeña en la cama; eso sí, ambas coincidieron en que los otros pequeños ya se encontraban sin vida en el suelo.

Eduarda declaró que avisó a su hijo de lo sucedido y éste llegó después de aproximadamente media, acompañado de cuatro miembros de la Policía Montada, ubicada cerca del lugar, en el momento justo que Elvira trataba de ahorcarse con un cordón de persiana, en cuyo extremo yacía amarrada también al cuello María de Jesús, a quien utilizó como contrapeso. Según Nicolás dijo que aún tenía vida.

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Nadie prestó atención a sus palabras

Conforme pasó el tiempo perecía esclarecerse en su mente todo lo que había pasado, pero nada tenía sentido, porque ella no recordaba haberlos asesinado...

Hasta ese momento, el caso parecía más claro que el agua; no había que buscar más culpables, porque era evidente que Elvira era la única responsable. No obstante, declaró que tras discutir aquel aciago día, le pidió a Nicolás que se fuera y que la dejara vivir con sus hijos, ya que ella podía mantenerlos como siempre lo había hecho.

También declaró que Nicolás la golpeó y que en todo momento estuvo presente Eduarda; incluso cuando mandó a Israel a pedir dinero prestado y cuando el niño regresó con las manos vacías y la mirada triste.

En ese momento, su declaración cobró una relevancia atroz, pero nadie quiso prestar atención a sus palabras. Dijo que lo último que recordó fue que tanto Nicolás como Eduarda estaban presentes cuando perdió el conocimiento, pero no cuando lo recuperó, sino que al abrir los ojos y tomar conciencia de la realidad, se percató que estaba tirada en el piso, rodeada de los vecinos y la policía. La pregunta pertinente en ese momento crucial habría sido: si estaba desmayada ¿Cómo asesinó a sus hijos?

La sentencian a 23 años de prisión

Elvira Luz Cruz fue trasladada inmediatamente a la 23 Agencia Investigadora de Tlalpan, donde sin tomarle declaración inicial, la transfirieron a la Agencia Central de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. Allí correspondió al juzgado trigésimo penal, a cargo de la juez Cristina Mora Palacios, llevar a cabo las diligencias del proceso.

A Elvira se le asignó una defensora de oficio, la Lic. Maria del Rosario López Barrón, pues no contaba con los recursos suficientes para contratar los servicios de un abogado particular.

Después de cinco meses, a partir de enero de 1983, la Lic. Mireya Toto se haría cargo de la defensa particular de Elvira. Un año después, el 18 de enero de 1984, declararon culpable a Elvira y la condenaron a 23 años de prisión. La condena fue apelada por la abogada defensora, quien argumentó que existían al menos tres decenas de consideraciones elaboradas para demostrar las contradicciones y falsedades en la declaración de los únicos acusadores, es decir, de Nicolás y de Eduarda.

Mientras que el Ministerio Público hizo lo mismo, pero para solicitar una mayor pena privativa de la libertad que fuera de los 23 a los 28 años de prisión, ya que consideraron que la “temibilidad” de Elvira era cercana a la media y, por lo tanto, debería ser castigada con mayor severidad.

"Dios mío, perdóname"

Mientras se llevó a cabo el interrogatorio, no hubo más que silencio a ratos interrumpido por la voz y el llanto de Elvira, que repetía frases entrecortadas como “quiero estar con mis hijos” o “quiero morir”. Su semblante cambió radicalmente, de acuerdo con el reporte que se hizo a través de la prensa; de este modo, apareció con el rostro tísico por el dolor, el pelo largo, hirsuto y seco como mecate, pegado a piel que escurría llanto y sudor.

“¡Dios mío, perdóname! Aunque me condene para siempre, a mis hijos no los dejo en este infierno donde poco a poco hubieran muerto de hambre”, dijo Elvira cuando llegó a la cárcel, pues parecía que la realidad de sus hechos la golpeaba con firmeza. Además, dijo: “ellos me obligaron a hacerlo. Mi marido y mi suegra nos quitaron todo y me dejaron sin la posibilidad de alimentar a mis chiquitos, que junto conmigo pasaron un ayuno de casi 48 horas. Soporté golpes, malos tratos y que ella, mi suegra Eduarda Cruz, me estuviera siempre difamando y metiendo cizaña, pero todo tiene una línea hasta donde una puede llegar hasta antes de explotar enloquecida”.

Con base en las crónicas de los reporteros de La Prensa, Elvira Luz Cruz gritó llena de furia, ya que su suegra llegó en el momento en que estaba por morir. Luego dijo que le había dado de bofetada y jaloneado del cabello; además de tirarle de golpes y patadas hasta quedar inconsciente.

Pese a que su verdadera declaración fue tomada mucho tiempo después, Elvira no manifestó arrepentimiento por el homicidio de sus cuatro hijos, “ya que estaba cansada de la pobreza en que vivían y su marido la engañaba”.

Recluida en los separos de la Procuraduría, Elvira repetía desconsolada una y otra vez “quiero morir, no supe lo que hice”. Y luego de que fueron ventilados los trámites establecidos por la ley, Elvira Luz Cruz regresó a su celda del Reclusorio Sur, para luego ser llevada a la cárcel de mujeres a esperar su juicio.

La Procuraduría de Justicia del Distrito Federal realizó pruebas de tipo psicológico y psiquiátrico a Elvira y con los resultados que se obtuvieron, se reveló un estado de completa normalidad. En cualquier caso, Elvira estuvo bajo vigilancia especial para evitar que pudiera atentar contra su propia vida.

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Errores y omisiones durante el proceso

Durante el juicio, que no fue más que la ratificación de sus presuntos crímenes, parecía que la realidad la golpeaba con fiereza.

Una de las circunstancias que mayor importancia tuvo respecto a la defensa, fue que durante la averiguación previa, los únicos llamados a declarar fueron los acusadores, es decir, Nicolás Soto Cruz y su madre Eduarda Cruz Cortés en Tlalpan, mientras que la acusada Elvira Luz Cruz rindió su declaración en la Policía Judicial, ante la Agencia Central de Averiguaciones Previas de la PJDF, lo cual resultó muy extraño, ya que del lugar de los hechos la homicida fue trasladada a la 23 Agencia Investigadora de Tlalpan y, sin tomarle declaración, la llevaron a la Procuraduría.

Según la nueva abogada de Elvira Luz, Mireya Toto, a Elvira se le atribuyeron ciertas declaraciones que ella no habría hecho, pero después, Elvira Luz Cruz negó haber dado muerte a sus hijos y señaló que en la Procuraduría únicamente le preguntaron que si era la madre de los cuatro occisos, a lo que contestó que sí y en seguida le indicaron que firmara su declaración.

Para Elvira el calvario que había sido su vida sólo se atenuaba con el paso de los días y meses en su encierro, con o sin culpa. Pero había atenuantes que hacían un poco más miserable su vida, como el hecho de que su primera defensora, de oficio porque no tenía dinero para pagarse un abogado, Lic. Maria del Rosario López Barrón, durante los cinco meses que duró su tarea, estuvo ausente en los momentos críticos y trascendentes del proceso tales como la declaración preparatoria, dejando en un completo estado de abandono a la acusada.

De acuerdo con la abogada Mireya Toto, en ningún momento ni la defensora de oficio, ni la juez, ni el Ministerio Público interrogaron a Elvira sobre condiciones y circunstancias de la ejecución del múltiple homicidio para conocer el contexto del delito.

Quizá a dichas autoridades no les interesó escuchar lo que la acusada pudiera aportar al respecto, por lo que, en la declaración preparatoria no quedó constancia de la versión de Elvira sobre los hechos.

El 27 de agosto de 1982 se cita por primera vez a declarar a Carmela Soto Cruz, hermana e hija de Nicolás Soto y Eduarda Cruz, respectivamente, mucho tiempo después que a sus familiares, siendo que ella también fue testigo presencial de los hechos.

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En esa misma ocasión, la defensora de oficio desaprovecha la oportunidad para que Elvira Luz Cruz ampliara su declaración. En las siguientes audiencias que se llevaron a cabo, sucedió lo mismo, por lo cual, tuvieron que pasar cinco meses para que la acusada, acompañada por su defensora particular, la abogada Mireya Tolo, tuviera la oportunidad de hacerse escuchar en el juzgado, durante una audiencia celebrada el 17 de agosto de 1983.

Posteriormente y a partir de ese momento, la defensora Mireya Toto demostró que lo que se asentó en el expediente no era la confesión de Elvira, sino únicamente documentos firmados con declaraciones previamente elaboradas, tomando como referencia el relato de los acusadores.

Así pues, los graves errores y omisiones durante el proceso de ofrecimiento y desahogo de pruebas, cometidos por la defensora de oficio, aunados a la deficiente averiguación previa, repercutieron negativamente en la posibilidad de defensa de los derechos de Elvira Luz Cruz, por lo que ésta fue sentenciada a 23 años de prisión el 18 de enero de 1984 por la juez Cristina Mora Palacios.

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