LA CASA DEL HORROR Espeluznante

Se trataba de un predio en obra negra una parte y, la otra, mal construida; los dueños parecían gente normal, pero en realidad eran como su hogar, desequilibrado y oscuro como la cueva de un animal

Carlos Álvarez

  · miércoles 24 de julio de 2019

La tarde del martes 12 de mayo de 1998, cuando la joven Penélope Tellezgirón salió de la escuela y se dirigía de regreso a casa, escuchó pasos detrás de ella.

Algunos metros antes se había despedido de su amigo, con quien siempre regresaba.

Pero al voltear no vio nada evidente, salvo a un sujeto que parecía seguir su propio rumbo. Sin embargo, no dejaba de sentir la presencia de alguien que quizá la seguía, aunque no quiso sentir paranoia. Además, como su casa no quedaba lejos, quizá a unos cien metros, se confió un poco y por ello bajó la guardia.


Se sintió cerca y a salvo. Pero tan pronto como volvió la vista para retomar su camino, un sujeto, a quien no había visto y que apareció de pronto frente ella, la amagó, pero no supo con certeza si lo hizo con una pistola o un arma blanca, sólo sintió el crudo frío del metal sobre su piel. Luego, la tomó por la fuerza de las muñecas para que no escapara y, tras violentarla, logró introducirla en el domicilio marcado con el número 4209 de la calle Norte 80-A, en la Colonia La Malinche, en la delegación Gustavo A. Madero.

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Entonces su casa le pareció a Penélope más lejos que nunca, como si estuviera en otra parte. Luego de forcejear para que no la raptaran, la mochila de Penélope cayó. El sujeto intentaba someterla con el arma, pero ella no dejaba de pelear por su vida. Luego de unos minutos de batallar, logró asirla con fuerza y la llevó hasta la planta superior

Las cosas de la chica quedaron como en el pasado, atestiguando el rapto de su dueña. De acuerdo con algunas versiones periodísticas, luego de resistir durante cuatro espeluznantes horas el cautiverio, Penélope logró escapar. Algunos medios difundieron que se debió a la astucia de la chica, quien argumentó que padecía la enfermedad del sida, por lo cual la bestia que la había plagiado se infectaría si la tocaba de manera lasciva, lo cual sembró la duda en su captor.

Pasó el tiempo, un tiempo largo, pero breve. La eternidad para Penélope, la angustia ante la muerte en vida y sin saber qué estaría tramando aquel sujeto. Mientras la bestia ideaba qué hacer y cómo saciar su frenesí asesino de depredador sexual -porque cuando la arrastró hacia el interior de esa casa en construcción-, Penélope sintió la perversidad depravada de aquel sujeto, a quien no conocía. El presentimiento de la fatalidad abrasaba a Penélope.

CAZERÍA CONTRA EL DEPRAVADO Fueron quizá las horas más largas de su vida. Una bestia merodeando en el piso inferior en tanto ella permanecía en la planta alta, buscando una salida, una escapatoria. Cierto fue que él intentó abusar sexualmente de ella y que no lo consiguió, ya que ella argumentó que padecía una enfermedad mortal y contagiosa. Ganó tiempo.

Él no supo cómo reaccionar ante tal declaración. Lo justo como para que ella comprendiera que había una luz de esperanza para salvarse, para huir. Y así lo hizo. De lo que parecía ser un ventanal, la joven Penélope consideró saltar. La altura era de aproximadamente tres metros, quizás menos.

En un descuido de la bestia, lo hizo. Lo logró. Sintió el aire de la noche entrar en sus pulmones. Sintió que podía respirar y las lágrimas escurrieron por sus mejillas mientras caminaba o corría lo más a prisa posible para llegar a su casa.

Al verla, sus padres, quienes eran un manojo de nervios, le preguntaron sobre lo ocurrido y ella les relató el pasaje tétrico por el que había pasado. Rápidamente se dirigieron a levantar la denuncia ante las autoridades, y en menos de 24 horas se montó un operativo impresionante para cazar al sujeto a quien había señalado Penélope, la valiente joven que logró huir de la muerte.

Cuando los medios de comunicación acudieron al Sector 1 Sur de la Secretaría de Seguridad Pública, algunos policías impidieron que realizaran su labor y los recibieron a golpes y, en algunos casos, les quitaron sus equipos fotográficos o se los rompieron.

LA BESTIA de La Malinche

Carlos Álvarez

De acuerdo con los primeros reportes que se obtuvieron luego de la captura del sujeto que había privado de su libertad a Penélope, según consta, a quien había señalado ella era a José Lázaro -supuesto conductor del Metro- y no a Miguel Ángel -un comerciante a pequeña escala.

Con base en las publicaciones de aquel entonces, Miguel Ángel vendía aparatos electrodomésticos, lo cual equivale a decir que no contaba con un trabajo estable. Pero la relación con el caso se iba enhebrando en relación con su oficio, ya que su verdadero interés radicaba en los aparatos electrónicos y, más precisamente, en las videocámaras, con las cuales aprendió a filmar, como un voyerista primero y luego como un depravado, con producciones caseras que parecían cine snuff o gore, para deleite personal, donde revivía la violencia con que había aniquilado a su o sus víctimas.

No fue, desde luego, esa la primera vez que raptaba; sin embargo, su inteligencia promedio -no prodigiosa como en los casos de los asesinos seriales más prolíficos- le impidió determinar qué hacer con su última víctima, Penélope, ante la declaración ésta le hiciera respecto a que padecía sida.

Esto impidió que él actuara como regularmente lo hubiera hecho, con violencia y violación y luego con la muerte, pues seguramente sabía sobre lo letal de esa enfermedad, debido a que se trataba de un tema cuya mención por sí misma causaba pánico. Un año antes, hacia junio, asesinó por primera vez a una mujer en la misma casa. Pero mucho antes, en su primera juventud, ya había jugado con la vida de algunos animales: un perro arrojado al tránsito vehicular o un gato lanzado desde las alturas con las patas amarradas. Lo recordaba, y no tenía el derecho de hacerlo, pero lo hacía como si lo reviviera y era la única manera de sentirse impune. Era un despiadado, le importaba lo mismo un insecto que la vida humana, o eso parecía, aunque nada quedó establecido.

La extrañeza de los que asesinan y graban sus crímenes para revivir el momento quizá no difiere de aquél que guarda objetos como tesoros de sus víctimas y, mediante ellos, evoca su hazaña horripilante.

Pero de pronto, ante las autoridades, detenido y sin su fiereza, ya no era el asesino, sino un simple vendedor de chácharas o el supuesto conductor del Metro; sólo un homicida a quien pronto descubrió la policía, en gran medida debido a la valentía de Penélope, que tuvo el aplomo de acudir a denunciar el acto infame y, derivado de ello, se destapó la cloaca de los asesinatos inmisericordes. Tan sólo de esa época datan dos denuncias por persona desaparecida en la misma colonia La Malinche: la primera en junio de 1997 y la posterior en enero del 98.

Pero los moradores del barrio afirmaban que no hacía mucho apenas habían llegado a la colonia esos hombres que actuaban de manera extraña, cuyas costumbres y hábitos parecían sacados de un manual satánico y, en efecto, se notaba el poco tiempo que llevaban cuando se observaba la precaria obra negra de la casa de los Bouchán. Aunque al final de cuentas les bastó unos cuantos meses para sembrar el terror en los alrededores, aunque los colonos ignoraban que fueran ellos las bestias que cazaban mujeres y luego las devoraban en ritos sangrientos. Negro pasado del enterrador Dicen que venían de la Buenos Aires. Se desconoce por qué abandonaron aquella colonia y se instalaron en La Malinche.

Eran dos hermanos y su vida transcurría hermética. Casi no entablaban relación con los vecinos y rara vez contestaban el saludo. Eran normales, salvo por sus miradas, como las de los desconocidos que han visto o perpetrado algo monstruoso y en el rostro reflejan el crimen oculto o enterrado en sus abismos. Al poco tiempo de haberse instalado, comenzó la edificación en su predio. Luego, cuando ya habían aventado los cimientos y la obra negra asomaba su rostro bruto, surgió el primer caso en 1997. Una joven estudiante desapareció en los alrededores.

Al cabo de un tiempo, sin que se especificara o se hicieran las conexiones pertinentes, del predio yuxtapuesto al de los hermanos Bouchán salió una llamada telefónica en la cual se solicitaba el pago de un rescate por la joven. Sin embargo, ni el pago ni el rescate se llevaron a cabo y finalmente no se supo nada de la desaparecida.

El caso se enfrío y luego parece que las autoridades simplemente lo olvidaron. Los meses veraniegos pasaron, entró el otoño y se diluyó por el frío decembrino. En enero de 1998 otro caso despertó la alarma entre los habitantes y les recordó que poco antes ya había pasado algo similar. El germen del miedo había sido sembrado y ahora daba su primer fruto del mal. Otra desaparecida, una víctima más. Quizá alguien analizó con precisión los casos, que apenas eran dos en esa zona, y previó que a mediados de año la bestia aparecería nuevamente. Y así ocurrió.

Pasó menos de medio año para que la bestia volviera a atacar en los alrededores. Lo cierto es que quizá durante ese periodo estuviera merodeando para ubicar a una presa. Penélope tenía la costumbre de caminar el último tramo de regreso a casa sola, luego de que se despedía del amigo con quien regresaba de la escuela. De este modo, se puede aventurar que el raptor probablemente ya la había elegido.

La detención: el mal no muere Durante el operativo realizado aquel día en la guarida de la bestia, aunque la difusión de la noticia fue abundante, no se permitió que los informadores dieran seguimiento a la captura. Hubo una especie de hermetismo. Y es comprensible, dadas las circunstancias del caso, que se mantuviera hasta cierto punto con sigilo la investigación, ésta y cualquier otra, ya que se debe preservar toda la evidencia y respetar el principio de presunción de inocencia.

Sin embargo, cuando la víctima lo hubo identificado, no quedaba más que aceptar que algo turbio había ocurrido y que por más que se quisiera ocultar la verdad, ésta siempre golpea contundente y al final sale a la luz. Uno de los motivos acerca de este asunto pudo ser la incompetencia de las autoridades en no dar seguimiento a las llamadas de atención previas. En menos de un año hubo tres víctimas, de las cuales dos no sobrevivieron.

Hubo una llamada de rescate, de la cual no se derivó una indagación más profunda; es decir, hubo una serie de indicios que señalaban que algo se estaba gestando en la colonia y que pronto habría de ser una tragedia y un escándalo.

Cuando las autoridades allanaron la casa de los hermanos Bouchán, éstos cayeron sin decir nada. Uno de los elementos que ayudó a determinar la responsabilidad, la culpabilidad y la injuria perpetrada contra Penélope fue la mochila que había quedado tirada la noche anterior, cuando en el forcejeo entre la chica y la bestia ésta cayó y quedó como testigo mudo, pero preciso, para identificar al enterrador.

No obstante, a quien detuvieron como principal sospechoso fue a José Lázaro, porque Penélope lo había identificado como el que la había raptado, pero al parecer éste no era el verdadero culpable, sino su hermano, Miguel Ángel.

Así pues, cuando la policía interrogó a Miguel Ángel, éste sí contó todo lo que había hecho, por lo cual se llevó a cabo la inspección de la casa marcada con el número 4209 de la calle Norte 80-A, donde fueron hallados los cuerpos de dos mujeres enterrados y en descomposición, los cuales serían identificados al cabo de unas horas como las chicas que habían desaparecido meses antes en la misma zona.

NUMERALIAS

4 horas de angustia y terror vivió Penélope en aquel predio de La Malinche.

3 fueron las mujeres que logró raptar y someter la bestia en La Malinche, pero sólo asesinó y enterró a dos víctimas.

2 hermanos de apellido Bouchán secuestraban a mujeres jóvenes para violarlas; lo peor era que filmaban sus monstruosos actos de infamia, como si fueran películas de horror.

¿Quién fue el culpable?

“[Penélope] señaló que no tenía duda , ya que lo identificaba de frente y de dos perfiles; sin embargo, nunca refirió en su declaración el lunar notorio que tiene Lázaro entre el ojo, la nariz y la mejilla izquierda”.

Casi todos los periódicos, excepto El Diario de las Mayorías, bautizaron a este sujeto como “El Chacal de La Malinche”; si bien es cierto que el epíteto de este criminal ha pasado al colectivo de esta manera, recordamos que en aquel año del 98, LA PRENSA lo llamó: “La Bestia de La Malinche”.

El lado oscuro de lo real

Carlos Álvarez

Engendro diabólico, bestia ávida por devorar a su presa. Así es aquél que ha perdido, o que quizá nunca tuvo, su humanidad. No desearás la muerte del prójimo debería ser una ley, no sólo ya el quinto mandamiento simplemente, aquél que dice: “No matarás”. Pero entre lo real y lo que ocurre verdaderamente hay un abismo hacia ninguna parte.

Lo peor no había pasado. Saber que un individuo actuó de manera criminal, que la misma sociedad que lo incubó ahora era la que lo condenaba, no cambiaba el hecho palpable, el acontecimiento no podía modificarse.

Asesino que probó el homicidio y no pudo detenerse sino que su impulso creció porque no había manera de controlarlo. Y para las autoridades no había un modo de combatir contra la superstición.

Ha habido temibles chupacabras, nahuales y brujas, pero bien dice el dicho, “hay que temerles más a los vivos”, puesto que un vivo realizó los asesinatos. Hubo también un enterrador que pasmó a la sociedad de los años 40 y se hacía llamar Goyo. Quizá este personaje inauguró la era de los asesinos seriales en México, ya que marcó un hito y a partir de él se han configurado y comparado a otros homicidas. Como en el caso de Miguel Ángel Bouchán; luego, como en toda historia, intervienen las variantes.

El modo en que actuaba Miguel Ángel era sencillo. Estacionaba su viejo coche frente a la puerta de su casa, sobre la acera y muy pegado a la entrada, para que el paso fuera dificultoso.

De este modo, aprovechaba el descuido de las mujeres y las jalaba al interior de su casa. Una vez adentro con ellas sometidas, se tomaba su tiempo para llevar a cabo el flagelo. Tenía una videograbadora casera y en compañía de un cómplice filmaban su crimen. Gritos de dolor, sangre y mutilaciones y la violación seguramente con saña inaudita.

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Cuando las autoridades comenzaron a cavar en el predio del 4209 de la calle Norte 80-A, encontraron una bolsa con huesos, sin relación con los casos que estaban latentes, además de los dos cuerpos en descomposición de las jóvenes y, finalmente, oculto entre las paredes, un video rotulado con una etiqueta que decía “Video de [y el nombre de la víctima]”.

De lo poco que se supo, respecto a la muerte de las dos jóvenes, a la primera de sus víctimas la ultrajó sexualmente, luego la estranguló y finalmente enterró en su patio. Con su segunda víctima actuó casi del mismo modo, sin embargo, luego de ultrajarla y asfixiarla, le disparó en la nuca; al finalizar, la enterró en su domicilio también.

Con todos estos elementos bastó para que se confirmara la culpabilidad del enterrador Miguel Ángel Bouchán, a quien efectivamente sentenciaron a 316 años a prisión, pero no en una prisión de máxima seguridad, sino el Centro Varonil de Readaptación Psicosocial (Cevarepsi), como un enfermo mental.

Por otra parte, su cómplice, quizá su hermano, a quien no pudieron identificar en el video, ya que parte de éste tenía graves daños, aunado a que no se comprobó su participación, quedó en libertad.

En este punto uno alcanzaría a dimensionar la perversidad de una persona insana, no mentalmente, pues se debe tener una noción bastante clara de causar daño y además guardar la evidencia, ya fuera para deleite propio o para mostrarlo a otras bestias como él. Y ya que existe constancia sobre previos padecimientos psiquiátricos de Bouchán en un hospital de Zacatecas, se puede hacer una conjetura pertinente: si no fue él quien llevó a cabo completamente el horror de la casa en La Malinche, entonces el verdadero criminal y asesino andaría libre.

CITA

No creo que exista el mal, que estas personas nazcan con un gen de la maldad, una especie de gen asesino. Creo que estas personas se hacen malvadas y son llevadas a hacer estos crímenes que ciertamente son malignos”.


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