/ viernes 15 de enero de 2021

La caída de un oscuro personaje: La Mataviejitas

Hace 15 años capturaron a la más prolífica homicida en la historia criminal de México, "La Mataviejitas"

Como todas las mujeres -o quizá como la mayoría-, Juana Barraza conoció la tiranía y el oprobio, no sólo de un hombre que la esclavizó cuando fue una niña, sino la tiranía de una madre alcohólica que no se preocupó nunca por ella, sino quizá con mayor énfasis por su adicción.

La variedad de estas líneas sobre el triste caso de viejitas asesinadas, se debe no a lo que hasta la saciedad ahora se ha dicho respecto a la homicida, quizá de un modo imperfecto, siguiendo una línea azarosa.

Juana Barraza fue una asesina profesional. No estudió para llegar a ser lo que fue, simplemente a veces uno se tiene que ensuciar las manos para lograr sus objetivos, así sean siniestros.

El porqué de sus crímenes sólo ella lo sabrá, y quizá un dios a quien no se le escape nada, porque como ella misma lo declaró: “Hay un Dios, y Dios tarda, pero no olvida”. Siempre supo cómo acabaría su historia.

Foto: Archivo La Prensa

El 25 de enero de 2006, durante las últimas horas de la tarde, cuando la noche comenzaba a declinar, fue detenida una mujer a quien ya le seguían la pista, de quien tenían un perfil, pero que hasta entonces nada concreto se sabía de ella; era sólo como un rumor vago de muerte.

En las investigaciones de los casos se tenían pistas sobre su modo de operar; lo principal: la víctima, quien debía ser de la tercera edad y, debido a su vulnerabilidad, el silencio estrangulador aprovechaba para matar.

Pero esta asesina, hasta antes de su captura, no era más que una huella dactilar, que incidentalmente un día dejó en casa de una de sus víctimas a quien no pudo asesinar, por fortuna, pero que a partir de entonces se configuró un retrato hablado, merced a la suma de varios asesinatos que cargaba a cuestas…

La vida de Juana había sido como una herida que el destino le había hecho. Así vivió durante todos esos años, a la sombra de una doble existencia que nunca cicatrizó.

No todo el mundo cuenta con el privilegio de haber tenido una infancia desgraciada; lo malo es que algún día alguien tendrá que pagarlo, pues la desgracia propia se cobra con la ajena, es algo que no puede quedar impune. Las horas no querían pasar. El día parecía lejano e inconcebible. A decir verdad, no era el día lo que ella esperaba, sino el olvido de ese tiempo que se negaba a desaparecer. Allí estaba ella, con Ana María Reyes Alfaro, la última en su lista no escrita de víctimas, en su casa de la Primera Sección de la Colonia Moctezuma.

Tiempo antes, Juana Barraza se dedicó a practicar el deporte del pancracio. En los encordados se hacía llamar La Dama del Silencio, debido a que ella misma se consideraba alguien silente y solitaria, por lo cual encubría su identidad ataviándose con un antifaz de mariposa y un traje rosa con vivos plateados.

Es verdad que luchó en varios cuadriláteros de diferentes partes del país, en pequeñas arenas y en varios pueblos, pero, desgraciadamente, tuvo que abandonar la lucha libre, el mundo de las máscaras, los vuelos y la libertad del cuadrilátero, debido a una caída que la dejó lesionada, pues corría el riesgo de quedar paralítica, lo cual hubiera sido la causa de que nunca hubiera nacido la criminal que fue ni su carrera criminal hubiera sido tan fructífera.

EMBLEMÁTICO CASO DEL 2006: LA MATAVIEJITAS

No gozaba con el sufrimiento de sus víctimas, era el simple odio que sentía, porque de niña su madre la cambió por unas cervezas y fue brutalmente violada por un hombre mayor

Pero quiso el destino que la rabia incubara en ella por una desgracia más. Ningún destino es justo, salvo quizá con aquellos que viven con la gentileza de un desconocido, para quienes miran en el plato ajeno lo que no podrán probar y la rabia y la ira los merma hasta que los transforma en asesinos.

Luego de padecer las miserias de una vida injusta, Juana comenzó -como todo criminal que se profesionalizará- a robar, desde nimias autopartes, hasta el hurto en tiendas y a transeúntes. Por otra parte, cuando comenzó a delinquir, también se abrigó bajo la protección de “poderes sobrenaturales”, creencias o supersticiones, de tal modo, inició con el ritual de adoración a la Santa Muerte.

Si el destino y el azar estaban en su contra, ella buscaría la forma de hacerle frente e inclinar la balanza a su favor, ya con hechizos, ya con amuletos. Comenzó a visitar a brujos; sin embargo, la cruda realidad le pegó contundente otra vez, porque ni así logró mejorar su situación. Estaba inmersa en el duro y contundente mundo real, donde los que no son capaces de adaptarse son expulsados y se les mira como a seres irreconciliables con la sociedad.

Luego de retirarse como luchadora, no le quedó más que ser una simple promotora de este deporte, pero eso no era ni siquiera un bálsamo para todo lo que había perdido. No obstante, era algo con lo que no podía costear la manutención de un hogar, de sus hijos, de su infernal vida llena de podredumbre e inmundicia.

Así que, al darse cuenta de que no alcanzaba más que para padecer un poco menos (pero padecer al fin y al cabo), decidió dedicarse a ofrecer sus servicios como empleada doméstica, ¿qué más puede hacer alguien que ha tenido torcido el pasado, con el presente y el futuro desdibujados? Pero lavar y planchar ajeno siempre es una infamia, ya que una se rompe el lomo por unos pocos pesos; aunque cuando se ama a un hijo… y más si el amor es triple.

Perfilada ya en rambla del desacato a las buenas costumbres, al respeto a la vida ajena, Juana comenzó o, mejor dicho, ascendió en la escala de la maldad.

Foto: Archivo La Prensa

No le fue suficiente despojar de sus pertenencias a las personas o desvalijar un auto, quizá. No. Dentro de ella algo quería aniquilar esa angustia no mitigada e incesante causada por el pasado, el siempre pasado que la envolvía con el recuerdo de una horrenda madre a quien nunca soportó.

La mayoría de las personas viven entrampadas, pero muchos prefieren evitar caer en tentación, nunca se sabe cuándo se caerá en una de las miles de trampas que tiene la vida. La idea es evitarlo, sólo de ese modo puede mantenerse uno vivo, hasta que lo atrapan o muere.

Por el año de 1996 Juana, ya era azas diestra en cuestiones turbias. Inició sus hazañas delictivas en compañía de su comadre Araceli; se hacían pasar pasar por enfermeras, que prometían a los ancianos ayudarlos con sus pensiones, pero al descuidarse los pobres viejos, éstas rapaces aprovechaban para despojarlos de sus pertenencias.

Para Juana no era sólo robar, era como asistir a una cátedra para perfeccionar sus futuras fechorías. Es bien sabido que un asesino serial comenienza quizá matando una araña, luego un pájaro, quizá después un gato o un perro, y así va nutriendo su inquina pérfida, hasta que no basta con algo menor y da el salto a un ser humano. Para Juana, cada acto delictivo era una enseñanza para perfeccionar su arte con el cable o la mordaza en el cuello ajeno.

DE LUCHADORA A ¿ASESINA DEL SILENCIO?

Existen diversas fuentes que afirman que Juana Barraza asesinó por primera vez a una anciana el 25 de noviembre de 2002.

No obstante, en otros registros se asienta que su primera víctima, y quizá con la que asaltó la fama por la serie de crímenes que la harían una de las asesinas más recodadas en los archivos de la historia de criminales mexicanos de alta peligrosidad, fue en octubre de 2004.

Sin embargo, aquella primera víctima vivía en la entonces delegación Coyoacán, una ancianita de 64 años que respondía al nombre de María.

Como ya lo había ido perfeccionando desde tiempo antes, Juana se disfrazó de enfermera (¿por qué elegir el blanco para asesinar?). Ése era el traje con el que embaucaba.

Foto: Archivo La Prensa

Se ganó la confianza de la señora María, quien la llevó a su casa, donde se quejó amargamente de sus males. Y allí estaba ella, la asesina, en silencio, escuchando por azar las penurias de la mujer mayor.

De pronto, de la boca de la anciana emergieron palabras violentas contra la otrora luchadora, palabras filosas como las de una estocada en un toro, que se estrellaron en el pequeño mundo de Juana; entonces su silencio se rompió, transformándose en ira. No pudo entenderlo, de tal modo que despertó en ella la verdad asesina.

Todo lo que siempre quiso y todo lo que siempre necesitó estuvo en sus manos; no las palabras que dañan siempre cuando son dichas con oprobio, sino el placer que se mantiene -justo como el dolor que llevaba manteniendo durante casi 40 años-, cuando se mata a alguien.

Juana perdió los estribos. Se abalanzó sobre María y con ambas manos -y tal vez utilizando algo a su alcance que enredó en su cuello- poco a poco fue asfixiándola. Luego, como si nada, recorrió la casa tomándose su tiempo en el silencio mortuorio. Se hizo propietaria nueva de los viejos objetos que le parecieron de valor. Y luego se marchó.

Quizá subrepticiamente se le presentó una revelación. Tanto tiempo tuvo que soportar los embates de la realidad, del destino, pero en el fondo sólo se conformaba con tener un patrón que le tenía tomada la medida.

PERFIL CONFUSO

Con base en las investigaciones, así como en datos recabados por algunos vecinos de las víctimas, la entonces Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal difundió un perfil criminal del asesino de las viejitas, para así comenzar la búsqueda.

De acuerdo con lo que se infirió, el homicida debía ser un masculino de entre 35 y 40 años, también se consideró que debía ser un homosexual y que tal vez habría sufrido de abuso durante su infancia.

Una especialista , Feggy Ostrosky, mencinó que el perfil probablemente correspondía con el de un joven solitario “que actuaba disfrazado de enfermera o mujer, que generaba confianza entre las ancianas, a través de una personalidad carismática y que estrangulaba a sus víctimas haciendo uso de sus fuerzas”.

La confusión derivó en que la búsqueda fuera dirigida hacia otra parte, ya que hasta ese momento, los estudios sobre asesinos seriales indicaban que el porcentaje de estos era superior al de mujeres, por lo cual, todo indicaba que se trataba de un hombre y no de una mujer, ya que en el caso de estas, el método para asesinar evitaba el contacto físico y la violencia.

Sus demás asesinatos serían realizados con el mismo modo de operar. En absolutamente todos los casos, las víctimas fueron mujeres de la tercera edad. Para lograr su cometido, se disfrazaba de enfermera o de trabajadora social y se aseguraba -y esto era crucial en sus planes criminlaes-, que las ancianas vivieran solas, o por lo menos que estuvieran solas la mayor parte del tiempo.

Las abordaba en parques o mercados y quizá en alguna iglesia cercana a sus domicilios. Las observaba y elegía a las que, sin sospechar, se abrían con confianza, a tal grado que llegaban a mostrarle algunos de sus objetos de valor.

La asesina pronto cambió el blanco de las enfermeras por el color rojo -con el cual quizá pensó que se asimilaría a una trabajadora social-, para disimular la sangre -si por alguna razón llegaba a brotar- cuando las mataba.

SU CAPTURA FUE POR UN GOLPE DE SUERTE

El entonces Procurador Bernardo Batiz no había dado una versión oficial ni indicios sobre su posible captura y había duda de que las muertes de las ancianas se debieran a la misma persona

Con ese disfraz, valiéndose de la promesa de entregarles una tarjeta de apoyo o, si ya la tenían, regalarles una despensa, La Dama del Silencio podía ingresar a los domicilios sin usar la violencia y sin llamar la atención.

Luego, elegía para asesinar los días martes o miércoles. También, se dice, eligió un cómplice. Se trató de un taxista con el que mantuvo una relación y era el encargado de llevarla a los lugares del crimen.

La esperaba mientras ella entraba a las casas de las ancianas para terminar con sus vidas. Luego, se marchaban y él recibía una parte del botín.

Foto: Archivo La Prensa

Pero si su vida había sido una constante pérdida, tampoco era garantía salirse con la suya en el mundo criminal. Así pues, en el año 2005 Juana cometió un grave error. Cuando se disponía a cometer un crimen más en la colonia Jardín Balbuena, no contaba con que la víctima no estaba sola, por lo cual su intento de asesinato quedó frustrado.

En ese entonces, la víctima le mostró una fotografía de su hijo a La Dama del Silencio. Entonces, Juana plasmó su huella digital sobre la fotografía, con la cual se le pudo relacionar con otros 10 casos que se investigaban y al momento de su arresto, cometió contra la madre de uno de los criminalistas más reconocidos de aquel entonces en la Ciudad de México. De lo cual devino que se implementaran medidas para prevenir más asesinatos.

El entonces Procurador General de Justicia del Distrito Federal, Bernardo Batiz, no había dado una versión oficial ni indicios que revelaran que estaban cerca de atraparla, y se notaba cierta incertidumbre, pues cambió de versiones ya fuera aceptando o negando que las muertes de las ancianas se debieran a la misma persona, y menos que fuera mujer, ya que al principio se creyó que el responsable era un hombre.

Finalmente, luego de ser buscada y haber sembrado el terror durante largos años, el 25 de enero de 2006 cometió su último error y, debido a éste, fue arrestada por el homicidio de Ana María Reyes Alfaro, de 82 años. Entonces confesó que al menos había acabado con la vida de otras 10 mujeres mayores.

Fue gracias al inquilino de la última víctima que se logró la captura de la infame Dama del Silencio; coincidencia entre su oficio en los encordados y en su lucha contra la vida como “asesina de viejitas”.

Aquel día había salido Barraza en busca de una nueva víctima. Abordó a la señora Ana María en la calle y la acompañó hasta su hogar, hablándole astutamente para ganar su confianza. Luego, ya en el domicilio de la occisa, Juana Barraza ofreció sus servicios.

Foto: Archivo La Prensa

Sin embargo, no recibió por respuesta una afirmativa para ayudar a la mujer adulta, sino que en su lugar ésta le dijo: “todavía después de que son unas gatas quieren ganar el doble o más”; por lo cual “La Mataviejitas”, enceguecida por la ira, se abalanzó sobre la mujer -quizá como nunca lo había hecho con otra víctima, para perpetrar un crimen más.

No obstante, cuando salía a toda prisa de la casa de la occisa para darse a la fuga, el inquilino llegaba; y al entrar y ver el cuerpo de la señora tendido, pronto salió tras la asesina, pidiendo el apoyo de elementos policiacos, quienes después de una breve persecución la detuvieron.

Tras su captura, se compararon sus huellas digitales en la base de datos de la entonces AFIS, con lo cual se corroboró su participación en otros crímenes. Asimismo, sus características físicas correspondían indudablemente con las del busto que habían realizado y difundido a los medios, peritos en retrato hablado, fotografía y antropología en la PGJDF.

Tal como lo informó LA PRENSA en su edición del 26 de enero de 2006: “Cínica, sin arrepentimiento, contradictoria, retadora e invocando a Dios”, Juana Barraza Samperio confesó que ella era la responsable de haber estrangulado a casi una docena de mujeres de la tercera edad. No obstante, queda en la duda a cuántas más habrá matado antes de convertirse en depredadora serial.

Como todas las mujeres -o quizá como la mayoría-, Juana Barraza conoció la tiranía y el oprobio, no sólo de un hombre que la esclavizó cuando fue una niña, sino la tiranía de una madre alcohólica que no se preocupó nunca por ella, sino quizá con mayor énfasis por su adicción.

La variedad de estas líneas sobre el triste caso de viejitas asesinadas, se debe no a lo que hasta la saciedad ahora se ha dicho respecto a la homicida, quizá de un modo imperfecto, siguiendo una línea azarosa.

Juana Barraza fue una asesina profesional. No estudió para llegar a ser lo que fue, simplemente a veces uno se tiene que ensuciar las manos para lograr sus objetivos, así sean siniestros.

El porqué de sus crímenes sólo ella lo sabrá, y quizá un dios a quien no se le escape nada, porque como ella misma lo declaró: “Hay un Dios, y Dios tarda, pero no olvida”. Siempre supo cómo acabaría su historia.

Foto: Archivo La Prensa

El 25 de enero de 2006, durante las últimas horas de la tarde, cuando la noche comenzaba a declinar, fue detenida una mujer a quien ya le seguían la pista, de quien tenían un perfil, pero que hasta entonces nada concreto se sabía de ella; era sólo como un rumor vago de muerte.

En las investigaciones de los casos se tenían pistas sobre su modo de operar; lo principal: la víctima, quien debía ser de la tercera edad y, debido a su vulnerabilidad, el silencio estrangulador aprovechaba para matar.

Pero esta asesina, hasta antes de su captura, no era más que una huella dactilar, que incidentalmente un día dejó en casa de una de sus víctimas a quien no pudo asesinar, por fortuna, pero que a partir de entonces se configuró un retrato hablado, merced a la suma de varios asesinatos que cargaba a cuestas…

La vida de Juana había sido como una herida que el destino le había hecho. Así vivió durante todos esos años, a la sombra de una doble existencia que nunca cicatrizó.

No todo el mundo cuenta con el privilegio de haber tenido una infancia desgraciada; lo malo es que algún día alguien tendrá que pagarlo, pues la desgracia propia se cobra con la ajena, es algo que no puede quedar impune. Las horas no querían pasar. El día parecía lejano e inconcebible. A decir verdad, no era el día lo que ella esperaba, sino el olvido de ese tiempo que se negaba a desaparecer. Allí estaba ella, con Ana María Reyes Alfaro, la última en su lista no escrita de víctimas, en su casa de la Primera Sección de la Colonia Moctezuma.

Tiempo antes, Juana Barraza se dedicó a practicar el deporte del pancracio. En los encordados se hacía llamar La Dama del Silencio, debido a que ella misma se consideraba alguien silente y solitaria, por lo cual encubría su identidad ataviándose con un antifaz de mariposa y un traje rosa con vivos plateados.

Es verdad que luchó en varios cuadriláteros de diferentes partes del país, en pequeñas arenas y en varios pueblos, pero, desgraciadamente, tuvo que abandonar la lucha libre, el mundo de las máscaras, los vuelos y la libertad del cuadrilátero, debido a una caída que la dejó lesionada, pues corría el riesgo de quedar paralítica, lo cual hubiera sido la causa de que nunca hubiera nacido la criminal que fue ni su carrera criminal hubiera sido tan fructífera.

EMBLEMÁTICO CASO DEL 2006: LA MATAVIEJITAS

No gozaba con el sufrimiento de sus víctimas, era el simple odio que sentía, porque de niña su madre la cambió por unas cervezas y fue brutalmente violada por un hombre mayor

Pero quiso el destino que la rabia incubara en ella por una desgracia más. Ningún destino es justo, salvo quizá con aquellos que viven con la gentileza de un desconocido, para quienes miran en el plato ajeno lo que no podrán probar y la rabia y la ira los merma hasta que los transforma en asesinos.

Luego de padecer las miserias de una vida injusta, Juana comenzó -como todo criminal que se profesionalizará- a robar, desde nimias autopartes, hasta el hurto en tiendas y a transeúntes. Por otra parte, cuando comenzó a delinquir, también se abrigó bajo la protección de “poderes sobrenaturales”, creencias o supersticiones, de tal modo, inició con el ritual de adoración a la Santa Muerte.

Si el destino y el azar estaban en su contra, ella buscaría la forma de hacerle frente e inclinar la balanza a su favor, ya con hechizos, ya con amuletos. Comenzó a visitar a brujos; sin embargo, la cruda realidad le pegó contundente otra vez, porque ni así logró mejorar su situación. Estaba inmersa en el duro y contundente mundo real, donde los que no son capaces de adaptarse son expulsados y se les mira como a seres irreconciliables con la sociedad.

Luego de retirarse como luchadora, no le quedó más que ser una simple promotora de este deporte, pero eso no era ni siquiera un bálsamo para todo lo que había perdido. No obstante, era algo con lo que no podía costear la manutención de un hogar, de sus hijos, de su infernal vida llena de podredumbre e inmundicia.

Así que, al darse cuenta de que no alcanzaba más que para padecer un poco menos (pero padecer al fin y al cabo), decidió dedicarse a ofrecer sus servicios como empleada doméstica, ¿qué más puede hacer alguien que ha tenido torcido el pasado, con el presente y el futuro desdibujados? Pero lavar y planchar ajeno siempre es una infamia, ya que una se rompe el lomo por unos pocos pesos; aunque cuando se ama a un hijo… y más si el amor es triple.

Perfilada ya en rambla del desacato a las buenas costumbres, al respeto a la vida ajena, Juana comenzó o, mejor dicho, ascendió en la escala de la maldad.

Foto: Archivo La Prensa

No le fue suficiente despojar de sus pertenencias a las personas o desvalijar un auto, quizá. No. Dentro de ella algo quería aniquilar esa angustia no mitigada e incesante causada por el pasado, el siempre pasado que la envolvía con el recuerdo de una horrenda madre a quien nunca soportó.

La mayoría de las personas viven entrampadas, pero muchos prefieren evitar caer en tentación, nunca se sabe cuándo se caerá en una de las miles de trampas que tiene la vida. La idea es evitarlo, sólo de ese modo puede mantenerse uno vivo, hasta que lo atrapan o muere.

Por el año de 1996 Juana, ya era azas diestra en cuestiones turbias. Inició sus hazañas delictivas en compañía de su comadre Araceli; se hacían pasar pasar por enfermeras, que prometían a los ancianos ayudarlos con sus pensiones, pero al descuidarse los pobres viejos, éstas rapaces aprovechaban para despojarlos de sus pertenencias.

Para Juana no era sólo robar, era como asistir a una cátedra para perfeccionar sus futuras fechorías. Es bien sabido que un asesino serial comenienza quizá matando una araña, luego un pájaro, quizá después un gato o un perro, y así va nutriendo su inquina pérfida, hasta que no basta con algo menor y da el salto a un ser humano. Para Juana, cada acto delictivo era una enseñanza para perfeccionar su arte con el cable o la mordaza en el cuello ajeno.

DE LUCHADORA A ¿ASESINA DEL SILENCIO?

Existen diversas fuentes que afirman que Juana Barraza asesinó por primera vez a una anciana el 25 de noviembre de 2002.

No obstante, en otros registros se asienta que su primera víctima, y quizá con la que asaltó la fama por la serie de crímenes que la harían una de las asesinas más recodadas en los archivos de la historia de criminales mexicanos de alta peligrosidad, fue en octubre de 2004.

Sin embargo, aquella primera víctima vivía en la entonces delegación Coyoacán, una ancianita de 64 años que respondía al nombre de María.

Como ya lo había ido perfeccionando desde tiempo antes, Juana se disfrazó de enfermera (¿por qué elegir el blanco para asesinar?). Ése era el traje con el que embaucaba.

Foto: Archivo La Prensa

Se ganó la confianza de la señora María, quien la llevó a su casa, donde se quejó amargamente de sus males. Y allí estaba ella, la asesina, en silencio, escuchando por azar las penurias de la mujer mayor.

De pronto, de la boca de la anciana emergieron palabras violentas contra la otrora luchadora, palabras filosas como las de una estocada en un toro, que se estrellaron en el pequeño mundo de Juana; entonces su silencio se rompió, transformándose en ira. No pudo entenderlo, de tal modo que despertó en ella la verdad asesina.

Todo lo que siempre quiso y todo lo que siempre necesitó estuvo en sus manos; no las palabras que dañan siempre cuando son dichas con oprobio, sino el placer que se mantiene -justo como el dolor que llevaba manteniendo durante casi 40 años-, cuando se mata a alguien.

Juana perdió los estribos. Se abalanzó sobre María y con ambas manos -y tal vez utilizando algo a su alcance que enredó en su cuello- poco a poco fue asfixiándola. Luego, como si nada, recorrió la casa tomándose su tiempo en el silencio mortuorio. Se hizo propietaria nueva de los viejos objetos que le parecieron de valor. Y luego se marchó.

Quizá subrepticiamente se le presentó una revelación. Tanto tiempo tuvo que soportar los embates de la realidad, del destino, pero en el fondo sólo se conformaba con tener un patrón que le tenía tomada la medida.

PERFIL CONFUSO

Con base en las investigaciones, así como en datos recabados por algunos vecinos de las víctimas, la entonces Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal difundió un perfil criminal del asesino de las viejitas, para así comenzar la búsqueda.

De acuerdo con lo que se infirió, el homicida debía ser un masculino de entre 35 y 40 años, también se consideró que debía ser un homosexual y que tal vez habría sufrido de abuso durante su infancia.

Una especialista , Feggy Ostrosky, mencinó que el perfil probablemente correspondía con el de un joven solitario “que actuaba disfrazado de enfermera o mujer, que generaba confianza entre las ancianas, a través de una personalidad carismática y que estrangulaba a sus víctimas haciendo uso de sus fuerzas”.

La confusión derivó en que la búsqueda fuera dirigida hacia otra parte, ya que hasta ese momento, los estudios sobre asesinos seriales indicaban que el porcentaje de estos era superior al de mujeres, por lo cual, todo indicaba que se trataba de un hombre y no de una mujer, ya que en el caso de estas, el método para asesinar evitaba el contacto físico y la violencia.

Sus demás asesinatos serían realizados con el mismo modo de operar. En absolutamente todos los casos, las víctimas fueron mujeres de la tercera edad. Para lograr su cometido, se disfrazaba de enfermera o de trabajadora social y se aseguraba -y esto era crucial en sus planes criminlaes-, que las ancianas vivieran solas, o por lo menos que estuvieran solas la mayor parte del tiempo.

Las abordaba en parques o mercados y quizá en alguna iglesia cercana a sus domicilios. Las observaba y elegía a las que, sin sospechar, se abrían con confianza, a tal grado que llegaban a mostrarle algunos de sus objetos de valor.

La asesina pronto cambió el blanco de las enfermeras por el color rojo -con el cual quizá pensó que se asimilaría a una trabajadora social-, para disimular la sangre -si por alguna razón llegaba a brotar- cuando las mataba.

SU CAPTURA FUE POR UN GOLPE DE SUERTE

El entonces Procurador Bernardo Batiz no había dado una versión oficial ni indicios sobre su posible captura y había duda de que las muertes de las ancianas se debieran a la misma persona

Con ese disfraz, valiéndose de la promesa de entregarles una tarjeta de apoyo o, si ya la tenían, regalarles una despensa, La Dama del Silencio podía ingresar a los domicilios sin usar la violencia y sin llamar la atención.

Luego, elegía para asesinar los días martes o miércoles. También, se dice, eligió un cómplice. Se trató de un taxista con el que mantuvo una relación y era el encargado de llevarla a los lugares del crimen.

La esperaba mientras ella entraba a las casas de las ancianas para terminar con sus vidas. Luego, se marchaban y él recibía una parte del botín.

Foto: Archivo La Prensa

Pero si su vida había sido una constante pérdida, tampoco era garantía salirse con la suya en el mundo criminal. Así pues, en el año 2005 Juana cometió un grave error. Cuando se disponía a cometer un crimen más en la colonia Jardín Balbuena, no contaba con que la víctima no estaba sola, por lo cual su intento de asesinato quedó frustrado.

En ese entonces, la víctima le mostró una fotografía de su hijo a La Dama del Silencio. Entonces, Juana plasmó su huella digital sobre la fotografía, con la cual se le pudo relacionar con otros 10 casos que se investigaban y al momento de su arresto, cometió contra la madre de uno de los criminalistas más reconocidos de aquel entonces en la Ciudad de México. De lo cual devino que se implementaran medidas para prevenir más asesinatos.

El entonces Procurador General de Justicia del Distrito Federal, Bernardo Batiz, no había dado una versión oficial ni indicios que revelaran que estaban cerca de atraparla, y se notaba cierta incertidumbre, pues cambió de versiones ya fuera aceptando o negando que las muertes de las ancianas se debieran a la misma persona, y menos que fuera mujer, ya que al principio se creyó que el responsable era un hombre.

Finalmente, luego de ser buscada y haber sembrado el terror durante largos años, el 25 de enero de 2006 cometió su último error y, debido a éste, fue arrestada por el homicidio de Ana María Reyes Alfaro, de 82 años. Entonces confesó que al menos había acabado con la vida de otras 10 mujeres mayores.

Fue gracias al inquilino de la última víctima que se logró la captura de la infame Dama del Silencio; coincidencia entre su oficio en los encordados y en su lucha contra la vida como “asesina de viejitas”.

Aquel día había salido Barraza en busca de una nueva víctima. Abordó a la señora Ana María en la calle y la acompañó hasta su hogar, hablándole astutamente para ganar su confianza. Luego, ya en el domicilio de la occisa, Juana Barraza ofreció sus servicios.

Foto: Archivo La Prensa

Sin embargo, no recibió por respuesta una afirmativa para ayudar a la mujer adulta, sino que en su lugar ésta le dijo: “todavía después de que son unas gatas quieren ganar el doble o más”; por lo cual “La Mataviejitas”, enceguecida por la ira, se abalanzó sobre la mujer -quizá como nunca lo había hecho con otra víctima, para perpetrar un crimen más.

No obstante, cuando salía a toda prisa de la casa de la occisa para darse a la fuga, el inquilino llegaba; y al entrar y ver el cuerpo de la señora tendido, pronto salió tras la asesina, pidiendo el apoyo de elementos policiacos, quienes después de una breve persecución la detuvieron.

Tras su captura, se compararon sus huellas digitales en la base de datos de la entonces AFIS, con lo cual se corroboró su participación en otros crímenes. Asimismo, sus características físicas correspondían indudablemente con las del busto que habían realizado y difundido a los medios, peritos en retrato hablado, fotografía y antropología en la PGJDF.

Tal como lo informó LA PRENSA en su edición del 26 de enero de 2006: “Cínica, sin arrepentimiento, contradictoria, retadora e invocando a Dios”, Juana Barraza Samperio confesó que ella era la responsable de haber estrangulado a casi una docena de mujeres de la tercera edad. No obstante, queda en la duda a cuántas más habrá matado antes de convertirse en depredadora serial.

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