La bruja de Atizapán: quiso el camino libre y terminó con la vida de su esposo

Tarotista se cansó del maltrato de su esposo curandero y decidió mandarlo al descanso eterno

Carlos Álvarez / La Prensa

  · viernes 1 de noviembre de 2024

Foto/ Fototeca Hemeroteca y biblioteca Mario Vázquez Raña

Lidia, experta en decirle su suerte a la gente, no adivinó en las cartas lo que el destino le deparaba. Y José Juan, que con sus “limpias” le quitaba todo mal a los crédulos, no pudo quitarse el enorme daño que se le vino encima.

La pareja había vivido buenos años de matrimonio y de sociedad profesional. Ella le leía las cartas a mujeres y hombres preocupados por el futuro y él le hacía “limpias” a enfermos del cuerpo y del alma. Y, en caso necesario, intercambiaban funciones.

Pero como dicen por ahí, cuando algo ya no sirve, lo mejor es deshacerse de ello y buscar algo que sí funcione. Es lo que decidió Lidia G a sus 26 años, cuando su esposo, José Juan, tuvo problemas físicos que al final de cuentas lo dejaron con un problema de disfunción eréctil a temprana edad. La mujer acabó dejando de querer al marido que tanta dicha le había dado en tan solo unos pocos años.

UN HALLAZGO, AL PARECER, INCIDENTAL

El domingo 26 de febrero de 1995, a través de las páginas de LA PRENSA, se dio a conocer una noticia que parecía la habitual de la nota roja, en la cual se informa sobre plomo, sangre y muerte.

Nada, o casi nada, tenía de peculiar este caso. Y es que ejecutados siempre habían “aparecido” de un día para otro. Pero en aquella ocasión, algo hizo que los agentes sintieran una corazonada, la corazonada necesaria para resolver el caso.

En el municipio de Atizapán de Zaragoza, cerca de unos campos de futbol fueron descubiertos los cuerpos sin vida de dos hombres que presentaban golpes y que habían sido acribillados a balazos.

Los cadáveres estaban en el interior de un automóvil antiguo, pero bien cuidado, de color rosa y placas de circulación del Distrito Federal; hasta ese momento, permanecían como desconocidos, pues carecían de identificaciones y solamente resaltaba en uno de ellos el hecho de que tenía el cabello decolorado.

Fue a las 8:00 horas cuando elementos de la Policía Municipal realizaban su rondín de vigilancia en la colonia Montes María, cuando se percataron de que en los campos de futbol estaba un automóvil abandonado y, aparentemente, sin tripulantes.

Entonces, se acercaron cautelosos y luego de inspeccionar a la distancia primero y luego a través de las ventanillas, descubrieron los cuerpos de dos hombres sin vida.

De inmediato, solicitaron la intervención de las autoridades judiciales del Centro de Justicia de ese municipio, de donde agentes acompañaron al Ministerio Público en turno para iniciar las indagaciones. En el interior del vehículo placas 182- GJM del Distrito Federal, en el asiento trasero, se hallaban dos masculinos de entre 25 a 30 años, con visibles huellas de golpes en el rostro y balazos en la cabeza.

Los agentes investigadores descubrieron en el piso del vehículo cinco casquillos -calibre .380 y una ojiva, al parecer del mismo calibre-; el primero de los victimados era de complexión robusta, tez morena, cabello oxigenado decolorado, y vestía pantalón negro, camisa roja y zapatos negros; el segundo, de complexión delgada, morena, cabello negro, vestía pantalón negro, playera blanca, chamarra a cuadros y tenis negros.

En tanto que el representante social inició la averiguación previa por el delito de homicidio contra quien resultara responsable, el segundo comandante Abel Cas ordenó un operativo para establecer la identidad de los dos ejecutados para así conocer si alguno de los occisos era propietario de la unidad.

Por lo que, de resultar afirmativo, se podrían esclarecer cuáles eran sus actividades y con qué personas estuvieron la última vez que estaban con vida, para que, a partir a partir de allí, se pudiera ubicar al o a los presuntos homicidas.


Foto/ Fototeca Hemeroteca y biblioteca Mario Vázquez Raña

UNA MÁGICA VIDA

Lidia estaba consciente de que el origen del problema era puramente natural, pero eso no le quitaba la desesperación por su situación y la necesidad de ser amada a plenitud. Entonces, se vio obligada a buscar en otro hombre lo que su marido ya no podía brindarle.

Por su mente comenzaron a pasar imágenes que parecían predecir un mejor futuro, o eso creyó. Pero este sería imposible si su esposo no la dejaba, por lo cual era inminente una ruptura.

Aunque ella no podía dejarlo, porque un malagüero podría germinar en esa acción. Lo había visto en sueños; lo ratificó al echar las cartas y ver que el siete de espadas lo decía todo. Todo se trataba de un juego de poderes sobrenaturales que mantenían en equilibrio una relación que iba más allá de lo amoroso y lo laboral, pues incluso sus destinos se habían imbricado de manera metafísica.

El matrimonio era bien conocido en la colonia El Arbolito, en lo que entonces se conocía como la delegación Gustavo A. Madero -hoy alcaldía- y tenía una extensa y leal clientela, debido a la buena reputación que habían labrado y por ello algunos los llamaban “cartomancianos”; pero no eran bien vistos por todos, por lo cual a ese otro grupo que tenía reservas para con ellos, eran simplemente brujos.

Ella, la bruja, especialmente era vista como alguien que ocasionaría tragedias, pues no en pocas ocasiones había tenido discrepancias con la familia de su esposo, con alguno que otro vecino o con algún familiar o amigo de alguno de sus clientes.

Eso sí, nunca faltaba quien tocara a su puerta para una “limpia” o para saber qué les depararía el futuro. Eran conocidos y conocían a casi todo el barrio, así como a los vecinos de otros rumbos cercanos, hasta más allá de lo que antes se conocía como Distrito Federal.

La mujer, que ya para entonces sentía un vacío erótico descomunal, no tuvo problema para encontrar pronto el amor en los brazos de otro hombre -aunque todavía estaba junto a su esposo- y con este la posibilidad de tener lo que tanta falta le hacía.

Pues resultó que cierto día, cuando hacía un “trabajo espiritual”, su destino se cruzó con el de Delfino, apuesto oficial de Tránsito en el municipio de Atizapán de Zaragoza, “el hombre” que Lidia tanto esperaba.

Lo supo claramente cuando lo miró a los ojos y al tocar la palma de su mano, viril y fuerte, pero sobre todo cuando las cartas lo predijeron ante lo cual ella quedó convencida de que su destino eran otros brazos y otro rumbo.

Como era natural, todo empezó mediante una buena amistad que, conforme pasaron los meses y el mal de José Juan se confirmó sin posibilidad de remedio, se convirtió en una relación extramarital.

Pero la joven cartomanciana era una mujer demasiado apasionada y no tenía tiempo que perder. Entonces la otra relación fue tomando tintes muy profundos, al grado de que Lidia dejó de querer definitivamente a su esposo, quien acabó por convertirse en un estorbo para que ella viviera libremente su amor al lado del oficial de Tránsito.

Foto/ Fototeca Hemeroteca y biblioteca Mario Vázquez Raña


DECIDIÓ MATARLO

Las noches de la mujer se convirtieron en un verdadero infierno. Ella necesitaba ser amada. Tenía que encontrar la forma más sencilla de deshacerse de su cónyuge. Pero esto no era tan fácil, el cariño que sentían por sus tres hijos y por el hogar que habían formado eran obstáculos muy difíciles de ignorar.

Sin embargo, después de varias noches de desvelos y meditación, Lidia decidió que era necesario actuar.

Platicó con su esposo y le hizo saber que ya no lo quería, que era necesario el divorcio porque ya no era feliz. Para ella fue difícil tomar esta resolución, puesto que el destino, de acuerdo con lo que había visto en las cartas, los mantenía juntos.
José Juan, como era de esperarse, se negó rotundamente y alegó que no era culpable del mal que lo aquejaba, además, aventuró la posibilidad de recuperar su vigor y confesó que en todo caso el problema que lo limitaba en cuestiones amatorias difícilmente le iba a permitir entablar una buena relación con otra mujer.

La “cartomanciana” se indignó por la reacción de su compañero, que calificó de egoísta. Y poco después estuvo dispuesta a todo, incluso, si era preciso, asesinar a José Juan con tal de que la dejara vivir en paz junto con el hombre que, según ella, se había convertido en su ilusión y que ahora auténticamente llenaba su vida, según le habían dictado las cartas.

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Fue así como una noche de febrero de 1995, se reunió con su oficial de Tránsito, Delfino, para comentarle su macabro plan. Obviamente, con antelación había previsto una respuesta negativa, por lo cual fue fraguando un plan primero para convencerlo mediante sus artes esotéricas.

Fue convincente: el motivo era asesinar a José Juan para poder estar juntos, y, para que eso sucediera, no había otro camino. Por las buenas, el marido nunca iba a aceptar.

Delfino se sintió débil ante las peticiones de Lidia, sintió como si le pidieran tomarse unas vacaciones, sintió como si le hablaran de lejos y él apenas pudiera escuchar y como si al mismo tiempo de que su deseo le dictaba estar con ella alguien más lo controlara.

Quizás Delfino ya era un asesino y la médium que despertó su instinto criminal fue la “adivina”; quizá en el fondo todo el mundo guarda un monstruo.

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Decidieron que no estaban dispuestos a seguir aguantando para vivir su amor plenamente, por lo cual tendrían que actuar de la manera más quirúrgica y debían dar un golpe perfecto y definitivo para quitar de la ecuación a José Juan y, al mismo tiempo, que ninguno de los dos quedara inmiscuido.

Durante varios días no encontraron la forma de planear cómo se resolvería su “problema”, es decir, eliminar a José Juan sin ser descubiertos; pero en lo que sí estuvieron de acuerdo los amantes fue en contratar los servicios de dos policías municipales de Atizapán de Zaragoza, a quienes pagarían la suma de cuatro mil pesos cada uno por realizar “el trabajito”.

A ambos uniformados, que eran compañeros y estaban adscritos a la Policía Municipal de Atizapán de Zaragoza, y que además eran grandes amigos de Delfino, los invitaron a una cantina de aquella zona -donde llevarían a cabo el crimen- para planear detenidamente los detalles.

Los pasos a seguir, según el testimonio de Lidia, era que los uniformados acudieran a su domicilio vestidos de civiles para concertar una cita con José Juan, a quien le iban a pedir que les realizara una limpia, pero no en la casa del adivino, sino en la casa de ellos.

El trabajo consistiría en un servicio a domicilio y, para realizarlo, lo más seguro sería que el adivino utilizaría su viejo coche color rosa, situación -según los criminales- con la cual esperaban despistar a cualquiera porque si alguien llegase a verlo salir de su domicilio, sería en su propio vehículo, por lo cual no habría cabos qué atar si la policía llegase a investigar.

En el momento en que los dos policías entraron en contacto con José Juan, el miércoles 22 de febrero de 1996, siguieron al pie de la letra lo pactado y le manifestaron al “brujo” que querían un “servicio”, pero no allí sino en otro lugar, por lo cual José Juan se alegró de que se tratara de un servicio a domicilio, lo cual le permitiría elevar considerablemente su costo y les informó a sus supuestos clientes sobre la cifra de varios miles de pesos.

Los policías, que iban vestidos de civiles, para no llamar la atención de los otros clientes que se encontraban presentes, aceptaron y cerraron el trato.

La cita quedó concertada para el sábado 26 de febrero de aquel año a las 19:00 horas. No hubo problema alguno, pues los mismos “clientes” pasarían a pie por José Juan a su casa para irse después todos al lugar de la cita.

NO PUDIERON PREVER SU DESTINO, A PESAR DE SU DEDICACIÓN A LA CARTOMANCIA

El 27 de febrero a través de las páginas de “El periódico que dice lo que otros callan” se informó sobre la identificación de dos sujetos que fueron encontrados muertos dentro de un automóvil antiguo en unos campos de futbol.

Se trataba de quienes en vida respondieron a los nombres de José Juan Ávila Arellano, de 27 años de edad y Ernesto Granados Cedillo, de 24. Ambos se desempeñaban como cartomancianos al pronosticar la suerte de la gente a través de la lectura de las cartas.

Ya LA PRENSA había dado a conocer la noticia de los cuerpos hallados, pero que no habían sido identificados, dentro de un automóvil Ford, modelo 1948, el cual estaba abandonado en los campos de futbol de Monte María.

Dichos sujetos presentaban claras huellas de haber sido salvajemente golpeados y posteriormente asesinados de varios balazos en la cabeza.

A 24 horas del descubrimiento y luego de que se presentaran en el Semefo de esta localidad Candelaria y Lidia G, madre y esposa, respectivamente de los occisos, se logró identificarlos y establecer que los dos tenían su domicilio en la colonia El Arbolito, dentro del perímetro de la delegación Gustavo A. Madero.

Los familiares de los occisos, al ser interrogados por la Policía Judicial en torno a este doble crimen, manifestaron desconocer el motivo por el que José Juan y Ernesto hubieran sido asesinados, pues dijeron que se caracterizaban por ser unas personas muy tranquilas y trabajadoras.

Los deudos señalaron que ambos se desempeñaban como cartomancianos y que además de realizar “limpias espirituales”, pronosticaban la suerte de las personas que los visitaban a través de la lectura de las cartas.

Aunque la Policía Judicial no contaba con pistas para el esclarecimiento de ese doble homicidio, los policiacos encargados de las investigaciones informaron que por la forma en que fueron asesinados y por algunos detalles que pudieron apreciar en torno a los occisos, todo parecía indicar que el móvil del crimen se había dado en un presunto ajuste de cuentas entre homosexuales.

EJECUCIÓN EN CURSO

Pasada la primera parte del plan, los policías municipales exigieron el primer pago consistente en cuatro mil pesos, lo cual les fue entregado. Luego, todos se pusieron nuevamente de acuerdo para “el momento de la verdad”.

Cuando las manecillas del reloj marcaron la hora señalada del 26 de febrero, los dos deshonestos policías acudieron puntuales a la cita con “el brujo” que no pudo predecir su muerte.

José Juan, sin saber lo que el destino le deparaba, abordó su viejo automóvil 1948 color rosa y se fue con sus clientes a cumplir el servicio por el cual supuestamente había sido contratado.

Durante el trayecto y cuando los policías ya iban a bordo de la unidad del “limpiador de almas”, este se encontró en el camino con su pariente Ernesto Gasca, a quien pidió que lo acompañara, a lo que los agentes criminales no pudieron oponerse para no levantar sospechas.

Una vez que el grupo quedó imprevistamente completo, enfilaron por la carretera hacia el estado México, donde se dirigieron rumbo a Atizapán.

José Juan obedecía confiado las indicaciones de los dos hombres y aceptó meterse por unos terrenos baldíos cuando se lo pidieron tras pasar por unos campos de futbol, en el rumbo de un lugar llamado Monte María, en el municipio de Atizapán. Ese fue el lugar idóneo para consumar el crimen.

Allí, en medio de la noche, la soledad y la incertidumbre de los “cartomancianos”, los polis matones desenfundaron sus armas de cargo y con ellas comenzaron a darles una paliza a José Juan y a su acompañante.


Los “adivinos” pretendieron quedar desmayados como para que los asesinos creyeran que habían consumado su acto mortal, pero eso solo adelantó que los policías terminaran con ellos de sendos balazos en la cabeza para enseguida bajar del automóvil y darse a la fuga.

Los cadáveres quedaron en el carro rosa que fue abandonado en medio de la oscuridad y de la soledad que imperaba en el lugar.

Al otro día, a temprana hora, el coche rosa fue noticia. Futbolistas llaneros que llegaron al campo para jugar un encuentro de futbol descubrieron en el interior del automóvil los cuerpos evidentemente sin vida de dos sujetos. Nadie los conocía por el rumbo y en ese momento se dio aviso a las autoridades que ordenaron una gran movilización policiaca en la zona.

Debido al color del carro y la saña con que fueron ejecutados los desconocidos, agentes judiciales manejaron la hipótesis de que se trataba de un crimen pasional entre homosexuales.


APARECEN PISTAS

Pero las investigaciones dirigidas por los comandantes Abel Castro Balderas e Isaac Ramírez Caballero dieron resultados más pronto de lo que se esperaba. En los alrededores de los campos de futbol no se encontró ninguna pista, pero el primer dato se tuvo por las placas del vehículo, que permitió determinar que el dueño se trataba de José Juan.

Para el agente que dirigía la investigación se trató de un caso que le pareció singular, desde el coche rosa hasta la forma misteriosa en que terminaron las víctimas.

Candelaria y Lidia G, al tener ante su vista los cuerpos y sin temor a equivocarse dijeron que se trataba de su hijo y esposo, respectivamente, y de su pariente Ernesto.

El primero tenía 27 años y el otro 24, informaron las mujeres, que también dieron a conocer la actividad del curandero.


Con aquellos datos, los judiciales emprendieron la cacería de clientes del hombre que hacía “limpias”, al suponer que algún inconforme podía haber sido el autor del doble homicidio.

Todavía no se cumplía ni una semana del descubrimiento de los cadáveres, cuando los comandantes Castro, Ramírez y Álvarez coincidieron en que la actitud de la esposa de José Juan resultaba sospechosa por su empeño en echar culpas sobre su suegra.

Dijo que la responsable del crimen podía haber sido la misma madre de José Juan, pues había serios problemas entre ambos porque la señora acusaba a su hijo de haber violado a uno de sus hermanos menores.

Los detectives decidieron vigilar estrechamente a Lidia e interrogarla con cualquier pretexto. Cayó en graves contradicciones y eso aumentó las sospechas de los investigadores. La vigilancia dio frutos en unos cuantos días: la mujer fue vista en actitud muy amorosa con un hombre.


Se aclaró que el hombre en cuestión era el agente de tránsito y que desde antes de la muerte del curandero mantenían relaciones amorosas. Los encargados de algunos hoteles. de paso dieron testimonio de ello.

La vigilancia sobre la mujer se estrechó y ya no quedó duda cuando la sorprendieron revisando un bulto enterrado en el jardín de su casa: eran joyas que su marido usaba siempre, según otros parientes.

Ante la evidencia, Lidia tuvo que aceptar su responsabilidad en el doble homicidio, manifestó que ella directamente no los había matado y denunció el complot en el que intervinieron su amante y los dos policías municipales.


“Todo fue por amor”, dijo a manera de disculpa. Lo demás fue cosa de tiempo. Los cómplices de Lidia estaban tan seguros de no haber dejado huella, que seguían trabajando normalmente en los cuerpos policiacos a que pertenecían. Los detuvieron en sus bases.

Los tres implicados en el asesinato de los tripulantes del carro rosa fueron trasladados al centro de justicia de Atizapán, donde Lidia García Suaste, ya detenida los acusó abiertamente ante el comandante Ismael Alvarez. Lo más que pudieron decir en su defensa fue que la idea del crimen fue de la mujer.

El agente del Ministerio Público consignó a los cuatro al penal de Barrientos, donde en un juicio rápido un juez los sentenció a 40 años de prisión por el asesinato de los “cartomancianos”.

Con el encarcelamiento de los culpables, se cerró el caso, pero no acabó allí, ya que después de un tiempo, los vecinos de José Juan, afirmaban que lo veían seguido por el rumbo y no pocos clientes continuaban asistiendo a “limpiarse” con más confianza al saber que el cartomanciano seguía en este mundo.