Cuenta la historia que la temible Banda del Automóvil Gris aterrorizaba la Ciudad de México en los albores del siglo XX, cuando la capital del país se convulsionaba por el movimiento armado conocido como la Decena Trágica, golpe militar liderado por Victoriano Huerta y que tuvo lugar del 9 al 18 de febrero de 1913 para derrocar a Francisco I. Madero de la presidencia de México.
La historia (o historias) que se cuenta sobre la Banda del Automóvil Gris es diferente y muchas veces se ha convertido en leyenda. Algunas de las versiones que se conocen, por ejemplo, cuentan que el jefe de la banda era un español a quien se le ocurrió que para realizar sus atracos, él y sus secuaces podían fingir que eran militares, por lo cual se les veía vestidos de uniformes zapatistas, o bien, uniformes constitucionalistas.
Se cuenta que recibían órdenes de cierto general carrancista ambicioso, quien les habría encomendado asaltar la Tesorería de la Nación. Y, asimismo, se divulgó el rumor de que entre sus cómplices se encontraba una afamada vedete de aquel entonces, llamada María Conesa, a quien se le conocía en el medio artístico como "la gatita blanca".
La Banda del Automóvil Gris, también era conocida como La Banda de los Cateadores, La Banda del Japonés o los Ladrones del Automóvil Gris; aquellos fueron los primeros nombres con los que se le conoció a esta pandilla de criminales.
El primer mote, debido a que utilizaban órdenes de cateo para irrumpir en las casas de la gente rica y, de este modo, pudieran perpetrar sus asaltos sin levantar sospechas; el segundo mote, porque –según se decía- el chofer del coche era de origen japonés y el tercero porque acostumbraban a utilizar un automóvil gris.
Este grupo criminal se aprovechó de la caótica situación que durante aquellos días privó en la capital. Sus integrantes, comandados por Higinio Granda Fernández, sembraron el horror en colonias donde residían familias aristocráticas.
La ciudad ya estaba por demás violentada por los acontecimientos revolucionarios. La gente no veía tregua ante tanto susto. Su diario vivir sufrió tremenda agitación. Las familias ya no salían de sus casas y ni en sus propias moradas estaban seguras.
Y fue en ese entorno histórico cuando la banda de Granda hizo de las suyas.
Por aquellos días, el contrabando, la falsificación de monedas y el acopio de armas eran los delitos más comunes y los más perseguidos, no así los de robo, y Granda lo sabía, por ello los métodos para realizar sus golpes hamponiles eran siempre innovadores.
Y al ir disfrazados con los uniformes militares y presentándose con órdenes de cateo, muy rápido consumaban el atraco. Y ya con el botín en su poder, consistente en alhajas, dinero, vajillas de plata y mercancía diversa, abordaban a toda prisa su clásico automóvil gris –se decía que era un Fiat Modelo 1914-, para huir a toda velocidad y perderse en algunos de los barrios pobres y desprotegidos de la policía en el oriente de la ciudad, como Iztapalapa, Chalco, Chimalhuacán o Ixtapaluca, que entonces eran pueblos lejanos a la capital.
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Orígenes de la primera banda
De acuerdo con algunos relatos, el jefe de la Banda del Automóvil Gris, Higinio, había venido a México junto con su hermano Juan procedentes de la región de Cangas de Tineo, España, hacia en el año de 1880.
Otras versiones de la leyenda de los miembros de la banda afirman que los hermanos Granda Fernández provenían de Asturias, España.
De tal suerte que los hermanos Granda habrían llegado luego a la Ciudad de México con unos parientes que tenían una fábrica de aguas gaseosas cerca de los Arcos de Belén. Pero cuando inició la Revolución, sus caminos se bifurcaron.
Juan, el mayor, de carácter austero y serio, se enroló en las fuerzas del general Amador Salazar y con el tiempo llegó a ostentar el grado de coronel para finalmente morir en uno de tantos combates en los que tomó parte.
Higinio Granda era todo lo opuesto a su hermano: “era una persona noble por su apariencia y perversa por sus instintos”; y decidió quedarse en la ciudad con sus parientes. Pero al poco tiempo encontró una forma fácil de ganarse la vida como una especie de proxeneta. En pocas palabras se convirtió en un delincuente de alta escuela que comenzó a visitar la cárcel con frecuencia.
Por lo mismo, se volvió un asiduo escapista de las viejas cárceles, como la de Belén, que estaba ubicada en Arcos de Belén y Avenida Niños Héroes y que en la época del virreinato fue el Convento de Belén.
Para sus fugas carcelarias, Higinio supo aprovechar muy bien la endeble estructura de las autoridades penitenciarias. Delinquía a placer gracias a la vulnerabilidad de las instituciones.
En 1913, preso Higinio Granda, planeaba con lujo de detalle su próximo escape de Belén. Dicen que consiguió pólvora y voló en pedazos una pared. Lo siguieron en la fuga Santiago Risco y Ángel Fernández Teixero, españoles y reos como él. Iban detrás, el francés Mario Sansi y seis mexicanos.
Ese mismo año, Francisco I. Madero y José María Pino Suárez fueron asesinados por Huerta, quien desapareció de la escena política en julio de 1914. Murió dos años después en una prisión de El Paso, Texas, a consecuencia de cirrosis hepática por abusar de bebidas alcohólicas, especialmente coñac.
Se cuenta que cierto agente de nombre Antonio Villavicencio logró capturar a Francisco Oviedo, uno de los más cercanos colaboradores de Granda, antes de que formara la banda del automóvil. Al enterarse, Higinio huyó de la capital y fue a buscar a su hermano, que ya era oficial zapatista.
En ese momento, tomó la determinación de enrolarse en las filas del ejército, cuestión que le favoreció, ya que en poco tiempo alcanzó el grado de capitán.
De esta experiencia se valió para configurar sus futuros propósitos delictivos. Pues cuando las fuerzas armadas tomaron el control de la ciudad, el general Amador Salazar inició una serie de cateos en diferentes casas, por lo tanto, Higinio se dio cuenta de lo sencillo que resultaba ingresar a los domicilios de las personas con sólo mostrar un salvoconducto. En los meses siguientes, Higinio aprovechó para visitar a sus antiguos secuaces para proponerles un jugoso negocio.
A la caída de Victoriano Huerta, Higinio Granda, camuflado con uniformes del ejército y junto con su terrorífica banda, comenzó a controlar la Ciudad de México.
Según se cuenta, en el tugurio denominado El Grano de Arena, Granda se reunió con sus antiguos compañeros de crimen. La mayoría eran expresidiarios que habían logrado fugarse durante la noche de la Decena Trágica, cuando una de las paredes sucumbió ante uno de los cañonazos que recibió la cárcel de Belén.
Los criminales y miembros de la banda conformada por elementos españoles y mexicanos, eran: Higinio Granda, de nacionalidad española y quien fungía como jefe de la misma; Francisco Oviedo, subjefe del gang; los igualmente hispanos Ángel García Chao y Ángel Fernández, así como los mexicanos Luis Hernández, Manuel León, Santiago Risco, José García, Luis Loza, José Fernández, Bernardo Quintero y Rafael Mercadante.
Importante es aclarar que otros elementos participaron de manera ocasional en algunos de los atracos de la banda, sin embargo, los antes mencionados eran considerados como elementos base. Los otros miembros eran Santiago Risco, Enrique Rubio Navarrete, Ramón Beltrán alías "El Gurrumino", Amado Bustinzar alías "El Pifas", Mariano Sansi, Rafael Mercadante, Fernández Texeiro, Manuel Palomar, Antonio Vila y J. Refugio Hernández.
Todos aquellos personajes asistieron a esa primera reunión en la que Higinio Granda les contó sobre su plan y cómo se harían las cosas; ocuparían de pretexto el cateo para robar a los aristócratas, quienes tenían el dinero. Para ello, utilizarían automóvil y portarían uniformes militares; por su parte, Higinio utilizaría sus influencias y cercanía de la comisión de seguridad para obtener las órdenes de cateo.
El hampa era dueña de la capital
Fue el año 1915 cuando la sociedad empezó a sentir mucho miedo ante los ataques constantes de aquellos temibles criminales. Y la Banda del Automóvil Gris se convirtió en leyenda.
La delincuencia era dueña de la capital del país. La vigilancia era mínima. Por todas partes la sociedad era severamente castigada por robos, asesinatos y violaciones.
Los tiempos eran propicios para la delincuencia. Con sus poco más de 700 mil habitantes, la Ciudad de México era víctima de los cateos autorizados por el gobierno para buscar armas y enemigos; de ahí que la Banda del Automóvil Gris aprovechara la situación para organizar sus golpes.
Además del robo, pusieron de moda el secuestro. La gente sospechaba que algunos generales carrancistas estaban involucrados con el crimen organizado. El rumor tenía sus fundamentos. Cuando entraron por vez primera a la capital, los constitucionalistas saquearon de tal forma las casas y comercios que pronto fueron conocidos como "carranclanes" y el verbo robar encontró rápidamente un sinónimo "carrancear".
Los ladrones caen presos nuevamente en la misma cárcel y del mismo reclusorio se vuelven a fugar, con la oportunidad del abandono que hacen del encierro los custodios, quienes siguen a villistas y zapatistas hacia el norte y hacia el sur ante el arribo de las fuerzas de Venustiano Carranza a la Ciudad de México.
Las fechorías... el secuestro del Alice
Alice era joven y bella. Su padre era François Thomas, un rico francés, según refiere el escritor Agustín Sánchez González. Higinio Granda le encargó a su cómplice Mariano Sansí, un proxeneta de origen francés, que enamorara a Magdalena González, sirvienta de Alice. El tipo era eficiente y consiguió la agenda dela agraciada señorita.
La banda se reúne en la cantina El Grano de Arena. Deciden hacer el “levantón”. Granda distribuye las comisiones de la banda: vigilancia de la residencia Thomas y en el barrio; la misma cantina se convertirá durante los siguientes días en casa de seguridad, mientras que Francisco Oviedo y Santiago Risco son designados como cuidadores.
El grupo sube a su automóvil. Alice y Magdalena son interceptadas en la esquina de Colón y el grupo enfila por Paseo de la Reforma. En la glorieta del monumento a Cristóbal Colón liberan a Magdalena y le hacen saber el rescate: 100 mil pesos en oro.
La niña mimada es arrojada al mugroso sofá de una pocilga y allí 12 tipos “le echan montón”. Thomas busca al encargado de negocios de Francia en México y, de la mano de éste, presenta la denuncia.
La autoridad es incapaz de hacer algo y el empresario reúne el dinero en tres días. Lo entrega en el Bosque de Chapultepec. Esa misma noche, Alice regresa al hogar, traumatizada por los constantes ataques sexuales de los que fue víctima.
Iracundo, Thomas regresa con las autoridades. La sirvienta detalla que los secuestradores vestían uniformes oficiales y que uno de ellos hablaba con acento español. Para la policía no había duda de que se trataba de Higinio Granda y su banda.
Entre los muchos atracos cometidos, destaca el que perpetraron a la casa del ingeniero Gabriel Mancera, en la calle de Donceles, en el centro de la Ciudad de México. Mancera era un rico minero nacido del estado de Hidalgo, propietario de varias minas en Mineral del Chico, Hidalgo, además de varias fábricas de textiles en Tulancingo, y propietario de los ferrocarriles Hidalgo y del Noroeste.
El golpe dado a Mancera, quien fuera en su momento presidente municipal de Pachuca y diputado, ascendió a más de 400 mil pesos.
Cuentan que una pieza del botín, un magnífico collar de esmeraldas, pasó a adornar el cuello de la “Gatita Blanca”, María Conesa, primera tiple española del Teatro Principal, que tuvo sus quereres con dos de los miembros de la banda.
Robo efectuado a las 7 de la mañana
En ese día y hora, fue robada la casa del señor Luis Toranzo situada en la primera calle de Colón número cinco. Los ladrones eran seis, capitaneados por Granda, se presentaron con "orden" falsa de la entonces estilada Comandancia Militar, para efectuar un cateo, en vista de que se tenían noticias de que allí se les proporcionaba a los carrancistas armas y parque, y se extrajeron de varios muebles siete mil pesos en billetes, mil doscientos en efectivo y alhajas, diciendo que lo extraído sería entregado en la Inspección General de Policía a la persona de confianza que mandara el dueño por lo que éste comisionó al señor Enrique Pérez, quien ocupó el auto que había llevado a los ladrones; éstos lo condujeron a San Juanico y allí después de maltratarlo le amarraron de pies y manos, lo despojaron de lo que llevaba y lo dejaron abandonado junto de una magueyera.
Ciudad sin ley, criminales con placa
A los pocos meses, de manera circunstancial, la banda de Granda fue detenida. También cayeron dos oficiales que, desde su cargo, daban protección a la banda.
Uno era el primer jefe de las Comisiones de Seguridad de la Policía Reservada y uno más el subjefe. Pero muy pronto, Granda y los suyos regresaban a la calle.
Carranza designó como gobernador del Distrito Federal a Pablo González. La ciudad había perdido la seguridad gozada durante el régimen de Porfirio Díaz, recuerda el historiador Alejandro Rosas.
No era sorpresa para nadie que las órdenes de cateo con que operaba la banda estuvieran firmadas por el general Pablo González, lugarteniente de Carranza.
El escándalo era tan evidente, que en la carta abierta que Zapata le escribió a Carranza en 1916 acusó a sus hombres:
"Esa soldadesca... lleva su audacia hasta constituir temibles bandas de malhechores que allanan las ricas moradas y organizan la industria del robo a la alta escuela, como lo ha hecho ya la célebre mafia del Automóvil Gris, cuyas feroces hazañas permanecen impunes hasta la fecha, por ser directores y principales cómplices personas allegadas a usted o de prominente posición en el ejército".
Uno de los bandidos, Francisco Oviedo, había obtenido la comisión de espiar para el jefe de la policía a los subalternos. Desde esa posición decía a los demás qué casas asaltar sin mayor problema. Transitaban por la ciudad con órdenes de cateo firmadas por Pablo González, con sustento en supuestas denuncias de casas que eran utilizadas como escondite de armas y sediciosos.
El final de la banda
Higinio fue capturado un 20 de julio de 1915, aunque no por la policía, sino por Enrique Pérez, aquel a quien habían amarrado y abandonado en un terreno baldío durante el robo a la casa del señor Toranzo.
Enrique caminaba por las calles de Cocheras y Santo Domingo para su sorpresa se topó con Granda, quien paseaba ajeno a la circunstancia. Aquel lo siguió hasta la calle de Reloj y Tacuba, donde esperó pensando qué hacer. De pronto, se dio cuenta que cerca había una patrulla militar, por lo que decidió someterlo aventándosele encima y luego pidió ayuda.
Fue así que lo llevaron a la comisaria y lo presentaron ante el general Amador Salazar. Granda ingresó a la Cárcel de Belén nuevamente, terminando así, la primera Banda del Automóvil Gris.
Para ese entonces, la Ciudad de México vivía días de angustia e incertidumbre. Las calles de la capital se vaciaron entre rumores devastadores de aquella famosa Banda del Automóvil Gris. Y también porque las fuerzas constitucionalistas desalojaron temporalmente la ciudad; momento que Higinio Granda aprovechó para fugarse de la cárcel una vez más.
La delincuencia se convirtió en una constante y los asaltos, los asesinatos y los secuestros fueron adjudicados al grupo delictivo encabezado por Higinio Granda. El terror se apoderó de las avenidas y la población se refugiaba temerosa en sus casas.
Posteriormente, empezaron a vigilar las casas de mujeres solas, enamoraban a las sirvientas y damas de compañía de las acaudaladas mujeres y al poco tiempo se presentaban vestidos de militares y cometían sus asaltos, maniatando a las habitantes de la casa para cometer sus fechorías.
Era una época de terror, en la que los habitantes acaudalados de la ciudad temían escuchar sonar el timbre o ver uniformados en las cercanías de sus prósperos hogares.
Una vez dentro de las casonas, los asaltantes arrasaban, golpeaban y torturaban a sus víctimas. Llegaban a extremos como el de colgar de los pulgares a un hombre en su propio pórtico para que confesara dónde tenía guardado el dinero.
La situación de inseguridad que reinaba en el país por esos tiempos revolucionarios era propicia para cometer toda clase de delitos, pues la inseguridad social era absoluta. El gobierno efectuaba numerosos cateos en busca de armas y enemigos, verdaderos o no, lo cual favorecía la tarea delictiva de la Banda del Automóvil Gris.
Los ciudadanos vivían asustados e indefensos ante tal situación. Los hampones planeaban cuidadosamente qué familia aristocrática desplumar. Teatros y el Bosque de Chapultepec eran vigilados por alguno de ellos para conseguir víctimas.
Las viudas eran su mayor botín
Otra característica muy propia de la Banda del Automóvil Gris, lo fue su predisposición para atracar casas en las que residían mujeres viudas, donde tan sólo encontraban una débil resistencia por parte del personal doméstico.
Muchos de los atracos realizados nunca fueron denunciados por temor a las represalias, ya que las personas víctimas de los robos a ciencia cierta no sabían si habían sido víctimas de un asalto por parte de facinerosos o si, por el contrario, quienes les habían robado en efecto eran representantes de la autoridad.
Como no eran tiempos aquellos de andar haciendo conjeturas, muchas de las familias atracadas prefirieron guardar silencio a meterse en problemas.
En aquellos tiempos, el papel moneda no tenía valor alguno, por lo que lo valioso eran los objetos, y máxime si éstos contenían algún metal como plata u oro. Cargaban con vajillas, candelabros, anillos, aretes, collares, vasos, copas, ropa, etcétera.
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Los fusilaron en la Escuela de tiro de San Lázaro
Entre los meses de julio y agosto, cuando Higinio Escapó por última vez de la cárcel de Belén, éste aprovechó para llamar nuevamente a reunirse a sus secuaces para continuar con los atracos.
Sin demora, los antiguos cómplices se reunieron y comenzaron una nueva etapa o segunda etapa de la Banda del Automóvil Gris. Lograron dar golpes más certeros y más cuantiosos y parecía que nadie podría detenerlos hasta que optaron por dar un golpe que los llevó a la ruina.
Se trató del atraco a la Tesorería Nación, algo inconcebible, por lo cual el general Pablo González llamó al coronel Luís Amieva para encomendarle la tarea de detener a los criminales en un plazo de ocho días.
Según se cuenta, el 30 de noviembre de 1915 el agente Juan Manuel Cabrera, segundo jefe de Servicios Especiales, comienza sus labores para atrapar a los criminales de La Banda del Automóvil Gris. Pero como no tenía pista alguna para comenzar sus pesquisas, ideó el plan de infiltrar en las cárceles a delincuentes menores que servirían de soplones, así como a policías disfrazados para que escucharan las conversaciones de los criminales.
Al cabo de poco tiempo, Cabrera recibe información importante; se trataba de un recado que se había escondido en una de las canastas que llevan las visitas de los presos. En éste, uno de los presos le pedía a otra persona que escondiera las alhajas que aún quedaban, porque la policía estaba buscando a los integrantes de La Banda del Automóvil Gris.
Los detectives simularon no haber encontrado el mensaje y dejaron que llegara a su destinatario al cabo del cual los agentes llegan al barrio de Guerrero, donde organizaron una redada en la que capturan a Manuel León o Francisco Cedillo, a Luis Lara y José Fernández, con quienes a partir de sus declaraciones comienzan a caer uno a uno todos los miembros de la banda, excepto el principal, el cabecilla, el líder Higinio Granda.
Después de muchos secuestros y robos, la banda fue apresada y se ordenó el fusilamiento de los diez cabecillas más importantes, quienes fueron condenados a pena de muerte por dos robos de los ocho de que se les acusaba.
Tras ser dictada la sentencia, los criminales fueron “encapillados”, es decir, se les concedió periodo que podían aprovechar como momento de reflexión y despedida, pues su destino estaba sellado.
Los diez sentenciados que descansaban en el Palacio Nacional fueron despertados la mañana del 20 de diciembre de 1915 y trasladados a pie hasta la escuela de tiro de San Lázaro. Cuando los condenados llegaron al lugar donde serían fusilados tuvieron que cruzar una densa muchedumbre que se había reunido en las afueras de la escuela.
Poco tiempo antes del fusilamiento, Pablo González conmutó la pena de muerte a José Fernández, Rafael Mercadante, Francisco Oviedo, Luis Lara y Bernardo Quintero.
La ejecución de los demás integrantes de la Banda del Automóvil Gris quedó inmortalizada en una fotografía tomada por el famoso fotógrafo Agustín Víctor Casasola.
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