/ viernes 14 de abril de 2023

Infame desdicha: Cansada de las golpizas, Emma Perches mató a su marido

El 8 de junio de 1933, cansada de las golpizas, cogió el arma de cargo de su marido y lo mató

Quizá no fue la primera vez que Emma pensó en él como un muerto; quizá antes ya había ensoñado que, quizás debido a su oficio, él encontraría la muerte en el cumplimiento del deber. Pero cuál era el deber de un alcohólico sino sólo sabía golpearla una y otra vez. Y ella, sumisa, cabizbaja y sin mirar al futuro, como si no existiera. Hasta que un día se dijo sin saberlo aún: “todo dura hasta que una dice basta”.

El drama de Emma Perches se desarrolló el jueves 8 de junio de 1933, en la colonia Doctores y LA PRENSA informó con todo detalle.

Aquel día, tras una violenta escena, Emma Perches Frank tomó el arma de su marido para descargarla contra él... “por miedo a que el motociclista de tránsito cumpliera sus amenazas de muerte”, según declaró consternada.

Previamente, la atractiva señora se quejó de golpizas ante el Ministerio Público de la Sexta Delegación (donde se ubicaban las Comisiones de Seguridad, antecedente del Servicio Secreto de la Ciudad de México, antes Distrito Federal), pero, sin explicación para ella, no prosperó ninguna denuncia.

Emma estaba harta de su circunstancia, de ésta y la del reciente pasado, cuando en su natal Sonora, un individuo la había engañado, pues resultó que ella había decidido entregarle su amor, pero resultó casado y con hijos...

Aunque la fortuna quiso luego que conociera a Fernando Hernández Alva, quien le prometió una vida placentera; no obstante lo acontecido en su desencuentro amoroso, cedió ante una propuesta que parecía real, de un sujeto que aparentaba bondad.

Al principio sí fueron felices, no podía negarlo ni dudarlo, de tal suerte que incluso procrearon dos hijos, se daban el lujo de tener servidumbre y buen mobiliario en su hogar.

Sin embargo, como el motociclista vial estaba enfermo de los nervios, algunas ocasiones procuraba mitigar su malestar con apoyo del alcohol, lo cual a la larga resultó un peor remedio.

Cierto día y casi por obra de la casualidad, Fernando fue a una cantina en céntrica calle y alguien le cambió su arma .45 por una escuadra de calibre .38, pero no se percató por el estado en que se encontraba.

Al llegar a Doctor Erazo 155, recordó el motociclista que Emma Perches Frank había amado a otro hombre y ahora, además, deseaba divorciarse de él... por lo que insultó gravemente a la rubia señora.

Una sirvienta había ido a comprar víveres y los dos hijos de la pareja no estaban presentes, cuando Fernando amenazó con matar a tiros a Emma... quien en un acceso de ira y desesperación -el agente vial quería golpearla nuevamente- se apoderó de la pistola .38 y la descargó contra su esposo.

Cinco casquillos fueron expulsados de la automática y Fernando Hernández Alva se desplomó sin vida.

Luego, la señora Perches se presentó en la Sexta Delegación, no para denunciar por maltrato a su marido, sino para confesar que lo había victimado por temor. Pero, indudablemente, la pistola .38 que llevaba su esposo, ni siquiera la conocía la autoviuda, lo que derribaba la teoría de que “la había comprado para el crimen”...

Los mismos compañeros de Fernando Hernández dijeron que él traía una escuadra de cargo y que en la cantina le fue cambiada, en broma, por la que finalmente se convirtió en arma homicida.

Emma estaba triste por haber dejado sin padre a los niños... pero sabía que nunca más sería golpeada brutalmente por celos.

El criminalista y profesor Benjamín Martínez fue enviado al lugar de los hechos el jueves 8 de junio de 1933, y describió: “El departamento es de un solo piso, tiene su puerta de entrada inmediatamente a la izquierda de la reja de la vecindad. Hay un pequeño hall que comunica con la sala, lugar donde estaba el cadáver del motociclista de Tránsito. La pistola estaba sobre un sofá estilo pullman, tenía el seguro corrido y la carga agotada, calibre .38, hecha en Bélgica, matrícula 24261”.

Se confirmaron por lo menos seis impactos, pero sólo había cinco casquillos. No todas las balas acertaron en el motociclista. La explicación del sexto indicio es que Fernando disparó contra su mujer, en otra ocasión, para matarla, pero el tiro se incrustó inofensivamente en la pared.

Y se recordaba que cuando vivían en Camelia, colonia Guerrero, no muy lejana de la Doctores, también trató de dar muerte a su compañera, como podría atestiguarlo la sirvienta María Guadalupe Justina Hernández.

El cadáver presentaba dos heridas: una en la región mentoniana izquierda, sin orificio de salida, y otra, en la región temporal izquierda, sin tatuaje de pólvora y con salida en la región parietal derecha.

Varios motociclistas, oficiales del Cuerpo de Circulación de la Oficina de Tránsito del Distrito Federal, dijeron que Fernando “no tenía vicios, no le gustaba el alcohol, era caballeroso y digno”.

Nunca se refirieron a las actas levantadas en su contra por su esposa, en la histórica Sexta Delegación, edificio que aún existe en Victoria y Revillagigedo.

Era indispensable separarse

Fue verdadera la honestidad de Emma al entregarse, pero algo no quedó claro, porque si actuó en legítima defensa, cómo se explicaba una libreta que permaneció abierta en el sillón, la cual pareció el indicio de que el motopatrullero se encontraba escribiendo algo cuando recibió los tiros

Alrededor de las 10:00 horas del jueves 8 de junio de 1933, una rubia de ojos verdes entró en la comisaría y pidió hablar con el jefe de las Comisiones de Seguridad, mayor José Viera Fernández. El ayudante le dijo que en ese momento el detective se encontraba ocupado, por lo que tendría que esperarlo.

Pero como a Emma le urgía explicar lo ocurrido, exclamó:

-Es que me vengo a entregar porque acabo de matar a mi esposo, el motociclista de tránsito Fernando Hernández Alva.

Y en cuanto terminó la frase, un agente le abrió la entrada para que pasara, pues había causado gran asombro tanto por su apariencia como por la curiosidad de saber de qué hablaba en realidad. En la comisaría, Emma Perches se negó a tomar alimentos y no durmió aquella noche.

Originaria de Cocorit, Sonora, Emma contaba con 25 años al momento de la tragedia. Sin demora, pero entrecortado su relato por el llanto y leves desmayos, procedió a contar inicialmente los sucesos previos a la tragedia.

Dijo que, cansada de soportar la vida de celos, golpes y amenazas de la que la hizo objeto su esposo el motociclista Hernández, ella se había empeñado en el divorcio. Ya desde hacía varias semanas vivían separados, ella en la casa de Doctor Erazo y él por su cuenta; no obstante, el miércoles 7, un día antes de los trágicos eventos, él decidió regresar.

Emma no tuvo otra alternativa más que atenderlo, pues había llegado ebrio como era su estado natural a esas alturas de la vida. Le ayudó a quitarse las botas y dejó su pistola de cargo sobre un radio.

Por la mañana del 8 de junio, ella le preparó el desayuno y, mientras él comió, sus dos hijos se marcharon a un jardín cercano y la criada salió por un mandado.

Las palabras entre los esposos no fueron dulces, él comenzó con las amenazas, por lo cual ella tuvo que reiterar su inevitable determinación, el divorcio. En ese momento, como si le hubieran asestado una flecha en el corazón al motopatrullero, se lanzó por su arma, empero Emma fue más ágil y logró empuñar el arma primero al mismo tiempo que disparaba. Al cabo de un minuto o dos minutos, el cuerpo inerte del motopatrullero quedó tendido en el piso de la sala.

Al tomar conciencia de lo que había hecho, Emma se sintió presa del miedo, de los nervios, de la culpa o la liberación. Miró sus manos que sujetaban el arma y la lanzó lejos; después salió a prisa de aquella habitación en busca de su hermana y luego fue a entregarse a la policía.

En la comisaría escuchaban con atención y asombro el relato de Emma, incrédulos, pero impacientes por saber todos los detalles que, a medida que relataba la mujer, parecían más confusos.

El mayor Viera se puso en contacto vía telefónica con el sargento 2713, de servicio en la calles de Dr. Erazo para que constatara los hechos narrados por la victimaria. Por otra parte, pidió al profesor Benjamín Martínez, jefe del Laboratorio de Criminalística, que se presentara en la dirección mencionada y, acto seguido, se puso en contacto con la Sexta Delegación, a donde finalmente fue trasladada bajo custodia.

El sargento 2713 al llegar a la casa del crimen, se percató que las puertas estaban cerradas, por lo cual decidió saltar por la azotea del departamento 2. Lo recibió el cadáver tendido del motopatrullero y aunque sabía a lo que se enfrentaría, la muerte lo sorprendió como de golpe.

Al cabo de unos minutos, también llegó el profesor del Laboratorio de Criminalística y juntos observaron la escena que tenían ante sí. Luego, Benjamín Martínez comenzó a tomar notas y a hacer observaciones.

Escribió en su dictamen:

“El cadáver del señor Hernández lo encontramos en la posición siguiente: en decúbito dorsal, acostado sobre el suelo y al pie del balcón que mira al sur, ya mencionado; la cabeza del cadáver estaba orientada hacia el suroeste, tocando el cráneo la pared correspondiente al balcón; los pies estaban en extensión completa en dirección contraria a la cabeza; el miembro superior derecho estaba ligeramente flexionado y con la mano tocando la bolsa derecha trasera del pantalón; el miembro superior izquierdo, en extensión completa a lo largo del cuerpo y reposando sobre el suelo”.

El cadáver estaba completamente vestido con el uniforme reglamentario; la cabeza estaba sobre un charco de sangre que corrió hasta debajo de la victrola

Declaraciones de Emma

Después de que los reporteros de LA PRENSA visitaron la escena del crimen (“el teatro de la tragedia”, como ellos lo llamaban en aquel entonces)”, se encontraron con un joven empleado de la comandancia que interrogaba a Emma y luego anotaba las respuestas en un acta que sirvió como base para el proceso de instrucción.

-¿Qué tiempo hace que vivían juntos?

-Cuatro años y medio.

-¿Eran casados?

-Sí. Durante tres años fuimos amantes; hará un año que legitimamos nuestra unión.

-¿Es cierto que usted fue casada?

-Sí. Pero me enteré de que mi primer esposo ya era casado y nos separamos. Después me uní con Fernando.

-¿Tienen familia?

-Sí, dos niños.

Mientras se desarrollaba la conversación/interrogatorio, algo llamó la atención de uno de los reporteros. Fue el hecho de que en su anterior vida, antes de Fernando, Emma había figurado en un concurso de tiro al blanco. Y no era de extrañar, puesto que provenía de una familia de militares.

Luego relató que el motociclista era de temperamento en extremo celoso y se inclinaba siempre a la violencia. Ella prefería no salir de casa para evitar escenas crueles, pero eso no evitaba que Fernando la golpeara en reiteradas ocasiones. Y lo peor, fue que en dos ocasiones intentó matarla a balazos, una en la calle de Camelia y otra en donde al final de cuentas él encontró su final.

El agente continuó con las preguntas, una de las cuales tenía que ver con las denuncias que había hecho Emma tras uno de los episodios violentos de su marido.

-¿Por ello fue que ustedes vinieron a esta oficina hace como unos veinte días?

-Sí, señor, por eso.

-Explíquese usted –instó el empleado de la delegación del Ministerio Público.

-Pues en esa ocasión nos disgustamos y él me golpeó duramente; yo me indigné y vine a acusarlo para que lo castigaran.

-¿Venía usted en sus cinco sentidos?

-No, verá usted, habíamos estado bordando toda la tarde una amiguita y yo; nos tomamos unas cervezas y unas copitas que se me subieron, pero sin perder la cabeza.

-Parece que él la encontró a usted con otro hombre.

-Eso dijo, pero no fue cierto, porque no salí ni siquiera a la reja de la privada. Él llegó a la casa y dijo que por la ventana había visto un hombre. ¡Mentira! Quien estaba ahí era mi amiguita, lo que él no quiso creer.

Pero parecía que el agente no tenía un carácter objetivo en absoluto, más bien daba la apariencia de asentar la culpabilidad de Emma, porque en cada interrogación pretendía abrir la duda sobre todo lo ocurrido y, sobre todo, de la bondad del oficial.

No obstante, Emma sostuvo su relato reiteradamente. Dijo que en un momento dado, después de dialogar o discutir con él, permaneció de pie. Entonces, la señora Perches le manifestó que era indispensable una separación, porque él continuaba embriagándose y llevando una mala conducta, él avanzó hacia el aparato de radio sobre el que se encontraba la pistola y dijo, en tono amenazante:

-Ahorita mismo se acaba todo…

Ella presintió que había llegado el momento en que su marido cumpliría sus amenazas de muerte y, siendo más ágil que él, se apoderó de la pistola e hizo los disparos.

-¿Ya caído le tiró usted? –preguntó el agente.

-No, señor. Cuando lo vi caer, aventé la pistola.

-¿Cuántos tiros disparó?

-No sé, señor; no sé explicarle, no recuerdo.

-¿No le prestó usted algún auxilio? ¿No pensó acaso que sólo podía estar herido?

-No. Yo lo único que sé es que al tirar la pistola salí corriendo y fui a parar hasta la casa del mi hermana, para continuar hasta la Jefatura de Policía.

Luego de que Emma fue consignada en Lecumberri, el juez Luis Garrido dio instrucciones para realizar la reconstrucción de hechos.

El licenciado Antonio Lomelí Jáuregui, secretario, se hizo acompañar de los peritos en Balística, del gabinete de Criminología, Antonio Quijano y Fernando Beltrán. En medio de gran expectación, Emma Perches llegó a la casa que fuera su domicilio conyugal, en el número 155 de Doctor Erazo.

Ahí, un grupo de agentes de la Policía Montada, carabina en mano, contuvo la avalancha humana en la colonia Doctores, donde iban a reconstruirse los trágicos momentos en que la hermosa sonorense dio muerte a balazos a su esposo.

No fue miedo, sino el deseo de vivir

La gente soportaba los quemantes rayos del sol aquel domingo 11 de junio de 1933, frente a la citada casa, que hace casi esquina con Doctor Lucio.

Emma Perches Frank movía nerviosamente sus ojos color esmeralda y, al pisar los umbrales de la privada, donde muchos días había disfrutado de cierta felicidad, no pudo soportar más. Su delgado cuerpo se sacudió y de su garganta escaparon sollozos, luego se desmayó. Las vecinas proporcionaron sales y cognac para reanimarla.

Por su parte, la vecina Guadalupe Pérez explicó que en septiembre de 1932, se encontraba con la señora Perches, cuando preparaba un platillo y el esposo le gritó, Emma fue y casi la mata de un disparo, que se incrustó en la pared.

La rubia mujer volvió corriendo hacia la cocina y la empleada Justina y la declarante Guadalupe, cerraron la puerta para que Fernando no agrediera a su esposa...

El día de la tragedia, el motociclista de Tránsito llegó borracho y fue necesario darle café negro y hacerle aspirar amoniaco... con lo que quedaban fuera de lugar las declaraciones de sus compañeros de trabajo, quienes decían que “ni siquiera se acercaba al alcohol”... Y la jovencita Carmen Vanzell Nadal acudió al juzgado 23 penal para declarar contra Fernando Hernández Alva.

Dijo que el “caballeroso, digno y abstemio” oficial, la enamoraba desde hacía tres meses, y que ella correspondió al romance porque creía en la palabra del motociclista.

Cada tercer día, Hernández Alva la invitaba al cine y con gran sorpresa Carmen se enteró que era casado, de manera que le prohibió volver a buscarla “hasta que resolviera su problema”. Carmen, exburócrata, afirmó que no sentía cariño por Fernando, pero le tenía simpatía y le dolió su trágica muerte.

Un reportero que no firmó su nota, informó el domingo 28 de enero de 1934, que la señora Perches dijo: “Nada significa para mí la libertad, lo único que me preocupa es tener a mi lado a mis hijitos, Yolanda y Raúl”...

Emma era hermana de un coronel, jefe de la gendarmería y del mayor Perches, ayudante del general Álvaro Obregón. Fue sentenciada a 10 años de prisión, se hallaba cerca del jardín que limita el departamento de Ampliación para Mujeres, en el Palacio Negro de las calles de Lecumberri. (El hispano Manuel Lecumberri fue dueño de los terrenos donde se construyó el penal). Escribió el diarista que “cuando tendimos la mano en señal de saludo a Emma, nuestros ojos descubrieron el cambio total que se operó en aquella mujer”. Así, “recordamos los días aquellos en que la sorprendimos abatida por tremenda crisis. Hoy es otra: su cara se ve coloreada por la buena salud y su mirada es firme, casi acariciadora”.

-¿Alegará que mató por miedo? -se le cuestionó.

-Realmente yo no sé si disparé por miedo, no tuve tiempo para reflexionar o saber qué impresión me dominaba en los segundos intensos del drama. Más bien creo que fue el instinto de conservación el que me hizo defender de la brutal agresión de que iba a ser objeto.

Al preguntarle por las golpizas, la hermosa señora mostró en la blancura de su cutis, la cicatriz que indeleble estaba en la sien derecha y que le recordaba dolorosamente la ocasión en que el motociclista la azotó con un cinturón que sostenía gran hebilla en un extremo. Luego lloró al recordar que sus hijos suponían que “estaba de viaje”, cuando se encontraba decidida a no verlos en prisión.

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Y se escribió también en este diario que el miércoles 11 de enero de 1939, el Palacio Negro de Lecumberri anunciaba que abriría sus puertas a 26 mujeres que habían observado buena conducta. Entre ellas se contaba la atractiva rubia Emma Perches Frank.

Se dijo que las infractoras se portaron de manera excelente, durante los años de cautiverio, en los que soportaron hasta vejaciones y maltrato, con tal de no romper su línea de buena conducta. Saldrían pronto, bajo el amparo de un indulto presidencial dictado con motivo de “las recientes fiestas patrias”. (Por cierto, amigo lector, esos indultos brillan ahora por su ausencia, quizá porque antes se otorgaban gratuitamente y hoy se negocia con la libertad de los desventurados).

Se agregó que la clemencia del Ejecutivo “abría la jaula a esa parvada de accidentales en la delincuencia, entre ellas no había alguna reincidente”. Y que si habían delinquido, fue circunstancialmente, “obligadas por el morbo de la vida, impulsadas por el infortunio”.

Se iban a la calle a proposición del Departamento de Prevención Social de la Secretaría de Gobernación; los expedientes habían sido objeto de profundo estudio y jurídicamente se había fallado en pro de la redención de las 26 mujeres, al margen de la liberación.

Emma Perches Frank era la primera de las indultadas. Su excelente comportamiento en el Departamento de Mujeres la hizo acreedora al perdón. En aquellos días se encontraba en cama, padeciendo una dolencia, “quizás algún resfriado”...

Estaba encantada de la vida y muy agradecida a quienes promovieron el indulto, ofreció dedicarse a la vida hogareña y olvidar los infernales años que pasó en la penitenciaría, purgando aquella tragedia pasional que le quitara muchos de sus días a través del penal de Lecumberri.

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Quizá no fue la primera vez que Emma pensó en él como un muerto; quizá antes ya había ensoñado que, quizás debido a su oficio, él encontraría la muerte en el cumplimiento del deber. Pero cuál era el deber de un alcohólico sino sólo sabía golpearla una y otra vez. Y ella, sumisa, cabizbaja y sin mirar al futuro, como si no existiera. Hasta que un día se dijo sin saberlo aún: “todo dura hasta que una dice basta”.

El drama de Emma Perches se desarrolló el jueves 8 de junio de 1933, en la colonia Doctores y LA PRENSA informó con todo detalle.

Aquel día, tras una violenta escena, Emma Perches Frank tomó el arma de su marido para descargarla contra él... “por miedo a que el motociclista de tránsito cumpliera sus amenazas de muerte”, según declaró consternada.

Previamente, la atractiva señora se quejó de golpizas ante el Ministerio Público de la Sexta Delegación (donde se ubicaban las Comisiones de Seguridad, antecedente del Servicio Secreto de la Ciudad de México, antes Distrito Federal), pero, sin explicación para ella, no prosperó ninguna denuncia.

Emma estaba harta de su circunstancia, de ésta y la del reciente pasado, cuando en su natal Sonora, un individuo la había engañado, pues resultó que ella había decidido entregarle su amor, pero resultó casado y con hijos...

Aunque la fortuna quiso luego que conociera a Fernando Hernández Alva, quien le prometió una vida placentera; no obstante lo acontecido en su desencuentro amoroso, cedió ante una propuesta que parecía real, de un sujeto que aparentaba bondad.

Al principio sí fueron felices, no podía negarlo ni dudarlo, de tal suerte que incluso procrearon dos hijos, se daban el lujo de tener servidumbre y buen mobiliario en su hogar.

Sin embargo, como el motociclista vial estaba enfermo de los nervios, algunas ocasiones procuraba mitigar su malestar con apoyo del alcohol, lo cual a la larga resultó un peor remedio.

Cierto día y casi por obra de la casualidad, Fernando fue a una cantina en céntrica calle y alguien le cambió su arma .45 por una escuadra de calibre .38, pero no se percató por el estado en que se encontraba.

Al llegar a Doctor Erazo 155, recordó el motociclista que Emma Perches Frank había amado a otro hombre y ahora, además, deseaba divorciarse de él... por lo que insultó gravemente a la rubia señora.

Una sirvienta había ido a comprar víveres y los dos hijos de la pareja no estaban presentes, cuando Fernando amenazó con matar a tiros a Emma... quien en un acceso de ira y desesperación -el agente vial quería golpearla nuevamente- se apoderó de la pistola .38 y la descargó contra su esposo.

Cinco casquillos fueron expulsados de la automática y Fernando Hernández Alva se desplomó sin vida.

Luego, la señora Perches se presentó en la Sexta Delegación, no para denunciar por maltrato a su marido, sino para confesar que lo había victimado por temor. Pero, indudablemente, la pistola .38 que llevaba su esposo, ni siquiera la conocía la autoviuda, lo que derribaba la teoría de que “la había comprado para el crimen”...

Los mismos compañeros de Fernando Hernández dijeron que él traía una escuadra de cargo y que en la cantina le fue cambiada, en broma, por la que finalmente se convirtió en arma homicida.

Emma estaba triste por haber dejado sin padre a los niños... pero sabía que nunca más sería golpeada brutalmente por celos.

El criminalista y profesor Benjamín Martínez fue enviado al lugar de los hechos el jueves 8 de junio de 1933, y describió: “El departamento es de un solo piso, tiene su puerta de entrada inmediatamente a la izquierda de la reja de la vecindad. Hay un pequeño hall que comunica con la sala, lugar donde estaba el cadáver del motociclista de Tránsito. La pistola estaba sobre un sofá estilo pullman, tenía el seguro corrido y la carga agotada, calibre .38, hecha en Bélgica, matrícula 24261”.

Se confirmaron por lo menos seis impactos, pero sólo había cinco casquillos. No todas las balas acertaron en el motociclista. La explicación del sexto indicio es que Fernando disparó contra su mujer, en otra ocasión, para matarla, pero el tiro se incrustó inofensivamente en la pared.

Y se recordaba que cuando vivían en Camelia, colonia Guerrero, no muy lejana de la Doctores, también trató de dar muerte a su compañera, como podría atestiguarlo la sirvienta María Guadalupe Justina Hernández.

El cadáver presentaba dos heridas: una en la región mentoniana izquierda, sin orificio de salida, y otra, en la región temporal izquierda, sin tatuaje de pólvora y con salida en la región parietal derecha.

Varios motociclistas, oficiales del Cuerpo de Circulación de la Oficina de Tránsito del Distrito Federal, dijeron que Fernando “no tenía vicios, no le gustaba el alcohol, era caballeroso y digno”.

Nunca se refirieron a las actas levantadas en su contra por su esposa, en la histórica Sexta Delegación, edificio que aún existe en Victoria y Revillagigedo.

Era indispensable separarse

Fue verdadera la honestidad de Emma al entregarse, pero algo no quedó claro, porque si actuó en legítima defensa, cómo se explicaba una libreta que permaneció abierta en el sillón, la cual pareció el indicio de que el motopatrullero se encontraba escribiendo algo cuando recibió los tiros

Alrededor de las 10:00 horas del jueves 8 de junio de 1933, una rubia de ojos verdes entró en la comisaría y pidió hablar con el jefe de las Comisiones de Seguridad, mayor José Viera Fernández. El ayudante le dijo que en ese momento el detective se encontraba ocupado, por lo que tendría que esperarlo.

Pero como a Emma le urgía explicar lo ocurrido, exclamó:

-Es que me vengo a entregar porque acabo de matar a mi esposo, el motociclista de tránsito Fernando Hernández Alva.

Y en cuanto terminó la frase, un agente le abrió la entrada para que pasara, pues había causado gran asombro tanto por su apariencia como por la curiosidad de saber de qué hablaba en realidad. En la comisaría, Emma Perches se negó a tomar alimentos y no durmió aquella noche.

Originaria de Cocorit, Sonora, Emma contaba con 25 años al momento de la tragedia. Sin demora, pero entrecortado su relato por el llanto y leves desmayos, procedió a contar inicialmente los sucesos previos a la tragedia.

Dijo que, cansada de soportar la vida de celos, golpes y amenazas de la que la hizo objeto su esposo el motociclista Hernández, ella se había empeñado en el divorcio. Ya desde hacía varias semanas vivían separados, ella en la casa de Doctor Erazo y él por su cuenta; no obstante, el miércoles 7, un día antes de los trágicos eventos, él decidió regresar.

Emma no tuvo otra alternativa más que atenderlo, pues había llegado ebrio como era su estado natural a esas alturas de la vida. Le ayudó a quitarse las botas y dejó su pistola de cargo sobre un radio.

Por la mañana del 8 de junio, ella le preparó el desayuno y, mientras él comió, sus dos hijos se marcharon a un jardín cercano y la criada salió por un mandado.

Las palabras entre los esposos no fueron dulces, él comenzó con las amenazas, por lo cual ella tuvo que reiterar su inevitable determinación, el divorcio. En ese momento, como si le hubieran asestado una flecha en el corazón al motopatrullero, se lanzó por su arma, empero Emma fue más ágil y logró empuñar el arma primero al mismo tiempo que disparaba. Al cabo de un minuto o dos minutos, el cuerpo inerte del motopatrullero quedó tendido en el piso de la sala.

Al tomar conciencia de lo que había hecho, Emma se sintió presa del miedo, de los nervios, de la culpa o la liberación. Miró sus manos que sujetaban el arma y la lanzó lejos; después salió a prisa de aquella habitación en busca de su hermana y luego fue a entregarse a la policía.

En la comisaría escuchaban con atención y asombro el relato de Emma, incrédulos, pero impacientes por saber todos los detalles que, a medida que relataba la mujer, parecían más confusos.

El mayor Viera se puso en contacto vía telefónica con el sargento 2713, de servicio en la calles de Dr. Erazo para que constatara los hechos narrados por la victimaria. Por otra parte, pidió al profesor Benjamín Martínez, jefe del Laboratorio de Criminalística, que se presentara en la dirección mencionada y, acto seguido, se puso en contacto con la Sexta Delegación, a donde finalmente fue trasladada bajo custodia.

El sargento 2713 al llegar a la casa del crimen, se percató que las puertas estaban cerradas, por lo cual decidió saltar por la azotea del departamento 2. Lo recibió el cadáver tendido del motopatrullero y aunque sabía a lo que se enfrentaría, la muerte lo sorprendió como de golpe.

Al cabo de unos minutos, también llegó el profesor del Laboratorio de Criminalística y juntos observaron la escena que tenían ante sí. Luego, Benjamín Martínez comenzó a tomar notas y a hacer observaciones.

Escribió en su dictamen:

“El cadáver del señor Hernández lo encontramos en la posición siguiente: en decúbito dorsal, acostado sobre el suelo y al pie del balcón que mira al sur, ya mencionado; la cabeza del cadáver estaba orientada hacia el suroeste, tocando el cráneo la pared correspondiente al balcón; los pies estaban en extensión completa en dirección contraria a la cabeza; el miembro superior derecho estaba ligeramente flexionado y con la mano tocando la bolsa derecha trasera del pantalón; el miembro superior izquierdo, en extensión completa a lo largo del cuerpo y reposando sobre el suelo”.

El cadáver estaba completamente vestido con el uniforme reglamentario; la cabeza estaba sobre un charco de sangre que corrió hasta debajo de la victrola

Declaraciones de Emma

Después de que los reporteros de LA PRENSA visitaron la escena del crimen (“el teatro de la tragedia”, como ellos lo llamaban en aquel entonces)”, se encontraron con un joven empleado de la comandancia que interrogaba a Emma y luego anotaba las respuestas en un acta que sirvió como base para el proceso de instrucción.

-¿Qué tiempo hace que vivían juntos?

-Cuatro años y medio.

-¿Eran casados?

-Sí. Durante tres años fuimos amantes; hará un año que legitimamos nuestra unión.

-¿Es cierto que usted fue casada?

-Sí. Pero me enteré de que mi primer esposo ya era casado y nos separamos. Después me uní con Fernando.

-¿Tienen familia?

-Sí, dos niños.

Mientras se desarrollaba la conversación/interrogatorio, algo llamó la atención de uno de los reporteros. Fue el hecho de que en su anterior vida, antes de Fernando, Emma había figurado en un concurso de tiro al blanco. Y no era de extrañar, puesto que provenía de una familia de militares.

Luego relató que el motociclista era de temperamento en extremo celoso y se inclinaba siempre a la violencia. Ella prefería no salir de casa para evitar escenas crueles, pero eso no evitaba que Fernando la golpeara en reiteradas ocasiones. Y lo peor, fue que en dos ocasiones intentó matarla a balazos, una en la calle de Camelia y otra en donde al final de cuentas él encontró su final.

El agente continuó con las preguntas, una de las cuales tenía que ver con las denuncias que había hecho Emma tras uno de los episodios violentos de su marido.

-¿Por ello fue que ustedes vinieron a esta oficina hace como unos veinte días?

-Sí, señor, por eso.

-Explíquese usted –instó el empleado de la delegación del Ministerio Público.

-Pues en esa ocasión nos disgustamos y él me golpeó duramente; yo me indigné y vine a acusarlo para que lo castigaran.

-¿Venía usted en sus cinco sentidos?

-No, verá usted, habíamos estado bordando toda la tarde una amiguita y yo; nos tomamos unas cervezas y unas copitas que se me subieron, pero sin perder la cabeza.

-Parece que él la encontró a usted con otro hombre.

-Eso dijo, pero no fue cierto, porque no salí ni siquiera a la reja de la privada. Él llegó a la casa y dijo que por la ventana había visto un hombre. ¡Mentira! Quien estaba ahí era mi amiguita, lo que él no quiso creer.

Pero parecía que el agente no tenía un carácter objetivo en absoluto, más bien daba la apariencia de asentar la culpabilidad de Emma, porque en cada interrogación pretendía abrir la duda sobre todo lo ocurrido y, sobre todo, de la bondad del oficial.

No obstante, Emma sostuvo su relato reiteradamente. Dijo que en un momento dado, después de dialogar o discutir con él, permaneció de pie. Entonces, la señora Perches le manifestó que era indispensable una separación, porque él continuaba embriagándose y llevando una mala conducta, él avanzó hacia el aparato de radio sobre el que se encontraba la pistola y dijo, en tono amenazante:

-Ahorita mismo se acaba todo…

Ella presintió que había llegado el momento en que su marido cumpliría sus amenazas de muerte y, siendo más ágil que él, se apoderó de la pistola e hizo los disparos.

-¿Ya caído le tiró usted? –preguntó el agente.

-No, señor. Cuando lo vi caer, aventé la pistola.

-¿Cuántos tiros disparó?

-No sé, señor; no sé explicarle, no recuerdo.

-¿No le prestó usted algún auxilio? ¿No pensó acaso que sólo podía estar herido?

-No. Yo lo único que sé es que al tirar la pistola salí corriendo y fui a parar hasta la casa del mi hermana, para continuar hasta la Jefatura de Policía.

Luego de que Emma fue consignada en Lecumberri, el juez Luis Garrido dio instrucciones para realizar la reconstrucción de hechos.

El licenciado Antonio Lomelí Jáuregui, secretario, se hizo acompañar de los peritos en Balística, del gabinete de Criminología, Antonio Quijano y Fernando Beltrán. En medio de gran expectación, Emma Perches llegó a la casa que fuera su domicilio conyugal, en el número 155 de Doctor Erazo.

Ahí, un grupo de agentes de la Policía Montada, carabina en mano, contuvo la avalancha humana en la colonia Doctores, donde iban a reconstruirse los trágicos momentos en que la hermosa sonorense dio muerte a balazos a su esposo.

No fue miedo, sino el deseo de vivir

La gente soportaba los quemantes rayos del sol aquel domingo 11 de junio de 1933, frente a la citada casa, que hace casi esquina con Doctor Lucio.

Emma Perches Frank movía nerviosamente sus ojos color esmeralda y, al pisar los umbrales de la privada, donde muchos días había disfrutado de cierta felicidad, no pudo soportar más. Su delgado cuerpo se sacudió y de su garganta escaparon sollozos, luego se desmayó. Las vecinas proporcionaron sales y cognac para reanimarla.

Por su parte, la vecina Guadalupe Pérez explicó que en septiembre de 1932, se encontraba con la señora Perches, cuando preparaba un platillo y el esposo le gritó, Emma fue y casi la mata de un disparo, que se incrustó en la pared.

La rubia mujer volvió corriendo hacia la cocina y la empleada Justina y la declarante Guadalupe, cerraron la puerta para que Fernando no agrediera a su esposa...

El día de la tragedia, el motociclista de Tránsito llegó borracho y fue necesario darle café negro y hacerle aspirar amoniaco... con lo que quedaban fuera de lugar las declaraciones de sus compañeros de trabajo, quienes decían que “ni siquiera se acercaba al alcohol”... Y la jovencita Carmen Vanzell Nadal acudió al juzgado 23 penal para declarar contra Fernando Hernández Alva.

Dijo que el “caballeroso, digno y abstemio” oficial, la enamoraba desde hacía tres meses, y que ella correspondió al romance porque creía en la palabra del motociclista.

Cada tercer día, Hernández Alva la invitaba al cine y con gran sorpresa Carmen se enteró que era casado, de manera que le prohibió volver a buscarla “hasta que resolviera su problema”. Carmen, exburócrata, afirmó que no sentía cariño por Fernando, pero le tenía simpatía y le dolió su trágica muerte.

Un reportero que no firmó su nota, informó el domingo 28 de enero de 1934, que la señora Perches dijo: “Nada significa para mí la libertad, lo único que me preocupa es tener a mi lado a mis hijitos, Yolanda y Raúl”...

Emma era hermana de un coronel, jefe de la gendarmería y del mayor Perches, ayudante del general Álvaro Obregón. Fue sentenciada a 10 años de prisión, se hallaba cerca del jardín que limita el departamento de Ampliación para Mujeres, en el Palacio Negro de las calles de Lecumberri. (El hispano Manuel Lecumberri fue dueño de los terrenos donde se construyó el penal). Escribió el diarista que “cuando tendimos la mano en señal de saludo a Emma, nuestros ojos descubrieron el cambio total que se operó en aquella mujer”. Así, “recordamos los días aquellos en que la sorprendimos abatida por tremenda crisis. Hoy es otra: su cara se ve coloreada por la buena salud y su mirada es firme, casi acariciadora”.

-¿Alegará que mató por miedo? -se le cuestionó.

-Realmente yo no sé si disparé por miedo, no tuve tiempo para reflexionar o saber qué impresión me dominaba en los segundos intensos del drama. Más bien creo que fue el instinto de conservación el que me hizo defender de la brutal agresión de que iba a ser objeto.

Al preguntarle por las golpizas, la hermosa señora mostró en la blancura de su cutis, la cicatriz que indeleble estaba en la sien derecha y que le recordaba dolorosamente la ocasión en que el motociclista la azotó con un cinturón que sostenía gran hebilla en un extremo. Luego lloró al recordar que sus hijos suponían que “estaba de viaje”, cuando se encontraba decidida a no verlos en prisión.

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Y se escribió también en este diario que el miércoles 11 de enero de 1939, el Palacio Negro de Lecumberri anunciaba que abriría sus puertas a 26 mujeres que habían observado buena conducta. Entre ellas se contaba la atractiva rubia Emma Perches Frank.

Se dijo que las infractoras se portaron de manera excelente, durante los años de cautiverio, en los que soportaron hasta vejaciones y maltrato, con tal de no romper su línea de buena conducta. Saldrían pronto, bajo el amparo de un indulto presidencial dictado con motivo de “las recientes fiestas patrias”. (Por cierto, amigo lector, esos indultos brillan ahora por su ausencia, quizá porque antes se otorgaban gratuitamente y hoy se negocia con la libertad de los desventurados).

Se agregó que la clemencia del Ejecutivo “abría la jaula a esa parvada de accidentales en la delincuencia, entre ellas no había alguna reincidente”. Y que si habían delinquido, fue circunstancialmente, “obligadas por el morbo de la vida, impulsadas por el infortunio”.

Se iban a la calle a proposición del Departamento de Prevención Social de la Secretaría de Gobernación; los expedientes habían sido objeto de profundo estudio y jurídicamente se había fallado en pro de la redención de las 26 mujeres, al margen de la liberación.

Emma Perches Frank era la primera de las indultadas. Su excelente comportamiento en el Departamento de Mujeres la hizo acreedora al perdón. En aquellos días se encontraba en cama, padeciendo una dolencia, “quizás algún resfriado”...

Estaba encantada de la vida y muy agradecida a quienes promovieron el indulto, ofreció dedicarse a la vida hogareña y olvidar los infernales años que pasó en la penitenciaría, purgando aquella tragedia pasional que le quitara muchos de sus días a través del penal de Lecumberri.

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