Al casarse creyó haber ganado la lotería
El 12 de febrero de 1968 durante la tarde-noche, en la casa marcada con el número 286 de la calle Congreso, en la Colonia Federal, un mecánico de aviación -que en ese momento tenía 45 años- asesinó de seis tiros letales todos ellos a su joven esposa, una fémina de tal sólo 19 años.
El suceso devino tras una agraz discusión, ya que Angélica Calvi se dio cuenta demasiado tarde que no quería seguir al lado de un hombre al que apenas conocía y que, además no se explicaba cómo había podido contraer matrimonio con él, Jorge Jesús Nieto, hombre adulto, celoso y con carácter intempestivo.
Alrededor de las 19:00 horas, de la lúgubre estancia nupcial, el cónyuge cometió su fechoría y, luego, frente al cadáver mudo y pálido, tendido sobre la blancura nívea de las sábanas mortuorias, se detuvo a mirar su horrible crimen -afuera parecía escuchar los ladridos de unos perros-, entonces, llevó su calibre .22 hacia la boca, la abrió e introdujo el cañón del arma, luego lo situó en la bóveda palatina y finalmente se suicidó de un tiro.
Esta pareja se había conocido cierto día de verano, cuando una aeronave tuvo que aterrizar de emergencia en el aeropuerto del entonces Distrito Federal, ya que había sufrido una avería y Jorge Jesús, que era mecánico, fue el encargado de las reparaciones; en tanto que Angélica, que trabajaba para una fábrica de estructuras metálicas, también estuvo presente, pues debía cerciorarse de que todo transcurriera en completo orden. Jorge Jesús jugó sus cartas para conquistarla, pero la pobre Angélica creyó que había ganado una especie de lotería y se quiso casar demasiado pronto, sin saber que tarde o temprano se arrepentiría. Y fue demasiado tarde.
Jorge Jesús Nieto trataba a su esposa como burra de alquiler, era intransigente; y Angélica lo que quería era vivir, ser libre, pero se entregó a un hombre mayor y en la diferencia de edades radicó la controversia.
Nadie sospecho de él porque parecía una persona honrada; y ni los padres de ella lo investigaron, ni su personalidad o sus antecedentes; ni siquiera supieron si tenía familia, pero aceptaron el matrimonio entre éste y su hija Angélica, porque auguraban fortuna ya que habían depositado en el matrimonio la esperanza de una mejor vida.
Cuando los agentes del Ministerio Público arribaron al domicilio donde ocurrió el incidente, el licenciado Antonio Arellano Espinoza encontró a Angélica ya sin vida, tendida sobre la cama como una bella durmiente que jamás despertaría. Jorge Jesús había quedado en muerte horizontal cerca de una de las esquinas de la recámara. No había nada más triste que ver un joven matrimonio terminar en tragedia.
De acuerdo con las declaraciones de familiares y vecinos, no había nada entre ellos que fuera parecido al amor y era extraño y aún extravagante ver a una muchachita en la plenitud de su vida junto a un señor que bien podría ser tío, padre o abuelo suyo.
Ese mortal día la radio sonaba a gran volumen en la recámara trágica, para encubrir los secretos de la pareja, la ruptura, la confesión del término y el divorcio; todo ello motivó a Jorge Jesús a matar y morir, mejor acabar esa querencia. De tal modo que poco o nada se oyeron los disparos.
Por otra parte, se dijo que aparentemente el matrimonio llevaba buenas relaciones. No se encontró ninguna nota que aclare del mecánico homicida y suicida.
El agente del Ministerio Público, al opinar al respecto, dijo que todo hace pensar que Jorge Jesús mató a su esposa y después se suicidó. En el lugar de los hechos se encontró una pistola española calibre .22, con nueve cartuchos quemados.
Invitación a la muerte
Se dice de los suicidas con regularidad que deciden con su propia muerte dejar escrita una conclusión sobre su vida difícil de refutar. Además, casi siempre surgen especulaciones respecto a las causas que los orillan a tomar tal decisión.
Sin embargo, hablar sobre las circunstancias que rodean la muerte de Jorge Cuesta no es acto que responda al morbo, cuanto más una especie de tributo a quien llamaran “el más triste de los alquimistas”.
De acuerdo con El Diario de las Mayorías, publicado 14 de agosto de 1942, este rotativo fue el único que diera noticia sobre el fallecimiento del culto escritor Jorge Cuesta, ocurrido durante las primeras horas del día anterior en el Sanatorio del doctor Lavista, ubicado en Tlalpan.
En el número 20 de Iztaccíhuatl, domicilio de la familia Cuesta, donde se llevó a cabo el velorio, acudió LA PRENSA para obtener mayores datos y, de este modo, informar sobre las causas por las cuales tan prominente intelectual concluyó sus días en un hospital psiquiátrico.
El caso de este escritor es por demás doloroso, pero interesante, ya que durante su enfermedad realizó varios intentos de suicidio, hasta que el miércoles 13 de agosto de 1942 -tras un descuido de los enfermeros- logró sus propósitos, aunque de forma extraña.
De tal modo, la muerte de Cuesta tiene dos momentos: uno particularmente penoso, en que el cual él se emascula y, posteriormente, logra suicidarse colgándose con las sábanas.
Ésta es leyenda, la del más maldito de los escritores malditos mexicanos.
TRABAJABA DEMASIADO, PERO NO HABÍA PUBLICADO
En la sala de la casa donde se recibió a El Periódico que Dice lo que Otros Callan, los hermanos Cuesta informaron que Jorge contaba con 39 años de edad, parte de los cuales se había dedicado a escribir diferentes obras literarias y de otra índole; no obstante no vivía como literato y, hasta su muerte, no se había publicado algún libro suyo, sino sólo artículos y poemas dispersos.
La razón es simple, pues él era ingeniero químico de profesión, y mucho tiempo se dedicó a trabajar tanto en la Sociedad de Productores de Alcohol como en la Sociedad Nacional de Azúcar y Alcoholes, de donde le vino la fama de alquimista, porque empezó a “enloquecer”, afirmando que él podía, a través de su conocimiento de la química, encontrar dos cosas: el elixir de la eterna juventud y la manera de sintetizar mediante procesos químicos el cambio de sexo.
Finalmente, agregaron que el finado había sido internado hacía varios meses en el Sanatorio Lavista, debido a que sufría una enfermedad nerviosa que lo imposibilitaba para trabajar, además que albergaba el pensamiento del suicidio
OTRA CARA DESGRACIA
Como quiera que el destino actúa es un misterio; no obstante, simultáneamente al deceso del poeta, también falleció su abuela en Córdoba, Veracruz, de donde era originaria la familia Cuesta Porte Petit, casi a la misma hora en que moría Jorge.
¿EN VERDAD SE SUICIDÓ?
Con base en reportes preliminares, El Diario de las Mayorías notificó que de acuerdo con los informes que se pudieron obtener, “el cadáver de Jorge Cuesta no presentaba estrangulamiento, como se afirma en la versión proporcionada cuando se supo del lamentable suceso, y esto hace suponer que su muerte ocurrió en forma diferente”.
Jorge Cuesta tenía la obsesión de la locura. Pensaba que a los treinta y cinco años perdería la razón y así lo dijo a Lupe Marín, con quien contrajo matrimonio a la edad de veinticuatro años.
La cultura y la inteligencia de Cuesta le permitían disertar con la lógica suficiente para que se tomaran en serio sus razonamientos.
MISTICISMO EN SU VIDA Y EN SU OBRA
La locura de Cuesta se presentó en forma de crueles remordimientos; apoderándose de él un misticismo profundo. Últimamente, publicó LA PRESA, "decía que iba a sacarse los ojos porque ésta era la única manera de que su hijo pudiese ver la vida".
Hay mucho más qué decir sobre el infortunado escritor. Su vida fue un tormento constante, un sufrir que parecía eterno, pero concretamos nuestra información a lo más hondo de su tragedia.
Antonieta Rivas Mercado y su fin en Notre Dame
El 11 de febrero de 1931, en un sacro sitio, la Catedral de Notre Dame de París, Antonieta Rivas Mercado decidió poner le fin a su vida. Un disparo ensordeció el interior de la iglesia y luego un triste silencio puso fin a una corta pero apasionada vida.
Con base en un comunicado de la United Press del cual LA PRENSA hizo réplica, se informó lo siguiente: “París, febrero 11.- Por primera vez en varios siglos ha sido consagrada de nuevo la Catedral de Nuestra Señora de París, al ponerse el sol el miércoles, siguiendo un ritual que se prolongó durante cuatro horas, por haber perecido en el interior de la misma, en forma violenta por disparos de revólver, una hermosa dama mexicana.
Antonieta Rivas, de treinta y tres años de edad, casada con un inglés de nombre Albert Blair, que tiene en la Ciudad de México, de donde ella era originaria, importantes negocios de bienes raíces.
Varios sacerdotes que oraban al oscurecer oyeron un disparo y acudieron al lugar de donde había salido, encontrando el cadáver de la dama ante la imagen de Cristo, comenzándose las ceremonias para poder dejar la Catedral expurgada antes del jueves para celebrar la ceremonia del ‘Te Deum’, en conmemoración del noveno aniversario de la coronación del actual Pontífice Pío XI”.
Se sabe que durante los años de 1928 y 1929 fue compañera sentimental de José Vasconcelos y tuvo un papel de suma importancia en su candidatura presidencial, de la cual deseaba conseguir el sufragio femenino y la educación justa de las mujeres.<EP>Admiró el sueño vasconcelista de un México educado, donde las oportunidades se les dieran a los talentosos. Antes de las elecciones en las que Vasconcelos fue derrotado por el partido oficial, Antonieta enfermó, por lo cual tuvo que salir del país.
Entonces se trasladó a París, donde al poco tiempo se reuniría con Vasconcelos y allí él le habló de fundar la revista “Antorcha”. Sin embargo, las leyes mexicanas la perseguían debido a que había salido sin permiso del país con su hijo.
Más de un año luchó contra las afecciones que habían puesto fin a su infatigable actividad, aunado a la larga serie de desventuras que la habían afligido, la derrota de su querido Vasconcelos y los desencantos que complicaban su relación con él. Todo aquello despaciosamente la fue orillando a la determinación de acabar con su vida, pero ¿por qué en Notre Dame?
El 10 de febrero, Antonieta tuvo un encuentro con el cónsul mexicano en Francia, Arturo Pani, quien trató de disuadirla, ya que le había manifestado sus intenciones de acabar con su vida. Pani creyó que sus palabras la habían hecho cambiar de opinión; sin embargo, no fue así.
Al salir de ese encuentro se dirigió al hotel donde se hospedaba Vasconcelos, entró sigilosa a su habitación, luego abrió su maleta donde guardaba el arma y la tomó. Finalmente, el 11 de febrero Antonieta se encaminó a la catedral por la ribera del Sena. En el atrio se detuvo y miró hacia donde una gárgola parecía devolverle la mirada. Luego, determinada, entró a la fría catedral. Se detuvo ante una banca que daba justo frente a la imagen de Cristo crucificado. Lo miró de soslayo, abrió su bolso, metió su mano y sacó el arma; la tomó con ambas manos y la colocó sobre su corazón. Disparó. De inmediato su cuerpo quedó sin vida y cayó sobre la banca.
Permaneció en un cementerio francés el tiempo que duró la concesión de su tumba; no obstante, como nadie se interesó por darle las exequias que merecía, sus restos fueron enviados a la fosa común. Sobre el arma homicida, su dueño se rehusó a aceptarla cuando la policía francesa quería regresarla
Xavier Villaurrutia, sutil y exquisito poeta
Las circunstancias que rodearon el fallecimiento del poeta aún son parte del enigma sobre si se debió, como según se dio a conocer aquel año, a causa de una angina de pecho o si, por otra parte, se trató de un suicidio como sugirieron algunos allegados a él.
El deceso del autor de “Invitación a la muerte” ocurrió a las 8:00 horas en su domicilio, sito en Puebla número 247, la noche del 24 de diciembre de 1950. Aquel día, Xavier se había ido a bailar a un cabaret, luego se pasó a un burdel con sus amigos, y, se cuenta que la madrugada del 25, el actor Orazio Fontanot lo había dejado en su casa.
Tal como lo informó LA PRENSA en una nota sencilla, Villaurrutia murió la mañana de Navidad de 1950, sin embargo, quedó sembrada la duda, puesto que no se ahonda en el cómo ni el por qué. Sin embargo, se dijo que muy temprano llamó a su hermana Teresa para que le sirviera un té “porque me estoy muriendo”, le dijo, y apenas tomaba el primer sorbo, cuando un síncope cardiaco lo abatió, cayendo enseguida sobre el piso. No obstante, de acuerdo con su médico y amigo, Elías Nandino, todo aquel que muere se le para el corazón y por eso quizás su fallecimiento fue a consecuencia de haber tomado otra cosa.
Sin embargo, se hizo constar del fallecimiento del poeta hasta después y en el certificado médico puede leerse “angina de pecho” como la causa del deceso.
Aunque Villaurrutia nunca comentó con nadie, incluso con sus parientes, sobre algún padecimiento cardiaco. Y, no obstante, se cuenta que luego de fenecer su madre encontró en los bolsillos de su saco algunas pastillas apaciguadoras de dichos males.
Las dudas entonces comenzaron a acumularse y fueron varias. En primera instancia, debido a que el médico que lo atendió previamente, Dr. Negrete Herrera, no permitió que se le realizara la autopsia de rutina. Este detalle es importante porque la familia del llamado “sonámbulo de los Contemporáneos” ocultó las verdaderas causas de la muerte, debido al escándalo por el suicidio de Jorge Cuesta años antes.
Se cree que el suicidio pudo ser consecuencia de la depresión acumulada desde el suicidio de Cuesta, o quizá por una riña con un bolero con el que había tenido amoríos, y muy probablemente debido a los conflictos por su condición de homosexual, así como también quizá a su complejo de inferioridad por ser chaparrito y porque estaba un poco picado de viruela (Salvador Novo llegó a decir varias veces “ahí viene el señor Cacarrutia”). Aunque la hipótesis de mayor difusión alude a que fue por un amor no correspondido, y no a causa de un mal congénito.
Esas razones se supieron gracias a varios testimonios, pero el que le da mayor fuerza a la teoría del suicidio la suscribió su médico de cabecera, Elías Nandino, quien declaró que en la historia clínica de Villaurrutia nunca hubo motivos para sospechar de un mal cardiaco.
En todo caso, siempre tuvo la firme convicción de que la muerte del poeta no había sido por causas naturales, sino por otro tipo de problemas, quizá relacionados con una fuerte depresión emocional. Por lo cual, expresó que “...Xavier no murió, sino se hizo morir”.
A los 47 años Villaurrutia murió en plena madurez. Quizá, ya que el sentimiento de la muerte lo tuvo obsesionado durante mucho tiempo, sabiendo que estaba enfermo no quiso confesarlo a su familia ni a sus amigos, por lo cual prefirió poner fin a su existencia él mismo, con la misma mano con la que tantas veces le escribió a la muerte.
Estrujante drama en la casa de Dios
Casi siempre se habla sobre cuándo comienzan las tragedias, pero ésta tuvo su culminación el día 14 de junio de 1967, alrededor de las 5:00 horas, cuando el sereno descendía y una tenue bruma envolvía las calles de la ciudad. Así se originó uno de los dramas más trepidantes de aquel año que se desarrolló y culminó en el número 469 de la Avenida Insurgentes Sur, en la Colonia Roma.
En la casa del matrimonio Greco Herrera, las actividades pronto comenzarían. Felipa, la mujer que ayudaba con las labores domésticas escuchó, como a través de los sueños, un cierto sonido como de cohete, como los que en su pueblo detonaban en la fiesta patronal.
Felipa no sabía, sin embargo, que el sueño se convertiría en pesadilla, pero no para ella, sino para su patrona, aunque el día estaba por comenzar y Felipa volvió a dormir cinco minutos más de los cinco anteriores que ya había cedido al sueño.
Mientras tanto, en la octava delegación, el detective Arroyo de Anda y el abogado Héctor Beltrán Gutiérrez se preparaban para terminar en pocas horas su turno. La mañana los sorprendió redactando los informes de los últimos casos. En el cenicero reposaban las colillas muertas de los cigarrillos que se habían acabado durante la noche. Sería preciso comprar más. Las teclas de la máquina sesgaban el aire y el ruido de pocas voces apenas se filtraba en la realidad.
Al cabo de poco tiempo, cuando ya el sol comenzaba a elevarse, pero todavía con un poco de calma y tranquilidad, como si no existieran los problemas en la capital, escucharon el teléfono hacer ring y se miraron para ver quién contestaría. Arroyo de Anda levantó el auricular y escuchó del otro lado del teléfono que una persona había sido encontrada muerta en su domicilio, se trataba de Floriano Greco de 62 años, que falleció a consecuencia de cuatro balazos. Inmediatamente después volvió a sonar el teléfono para notificar otro mortal hallazgo, el de una mujer, Pilar Herrera, que había acabado -con el quinto proyectil que empuñó del revólver que utilizó para asesinar a su esposo- con su vida en la calle de Plateros, donde se ubicaba un templo religioso.
Al lugar donde se reportó el suicidio acudió el licenciado Beltrán Gutiérrez, quien se enteró también al recibir una llamada de un sacerdote del templo llamado Emperatriz de América, quien refirió que la conyugicida se quitó la vida después de que el sacerdote Héctor Gómez Huesca conoció lo sucedido, confesado por ella: “Lo que tú has hecho es cosa de la injusticia. Yo no puedo hacer nada”, contestó a la inconsciente Pilar Herrera de Greco. El motivo que orilló a la mujer a acabar con la existencia de su esposo y la de ella era desconocido, sólo se sabía que María del Pilar estaba bajo tratamiento médico. Desde hace unos cinco meses el matrimonio se había disuelto y ambos dormían en habitaciones separadas. La mañana del incidente, Felipa se levantó y caminó por las habitaciones hasta llegar a la puerta de la recámara de Floriano, pero en ese momento salía doña Pilar, quien detuvo a la muchacha para decirle que arreglara a la niña y estuviera lista lo más pronto posible. Más tarde, las dos mujeres en compañía de la pequeña Pilarica, salieron del departamento. Pilar parecía haber encontrado la paz interior, pues no mostraba nerviosismo y sólo parecía tener deseos de salir su casa. Luego llegaron a la calle de Plateros 83, donde vivía la señora Carmen González de Urquiza, quien se encargaba de cuidar a la pequeña.
Con mucha tranquilidad, Pilar ordenó a la sirvienta que esperara a que abrieran la puerta de la casa de Carmen. La mujer no esperó y expresó a Felipa: “Le dices a la señora Carmina que le encargo a la niña”. Se dio la vuelta sin despedirse y se encaminó por Plateros hacia las calles de Mercaderes y Cordobanes para llegar por fin a la iglesia Emperatriz de América, donde entró con doble propósito. Por una parte, deseaba espiritualmente buscar tranquilidad; por otra, obtener una firma del sacerdote en la carta suicida que escribió. Fue inútil, ya que el cura se negó a ser testigo de tal atrocidad. Al parecer, Pilar había decidido marcharse. Entonces, el sacerdote se dio media vuelta, pero casi instantáneamente escuchó un poderoso estruendo que cimbró el interior del templo.
La única capaz de brindar luz sobre el caso era Felipa, pero Felipa no supo decir mucho al respecto, porque recordaba poco y confesó que no les prestó mucha atención a las manías de su patrona. Además, como le había dicho doña Pilar “vuelve a dormir”, eso fue lo que hizo; por lo cual, sólo superficialmente dijo que el matrimonio se iba a separar y Pilar tenía miedo y el miedo hace que uno cometa locuras.