Muy tranquila y bella era la colonia San Pedro de los Pinos en 1942. Había casas solas rodeadas de jardines cuidados que se alineaban en sus arterias principales. Y sobre aquellas calles apacibles jugaban niños y en el interior de los jardines las mujeres descansaban. Eran otros tiempos.
Pero a finales de noviembre de aquel año, el paisaje cambió por completo. En la colonia se comentó con fervor un crimen brutal que llenó de luto y dolor dos hogares.
La nota policiaca lo informó de este modo: “Sangrienta tragedia pasional, una de las más intensas que registran los últimos tiempos, en la que tomaron parte personas de muy distintas clases sociales, se registró la noche del miércoles próximo pasado en la tranquila villa de San Pedro de los Pinos, a las 22:30 horas”.
Los actores principales del drama fueron un exjefe de Policía del Distrito Federal, su esposa y un chofer ruletero, quienes murieron a manos del general.
Tras el ruido de los disparos, que fueron nueve en total, acudió el policía José Barba Bracamontes, quien encontró al general Palma Moreno empuñando su pistola escuadra calibre 45, marca Colt, reglamentaria del Ejército nacional, de la cual le hizo entrega, diciéndole que acababa de matar a una mujer y a un hombre y que lo condujera a la Delegación.
Inmediatamente después, llegó al sitio de los sucesos el comandante Jesús Galindo, a quien el policía Barba Bracamontes hizo entrega del detenido y del arma usada en los asesinatos.
Mató a su esposa y al chofer, después quería quitarse la vida
Fue entonces cuando el general Guillermo Palma Moreno, en un instante de crisis nerviosa, desconcertado por la magnitud de los hechos, pidió de favor al comandante Galindo que le facilitara por un instante la pistola con el ánimo de ponerle fin a su existencia.
-¡No, mi general, no puedo prestársela, acuérdese de sus hijos! -exclamó el jefe policiaco, dándose cuenta de la responsabilidad que sobre él recaería en el caso de haber accedido a los deseos de su exjefe.
-Entonces -pidió el uxoricida-, permítame ir un momento a mi casa.
-Perdóneme usted -se excusó Galindo-, pero eso ya no está en mis atribuciones.
El comandante con buena perspicacia se dio cuenta de que el general tenía intenciones firmes de privarse de la vida.
En la Delegación, el comandante Jesús Galindo hizo entrega del general Palma al agente del Ministerio Público en turno, a quien dio cuenta de lo ocurrido y el victimario se puso inmediatamente a la disposición del fiscal, a efecto de rendir su declaración previa en el acta respectiva.
Fue entonces cuando el detenido dijo llamarse Guillermo Palma Moreno, ser general de brigada y tener 57 años, con domicilio en San Pedro de los Pinos. Hizo sus estudios en escuela primaria hasta el quinto año y, en ese entonces, percibía un sueldo de veintiséis pesos diarios; estaba casado civilmente con la extinta señora María Guadalupe Baca de Palma, desde el año de 1918, de cuya unión nacieron seis hijos.
“Hoy en la mañana, a temprana hora, encontrándome en el centro de México con mi hijo Juan -declaró el general Palma Moreno-, tuve necesidad de hacer un viaje rápido a la ciudad de Puebla, sin que esto lo supieran ni mi esposa ni mis hijos, pues dada su poca duración, no creí necesario advertírselos. Regresamos de Puebla a las 21 horas, dirigiéndonos a nuestro domicilio de San Pedro de los Pinos, encontrándome con que mi esposa había salido a la calle, sin dejar aviso de adónde iba”.
Siguió relatando el declarante que poco después de su regreso al domicilio, cuando hubo descansado un rato, salió a la calle, como era su costumbre, para dar un paseo en las cercanías de su casa. Y ya casi al llegar a la esquina, que hacía la Calle 12 con la Avenida Primero de Mayo, vio a un grupo de policías que estaban platicando frente a la Panadería Primavera, en donde ocurría un conflicto intergremial, quedándose parado allí un momento para darse cuenta de lo que ocurría, llegando entonces a hacerle compañía su hijo Juan, para informarle que el asunto no tenía mayor importancia.
Cacha a su esposa con el chofer
En esos momentos, vio el general que se aproximaba un carro que venía del rumbo de Mixcoac, observando que se detuvo con intención de dar vuelta a la Calle 12, pero que siguió su camino hacia la Avenida Primero de Mayo, sin que él se diera cuenta de que en el interior del vehículo viajaba su esposa, ocupando el asiento posterior y sobre el lado derecho.
Aquel movimiento inesperado le llamó la atención y así se lo expresó a su hijo Juan, a quien dijo que se adelantara para ver de qué se trataba, cuidándose de que su madre no lo viera. Y fue en esos momentos cuando observó qué carro había dado la vuelta a la manzana sobre la izquierda, y poco después vio que el vehículo se encontraba ya estacionado muy próximo a la casa.
Desconcertado por todos esos movimientos, el general Palma Moreno se acercó al automóvil, enfocándole una lámpara eléctrica de bolsillo que acostumbra llevar consigo durante sus paseos nocturnos, siendo entonces cuando se dio cuenta exacta de que el chofer se encontraba ya en el asiento posterior, junto a su esposa.
Al sentir el golpe de luz, el chofer Nava Manterola se le echó encima, haciendo ademán de sacar arma del bolsillo trasero del pantalón o de la parte posterior de la cintura. El general le dio una bofetada repeliendo la agresión y luego, en movimiento rápido del hombre acostumbrado al manejo de armas, echó mano a su pistola escuadra reglamentaria del Ejército, disparando el primer tiro sobre aquel hombre, sin que hiciera blanco.
Echó a correr el chofer a lo largo de la calle, tomando el rumbo de la Avenida Primero de Mayo, disparándole otro balazo sin saber en dónde hizo blanco y, finalmente, otro disparo, viéndolo caer sobre el embanquetado de la esquina de la mencionada Avenida, ya muerto.
Cuando el general Palma Guillén se convenció de que su adversario estaba ya bien muerto, regresó adonde había quedado estacionado el automóvil, dentro del cual se encontraba su esposa, la que le dirigió algunas palabras repentinamente, sin obtener respuesta alguna.
Indignado el general Palma Moreno ante aquella la actitud de su esposa, apuntó con la pistola en la cabeza y jaló el gatillo, dejándola bien muerta en el interior del automóvil.
“En esos momentos vi a una persona que pasaba por aquel lugar. La llamé para rogarle que llamara a un policía a fin de entregarme a la justicia, pues acababa de matar a un hombre y a mi esposa. Poco después se presentaron un policía y el comandante Galindo”, dijo.
Interrogado por el agente del Ministerio Público respecto a antecedentes de su vida conyugal, de la conducta anterior de su esposa y de algunos otros detalles íntimos, el asesino manifestó que nunca supo que la señora Baca de Moreno lo engañara y, por lo mismo, tuvo absoluta confianza en lo tocante a su moralidad y a su conducta conyugal, aun cuando sí sabía que era muy afecta a ingerir alcohol, por cuya causa los disgustos eran frecuentes, puesto que él consumía bebidas etílicas.
El fiscal de la Décima Delegación preguntó al general si anteriormente había tenido algún conocimiento con el chofer Nava Manterola, su reciente víctima, asegurando el general que nunca antes lo había conocido sino hasta el momento en que ocurrieron los hechos.
Momentos después de lo ocurrido, cuando ya el general estaba declarando ante el agente del Ministerio Público y el cadáver de la señora Baca de Moreno había sido conducido a la sección médica, se presentaron en aquel lugar los hijos del general y de la señora muerta. Aquellos jóvenes manifestaron tremendo desconcierto al saber que su padre era el asesino de su madre.
Culpabilidad del chofer, sin comprobar
Alrededor de las 24 horas del 27 de noviembre de 1942, se presentó en las oficinas de la Delegación de Mixcoac, el señor Ignacio Parres Herrejón, quien dijo ser hermano político del extinto chofer, cuyo cadáver identificó plenamente.
Aseguró que su cuñado Horacio siempre fue un hombre de buena conducta y buenas costumbres; además le constaba que tenía un carácter especial, sobre todo con las mujeres, con las que siempre se mostró muy tímido.
Había un dato trascendental que a lo largo de la investigación fue dificultoso esclarecer, la culpabilidad del chofer en este caso todavía no estaba perfectamente comprobada y básicamente el hilo de la investigación siguió la versión del mando policiaco.
Tras la declaración del señor Parres Herrejón, se presentaron a las propias oficinas numerosas personas amigas o conocidas del chofer asesinado, todas las cuales abonaron su conducta ampliamente ante el agente del Ministerio Público.
Hubo además una constancia en el acta levantada en la Delegación, en la que se asentó que la señora Palma estaba despojada de algunas ropas íntimas y el chofer Nava Manterola muy cerca de ella. No obstante, esta acta contradecía lo declarado por el homicida, quien dijo que llegó hasta donde estaban los supuestos infieles y que en el acto Nava Manterola se dio a la fuga. Era imposible creer que habían despojado sus ropas para tener un encuentro íntimo cerca de su casa en una época más bien de carácter conservador.
Sin embargo, había cuestiones atenuantes como el hecho de que, en el interior del carro, en la parte trasera, se encontraron una botella de tequila a medio consumir, una bolsa de señora, una prenda de vestir femenina y algunas tarjetas postales de mujeres semidesnudas.
Tan pronto como quedó evacuada la diligencia del acta en las oficinas de la 10a. Delegación del Ministerio Público, el titular dispuso que, a primera hora de la mañana siguiente, el general Guillermo Palma Moreno fuera trasladado a las oficinas de la Jefatura de la Guarnición de la plaza, en tanto que el juez penal en turno dispusiera en dónde debería quedar alojado durante su reclusión.
El general Palma Moreno -que era uno de los más veteranos revolucionarios, de origen sonorense- figuraba entre los escasos supervivientes del famoso Cuarto Batallón de Sonora, en cuyas filas militaron los generales Abelardo L. Rodríguez y Francisco R. Durazo.
Fue también jefe de la escolta personal del finado Presidente de la República don Venustiano Carranza, Oficial Mayor de Guerra y, posteriormente, jefe de la Policía del Distrito Federal, cargo que ocupó durante algún tiempo. El general Palma Moreno fue visitado por numerosos generales y altos jefes militares en la pieza que ocupaba en la jefatura de la Guarnición de la Plaza.
Palma Moreno declara a La Prensa
Derivado de las investigaciones hechas en la Jefatura de Policía, se supo que el chofer Horacio Nava Manterola tenía dos ingresos a la Penitenciaría del Distrito, siendo el primero por los delitos de cohecho y protección de fuga, con registro en fecha 28 de agosto del año de 1936, y el segundo correspondía al 19 de marzo de 1941, por el delito de lesiones.
En tanto que el general Guillermo Palma Moreno designó como defensor a un reconocido abogado de aquel entonces, Jorge D. Casasús, quien se ofreció de una manera desinteresada a actuar en este caso, por tratarse de un viejo amigo.
También rindió la protesta de ley ante el juez 10º. de la Primera Corte Penal, licenciado Emilio César, a quien presentó una promoción para que los médicos legistas realizaran una inmediata ampliación de la autopsia en el cadáver de la señora B
Baca de Moreno, con el fin de obtener datos que se juzgan de suma importancia para el curso del proceso instruido contra el general Palma Moreno. El juez César acordó de conformidad la petición del licenciado Casasús y por lo mismo aquella misma noche, a las 20 horas, los galenos se presentaron a hacer la diligencia.
Tranquilo, totalmente dueño de sí mismo, el reportero de LA PRENSA se encontró al mediodía con el general de brigada Guillermo Palma Moreno en una de las oficinas de la Comandancia, dentro del Palacio Nacional.
No obstante que el sol caía ya a plomo, el general Palma se envolvía en un grueso abrigo, manteniendo sus manos dentro de las bolsas de dicha prenda. Le rodeaban algunos amigos, grupo del que se apartó para estrechar la mano del periodista de LA PRENSA.
Tras el preámbulo en la conversación, saludos, y comentarios, lamentando aquella molesta situación, el general Palma expresó que en su vida había sufrido fuertes golpes, tropezado con pedruscos en el sendero de su existencia, pero ninguno tan fuerte como el que le salió al paso aquella trágica noche.
Frunciendo el entrecejo, tal como si por su mente pasara en esos momentos la terrible escena que le hizo reaccionar con todo coraje y llevar la mano a la pistola para segar dos vidas, una de ellas la de su esposa, el general Palma en tono de convicción exclamó:
-Hice lo que habría hecho cualquiera en mi lugar. El joven por joven y el viejo per viejo. - Después como hablando consigo mismo añadió-: Ante lo irreparable y sin poder dejar de hacer lo que ya está hecho, solo me queda hacer frente a las consecuencias y por ello espero el fallo de la justicia…
El viernes 27 de noviembre de 1942, ratificó todo cuanto dijo ante sus jueces. Tenía la conciencia de que cumplió como hombre en relación con el doble homicidio perpetrado en las personas de su esposa y del chofer, a quienes sorprendió en supuesto franco adulterio.
Por otra parte, el policía Borbón Bracamontes amplió su declaración rendida en la Décima Agencia Investigadora y proporcionó datos de suma importancia. A las 11 horas, se presentó en el juzgado el general Palma Moreno.
Minutos después, hizo su entrada el juez Emilio César, quien después de tomar lista de los defensores, invitó a todos a pasar a la secretaría de acuerdos de la Corte Penal, en virtud de que esta sala era la de mayor amplitud.
Cinco balazos a la mujer y uno al chofer
Allí solamente se admitió a las personas indicadas y el público no tuvo acceso porque no había lugar disponible. Una vez que se instalaron los funcionarios, el general Palma y demás personas en la Secretaría de Acuerdos, el licenciado Emilio César manifestó que la diligencia en un principio iba a ser privada, pero como era necesario que todos se dieran cuenta de su desarrollo, ya que no se trataba de un crimen vulgar sino de un caso muy humano, había permitido la entrada a los que ahí estaban reunidos.
Inició el acto exhortando general Guillermo Palma Moreno a que se condujera con verdad, y luego pasó a dar lectura al acta levantada en la Décima Agencia Investigadora, en lo que tocaba a la declaración rendida el día de los hechos por el acusado.
Al terminar, el citado funcionario le preguntó si estaba conforme o tenía algo que agregar, contestando el homicida que sólo el punto relativo a que su hijo Juan, de catorce años, no caminó hasta la calle de Primero de Mayo, Avenida de los Pinos, para ver descender a su madre, sino que se quedó parado una cuadra atrás. Hecha la aclaración correspondiente, inició una serie de preguntas especiales:
-¿Recuerda usted cuántos tiros disparó y cuantos le quedaron? -principió diciendo el licenciado César.
-Recuerdo haber disparado cinco a Horacio y uno a mi esposa; quedaron dos en el cargador -repuso el general Palma.
Nuevamente el juez pidió al acusado que dijera la verdad. Después continuó:
-¿Es usted casado con la extinta Guadalupe Baca de Palma?
-Sí.
-¿Sus hijos están legitimados?
-Sí, en Hermosillo, Sonora, los registré a nombre mío y de mi mujer.
-¿Salía frecuentemente su esposa?
-No mucho, raras veces me avisaba; a mis hijos sí les decía adónde iba, y después ella me informaba.
-¿Supo su esposa de su viaje a Puebla, iba usted frecuentemente esa ciudad?
-En este año era la primera vez. No dije nada porque Puebla está muy cerca y sabía que no demoraría.
-¿Acostumbraba usted salir por las noches?
-Sí, para ayudar a la digestión, a veces con mis chamacos y otras solo. El paseo lo realizaba por el frente de la casa y calles cercanas,
-¿Puede usted precisar si cuando vio el coche que venía del rumbo de Mixcoac, identificó a su esposa?
-Sí, pude ver que era ella. Estaba sentada en el asiento posterior y el individuo en el delantero.
-¿Qué lo hizo suponer que su esposa ya lo había visto?
-Que el coche después de detenerse un momento siguió corriendo por la Avenida 10 de Mayo con rumbo a mi domicilio.
-¿Qué distancia existe del lugar donde se hallaba parado con su hijo cuando vio por primera vez a su esposa, del coche en el que iba?
-Unos quince metros.
-¿Después, a qué distancia se fue a parar el coche?
-Unos ciento cuarenta metros. Recuerdo que una vez medí la calle 10 de Mayo.
-¿No obstante la obscuridad, distinguió a su esposa?
-Sí, lo logré.
-Cuando se acercó al vehículo, ¿percibió voces?
-Sí y pude ver que el individuo ya no estaba adelante sino atrás.
-¿Cuando llegó al auto, por qué lado lo hizo?
-Pasé por la parte delantera para ir al lado derecho de la parte posterior y enfoqué la linterna.
-¿Qué vio usted? -al decir esto, el juez exhortó al general Palma para que declarara la verdad. El aludido, permaneció un momento en silencio, en tanto tocaba con los dedos el anillo matrimonial que llevaba puesto en la mano izquierda. Hizo un esfuerzo y prosiguió: Él y ella estaban abrazados.
Después expuso detalladamente la situación del delito…
-En cuanto llegó usted, ¿qué pasó?
-El individuo, después de que lo enfoqué, me dio un aventón y yo alcance a darle una cachetada.
-¿Qué siguió?
-El individuo ya en la banqueta hizo intento de sacar alguna arma y yo, rápidamente, saqué la pistola y le hice un disparo, pero como no hizo blanco, aquel echó a correr y lo perseguí, disparándole después cuatro tiros.
-¿Estaba usted excitado?
-Bastante.
-¿El último tiro se lo dio usted ya tirado?
-No, cuando iba cayendo. Cuando me convencí de que estaba muerto, me dirigí nuevamente al coche y abrí la puerta y le enfoqué la lámpara. Luego le hablé por su nombre y no me contestó.
A pregunta del juez César, el general Palma describió cómo encontró a su esposa, que desde luego mostró el delito.
-¿Qué hizo usted después?
-Le disparé un tiro al parecer en la cabeza.
-¿Al consumar su delito, trató de huir?
-No, le pedí a un transeúnte que avisara a la policía acudiendo un agente que primero tuvo recelo por ver que portaba la pistola, pero después me identifiqué y luego aquel le silbó al comandante Jesús Galindo, y me remitieron a la Delegación.
Al terminar el juez Emilio César de interrogar al general Palma, el agente del Ministerio Público procedió a hacerle varias preguntas.
-¿Al oír voces de hombre y mujer en el coche, distinguió algo de escándalo o una simple plática?
-Las voces no las percibí bien, pero hablaban en forma muy lenta.
"Amante de su esposa y de sus hijos"
En seguida, el agente del Ministerio Público preguntó al general Palma si cuando encontró abrazados a su esposa y el chofer, no pensó que él hubiera sido el único responsable.
Pero el acusado respondió que la escena le impidió pensar algo más, y se exaltó, originándose la tragedia. Enseguida, los defensores hicieron uso de la palabra para interrogar al general Palma, únicamente para aclarar algunos puntos que servirían para orientar la diligencia.
El policía José Borbón Bracamontes ratificó su declaración rendida en la Décima Agencia Investigadora, y a preguntas especiales, expuso la situación en que vio a la señora Guadalupe Baca de Palma dentro del coche, una vez que fue muerta por su marido, así como a Horacio Nava Manterola, que quedó recargado junto a la verja de una casa.
Cerca de las 15:00 horas terminó la diligencia, y se informó que se continuaría el 29 de noviembre para agotar la averiguación. Al expediente se agregaron varios documentos aportados por la defensa, entre ellos una hoja de antecedentes de Horacio Nava Manterola, en la que constaba que había tenido que ver con la justicia como 10 veces. Cuatro por delitos graves. En el Juzgado 10. de la Corte Penal, se vio a la señora Elena Páramo de Nava, quien al darse cuenta de la presencia de periodistas y fotógrafos escondió el rostro tras un velo, a fin de permanecer ignorada y que no se le preguntara nada.
No fue posible que se le tomara declaración, debido a lo larga que estuvo la diligencia. Se logró saber que la señora viuda de Nava comparecería ante el juez para pedirle la reparación del incalculable daño que se le causó, pues ella y su hijita no contaban con grandes elementos vida.
La colonia de San Pedro de los Pinos se comentaba con apasionamiento el crimen. Cuando el reportero de LA PRENSA llegó a la Calle 12, unos carros que portaban coronas indicaron exactamente la casa del general Guillermo Palma Moreno y de su familia.
Sobre la puerta central, un crespón negro ponía un sello de dolor. Hombres enlutados, serios, estaban en el jardín de la residencia y ante la puerta de la misma, mujeres vestidas de negro mostraban ojos brillantes, marchitos por el insomnio y las lágrimas. Dos de aquellas mujeres acompañaban a una tercera, que caminaba torpemente, cubierto el rostro por un velo negro.
Alguien dijo al lado del reportero de LA PRENSA:
-Es Edelmira, la hija mayor.
En los alrededores de la casa se agrupaba la vecindad curiosa. Por allí estaban, enlutados también, con actitudes de autómatas, los otros hijos del matrimonio Palma.
El señor De León, esposo de Edelmira, la mayor de las hijas del general Palma, respondió con afinidad, después de que los emisarios del diario de las mayorías mostraron sus credenciales de periodistas
-¿Es hombre de buen carácter?
-Sí. Amante de su esposa y de sus hijos.
-¿No tenían disgustos los esposos Palma?
-En la casa reinaba la buena armonía.
-Parece que la señora Palma tomaba.
-Sí; éste era su único defecto. Por ello, ella y el general tenían a veces altercados. Era la única nube que se cernía sobre la felicidad del hogar.
-¿Qué piensan los hijos de esta tragedia? ¿Guardan rencor al papá que les ha privado del amor materno?
-Ellos son los hijos... ¿Qué van a decir? Amaban a sus padres por igual. Pero mire... Ahí está uno de los hijos, el tercero, Francisco... Pregúntele...
Francisco Palma Baca era un muchacho de 18 años, que en esos momentos parecía pálido y tembloroso. Sus ojos estaban enrojecidos y se expresaba con torpeza:
-He visto hoy a mi papá. Ha envejecido horriblemente en pocas horas. Se ha tranquilizado un poco, pero su dolor es muy grande...
-¿No le guardan ustedes rencor por lo que ha hecho?
-¡Es mi padre! No podemos juzgar el caso. De un solo golpe nos quedamos sin padres.
-¿Esperan que salga libre el general?
-Haremos lo posible por sacarlo.
-Si está de su parte la razón.
-¿Qué podemos decirle nosotros? Somos los hijos... No puedo decirle nada... No me doy cuenta de nada...
Dan último adiós a la señora de Palma y al chofer Horacio
A la hora de sacar el cadáver para conducirlo al Panteón de Dolores, varios grupos de mujeres contemplaban la comitiva fúnebre. A las doce y quince minutos, el cadáver de la señora De Palma fue bajado en hombros por sus hijos y familiares. Una misma ola de emoción sacudió a las vecinas, que conocieron aquel hogar feliz antes y después de la tragedia.
Una mujer anciana, que contemplaba el paso del ataúd, murmuró: “Qué herencia más triste!”
En general, la opinión de las mujeres que habitaban en los alrededores de la casa de San Pedro de los Pinos favorecía a la esposa del general Palma Moreno. “Era una buena mujer, buena madre de sus hijos. Salía poco de casa. Su único defecto, era el licor... Esto los distanciaba de cuando en cuando... ¡Pero en la vida aparentemente normal de la señora Guadalupe Baca de Palma, había un secreto! Fue este secreto, que se llevó a la tumba, la circunstancia fundamental que la impulsó a hechos que han motivado el doble crimen, que a estas horas ha llenado de dolor dos hogares honrados”.
Entre las mujeres que presenciaban la salida de la comitiva fúnebre hacia el Panteón de Dolores, se encontraba la señora Luz E. de Solórzano, a quien acompañaba otra de las vecinas de Los Pinos.
-Yo traté a la señora, la verdad -dijo-, era una guapa mujer. Sabia vestir, cuando salía a la calle.
-¿Salía con frecuencia?
-Paseaba con su esposo y sus hijos...
-No está bien que se hable de una persona que están enterrando... Las mujeres debemos defendernos... No está bien que, cuando una mujer tiene una debilidad, se le eche por cara... Los hombres las cometen a cada momento...
-¿Ella tenía una “debilidad”?
-Francamente, a ella le gustaba tomar. Todo el mundo lo sabía. Hacía muchos años que tomaba. Una vez, hablando con ella, me dijo: “¿No está bien que tome? Ya lo sé. Pero, en mi vida hay una tragedia muy grande, que nadie sabe más que yo”. Tal vez por eso tomaba...
-¿No le dijo de qué se trataba, ni qué secreto era el suyo?
-No. Pero yo pienso que ella tenía una pena...
-¿Estaba enamorada de otro hombre, tal vez?
-Ella se llevaba muy bien con el general.
-¿No la visitaban hombres?
-Los que visitaban al general.
-¿No conocían al chofer que estaba con ella en el momento del drama?
-Nadie lo había visto nunca por aquí.
-¿Usted cree que el secreto de la señora Baca de Palma tenga algo que ver en la tragedia?
-¡Quién sabe!
-¿El general ignoraba ese secreto?
-No me dijo nada la señora.
En la calle del Dr. Olvera número 186, habitaba una prima de la viuda del chofer muerto por el general Palma Moreno. Esta señora se llamaba Ana María O. de Segovia.
En su casa se veló, durante la noche del 26, el cadáver del chofer Horacio Nava Manterola. Cuando llegaron los reporteros de LA PRENSA a aquella modesta casa, fueron recibidos por la prima de la viuda de Nava Manterola, en la habitación donde se velaba el cadáver del desgraciado chofer. Había dos hermanos del finado, los jóvenes Julio César y Luis.
-No está la viuda –dijeron los deudos- fue a hacer varias gestiones con su hermano. La pobre parece desesperada. Nuestro hermano era un buen hombre... No tomaba. No tenía líos de mujeres... No sé cómo le pudo tocar esto.
-¿Cuánto hace que estaban casados? –se preguntó.
-Unos catorce años. Tuvieron una hijita, Gloria, que está con unos parientes: no se le ha dicho nada todavía. ¡Ha sido una desgracia muy grande!
-¿Horacio no era hombre audaz?
-Era tímido con las mujeres. Nunca se le conocieron enredos de faldas, ni cuando era soltero.
-¿Se llevaba bien con su esposa?
-Sí. Era un buen padre y un buen esposo. No sé cómo pudo meterse en ese lío... Nosotros creemos que las cosas pasaron así. Como la señora estaba tomada, mi hermano fue a ayudarla a bajar del carro, entonces llegó el marido y, al verlos, sin pararse a preguntar, les disparó... No pudo ser otra cosa.
La viuda llegó en esos momentos. Una mujer de 32 años, demacrada en extremo por el dolor de las últimas horas. Al entrar en la salita donde se encontraba el cadáver, se abrazó con algunos amigos que habían llegado para el sepelio.
-¡Qué pena tan grande! ¡Me lo han matado y aún lo deshonran!
El reportero esperó a que la señora desahogara su sentimiento y luego de que secó sus ojos, se dirigió a ella, ocultando el rostro a la cámara del fotógrafo.
-¡Retratos no, por favor! Déjenme con mi dolor. Ya que me lo han matado, que no lo deshonren... Él no ha hecho eso de que lo acusan. No es un adultero. Era muy amante de su esposa y de su hijita. Nunca me dio malos tratos, ni disgustos por mujeres. ¿Iba a darme disgustos por una mujer que me llevaba casi veinte años?
-¿No cree usted que conocía a la señora?
-No la conocía; estoy segura. ¿Cree usted que si hubiera tenido algo con una mujer yo no lo hubiera notado? ¡No es posible! ¡Él no es adúltero! Todo lo hacen por salvar al general... Ya fui a quejarme esta mañana al juzgado para que desmientan eso los periódicos. Él ha sido confundido con otro, llevó a esa mujer en una dejada y ¡qué mala suerte tuvimos en que la encontrara el marido y lo confundiera con otro!
Elena Páramo, la viuda del chofer Horacio Nava Manterola, enjugó sus lágrimas y dijo, entre sollozos:
-He nombrado ya dos abogados. Pero el general tiene cinco. Una amiga mía, doña Cecilia Muñoz, que estaba presente cuando interrogaron al general, y éste dijo que Horacio era chofer del Banco Mercantil, le dijo: “Horacio no ha trabajado en ningún banco”. Y otra vez el general insistió en que Horacio trabajaba en el Banco Mercantil. Las autoridades pueden enterarse de que mi esposo nunca trabajó en el banco ese. El general Palma se refiere a algún chofer, con el cual confundió a mi esposo. Pero mi marido es inocente de lo que se le atribuye. Y aunque me cueste miles de trabajos, he de sacar su nombre limpio de este asunto. Esa señora tendría un lío con otro chofer, pero no con mi marido... Y esa equivocación del marido engañado ha costado la vida a un inocente, y deja a mi hijita sin padre...
Y la viuda de Horacio Nava Manterola dirigió los ojos llenos de lágrimas hacia el ataúd gris, donde yacía un hombre sin vida; un hombre de 32 años, que hasta hacía dos días constituía toda la felicidad de esa mujer, joven agraciada, a quien la desventura hizo enloquecer.
Enojoso incidente entre la viuda del chofer Nava y el defensor, Lic. Casasús, quien se mostró rudo con la pobre viuda. Patética escena se desarrolló la mañana del 28 de noviembre en el recinto que ocupaba el juzgada 10 de la Primera Corte Penal, cuando se presentaron ante el juez, Lic. Emilio César, las señoras Ana María Manterola viuda de Nava y Elena Páramo viuda de Nava, madre y esposa del chofer Horacio Nava Manterola, trágicamente muerto juntamente con la señora Guadalupe Baca de Palma, por el esposo de ésta, Gral. Guillermo Palma Moreno, la noche del miércoles 25 en el tranquilo pueblo de San Pedro de los Pinos.
Fue el 28 a las once horas cuando las citadas señoras acudieron ante el juez Lic. César para evacuar una breve diligencia respecto a la identificación del cadáver del chofer Nava Manterola, para lo cual rindieron sus declaraciones ante el secretario del propio juzgado.
Y en los momentos en que ellas trataban de hacer constar en el expediente algunos detalles respecto a la vida serena y bondadosa de su deudo, explicando al juez todos los antecedentes, este funcionario les hizo ver, con palabras sumamente comedidas, que no era momento oportuno para tales considerandos, pues esas diligencias se verificarían oportunamente.
Sin embargo, la señora viuda de Nava Manterola, de pie y frente a frente al Lic. César, embargada por el más justo dolor, insistió en decir que su esposo era inocente en el caso.
-Le juro a usted señor juez que mi esposo era inocente! -exclamó sollozando la viuda, cubierta en su rostro con largo manto luctuoso-. Usted sabe que la señora del general tenía antecedentes de que engañaba a su esposo. Y yo sé también que el general obró ahora con ligereza, confundiendo a mi esposo con un empleado del Banco Mercantil, que sí era amante de la muerta. Y en esos instantes, sin respetar el dolor de aquellas mujeres, obnubilándose por completo y perdiendo su control de nervios, el defensor del Gral. Palma, Lic. Jorge D. Casasús, haciende alarde de insensatez, por cierto, extraño en él, se enfrentó a las dos señoras, exclamando airadamente:
-¡Qué enormidad venir a calumniar aquí a un hombre como el general Palma!
Y sin escuchar las frases conciliadoras del juez César, quien cortésmente llamó la atención del defensor Casasús, éste prosiguió:
-Su esposo era un mal hombre; un delincuente que tenía catorce o quince ingresos a la Penitenciaría. ¡Cómo se atreve usted a calumniar al general!...
Y fue necesario que el licenciado César interviniera nuevamente para que guardara silencio el licenciado Casasús, presa de terrible ataque de nervios.
-¡Justicia, yo sólo pido justicia! -gritó dramáticamente la señora viuda del chofer Nava Manterola.
El juez César, comedidamente, usando el tono de convicción, dijo a la señora que él sabría cumplir con su deber, sujetándose estrictamente a los mandatos de la ley.
-Debo advertir a usted, señora -exclamó el propio funcionario-, que hoy mismo, después de decretar la formal prisión del general Palma Moreno, tendré que ponerlo en libertad bajo fianza, de acuerdo con lo que prescriben nuestras leyes penales. Sin embargo -aclaró el licenciado César a la viuda y a la madre del chofer muerto-, no por esa circunstancia vaya usted a pensar que yo obré parcialmente. El proceso seguirá adelante y ninguna influencia, ninguna recomendación, valdrá ante mí para dictar una justa sentencia.
-¡Gracias, muchas gracias, señor licenciado! -dijo la señora viuda de Nava Manterola-. Ojalá y aquí no valgan las influencias como ocurrió en la Delegación del Ministerio Público de Mixcoac, en donde se levantó el acta sólo con el dicho del general Palma y sin permitirme la entrada.
El licenciado Casasús trató de volver a inmiscuirse en aquel instante, dirigiéndose a la señora, pero ésta, ya enervada, lo rechazó diciéndole:
-Con usted nada tengo qué hablar.
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General Guillermo Palma Moreno, en libertad
Y el juez César, con muy buen tino, se retiró del lugar en donde se desarrolló aquel penosísimo incidente, conduciendo al licenciado Casasús a su despacho privado. Desde esos momentos, hasta muy cerca de las 15 horas, el licenciado César se encerró en su despacho a fin de estudiar el expediente y decretar el auto de formal prisión del general Palma, quien a la hora en que regresó el propio funcionario a su juzgado, ya se encontraba presente, pues fue llamado a su prisión preventiva de la jefatura de la Guarnición de la Plaza, a fin de hacerle la notificación del auto citado.
Finalmente, el domingo 29 de noviembre de 1942 se dio a conocer la decisión del juez en relación con el doble homicidio. El resultado fue que el general Guillermo Palma Moreno fue puesto en libertad por falta de méritos en lo que respectaba al delito de disparo de arma de fuego, en tanto que se le decretó su formal prisión como presunto responsable del delito de homicidio específico, del que resultaron victimas la señora María Guadalupe Baca de Palma y Horacio Nava Manterola.
Acto seguido, el licenciado Casasús, su defensor, presentó una promoción sobre la libertad caucional del inculpado, general Palma Moreno, acordando de conformidad el licenciado César, de acuerdo con los articulados del Código Penal, bajo caución de dos mil quinientos pesos, que en el acto fueron entregados y depositados en la caja del juzgado.
El general Palma salió de la Penitenciaria del Distrito, acompañado de numerosas personas de su amistad, compañeros de armas y abogados, minutos antes de las 16 horas. Y sus hijos fueron a encontrarse con él para servirle de consuelo en el angustioso trance surgido de la tragedia de aquellos días en San Pedro de los Pinos.
En tanto que la viuda del chofer Nava Manterola y su hija vieron cómo la otra familia obtenía un poco de consuelo, mientras ellas quedaban en el desamparo con un gran sentimiento de injusticia, pues el asesino del padre/esposo quedaba libre y listo para continuar viviendo mientras ellas morían por dentro con cada día por ausencia del ser amado.
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