/ viernes 15 de diciembre de 2023

Feroz lucha contra criminales: sujetos irrumpen en farmacia y ejecutan a dueño

En 1953, dos tipos entraron a la farmacia Blanca con el objetivo de asaltar al dueño, pero sólo se llevaron su vida y casi degollan a su sobrino

La contraportada de LA PRENSA, en su edición del jueves 4 de junio de 1953, informó que dos hampones, resueltos a todo, asaltaron al propietario de la farmacia Blanca, ubicada en Real del Monte y Avenida del Potrero, colonia Industrial.

Al tratar de resistirse el dueño, Salvador Morales Contreras, fue herido a balazos, falleciendo poco después. También resultó lesionado el ayudante del farmacéutico, Héctor Velasco Morales, que era su sobrino.

Mientras tanto, en otro sitio diametralmente opuesto, pero intrínsecamente relacionado con el asalto, el chofer Miguel Eslava José -pálido, demudado y dando gracias al cielo por haber salvado la vida- entró en la Jefatura de Policía para poner en conocimiento de los agentes del Servicio Secreto que su coche, Ford 1951, azul oscuro, de ruleteo, placas 830, le había sido robado por dos hampones que trataron de darle muerte, de la que escapó milagrosamente.

El vehículo en cuestión estaba estacionado, con el motor en marcha, frente a la farmacia Blanca, ubicada en Avenida Potrero y Real del Monte, colonia Industrial.

Fue el jueves 4 de junio de 1953, cuando los salteadores, un sujeto de estatura baja, moreno, vestido con chamarra y pantalón azul, y el otro, alto, delgado, de bigote y con chamarra café, habían penetrado en la farmacia; aquel apuntando con una pistola y éste amagando con un puñal, ordenaban al propietario del establecimiento, señor Salvador Morales Contreras:

¡No hagan escándalo, entréguenos rápido todo el dinero o se mueren!

En la “rebotica” se encontraba preparando una receta el joven, Héctor Velasco Morales, sobrino del dueño, quien al oír la voz de los asaltantes asomó la cabeza por la única puerta. El propietario del establecimiento, ante la amenazante actitud de los dos hampones, quizá creyendo que con ello los amedrentaría, gritó nerviosamente a su sobrino:

-¡Héctor, Héctor, saca rápido la pistola!

En realidad, en el establecimiento no había pistola alguna y la expresión de Morales Contreras sí logró, en efecto, atemorizar a los hampones, que reaccionaron de acuerdo con sus instintos criminales.

La primera impresión de Héctor fue la de acudir en ayuda de su tío y así lo hizo, saliendo de la “rebotica” hacia el mostrador. Los maleantes, viéndose en tal forma comprometidos, optaron por ponerse a salvo. El chaparro, desde luego, disparó contra Morales Contreras, haciendo blanco en el vientre.

El otro criminal, mientras tanto, saltando sobre el mostrador, cayó sobre Héctor, dándole una cuchillada en el cuello.

Lucha cuerpo a cuerpo

Salvador y su sobrino, herido ya, se dieron cuenta que habría que luchar contra sus intempestivos agresores; era cuestión de vencer o morir y su esfuerzo mancomunado fue orientado a capturar al hampón armado de pistola.

Salvador lo sujetó fuertemente del brazo para no dejarlo escapar, pero viendo que su sobrino Héctor luchaba contra el hombre alto que iba armado con cuchillo, dejó a su heridor y acudió en ayuda del muchacho. Entre ambos sujetaron al hampón alto, que gritaba como desesperado que lo dejaran.

El hombre chaparro había saltado ya el mostrador para ponerse en fuga, pues se había visto libre; pero a los gritos de su compañero, regresó arrojándose contra el propietario de la botica y su sobrino.

Como apuntaba con la pistola con intenciones seguramente de seguir disparando, los de la botica cogieron al alto como parapeto, presentándolo al frente del agresor por lo que este no se atrevió a seguir disparando. En cambio, con la pistola empezó a tirar “cachazos” logrando pegar alguno a Héctor.

Hubo un momento en que Héctor notó que se quedaba solo en el forcejeo con el hampón; para inquirir, vio a su tío palideciendo que se desvanecía, e instantes después caía abatido. La herida de la bala en el vientre había minado todas sus energías; no podía seguir luchando.

Héctor soltó al hampón y en un impulso inadvertido se arrojó sobre su tío para ayudarlo a levantarse, dándose cuenta entonces que estaba exánime, moribundo.

Ese instante fue aprovechado por los dos peligrosos hampones para salir rápidamente de la farmacia, subir al automóvil robado y emprender la fuga.

En la banqueta, antes de abordar el vehículo, se toparon con varias personas que, a las detonaciones y a los gritos de las víctimas, acudían para darse cuenta de lo que ocurría.

Dejaron un muerto y un herido

Los dos hampones se dieron cuenta entonces de que mucha gente los había visto y podían reconocerlos en caso dado. Por ello saltaron al coche y emprendieron veloz retirada, en forma tan atropellada, que casi se estrellan contra un camión de la Línea Lindavista, que salía por una de las calles transversales a la Avenida Potrero. Un viraje desesperado los salvó del choque y enseguida desaparecieron.

Las personas que fueron testigos de la fuga de los criminales, anotaron el número de la placa del coche, y lo comunicaron al agente del Ministerio Público de la decimotercera delegación y cuando el comandante de la Décimo Tercera Compañía de Policía comunicaba lo ocurrido a la Jefatura, dando el número de las placas del auto, por el mismo auricular escuchó una exclamación que se daba en el edificio de Revillagigedo:

-¡Ese es mi coche!

Era el chofer Miguel Eslava José, que permanecía en el Servicio Secreto en espera de noticias sobre el coche robado. Estaba también presente el propietario del vehículo, señor Adolfo Desentis Chavero, que, llamado por el chofer asaltado, acudió a la Jefatura de Policía a comprobar la legítima propiedad del vehículo.

Murió Morales Contreras

Una ambulancia de la Cruz Verde acudió a la farmacia Blanca y con la premura del caso recogió a los heridos Salvador y Héctor, conduciéndolos al Hospital Rubén Leñero, donde al ser aplicadas las primeras curaciones falleció el infortunado propietario del establecimiento.

Las heridas de Héctor no eran de gravedad suma, por lo que una vez que le fueron proporcionadas las curaciones, bajo responsabilidad médica fue a recluirse a su domicilio de las calles de Pino, colonia Santa María la Ribera.

La herida de bala que recibió Salvador Morales dañó partes vitales del organismo, provocando una peritonitis que le arrancó la vida.

En la Jefatura de Policía se tomaron declaraciones a Miguel Eslava, quien refirió que en el Centro, dos sujetos -uno alto y otro chaparro- abordaron su coche pidiéndole que los llevara a la colonia Río Blanco

Cuando llegaban a las cercanías del Rastro -dijo el chofer-, notó cierto movimiento sospechoso de los pasajeros, por lo que frenó rápidamente, negándose a seguir adelante.

Al volver el rostro se dio cuenta que el chaparro empuñaba una pistola y el otro un puñal, a la vez que le exigían que les entregara el dinero que llevaba.

Rápidamente, Miguel Eslava abrió la portezuela y bajó del vehículo retirándose, alcanzando a oír las imprecaciones de los salteadores que, seguramente por encontrarse en esos momentos en lugar demasiado poblado, no se atrevieron a dispararle.

Mientras corría en busca de algún policía, vio que el auto era puesto en movimiento por los hampones y rápidamente se alejaba. Luego, al no encontrar policía alguno, optó por tomar un coche de no encontrar al compañero de trabajo lo llevara a la Jefatura de Policía.

Rendía sus declaraciones cuando se recibió telefónicamente la noticia del asalto a la farmacia Blanca y se daba el número de placas del automóvil que le había sido robado.

Rezos por las víctimas

En la parte alta del edificio en que se encontraba ubicada la botica, habitaba el propietario de la casa, señor Miguel Ramírez Pérez. Su esposa, Carolina Mendoza de Ramírez, cuya recámara quedaba precisamente sobre el local de la farmacia, al escuchar la detonación, cuya bala hirió a Salvador Morales, prestó atención para saber lo ocurrido. Corrió a avisar a su esposo, y mientras este salía de la ducha y se vestía para salir a la calle, ella retornó a la recámara.

Se dio cuenta la señora, por lo que escuchaba, de la comprometida situación de su inquilino y su sobrino, cayó de hinojos y elevó sus oraciones pidiendo que los Velasco, gente honrada y trabajadora, salieran bien librados de ese trance, enfrentados con maleantes asesinos.

Se supo que debido a la precipitación con que obraron los criminales, en lo único que se preocuparon fue en escapar. Quizá habían creído que era un asalto fácil, es decir, que el propietario iba a estar solo, cortando sus cuentas de caja; sin embargo, no contaban con la presencia de Héctor.

Por eso, ni un centavo robaron al fin; pero en cambio cortaron una vida, enlutaron un hogar y sumieron en la pena a dos familias respetables.

Momentos antes, y seguramente de esto se dieron cuenta los asesinos que acechaban, habían salido los empleados, Adela González y el doctor Alfredo Lamadrid, quedando Salvador y Héctor.

El cálculo en las embrutecidas mentes de los criminales falló, pues quizá no imaginaron que a esa hora -las 11de la noche- pudieran estar en el interior cinco personas. Vieron salir a tres, y supusieron que sólo una quedaba; por ello creyeron llegado el momento de dar “el golpe”.

Se informó que Salvador Morales Contreras fue honrado. Con múltiples esfuerzos había logrado levantar su negociación, poniéndola a la altura de una farmacia de primera clase. Era a la vez propietario de la farmacia Hidalgo, ubicada en la colonia Pro-Hogar.

A su edad -38 años- había conseguido conquistar una posición, a base de denodado esfuerzo, que daba para el sostenimiento de sus dos familias, es decir, él con su joven esposa y su hijita, y la casa de su madre. Dependían también las familias de Héctor, su sobrino, y las de sus cuatro empleados en los dos establecimientos.

Hacía apenas tres años que había contraído matrimonio; le sobrevivieron la señora Luz María González (viuda de Morales), y su pequeña hijita, Georgina, de un año de edad; así como su madre, la señora Elena Contreras viuda de Morales, y otros familiares.

Tras la pista de los asesinos

Al fallecer Salvador Morales Contreras, su cadáver fue trasladado al Hospital Juárez para efectos de la autopsia de ley, y allí se reunieron los familiares en tanto hacían gestiones para la entrega del cuerpo, que posteriormente fue llevado a la funeraria Gayosso, de Paseo de la Reforma.

Amigos y familiares comentaron que, dada la forma tan brutal en que había sido cortada la vida de un hombre honrado, responsable, decente, trabajador, se notaba el contubernio de las autoridades con los delincuentes.

-Urge un régimen penitenciario que haga comprender a los delincuentes que su reclusión no sea una temporada de vacaciones con todas las comodidades. Todo criminal que entra en la Penitenciaría, lejos de concebir su regeneración, encuentra una magnífica escuela para refinar sus procedimientos contra la sufrida sociedad -sentenció un familiar de la víctima.

El sepelio del infortunado farmacéutico tuvo lugar en el Panteón Francés y la Jefatura de Policía destacó a los más hábiles agentes del Servicio Secreto para seguir la pista de los asesinos, captura que se esperaba realizar de un momento a otro, lo que aconteció el viernes 26 de junio, 22 días después del fatídico atraco.

Detienen a los sanguinarios

Después de un intenso interrogatorio a que fueron sometidos los hampones por los agentes del Servicio Secreto, se supo que el sábado 20 de ese mismo mes, realizaron un triple asalto en menos de 24 horas.

De acuerdo con la información que se publicó aquel día en LA PRENSA, el trío criminal salió del cabaret denominado Los Eloínes, ubicado en República de Cuba, para perpetrar sus fechorías, cuyo saldo fue un automóvil, propiedad del ruletero Jesús Vargas Díaz, así como las placas del carro del doctor Manuel López Lira y cerca de 20,000 pesos en documentos de fácil cobro hurtados a la señorita María Luisa Araujo Segura.

Se sabía en aquel entonces que ese “cabaretucho” era un inagotable venero de delincuentes, pues allí era el sitio donde se reunían continuamente los maleantes y donde orquestaban sus fechorías contra la gente común; o bien, constantemente había balaceras que, invariablemente, terminaban con un muerto.

El ruletero declaró ante los agentes de la Novena Delegación que el jueves 18 lo abordó el trío de criminales -él no lo sabía-, pidiéndole que los llevara al cabaret Aurora, ubicado en Isabel la Católica y más tarde a Santa Julia, donde lo atracaron.

Dijo que durante el trayecto no los escuchó hablar sobre nada sospechoso, pero sin que lo notara de pronto ya lo habían amagado y golpeado en la cabeza para despojarlo del vehículo. Después ya no supo nada, hasta que lo recogió la patrulla 32; estaba amordazado y maniatado con fuertes ligaduras. Fueron los patrulleros 2677 y 4632 quienes liberaron al chofer de sus ataduras.

Después, el viernes 19 por la mañana, el doctor López Lira se presentó en la Jefatura de Policía a denunciar que le habían robado las placas a su Oldsmobile modelo 1947, que había estacionado en Humboldt y Juárez.

Ese mismo día, también asaltaron a la empleada María Luisa Araujo ante la mirada de muchas personas que no hicieron nada por evitarlo. El dueño del negocio en el que trabajaba le pidió, como era costumbre, que fuera a al banco a realizar unos depósitos. Se dirigió a la sucursal en donde solía hacer la transacción, pero antes de llegar la interceptaron los ladrones y la despojaron del portafolio donde llevaba dinero y documentos.

No fue difícil para los agentes seguir la pista de las múltiples fechorías. Rápidamente se dieron cuenta de cómo se unían los cabos en el caso del triple golpe. Los facinerosos habían robado el carro del ruletero, le habían puesto las placas del Oldsmobile del doctor y finalmente llevaron a cabo su golpe, a saber, que habían seguido los pasos de la empleada por días hasta percatarse de la rutina constante. Fue así como decidieron llevar a cabo el plan con tal de despistar a la policía.

Fue Héctor Velasco Morales, sobrino del farmacéutico asesinado, quien identificó a los criminales en los separos de la Sexta Delegación, después de haber visto sus fotografías publicadas en el periódico LA PRENSA.

El joven Velasco, sin titubeos, se encaró a los asaltantes y los señaló como los autores del asesinato de su tío Salvador, cuando al defenderse del intempestivo asalto fue acribillado a balazos y después a él le dieron una puñalada en el cuello en el momento en que se disponía a ayudar a su tío.

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Negro historial de la banda

Integrada por puros mozalbetes, a excepción del jefe, que contaba con 22 años de edad y era de origen árabe, nacido en Venezuela. El grupo delictivo había venido realizando asalto tras asalto desde hacía varios meses, hasta que los agentes les echaron el guante.

Se trataba de Próspero Jáuregui Gutiérrez “El Chocolate”, de 19 años de edad; Felipe León González “El Bolón”, de 18; Jorge García Ruiz “El Mechudo”, de 19, y Jesús Sánchez Arias “El Tigre”, de 18, capitaneados por Julio Antonio Mourad Alaf, de 22 años.

Cuando fueron encontrados responsables de tres asaltos de gran magnitud, dijeron en sus declaraciones ante los reporteros que nunca antes habían cometido delitos semejantes.

No obstante, ante el peso de la evidencia y las declaraciones de los testigos, no les quedó más que aceptar sus fechorías. Dijeron que antes del asesinato del farmacéutico, habían ya perpetrado otros golpes, sacando provecho de los objetos que robaban para realizar otros delitos.

Julio Antonio Mourad y Próspero Jáuregui fueron encerrados en el viejo penal de Lecumberri, donde permanecieron mucho tiempo bajo la sombra.

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La contraportada de LA PRENSA, en su edición del jueves 4 de junio de 1953, informó que dos hampones, resueltos a todo, asaltaron al propietario de la farmacia Blanca, ubicada en Real del Monte y Avenida del Potrero, colonia Industrial.

Al tratar de resistirse el dueño, Salvador Morales Contreras, fue herido a balazos, falleciendo poco después. También resultó lesionado el ayudante del farmacéutico, Héctor Velasco Morales, que era su sobrino.

Mientras tanto, en otro sitio diametralmente opuesto, pero intrínsecamente relacionado con el asalto, el chofer Miguel Eslava José -pálido, demudado y dando gracias al cielo por haber salvado la vida- entró en la Jefatura de Policía para poner en conocimiento de los agentes del Servicio Secreto que su coche, Ford 1951, azul oscuro, de ruleteo, placas 830, le había sido robado por dos hampones que trataron de darle muerte, de la que escapó milagrosamente.

El vehículo en cuestión estaba estacionado, con el motor en marcha, frente a la farmacia Blanca, ubicada en Avenida Potrero y Real del Monte, colonia Industrial.

Fue el jueves 4 de junio de 1953, cuando los salteadores, un sujeto de estatura baja, moreno, vestido con chamarra y pantalón azul, y el otro, alto, delgado, de bigote y con chamarra café, habían penetrado en la farmacia; aquel apuntando con una pistola y éste amagando con un puñal, ordenaban al propietario del establecimiento, señor Salvador Morales Contreras:

¡No hagan escándalo, entréguenos rápido todo el dinero o se mueren!

En la “rebotica” se encontraba preparando una receta el joven, Héctor Velasco Morales, sobrino del dueño, quien al oír la voz de los asaltantes asomó la cabeza por la única puerta. El propietario del establecimiento, ante la amenazante actitud de los dos hampones, quizá creyendo que con ello los amedrentaría, gritó nerviosamente a su sobrino:

-¡Héctor, Héctor, saca rápido la pistola!

En realidad, en el establecimiento no había pistola alguna y la expresión de Morales Contreras sí logró, en efecto, atemorizar a los hampones, que reaccionaron de acuerdo con sus instintos criminales.

La primera impresión de Héctor fue la de acudir en ayuda de su tío y así lo hizo, saliendo de la “rebotica” hacia el mostrador. Los maleantes, viéndose en tal forma comprometidos, optaron por ponerse a salvo. El chaparro, desde luego, disparó contra Morales Contreras, haciendo blanco en el vientre.

El otro criminal, mientras tanto, saltando sobre el mostrador, cayó sobre Héctor, dándole una cuchillada en el cuello.

Lucha cuerpo a cuerpo

Salvador y su sobrino, herido ya, se dieron cuenta que habría que luchar contra sus intempestivos agresores; era cuestión de vencer o morir y su esfuerzo mancomunado fue orientado a capturar al hampón armado de pistola.

Salvador lo sujetó fuertemente del brazo para no dejarlo escapar, pero viendo que su sobrino Héctor luchaba contra el hombre alto que iba armado con cuchillo, dejó a su heridor y acudió en ayuda del muchacho. Entre ambos sujetaron al hampón alto, que gritaba como desesperado que lo dejaran.

El hombre chaparro había saltado ya el mostrador para ponerse en fuga, pues se había visto libre; pero a los gritos de su compañero, regresó arrojándose contra el propietario de la botica y su sobrino.

Como apuntaba con la pistola con intenciones seguramente de seguir disparando, los de la botica cogieron al alto como parapeto, presentándolo al frente del agresor por lo que este no se atrevió a seguir disparando. En cambio, con la pistola empezó a tirar “cachazos” logrando pegar alguno a Héctor.

Hubo un momento en que Héctor notó que se quedaba solo en el forcejeo con el hampón; para inquirir, vio a su tío palideciendo que se desvanecía, e instantes después caía abatido. La herida de la bala en el vientre había minado todas sus energías; no podía seguir luchando.

Héctor soltó al hampón y en un impulso inadvertido se arrojó sobre su tío para ayudarlo a levantarse, dándose cuenta entonces que estaba exánime, moribundo.

Ese instante fue aprovechado por los dos peligrosos hampones para salir rápidamente de la farmacia, subir al automóvil robado y emprender la fuga.

En la banqueta, antes de abordar el vehículo, se toparon con varias personas que, a las detonaciones y a los gritos de las víctimas, acudían para darse cuenta de lo que ocurría.

Dejaron un muerto y un herido

Los dos hampones se dieron cuenta entonces de que mucha gente los había visto y podían reconocerlos en caso dado. Por ello saltaron al coche y emprendieron veloz retirada, en forma tan atropellada, que casi se estrellan contra un camión de la Línea Lindavista, que salía por una de las calles transversales a la Avenida Potrero. Un viraje desesperado los salvó del choque y enseguida desaparecieron.

Las personas que fueron testigos de la fuga de los criminales, anotaron el número de la placa del coche, y lo comunicaron al agente del Ministerio Público de la decimotercera delegación y cuando el comandante de la Décimo Tercera Compañía de Policía comunicaba lo ocurrido a la Jefatura, dando el número de las placas del auto, por el mismo auricular escuchó una exclamación que se daba en el edificio de Revillagigedo:

-¡Ese es mi coche!

Era el chofer Miguel Eslava José, que permanecía en el Servicio Secreto en espera de noticias sobre el coche robado. Estaba también presente el propietario del vehículo, señor Adolfo Desentis Chavero, que, llamado por el chofer asaltado, acudió a la Jefatura de Policía a comprobar la legítima propiedad del vehículo.

Murió Morales Contreras

Una ambulancia de la Cruz Verde acudió a la farmacia Blanca y con la premura del caso recogió a los heridos Salvador y Héctor, conduciéndolos al Hospital Rubén Leñero, donde al ser aplicadas las primeras curaciones falleció el infortunado propietario del establecimiento.

Las heridas de Héctor no eran de gravedad suma, por lo que una vez que le fueron proporcionadas las curaciones, bajo responsabilidad médica fue a recluirse a su domicilio de las calles de Pino, colonia Santa María la Ribera.

La herida de bala que recibió Salvador Morales dañó partes vitales del organismo, provocando una peritonitis que le arrancó la vida.

En la Jefatura de Policía se tomaron declaraciones a Miguel Eslava, quien refirió que en el Centro, dos sujetos -uno alto y otro chaparro- abordaron su coche pidiéndole que los llevara a la colonia Río Blanco

Cuando llegaban a las cercanías del Rastro -dijo el chofer-, notó cierto movimiento sospechoso de los pasajeros, por lo que frenó rápidamente, negándose a seguir adelante.

Al volver el rostro se dio cuenta que el chaparro empuñaba una pistola y el otro un puñal, a la vez que le exigían que les entregara el dinero que llevaba.

Rápidamente, Miguel Eslava abrió la portezuela y bajó del vehículo retirándose, alcanzando a oír las imprecaciones de los salteadores que, seguramente por encontrarse en esos momentos en lugar demasiado poblado, no se atrevieron a dispararle.

Mientras corría en busca de algún policía, vio que el auto era puesto en movimiento por los hampones y rápidamente se alejaba. Luego, al no encontrar policía alguno, optó por tomar un coche de no encontrar al compañero de trabajo lo llevara a la Jefatura de Policía.

Rendía sus declaraciones cuando se recibió telefónicamente la noticia del asalto a la farmacia Blanca y se daba el número de placas del automóvil que le había sido robado.

Rezos por las víctimas

En la parte alta del edificio en que se encontraba ubicada la botica, habitaba el propietario de la casa, señor Miguel Ramírez Pérez. Su esposa, Carolina Mendoza de Ramírez, cuya recámara quedaba precisamente sobre el local de la farmacia, al escuchar la detonación, cuya bala hirió a Salvador Morales, prestó atención para saber lo ocurrido. Corrió a avisar a su esposo, y mientras este salía de la ducha y se vestía para salir a la calle, ella retornó a la recámara.

Se dio cuenta la señora, por lo que escuchaba, de la comprometida situación de su inquilino y su sobrino, cayó de hinojos y elevó sus oraciones pidiendo que los Velasco, gente honrada y trabajadora, salieran bien librados de ese trance, enfrentados con maleantes asesinos.

Se supo que debido a la precipitación con que obraron los criminales, en lo único que se preocuparon fue en escapar. Quizá habían creído que era un asalto fácil, es decir, que el propietario iba a estar solo, cortando sus cuentas de caja; sin embargo, no contaban con la presencia de Héctor.

Por eso, ni un centavo robaron al fin; pero en cambio cortaron una vida, enlutaron un hogar y sumieron en la pena a dos familias respetables.

Momentos antes, y seguramente de esto se dieron cuenta los asesinos que acechaban, habían salido los empleados, Adela González y el doctor Alfredo Lamadrid, quedando Salvador y Héctor.

El cálculo en las embrutecidas mentes de los criminales falló, pues quizá no imaginaron que a esa hora -las 11de la noche- pudieran estar en el interior cinco personas. Vieron salir a tres, y supusieron que sólo una quedaba; por ello creyeron llegado el momento de dar “el golpe”.

Se informó que Salvador Morales Contreras fue honrado. Con múltiples esfuerzos había logrado levantar su negociación, poniéndola a la altura de una farmacia de primera clase. Era a la vez propietario de la farmacia Hidalgo, ubicada en la colonia Pro-Hogar.

A su edad -38 años- había conseguido conquistar una posición, a base de denodado esfuerzo, que daba para el sostenimiento de sus dos familias, es decir, él con su joven esposa y su hijita, y la casa de su madre. Dependían también las familias de Héctor, su sobrino, y las de sus cuatro empleados en los dos establecimientos.

Hacía apenas tres años que había contraído matrimonio; le sobrevivieron la señora Luz María González (viuda de Morales), y su pequeña hijita, Georgina, de un año de edad; así como su madre, la señora Elena Contreras viuda de Morales, y otros familiares.

Tras la pista de los asesinos

Al fallecer Salvador Morales Contreras, su cadáver fue trasladado al Hospital Juárez para efectos de la autopsia de ley, y allí se reunieron los familiares en tanto hacían gestiones para la entrega del cuerpo, que posteriormente fue llevado a la funeraria Gayosso, de Paseo de la Reforma.

Amigos y familiares comentaron que, dada la forma tan brutal en que había sido cortada la vida de un hombre honrado, responsable, decente, trabajador, se notaba el contubernio de las autoridades con los delincuentes.

-Urge un régimen penitenciario que haga comprender a los delincuentes que su reclusión no sea una temporada de vacaciones con todas las comodidades. Todo criminal que entra en la Penitenciaría, lejos de concebir su regeneración, encuentra una magnífica escuela para refinar sus procedimientos contra la sufrida sociedad -sentenció un familiar de la víctima.

El sepelio del infortunado farmacéutico tuvo lugar en el Panteón Francés y la Jefatura de Policía destacó a los más hábiles agentes del Servicio Secreto para seguir la pista de los asesinos, captura que se esperaba realizar de un momento a otro, lo que aconteció el viernes 26 de junio, 22 días después del fatídico atraco.

Detienen a los sanguinarios

Después de un intenso interrogatorio a que fueron sometidos los hampones por los agentes del Servicio Secreto, se supo que el sábado 20 de ese mismo mes, realizaron un triple asalto en menos de 24 horas.

De acuerdo con la información que se publicó aquel día en LA PRENSA, el trío criminal salió del cabaret denominado Los Eloínes, ubicado en República de Cuba, para perpetrar sus fechorías, cuyo saldo fue un automóvil, propiedad del ruletero Jesús Vargas Díaz, así como las placas del carro del doctor Manuel López Lira y cerca de 20,000 pesos en documentos de fácil cobro hurtados a la señorita María Luisa Araujo Segura.

Se sabía en aquel entonces que ese “cabaretucho” era un inagotable venero de delincuentes, pues allí era el sitio donde se reunían continuamente los maleantes y donde orquestaban sus fechorías contra la gente común; o bien, constantemente había balaceras que, invariablemente, terminaban con un muerto.

El ruletero declaró ante los agentes de la Novena Delegación que el jueves 18 lo abordó el trío de criminales -él no lo sabía-, pidiéndole que los llevara al cabaret Aurora, ubicado en Isabel la Católica y más tarde a Santa Julia, donde lo atracaron.

Dijo que durante el trayecto no los escuchó hablar sobre nada sospechoso, pero sin que lo notara de pronto ya lo habían amagado y golpeado en la cabeza para despojarlo del vehículo. Después ya no supo nada, hasta que lo recogió la patrulla 32; estaba amordazado y maniatado con fuertes ligaduras. Fueron los patrulleros 2677 y 4632 quienes liberaron al chofer de sus ataduras.

Después, el viernes 19 por la mañana, el doctor López Lira se presentó en la Jefatura de Policía a denunciar que le habían robado las placas a su Oldsmobile modelo 1947, que había estacionado en Humboldt y Juárez.

Ese mismo día, también asaltaron a la empleada María Luisa Araujo ante la mirada de muchas personas que no hicieron nada por evitarlo. El dueño del negocio en el que trabajaba le pidió, como era costumbre, que fuera a al banco a realizar unos depósitos. Se dirigió a la sucursal en donde solía hacer la transacción, pero antes de llegar la interceptaron los ladrones y la despojaron del portafolio donde llevaba dinero y documentos.

No fue difícil para los agentes seguir la pista de las múltiples fechorías. Rápidamente se dieron cuenta de cómo se unían los cabos en el caso del triple golpe. Los facinerosos habían robado el carro del ruletero, le habían puesto las placas del Oldsmobile del doctor y finalmente llevaron a cabo su golpe, a saber, que habían seguido los pasos de la empleada por días hasta percatarse de la rutina constante. Fue así como decidieron llevar a cabo el plan con tal de despistar a la policía.

Fue Héctor Velasco Morales, sobrino del farmacéutico asesinado, quien identificó a los criminales en los separos de la Sexta Delegación, después de haber visto sus fotografías publicadas en el periódico LA PRENSA.

El joven Velasco, sin titubeos, se encaró a los asaltantes y los señaló como los autores del asesinato de su tío Salvador, cuando al defenderse del intempestivo asalto fue acribillado a balazos y después a él le dieron una puñalada en el cuello en el momento en que se disponía a ayudar a su tío.

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Negro historial de la banda

Integrada por puros mozalbetes, a excepción del jefe, que contaba con 22 años de edad y era de origen árabe, nacido en Venezuela. El grupo delictivo había venido realizando asalto tras asalto desde hacía varios meses, hasta que los agentes les echaron el guante.

Se trataba de Próspero Jáuregui Gutiérrez “El Chocolate”, de 19 años de edad; Felipe León González “El Bolón”, de 18; Jorge García Ruiz “El Mechudo”, de 19, y Jesús Sánchez Arias “El Tigre”, de 18, capitaneados por Julio Antonio Mourad Alaf, de 22 años.

Cuando fueron encontrados responsables de tres asaltos de gran magnitud, dijeron en sus declaraciones ante los reporteros que nunca antes habían cometido delitos semejantes.

No obstante, ante el peso de la evidencia y las declaraciones de los testigos, no les quedó más que aceptar sus fechorías. Dijeron que antes del asesinato del farmacéutico, habían ya perpetrado otros golpes, sacando provecho de los objetos que robaban para realizar otros delitos.

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