Escape de Santa Martha Acatitla: bombas lacrimógenas y más de 150 balas deja dos muertos

Sorpresiva balacera entre reos y vigilantes de la Penitenciaría se registró el viernes 16 de octubre de 1970

Carlos Álvarfez y Alfredo Sosa | La Prensa

  · viernes 27 de octubre de 2023

Fotos Fototeca, Hemeroteca y Biblioteca "Mario Vázquez Raña"

Sorpresiva balacera entre reos y vigilantes de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla se registró el viernes 16 de octubre de 1970. Bombas lacrimógenas y más de 150 balas evitaron una fuga masiva, pero hubo dos muertos y seis heridos, expresó en LA PRENSA el diarista Jorge Ramos.

El plan de evasión, según se informó, “fue elaborado por Jesús Cambray Sotelo, quien tenía sentencias acumuladas para permanecer en prisión hasta fines del año 2037…” El recluso murió acribillado y también perdió la vida el celador Juan Luis López Gómez, de 23 años de edad.

Jesús Cambray y su cómplice, Modesto Jurado Ortega, contaban con pistolas nuevas y cartuchos suficientes para la evasión. Bajo el chaquetín de internos llevaban ropa de calle y tenían dinero para salir de la ciudad.

A las 11:15 horas del mencionado viernes, el plan fue puesto en marcha. Cambray trató de utilizar al jefe de vigilancia, mayor Santos Florentino Becerra Barragán, como rehén. Como no lo consiguió, el interno -quien fuera lugarteniente de Fidel Corvera Ríos en el tráfico de drogas-, se enfrentó a balazos con el mayor y otros celadores.

Modesto Jurado, quien esperaba salir de prisión, también escudado tras el mayor Becerra, tuvo que actuar por su cuenta y balaceó al subjefe de vigilancia, capitán Andrés Dueñas Sosa, a quien ningún proyectil hirió.

Sin embargo, Modesto logró llegar a escasos metros de la reja de salida. Allí, un celador le hirió en el muslo izquierdo de un balazo. Durante el tiroteo, que duró cerca de 10 minutos, otros 20 reclusos estaban muy cerca de la puerta principal.

Acudieron al servicio médico, pero en caso de que hubieran abierto las rejas, como eran los deseos de Jurado Ortega, también hubiesen escapado. A las 12:40 horas, un mayor del cuerpo de vigilancia reportó a la dirección del penal, que “la situación estaba controlada”.

Al mismo tiempo llegaron granaderos para auxiliar a los 135 celadores que vigilaban a 1,308 reos. El cuerpo de Jesús Cambray, de 38 años, quedó frente a la ventanilla de la pagaduría, en las oficinas de la prisión.

Indicios hemáticos se podían ver por todas partes del pasillo principal del edificio administrativo, donde fue herido el celador Juan Luis López Gómez, quien murió en la enfermería de la penitenciaría, en la mesa de operaciones. Recibió dos tiros en la espalda.

“Fue imposible salvarlo”, dijeron los médicos. El celador estaba desarmado. Cuidaba de los teléfonos en las oficinas, cuando se produjo el intercambio de balazos. Corrió para dar la alarma y fue abatido por Cambray.

Jesús murió empuñando su pistola nueva, marca Beretta, cuyas cachas quedaron rotas. En el bolsillo derecho del pantalón, de dril azul, llevaba envueltas en un pañuelo 16 balas, aparte de las 8 que llevaba en el cargador.

El subjefe de vigilancia del penal -añadió Jorge Ramos- “capitán Andrés Dueñas Sosa, en forma milagrosa se salvó de morir, ya que Modesto al entrar a la oficina de aquél, le descargó su pistola, pero sólo uno de los proyectiles le perforó la chamarra, sin herirlo”.

Empero, el jefe B de Talleres, capitán José Manuel Alba Olmos Morales, recibió un balazo en la región glútea izquierda, “no se percató de nada”, pero de pronto se sintió herido.

En tanto que Dueñas Sosa manifestó que estaba en la oficina de tomaduría de tiempo, cuando escuchó una serie de detonaciones. Al voltear, se dio cuenta que Modesto le apuntaba con una pistola.

Dueñas forcejeó con Modesto, pero éste logró colocar su pistola, calibre .380, en las costillas de aquel y le pidió que caminara hacia la puerta y ordenara que la abrieran.

El subjefe de vigilancia indicó que obedeció al recluso y trataba de separarlo de su cuerpo, pues sabía que en cualquier momento los celadores abrirían fuego contra él, sobre todo si veían que no estaba muy junto a su jefe.

Agregó que al llegar a la reja principal, que da precisamente hacia la Avenida Ermita o salida de la carretera México-Puebla, le dio un leve empujón para apartarlo de sí y fue cuando un celador le disparó, hiriéndolo en el muslo.

Temía por la vida de sus hijos

El reo Modesto quedó boca arriba, bajo el cañón de varios máuseres de los celadores. Se rindió. Allí se quedó hasta que llegaron a las 12:40 horas los representantes del Ministerio Público de la delegación Iztapalapa.

Antes, los periodistas trataron de penetrar al penal para saber de los hechos, pero momentáneamente se les negó la entrada y tuvieron que interrogar a Modesto a través de las rejas.

El director del penal, al tener conocimiento de lo anterior, ordenó el acceso a los reporteros. Entonces sí, al ser interrogado, Modesto explicó que por él no temía nada, pero que no podía hablar de la fuga “porque temía por la suerte de sus hijos”.

Además de la pistola, llevaba un puñal en el cinto como de 25 centímetros. Dijo tener 32 años y ser padre de cuatro menores: “traté de escapar y disparé contra los celadores, pero no lesioné a ninguno”, enfatizó el recapturado.

El plan de escape era poco confiable

Modesto había cumplido dos sentencias, una por cinco años, y otra de año y medio por delitos contra la salud. Aparte, esperaba otra por lesiones contra el reo Carlos Gutiérrez.

-¿Buscaba la libertad, aunque fuera a base de asesinatos? -se le preguntó.

-No lo hice -fue la respuesta.

Él ha cumplido dos sentencias: una de seis años y seis meses, y otra de año y medio por delitos contra la salud. Espera otra por las lesiones que le infirió al reo Carlos Gutiérrez Torres.

Sincerándose, confesó que estaba casado con Carmen Manzano Jurado, con quien fincó su domicilio conyugal en la manzana 2, lote 50, colonia Evolución, Estado de México.

No tenía sentido decir más de lo que le preguntaban, pero sentía que debía contar cómo era la situación que vivía para poder entender por qué las personas como él, del lugar donde venían, eran de ese modo. Pero después pensó que no, que la vida es como un perro que deja sus marcas en los olvidados.

Jesús Cambray Sotelo y Modesto Jurado Ortega solicitaron, el viernes 16 de octubre de 1970, hablar con el mayor Becerra Barragán, quien aceptó que los recibió porque se encargaba de resolver problemas como son las visitas conyugales, a los médicos y otras.

También contó Barragán que en cuanto entraron a su oficina, Cambray sacó su arma y le dijo:

-¡No te muevas! -La orden fue acompañada de insultos.

-¿Qué traes? Tranquilízate -fue la respuesta de Becerra.

-¡No te muevas! -replicó el reo.

Al mismo tiempo, Cambray se acercó al escritorio del mayor y trató de abrir los cajones, a la vez que preguntaba:

-¿Dónde está la pistola?

-¿Cuál pistola? ¿Qué te pasa? -replicó el vigilante.

En cuanto el interno se descuidó un poco al tratar de abrir los cajones del escritorio, el mayor Becerra le dio un manotazo y salió de la oficina a toda prisa.

El recluso, al ver que corría a dar la alarma, lo persiguió. Becerra corrió hacia la administración y espero a que Cambray tratara de hacer lo mismo para salir por otra puerta. Buscó un máuser y se cubrió para no ser herido por las balas que empezó a disparar el recluso.

Acribillado a tiros

El reo armado, al notar que sus tiros eran contestados desde diferentes direcciones, se refugió tras de las barandillas de las oficinas. El coronel Ulises Coronado pidió un máuser para defenderse.

Tras él iba el celador Juan Luis López, sin armas. Fue alcanzado por dos balas. Cuando Cambray trató de reiniciar su agresión, cayó mortalmente herido por cuatro balas de máuser. Murió instantes después.

Las balas disparadas por los celadores perforaron una pared de lámina y lesionaron de gravedad a la señora Aurea Salazar López viuda de Guzmán, quien estaba en sala de “visita de rejas”, esperando a su hijo, el interno Emilio Guzmán Salazar.

La mujer recibió tres proyectiles, uno a la altura del esternón; otra en la región pectoral derecha y el tercer proyectil entró por el costado derecho.

En la misma sala estaban los reclusos Silvano Román de Gante y Francisco Lara Jiménez, que esperaban visitas de sus familiares. Resultaron heridos los reos, pero su estado no fue de gravedad.

Otro lesionado fue el capitán José Manuel Alba. El subteniente José Ceja García recibió un tiro en el pie derecho. Dijo que cuando Modesto entró a la oficina de Dueñas Sosa, él le desvió la pistola al reo y se produjo un disparo, el proyectil le hirió en el pie.

(Con ello quedaba demostrado que Dueñas no fue el que apartó el arma del recluso “para dar la voz de alarma”).

Y entre celadores y empleados de la penitenciaría de Santa Martha Acatitla había consternación y nerviosismo por la muerte del celador y del recluso.

Dueñas Sosa dijo ignorar por qué Modesto Jurado y Jesús Cambray, tenían armas nuevas. Hacía cuatro años de un cateo a las celdas, cuando se decomisaron “muchas armas”. Pero reconoció que muchos reos tienen “tuzas” (lugares donde esconder drogas y armamento), en sanitarios, coladeras, agujeros practicados en paredes y pisos.

Respecto a la forma en que Cambray y su cómplice fueron proveídos de pistolas, se investigaría a su esposa, Severina Alonso Islas y su amiga, Graciela Alvarez y Fuentes, ya que ellas eran quienes los visitaban.

Una vida delictiva

Jesús Cambray Sotelo era originario de Salvatierra, Guanajuato. El 11 de octubre de 1961 ingresó a la cárcel preventiva de la Ciudad y el 20 de mayo de 1967 fue trasladado a la penitenciaría de hombres de Santa Marta Acatitla, localizada en el kilómetro 16.5 de la carretera Puebla-Ixtapalapa. En aquel entonces, Iztapalapa todavía quedaba muy muy alejada, en la periferia.

Asesinó a un hombre en Lecumberri y luego intentó fugarse con su jefe en el tráfico de drogas del mismo penal.

El 14 de diciembre de 1962 fue condenado a 35 años de prisión por homicidio calificado. El 18 de octubre de 1965 fue sentenciado a tres años y ocho meses por evasión.

Dos años después, escuchó otra sentencia de 30 años por los delitos de homicidio calificado y lesiones. La última condena le fue pronunciada el 30 de noviembre de 1967, también por homicidio calificado y portación de arma prohibida. Por todas sus condenas, debería purgar 105 años y ocho meses en la cárcel, por lo que saldría hasta el año 2037.

El director del penal, coronel Portillo Jurado, informó que en el expediente de Jesús Cambray Sotelo su grado de peligrosidad está considerado como con poca capacidad de simpatía, agresividad endógena -generada por él mismo-, nivel de pensamiento primitivo. Era de procedencia campesina y luego comerciante.

Su vida terminó después de que mató al celador Juan Luis Gómez López.

Celador coludido

Al día siguiente, Modesto acusó a un celador como “zar de las drogas” y de entregar las armas que se utilizaron para la frustrada fuga. Aseguró que el plan de evasión fue preparado por Cambray Sotelo y ambos lo discutieron durante mes y medio.

Acusó directamente al subteniente José Ceja García de ser el principal comerciante de drogas y alcohol en la penitenciaría y quien chantajeaba a varias empleadas de la prisión.

Modesto estuvo convencido de que al declarar los pormenores del plan de fuga y delatar a los involucrados directos o indirectos, estaba firmando su sentencia de muerte.

Como para reafirmar su palabra, dijo que en cuanto sintió que una bala le perforaba el muslo izquierdo, se llevó su pistola nuevecita a la sien. Pero no se suicidó porque ya no tenía municiones.

-Jesús nos propuso que nos fugáramos. Yo no acepté cambiar “piquetes” por balazos. Yo sólo tenía una punta como de 20 centímetros de largo -afirmó Jurado Ortega.

Modesto Jurado explicó que sólo contaba con un arma punzocortante “hechiza”, como las que se fabrican a mano, con pedazos de solera, afilados. Pero el presunto guerrerense, Jesús Cambray Sotelo, lo convenció de que tendrían armas de fuego nuevas para intentar la evasión de la penitenciaría.

El peligroso individuo decía a su ayudante Modesto, que “en caso de fallar, seguiría fiándole pastillas medicinales y cigarros de mariguana, para que continuara ganándose la vida con la venta de droga en Santa Martha Acatitla”.

El plan era poco confiable, pues debía tomarse como rehenes a jefes de vigilancia y “seguramente los policías dejarían abierta la puerta, para evitar que los superiores murieran”.

La denuncia del interno lesionado parecía no estar muy apartada de la verdad, pues el subteniente José Ceja García llevaba una vida económicamente desahogada, pues construyó una casa “con sus ahorros”, en 200 metros cuadrados de Oriente 243-B, número 65, colonia Agrícola Oriental, según las investigaciones de la Policía Judicial del Distrito.

En algún documento, Ceja García anotaba las “visitas conyugales” que una secretaria de las oficinas del penal, hacía al interno Ignacio Grifaldo Méndez (en su carrera delictiva mató a un velador, luego a otros internos, finalmente al célebre Fidel Corvera Ríos y se quitó la existencia en una celda cerrada por dentro).

Se aclaró la fuga

Y las autoridades de Santa Martha Acatitla ordenaron la suspensión de visitas a los internos. Y para explicar la acusación en su contra, José Ceja García dijo que “una cosa que no se había analizado, es que cuando alguien intenta fugarse, se trata de reclusos que nunca hacen declaraciones, por lo que Modesto me acusa en venganza porque antes lo perseguí”.

Los sobrevivientes de la balacera que se desató en el penal de Santa Marta señalaron a María del Socorro como la trabajadora social que les consiguió las pistolas Browning calibre .380.

Pese al hermetismo que caracteriza a los reos, ya que para ellos hablar significa firmar su “sentencia de muerte”, como ellos mismos lo afirman, los agentes lograron conocer todos los pormenores del plan de evasión.

Grifaldo, Cambray, Cadena, Jurado Ortega y Bautista Flores, durante un mes y medio hicieron los planes para escapar. Los investigadores están seguros que la fuga la copiaron de una revista estadunidense.

El primero de los reclusos tenía como misión secuestrar al director de la cárcel; para ello ya había logrado salir de las celdas, gracias a su amiga María del Socorro, quien lo mandó llamar disque para realizar un trabajo social.

Cambray trató de tomar como rehén al jefe de vigilancia, pero no lo logró porque este funcionario logró derribarlo cuando aquel buscaba otra pistola en los cajones del escritorio del mayor.

Jesús ortega fue el que más se acercó a la libertad. Usando al subjefe de vigilancia, llegó a escasos metros de la reja de salida, donde fue herido en el muslo izquierdo. Trató de suicidarse, pero tampoco en eso fracasó.

Rodríguez Cadena tampoco pudo tomar como rehén al subdirector del penal aun cuando portaba su pistola cargada y lista para matar.

El quinto de los internos dentro del plan de fuga tenía como misión ir detrás de los rehenes y sus captores para, en un momento dado, abrir las puertas de la prisión. Únicamente estaba armado con una punta, como de 25 centímetros de largo, con la que hirió al vigilante Juan Luis López, quien murió.

"Nos rendimos"

Jesús Cambray, quizá el más peligroso, pero al mismo tiempo el menos audaz intelectualmente, fue el engranaje que falló en el plan de evasión.

Como no pudo tomar a su rehén asignado y lo persiguió hasta la oficina de la administración, al salir tuvo necesidad de enfrentarse a balazos con los celadores a quienes el funcionario había dado la alarma.

Varios proyectiles de máuser le arrebataron la vida. Su cuerpo quedó frente a la caja de la pagaduría. Además, empuñaba su pistola Browning cuando llegaron los agentes de la policía judicial.

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Al ver que todo se venía abajo, Grifaldo, Rodríguez Cadena y Bautista Flores arrojaron sus armas hacia María del Socorro y levantaron las manos al mismo tiempo que decían casi al unísono: “¡Nos rendimos!”

Extraordinariamente, María del Socorro logró sacar las armas que usaron los reclusos y por supuesto negó saber sobre su ubicación o existencia; asimismo, negó haber participado en la fuga.

Su vínculo se establecía por la relación cercana que tuvo con Ríos Corvera y que por tal motivo sabía de los planes de evasión. Resultaba curioso que la trabajadora social hubiera citado a los implicados a realizar actividades con ella cuando se realizaría la fuga.

Después del evento, se juró que se impedirían futuras fugas, que habría una sobrevigilancia, en especial sobre 400 de los 1,300 reos que estaban en Santa Marta Acatitla, pues eran los conflictivos, que jamás se regenerarían.

La verdad es que, en agosto de 1971, menos de un año después de la muerte de Cambray, el multimillonario norteamericano Joel David Kaplan escapó a bordo de un helicóptero con turbinas especiales, en 10 segundos, en lo que se llamó “La Fuga del Siglo”.

Y la vigilancia de Santa Marta Acatitla no disparó dizque porque confundió la nave con una oficial de la Procuraduría General de la República.

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