Leopoldo Leño Rodríguez, empleado bancario, entró en la cafetería de siempre, en la colonia del Valle, ubicada aproximadamente a unos 50 metros de su lugar de trabajo: la sucursal del Banco Nacional de México, en la esquina de las calles Torres Adalid y Avenida Coyoacán. Era el penúltimo día del mes de octubre y la mañana estaba soleada.
Mientras sorbía su espumoso, vio al camión blindado del Servicio Panamericano, cuya labor era depositar en la bóveda del banco una fuerte cantidad de dinero todos los viernes. También observó a sus compañeros de trabajo cómo ingresaban en el edificio y se dispuso a encender un cigarrillo.
Polo terminó de dos sorbos su expreso y apagó su cigarro en el cenicero, sacó algunas monedas de su saco, las dejó sobre la mesa, se despidió de Clemente y salió del café.
Afuera de la sucursal bancaria, había ya algunos clientes que esperaban se abrieran las puertas para realizar sus operaciones, eran las 8:45 y dentro del banco, la mayoría de los empleados ocupaban ya sus puestos de trabajo.
Leopoldo saludó a varios de sus compañeros, se dirigió a su oficina y tomó un expediente con el cual iniciaría la jornada. A las 9:00 en punto, el gerente dio la orden de abrir las puertas de la sucursal y comenzaron con las operaciones.
Una minifalda llama la atención
Transcurrieron 20 minutos sin contratiempos, las filas de clientes crecían y el ajetreo en el banco tenía un pulso normal. De pronto, en la sucursal entró una joven de cabello rubio que llamó la atención por su belleza incuestionable. Llevaba puestas unas botas negras, un abrigo del mismo color y una minifalda mostaza que hacía lucir sus piernas hermosas.
La chica se acomodó las gafas oscuras que portaba y echó una mirada a su elegante bolso de mano, mientras se formaba en una de las filas.
La joven era una clara provocación en el lugar, pues atraía tanto las miradas de hombres como mujeres. De pronto, la chica rompió fila y salió de forma repentina de la sucursal.
La chica hermosa apenas puso un pie afuera del banco, hizo una señal con la mano y un auto Valiant azul se estacionó en doble fila frente a las puertas, lo conducía otra mujer joven, vestida toda de negro, quien venía acompañada de tres sujetos.
La mujer de la minifalda hizo algunas señas a los tripulantes del coche, los hombres se colocaron unos pasamontañas y de inmediato se bajaron con metralletas en mano. Entonces, la mañana que hasta hace unos instantes lucía hermosa, comenzó a despedir un olor penetrante a azufre.
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Tres minutos de terror
Todo ocurrió de manera súbita. La chica de la minifalda y dos de los sujetos encapuchados fueron los primeros en ingresar en la sucursal. Cuando el policía bancario Antonio Valencia Valencia, que custodiaba la entrada, se acercó a las puertas fue sacudido por una ráfaga de balas, provenientes de los tres asaltantes.
Valencia recibió cuatro tiros en distintas partes de su cuerpo y en el suelo se retorcía de dolor. Cuando los encapuchados entraron, uno de ellos levantó su arma y amenazó: —¡Atrás! ¡Todos al piso!, y, acto seguido, volvieron a realizar más detonaciones. El terror se apoderó de los empleados y clientes del banco, quienes obedecieron a los pistoleros y se tiraron mientras el tronar de los cristales por las balas acrecentaba más el caos y el pánico.
Los dos sujetos con metralleta en mano, obligaron a cuatro empleados para que los condujeran hacia las bóvedas, donde se encontraba la mayor cantidad de dinero del banco, mientras desde la entrada, su compañera los cubría de cualquier atacante, pues bajo su abrigo traía también un fusil.
El par de hampones ingresó en la bóveda con ayuda de los cajeros, la vaciaron llenando dos grandes sacos de tela con billetes de todas denominaciones. Luego obligaron a los trabajadores a que se tiraran al piso bocabajo y se mantuvieran inmóviles.
Sin embargo, cuando se disponían a escapar, una mancha de sangre en el estómago de uno de ellos, alertó que se encontraba herido, al parecer, el policía que resguardaba la entrada logró asestarle un balazo, quizás la adrenalina impedía que sintiera dolor, pero no que sangrara por la herida, así que aprisa salieron con el jugoso botín. Casi medio millón de pesos.
La mujer de negro ya los esperaba con las puertas abiertas del coche, de inmediato, el herido se dejó caer sobre el asiento trasero, lo secundó otro de sus cómplices y adelante se metió el otro sujeto con los sacos repletos de billetes.
Una vez todos adentro, ellos se despojaron de los pasamontañas, la joven de negro tomó el volante del Valiant y arrancó a toda velocidad, dobló a la izquierda en Adolfo Prieto y luego se enfiló por la avenida colonia del Valle, hasta tomar la calle de Sacramento, en la esquina con California, ahí descendieron del auto y abordaron otro para despistar a las autoridades.
La rubia de minifalda, subió a un Galaxie color beige, que también estaba en doble fila, y arrancó detrás del Valiant, pero unas calles adelante, tomó distinto rumbo que sus compañeros.
Mientras tanto, un rastro de sangre que salía de las entrañas del herido, quedó como evidencia en el punto donde cambiaron de vehículo. En el banco se respiraba un olor a pólvora, sangre y terror, pues a pesar de que los asaltantes ya habían huido, nadie se movía ni pronunciaba palabra alguna por temor a ser asesinado.
Cinco horas antes, en la colonia Roma…
Antonio Torres dormía a pierna suelta dentro del Valiant azul, era el velador de Estacionamientos de México S. A., negocio ubicado en el número 275 de la calle Durango en la colonia Roma, propiedad del empresario Alejandro Sarquis.
Un golpe en la ventanilla lo despertó abruptamente, a través del cristal un cañón de pistola apuntaba hacia su rostro.
—Sal del auto cabrón y dame las llaves del Mercedes blanco —le ordenó un sujeto bien vestido y quien portaba el arma.
—No tengo las llaves de ese auto, señor, pues el dueño nunca me las deja… —respondió muerto de miedo el empleado, mientras abría la puerta del coche.
—¡Qué salgas del auto hijo de la chingada! —gritó otro sujeto al tiempo que lo tomó por el cuello y sacó a la fuerza a Antonio para después propinarle un puñetazo en el rostro que lo mandó al suelo.
Luego, el sujeto armado soltó un tiro cercano a la cabeza del empleado, para reafirmarle que no se andaban con “medias tintas”.
El disparo despertó a Gabino Aguilar, un muchacho de 21 años, compañero de Antonio y quien dormía en un vocho rojo, no obstante, los delincuentes también le ordenaron que saliera del auto y se tirara al piso.
Después, por órdenes del sujeto que portaba el arma, su cómplice amarró de pies y manos a los veladores y los encerró en distintos vehículos. Así, se apoderaron de las llaves del Valiant azul con placas KZA-94-DF, lo abordaron, salieron del estacionamiento, recogieron a un tercer cómplice que vigilaba afuera y escaparon a toda velocidad cobijados por la oscuridad de la madrugada.
Levantaron el acta en la Octava de Policía
Todavía estaba oscuro cuando Jesús, jovencito de 17 años y sobrino de Gabino, llegó al estacionamiento y se dio cuenta de que la reja se encontraba abierta, esto le pareció extraño y al entrar, buscó de inmediato a su tío para avisarle que ya había llegado.
Jesús se dio cuenta de inmediato que algo andaba mal, pues el Valiant donde solía dormir su tío no estaba, tampoco Antonio y Gabino, los buscó en la caseta de recepción pensando que tal vez se encontrarían ahí, pero no los halló.
Optó por buscarlos en los autos del estacionamiento hasta que encontró a Antonio, quien se hallaba amarrado de pies, manos y tenía golpes en el rostro. Lo desató lo más rápido que pudo y después hicieron lo mismo con su tío Gabino.
En cuanto se vieron liberados, se presentaron en el MP de la Octava Delegación de Policía, para denunciar el robo del Valiant azul, sin imaginarse, que unas horas más tarde, a bordo de ese auto, se cometería el asalto bancario más espectacular en los últimos 25 años, en el entonces Distrito Federal.
Podría ser una banda de guerrilleros
En el cúmulo de pruebas recopiladas por la Policía capitalina, se encontró la película de las cámaras de vigilancia del Banco Nacional de México, la cual se pensó en un inicio, aportaría pistas importantes sobre la identidad de los delincuentes, sin embargo, en la conferencia de prensa realizada en la Octava Delegación el mismo día del atraco, el general Raúl Mendiolea Zerecero explicó a los reporteros que las imágenes no lograron capturar con precisión las características físicas de los delincuentes, pero ahondó en el modus operandi de la banda, el cual se parecía al de guerrilleros centroamericanos, bandas de las que se tenía registro atracaban bancos en sus países de la misma forma, encapuchados, con metralletas y hasta sujetos disfrazados de mujer para despistar a la policía.
Mendiolea Zerecero reveló que contaban con una serie de fotografías tomadas por otra cámara del banco, las cuales serían de vital importancia para dar con las identidades de los hampones.
También, informó, habían dado con el Galaxie en el que la mujer rubia había escapado, el cual abandonaron los ladrones en la calle Baja California, donde encontraron una bomba Molotov, fabricada con una botella de caguama rellena de gasolina y una mecha, lo cual indicaba, la banda iba dispuesta a volar las puertas de la bóveda o llevar la violencia al límite en el banco por si la situación se les salía de control.
En dicho artefacto, hallaron tres huellas dactilares las cuales se encontraban analizando en el laboratorio de la Procuraduría y terminó la conferencia diciendo que basarían sus investigaciones en las declaraciones de los testigos presenciales del atraco, las dos personas del estacionamiento de donde fue hurtado el automóvil Valiant, así como las fotografías obtenidas por una de las cámaras del banco.
La rubia huyó en un auto blanco
Por otra parte, el reportero de La Prensa, Wilbert Torre Gutiérrez, indagando una vez más en la zona del atraco, logró recoger el testimonio de una joven de 15 años, de nombre Sara Osorio Valle, quien fue testigo de la balacera en el banco, pues ella trabajaba en uno de los domicilios de enfrente y se encontraba en el balcón cuando se dieron los sucesos.
Sara habló particularmente de la joven vestida de negro y que conducía el Valiant: —Nunca olvidaré su cara… era muy bella y cuando me vio… se sonrió conmigo.
El reportero preguntó: —¿Qué te encontrabas haciendo, Sara? ¿Dónde estabas? —Yo estaba en el balcón del primer piso de la casa porque esperaba que mi patrona subiera a su auto, ya que se iba de compras, entonces vi a esa mujer vestida de negro y con gafas oscuras, y luego se escucharon los balazos, muchos balazos. La mujer se encontraba abajo del coche, con la puerta abierta y sostenía en sus manos un rifle y volteaba para todas partes, como vigilando. Después salió un hombre moreno, no muy alto y se agarraba la panza y sangraba. Él se subió en la parte trasera del auto y después salieron dos hombres más y la mujer de cabello rubio, subió a un coche blanco que estaba detrás del azul, el cual arrancó a toda prisa.
El testimonio de Sara coincidía con el de otros testigos, por lo que hizo pensar a la policía, había más cómplices involucrados que participaron en el atraco de forma secundaria. Por el momento, el auto Galaxie beige que utilizaron los hampones, ya lo tenían en su poder y se encontraban buscando más pistas para dar con la identidad y paradero de varios de ellos.
Sospechan de los fundadores de Asesinatos S.A.
Mientras tanto, la policía intentó agarrarse a otro hilo criminal, el de la existencia de par de hampones que decenios atrás se había burlado de la ley, hasta que en 1961, les echó el guante y los puso tras las rejas. Se trataba de Xóchitl y Efrén Méndez Dueñas, ella mejor conocida como “La Viuda Negra”, dos hermanos fundadores de una peligrosa banda de ladrones apodada Asesinatos S. A.
No obstante, tanto Efrén como Xóchitl se fugaron de prisión años más tarde, y las características físicas descritas por testigos y las capturadas por la cámara del banco coincidían con las de ellos, o al menos así lo dijeron los investigadores: “el parecido con ‘La Viuda Negra’ es asombroso”, que mandaron a una comitiva de ellos al estado de Guerrero en su búsqueda, donde creyeron, reclutaron a hampones y guerrilleros para volver a la senda del crimen y dar el golpazo bancario.
Una denuncia anónima: “Fue ‘El Chimino’”
Mientras tanto, el domingo 1 de noviembre por la tarde, timbró uno de los teléfonos en las oficinas de la Policía Secreta, fue el mismo general Mendiolea Zerecero, quien levantó la bocina: —Comandancia de Policía, diga…:
—Voy a ser breve, ponga mucha atención a lo que voy a decirle, yo conozco detalles sobre el asalto a la Sucursal del Banco Nacional de México. Estoy enterado de quiénes participaron, las armas que emplearon y dónde se esconden —dijo la misteriosa voz y continuó:
—Estoy hablando desde la colonia Moctezuma, donde los asaltantes se esconden. Sé que en unos minutos una muchacha saldrá en un coche llevando en un auto a “El Chimino”, uno de los atracadores que resultó herido. El herido se llama Enrique Bermúdez y lo van a llevar con un médico en Tláhuac, que ya los espera para curar a Bermúdez, no puedo hablar más… —sentenció la voz y colgó sin aportar más información.
En breve, el general Zerecero dio la orden de rodear dicho consultorio, en esos años, no solía haber muchos y las colonias eran muy pequeñas, por lo que no fue difícil dar con el dispensario en Tláhuac. Los agentes montaron guardia, incluso, varios con pistola en mano, atentos a cualquier movimiento, otros más se colocaron en azoteas contiguas por si los hampones intentaban escapar por arriba.
Así pasaron cinco largas horas, hasta que el general dio la orden de abordar al médico. Después de tocar la puerta, salió el galeno, quien de inmediato fue cuestionado por los agentes policiacos, pero el doctor negó haber atendido algún herido por arma de fuego y enfatizó, tenía años de no asistir en su consultorio un caso de esa índole, además de que ofreció su ayuda por si le llegaba un baleado y comunicarse de inmediato con ellos. Por lo que los sabuesos policiacos regresaron a la comandancia bastante decepcionados; para entonces, la Secreta ya había recibido más de ocho denuncias anónimas parecidas, lo cual, hizo pensar al general Zerecero, los hampones se estaban burlando de ellos, además de confundirlos y hacerlos perder valioso tiempo para atraparlos.
“Pudieron ser guerrilleros”
El comandante José Salomón Tanus planteó la posibilidad de que la banda de asaltabancos podría estar integrada por guerrilleros por el modo en el que operaron y se basó en dos argumentos: el primero fue porque los gánsteres abrieron fuego dentro de la sucursal con el firme propósito de sembrar el terror entre los asistentes, de ahí, que la mujer de minifalda haya disparado contra el policía de la entrada y sus cómplices hicieron lo propio contra los cristales del banco, para causar confusión y miedo, es decir, para que tanto empleados como clientes del banco se dieran cuenta de que iban dispuestos a todo.
En su segundo argumento, Tanus señaló que al estar analizando el video de la sucursal, se dio cuenta que tanto mujeres se disfrazaron de hombres y viceversa, con el objetivo de confundir a los empleados, clientes y a la policía misma, y reforzaba su teoría, indicando que por ello, también usaron los pasamontañas.
Por último, el comandante Salomón Tanus no descartó que la banda estuviera integrada por extranjeros, principalmente, provenientes de Nicaragua, Cuba, Bolivia y por supuesto, mexicanos.
Vieron caer un Valiant al Gran Canal
Las aguas negras del Gran Canal inundaron de pestilencia la noche por los rumbos de Santa Clara, Ecatepec, al registrarse gran movilización de la Judicial del Estado de México, cuyo motivo de su presencia fue a petición de dos jóvenes hippies, Antonio y José Durcal García, quienes relataron que al salir de una pulquería, donde bebieron algunos litros de la bebida de los dioses, caminaron junto a las vías del tren hasta llegar a la fábrica Hoechst Química de México y esta fue su explicación de lo que ocurrió después:
—Vimos que un automóvil Valiant venía a gran velocidad hacia el puente del Gran Canal, a la altura del kilómetro 15, del otro lado donde estábamos, hay una pendiente y bajamos, por lo que no alcanzamos a ver lo que pasó. Cuando subimos a la vía ya no estaba el coche, supusimos que había caído al canal —dijo José. Luego intervino su hermano:
—Nosotros estamos manchados de agua y lodo, porque bajamos inmediatamente, para prestar ayuda a las personas del Valiant, porque venían como cuatro, pero al meternos no pudimos encontrar el auto ni a las personas, así que decidimos dar aviso a ustedes, mi jefe —recalcó el joven Antonio al comandante de los “judas” Carlos Casamadrid Miranda.
La Judicial pidió el apoyo de los bomberos de Tlalnepantla, quienes por medio de un cayuco y pértigas pasaron varias horas de la noche del miércoles 4 de noviembre buscando el Valiant y sus posibles tripulantes, sin embargo sus esfuerzos fueron en vano, no encontraron nada bajo las aguas espesas y el comandante Casamadrid decidió detener a los dos carnales hippies, cuya historia le sonaba más bien sospechosa, y recordó que un auto Valiant azul traía de cabeza a las autoridades capitalinas, por estar implicado en el escandaloso asalto al Banco Nacional de México.
Pese a que en el lugar se hallaron marcas de los neumáticos de un auto en dirección donde supuestamente cayó al canal, no se encontraron más indicios ya que las huellas se perdían en el polvo. La Judicial del Edomex se preguntó si realmente había caído un auto al Gran Canal o era una historia inventada por los hermanos Durcal García, por lo que los entregó a la Secreta del Distrito Federal para interrogarlos y saber si estaban implicados en el bancazo frenético.
Misterioso mensaje en cajetilla de cigarros
En aquel paraje del Gran Canal, continuaron buscando el auto los bomberos de Tlalnepantla el día siguiente, no lograron dar con el vehículo, pero sí con una pista que despertó muchas sospechas. Se trató de una cajetilla de cigarros que contenía el mensaje siguiente: “Juan está malo… desaparece el coche… nos vemos a las siete”.
El mensaje fue hallado a unos cuantos metros de donde había caído supuestamente el auto a las aguas negras, por lo que la Policía capitalina vinculó la pista al asalto a la sucursal del Banco Nacional de México.
La envoltura de cigarros con el mensaje escrito, llegó hasta las manos del general Raúl Mendiolea, quien tenía la certeza de que detrás de estas palabras y del auto en el Gran Canal, se encontraban los hampones que se llevaron la suculenta cantidad de 460 mil pesos de la bóveda, de la más importante banca financiera del país.
Así que ordenó a los bomberos intensificar la búsqueda del Valiant en las aguas del Gran Canal, Mendiolea pensó que al encontrar el auto, en él habría más pistas que ayudarían a esclarecer el caso.
Se aclaró lo del auto en el Gran Canal, pero del bancazo… nada
Dos días después del asunto del auto en el Gran Canal, se aclaró todo. Fueron el reportero Julio Villarreal y el fotógrafo Enrique Metinides, de La Prensa, los primeros en llegar a lugar y saber todos los detalles.
En el kilómetro 15 de la vieja carretera México-Pachuca, se encontraban los bomberos, una ambulancia de la Cruz Roja y policías de la Judicial del Estado de México y del Distrito Federal, quienes dieron con el auto sumergido en las aguas negras, se trataba de una Ford Wagon, cuatro puertas y para nueve pasajeros. Pero lo importante fue que dentro hallaron los cadáveres de Joel Olguín Chávez de 21 años y de Alfonso Castro Iturbe, de 23, ambos estudiantes preparatorianos.
El general Mendiolea llegó al poco rato y con los pormenores del caso sabidos, ordenó de inmediato que interrogaran una vez más a los hermanos Durcal García, en la Octava Comandancia, quienes trataban de calmar su impaciencia un cigarro tras otro:
—¿Creyeron que íbamos a tragarnos el cuento y que nos verían la cara de babosos, no…? —dijo uno de los detectives a los hermanos hippies. —¿Pero por qué dice eso, mi jefe…? —A ver cabrones, será mejor que suelten la lengua, porque ya sabemos lo que pasó —volvió a encararlos el agente.
—La verdad de qué… no sé de qué nos habla… —Intervino otro detective —¿Están ustedes involucrados en el asalto al Banco Nacional de México? ¿Quién más iba con ustedes en el coche cuando se cayeron al Gran Canal? ¿Por qué eliminaron a sus cómplices?
Los hermanos Durcal se vieron acorralados y Antonio, impulsado por el miedo y viendo que los estaban relacionando con el atraco bancario se soltó:
—No mi jefe, nosotros no somos asaltantes, mucho menos tenemos que ver con ese atraco… La verdad es que ese día andábamos ya bien jalados por los pulques, y por Santa Clara chocamos con unos agentes de tránsito y para que no nos llevaran aflojamos 400 varotes, pero el Poncho estaba bien enojado por soltar esa luz, y venía regañándonos a todos, entonces él conducía y cuando íbamos llegando al puente de San Agustín, iba bien tendido y nos topamos con unas viguetas, por la velocidad el Poncho no pudo esquivarlas y frenó de forma brusca, lo cual hizo que la camioneta trompeara, diera varias vueltas y cayéramos al canal… eso fue lo que realmente pasó.
Luego, intervino su brother José: —Sí mi sargento, caímos a las aguas apestosas y como pudimos salimos del auto. Yo salí del agua y no vi a ninguno de mis compas, luego escuché los gritos de mi carnal, que se encontraba bien, luego salimos del canal y le dije a Toño que buscáramos a los demás, pero la verdad estaba yo muy ebrio y apenas podía sostenerme, por lo que me agarró de la cintura, me tiró y me dijo que no, que podríamos morir, así que lo único que se nos ocurrió fue correr a tratar de buscar ayuda y fue así como llamamos a la policía y la mera verdad, nos inventamos toda esa versión que les contamos, pero no los matamos nosotros ni somos delincuentes y mucho menos tenemos que ver con el atraco ese que usted dice.
—Eso ya lo veremos —respondió uno de los detectives, mientras salían de la celda de los hermanos dejándolos con más dudas que certezas tras su confesión de los hechos, en los que habían muerto dos de sus amigos y tres más, entre ellos una mujer, seguían desaparecidos.
Se apagó “El Farolito”, se encendió el espectáculo
Cansado de dar órdenes inútiles, el general Mendiolea también dejó de hablar con La Prensa, sus últimas palabras al reportero Julio Villareal fueron que buscaban por todo el país, incluso en el extranjero a los asaltabancos, además de interrogar a varios sospechosos, incluyendo a los hermanos Durcal y su círculo de amigos y familiares más cercanos, pues no descartaban ninguna hipótesis en el atraco bancario.
El 7 de noviembre, sucedió un acontecimiento que jugó a favor de las autoridades policiacas, pero no para aclarar el atraco, sino para que este se perdiera en las penumbras, fue el fallecimiento de Agustín Lara, el más prolífico y popular compositor mexicano, quien después de estar internado 16 días en el Hospital Inglés, por una afección pulmonar, un paro cardiorrespiratorio le arrebató la vida a los 73 años.
La muerte de “El Farolito”, su sepultura y la pelea por su herencia ocuparon las páginas de los medios impresos, secciones de radio y televisión durante más de un mes, en el que el tema del estrepitoso asalto al Banco Nacional de México se fue olvidando, en provecho de las autoridades policiacas, que ni idea tenían sobre el paradero de los peligrosos hampones.
Plata quemada
El 9 de noviembre, las pestilentes aguas del Gran Canal dejaron al descubierto los cadáveres de los tres jóvenes que faltaban y que eran amigos de los hermanos Durcal García. Las investigaciones de la policía revelaron que, en efecto, ninguno de los siete jóvenes accidentados en el canal, tenían que ver con el asalto bancario, por lo que José y Antonio fueron puestos en libertad, ya que tampoco se les halló responsables de la muerte de sus cinco compañeros.
El asalto al Banco Nacional de México fue un golpe calcado al acontecido en 1965, en Buenos Aires, Argentina, donde una banda criminal atracó un furgón llevándose un botín millonario, huyendo al Uruguay donde varios de sus integrantes fueron acorralados y detenidos por la policía.
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La sucesión de hechos cimbró a todo el continente por lo estrepitoso de principio a fin, por lo que el escritor argentino Ricardo Piglia reconstruyó el bancazo en un relato frenético que nombró Plata quemada.
En el hecho delincuencial, la banda integrada por hombres y mujeres, se disfrazaron y cubrieron el rostro para no ser reconocidos, el modus operandi resultó tan novedoso y próspero que fue copiado por varias organizaciones criminales en las siguientes décadas, registrándose atracos bancarios bajo esta lógica a lo largo y ancho del continente americano.
Por ello, en un inicio la Policía Secreta del DF y de la Judicial creyeron, que en el atraco al Banco Nacional de México, estaban inmiscuidos guerrilleros o hampones tanto mexicanos como extranjeros, provenientes sobre todo de Centro y Sudamérica.
No hubo asedio último
Con el paso de los días se fue diluyendo el tema del atraco al Banco Nacional de México, las autoridades nunca tuvieron claro el destino de los asaltantes, por lo que no hubo hecatombe final para los criminales.
No existió un asedio último contra la banda que se llevó el mayor botín en la década de los años 70 del siglo pasado, en México.
Esta situación también puso en evidencia, las pocas medidas de seguridad de los bancos, algunos apenas contaban con pocas cámaras o botones de alerta, pero insuficientes para evitar los atracos de las bandas criminales, por lo que esta práctica delincuencial proliferó toda la década de los 70 y gran parte de los años 80, en la que fueron recurrentes los golpes a instituciones bancarias.
En este caso en particular, no hubo la desesperación del acorralado que está por caer a manos de los agentes policiacos, pero sí la frustración y la ineficacia de la policía que no pudo resolver el gran golpe al Banco Nacional de México.
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