Se reportó que tres parejas de novios que paseaban por el lugar hicieron el macabro hallazgo; pronto dieron aviso a la policía y ésta de inmediato puso manos a la obra para detener al troglodita
El reportero de LA PRENSA, Luis Cantón Márquez, informó el sábado 11 de abril de 1953 lo siguiente: “Una joven mujer, blanca, bien formada, de hermosas facciones, quien vestía elegancia y buen gusto, fue asesinada probablemente en la orilla de un camellón localizado atrás de la plaza de toros “El Toreo”, en Cuatro Caminos”.
Como sucede en los crímenes, son pocos los indicios con que cuenta la policía para dar con los responsables, de tal suerte que las primeras horas son cruciales para resolver los casos y se debe poner énfasis en los detalles.
Cuando fue descubierto el cuerpo de la mujer, la policía no tuvo de momento pista alguna para aclarar el crimen, pero 24 horas después, las amigas de la señora la reconocieron y, sin titubear, culparon pronto al esposo, quien ya se había dado a la fuga.
A las diez de la noche del jueves 9 de abril, tres parejas de novios paseaban por las calles, alrededor de El Toreo, y fueron quienes hicieron el fatídico hallazgo.
Se presumía que la señora era casada porque, en un dedo de la mano derecha, llevaba dos anillos matrimoniales, de oro ambos, con las iniciales “G.M. 1944”.
En aquel entonces, la libertad que tenían los reporteros para hacer conjeturas era usual, por lo que a Luis Cantón expresó en su nota: “el crimen tiene marcados perfiles pasionales”. No obstante, también lo que escribió, se basó de una fuente oficial, lo cual le daba de algún modo validez a sus observaciones.
De lo anterior, comentó que había quedado descartado el robo y se descartaba la posibilidad de un ataque de degenerados y donde fue más preciso fue cuando comentó que había serías sospechas de que fue su propio esposo quien la victimó, “posiblemente al descubrirle amoríos ilícitos”...
Con base en las primeras anotaciones de los investigadores del caso, se desprendía que la atractiva mujer quizá fue llevada en automóvil hasta el sitio donde la hallaron sin vida. Presentaba fractura de cráneo tras recibir un golpe contundente y mortal en la cabeza; por otra parte, los anillos de oro aparecieron doblados, indudable señal de que fue agredida con un objeto delgado.
Al ser practicada la necropsia de ley, los forenses comentaron que el arma homicida posiblemente fue la manivela de un automóvil; además, destacaron que por las marcas apreciadas en sus extremidades superiores, la mujer intentó defenderse, pero las piernas, los brazos y el tórax ostentaban manchas violáceas, ante lo cual los médicos comentaron que “la señora había recibido brutal golpiza antes del impacto que le fracturó el cráneo”.
Llamó la atención, sobre todo de la prensa de aquel entonces, el hecho de que la desconocida, entre sus pertenencias llevaba una bolsa con amuletos y un chupamirto disecado, por lo cual la calificaron como “profundamente supersticiosa”, porque, prendido al fondo de costoso nylon, se encontró una pequeña bolsita de seda roja, en cuyo interior había un pedacito de la llamada piedra imán, algunos granos de arroz, varios de trigo, un centavo antiguo, una moneda de plata de 50 centavos.
Supersticiones y hechizos de amor
En aquel entonces , se creía en las “brujas”. Aparentemente estas “hechiceras” vendían esos amuletos dizque para que el amor tocara a las puertas del o de la protegida y que los hombres se rindieran a los pies de la poseedora.
También se localizó entre la ropa de la víctima, una colilla de cigarro, manchada de pintura para labios (del mismo color que utilizaba la señora) y una cajetilla de cigarrillos medio vacía.
Fue un dificultoso camino para llegar a la solución de este caso; en primera instancia, porque se demoró en conocer la identidad de la víctima; por otra parte, porque cuando se desentrañó el enigma en torno al homicida, éste ya se había dado a la fuga.
Las amigas y compañeros de trabajo de María del Carmen Rangel Barrón la identificaron en la morgue de San Bartolo Naucalpan y comentaron que seguramente el asesino fue el delincuente profesional, ladrón de automóviles, contrabandista de madera, estafador de altos vuelos y pistolero sin entrañas, Arturo Herrera Pérez.
Un hermano de María del Carmen, José Guadalupe Rangel Barrón, dijo que toda su familia es originaria de La Cañada, Estado de Querétaro, pero llegó al Distrito Federal cuando Carmelita tenía 15 años de edad. Al fallecer contaba con 29 años cumplidos.
Se sabía entonces que Arturo Herrera Pérez era contrabandista de madera en el Estado de México, y tenía antecedentes penales en el Distrito Federal, por robo de automóviles y asociación delictuosa con hampones. El sujeto siempre andaba armado y con frecuencia presumía de ser un buen tirador.
Obviamente, su impunidad procedía de su regular capacidad económica, mediante la cual sobornaba policías para que no lo enviaran a prisión nuevamente. Era propietario de varios camiones para el acarreo de madera que robaba o contrabandeaba.
En el Café Campoamor (Bolívar 38, Primer Cuadro de la ciudad de México) el propietario, Macario Rodríguez, también colaboró con amplitud para que el crimen no quedara sin castigo.
Elena Espíndola viuda de Vázquez, de fácil palabra y muy expresiva, comentó que Carmelita era muy estimada por su seriedad y belleza. Lupita Naranjo también la reconoció en LA PRENSA y “la identificamos en el anfiteatro de San Bartolo Naucalpan”.
Por cierto, el ladrón de automóviles también había estafado a las empleadas del Café Campoamor y a otras 200 personas, al venderles, cinco años antes de la tragedia, unos terrenos que no eran suyos.
Macario Rodríguez relató que el jueves 9 no estaba en México, dejó en su lugar a su sobrino, quien le relató que como a las 18:30 horas llegó el sujeto conocido como “El Marino” -Arturo Herrera Pérez- y comenzó a reñir con Carmelita.
Poco antes de las 7:00 de la noche, la hermosa María del Carmen Rangel pidió permiso para ausentarse “porque tenía un hermano enfermo de gravedad”.
Seguramente, el despiadado delincuente la había amenazado con escandalizar en el céntrico Café Campoamor y la llevó en su automóvil hasta las cercanías de la Plaza de Toros El Toreo, donde la sacrificó a golpes de manivela.
Durante veintiocho meses no se volvió a comentar acerca de este caso, hasta que el reportero policiaco, Carlos Borbolla, informó el jueves 11 de agosto de 1955, que “cuando ya todo mundo había olvidado su horrendo crimen, ayer, a las 9:00 de la noche, cayó en poder de la justicia Arturo Herrera Pérez, quien, hacía dos años cuatro meses, mató a su bella esposa, María del Carmen Rangel Barrón, empleada del Café Campoamor”... Lo arrestaron Carlos Salazar Puebla y Ramón Cerrilla Espada, detectives del Servicio Secreto.
En la época del crimen, Herrera huyó hacia Tamaulipas, donde se ocultó por mucho tiempo. Al maleante no le importaron sus cuatro hijos, pues amenazó a Carmen con matarla si no le firmaba unos documentos que servían para defraudar con 250,000 pesos a un israelita.
Margarita Carranza López, amiga íntima del criminal, dijo en su oportunidad que Arturo le había platicado que tuvo “una dificultad con su mujer y que la había golpeado con la manivela hasta arrancarle los dientes.
“Con cinismo sin igual -escribió Carlos Borbolla- y tratando de aparentar calma, al mismo tiempo que hacía alarde de sus influencias políticas, Arturo Herrera lanzó lodo contra su esposa sacrificada, negó no sólo ser responsable del uxoricidio sino de la paternidad de los niños”.
El desalmado individuo acusó a su socio Benjamín Cemaj de haber dado muerte a la guapa María del Carmen.
Más tarde dijo que su esposa legítima era Margarita Carranza López, a quien alguien había calificado como “amiga personal” y que con Teresa Bazán tenía seis hijos.
Según el arrestado por homicidio, Carmen lo engañaba con el torero Carlos Vera “Cañitas”, en el año 1944 y por ello dudaba que los niños fuesen de él.
-Pero siempre me preocupé por ella, por sus familiares, no había razón para matarla -afirmó. Y Carlos Borbolla le preguntó el porqué se olvidó de enterarse sobre su muerte.
-Así es uno, a veces -respondió con cinismo el presunto ladrón de automóviles.
Los agentes secretos Carlos Salazar y Ramón Cerilla, quienes arrestaron a Herrera en Puente de Alvarado, dijeron que el Servicio Secreto puso a disposición del Ministerio Público, el automóvil donde se cometió el crimen, un Chevrolet modelo 36 negro, placas 12-900.
Pero, horas más tarde, viéndose perdido por el alud de evidencias en su contra y no pudiendo explicar por qué, si era “inocente”, había tardado dos años y cuatro meses en retornar al Distrito Federal, el maleante terminó por declararse culpable de la muerte de su hermosa mujer, pero buscando salvarse de una sentencia prolongada, relató un novelón para concluir que la había victimado... ¡en defensa propia!
Cuando llegó al Distrito Federal, la familia Rangel fue a residir a José Morán 117, Tacubaya, y María del Carmen comentó entonces que deseaba casarse con Arturo Herrera, con quien estableció su hogar en Primero de Mayo 101, misma zona de la ciudad de México, donde la joven comenzó a ser maltratada por el esposo.
Cinco meses antes de su extraña desaparición (Arturo la engañó para que saliera de su empleo, en el conocido Café Campoamor) el agresor la había abandonado a media calle, con sus pequeños hijos, por lo que Carmen retornó a José Morán 117.
Obsesionado en estafar con 250,000 pesos a un israelita, Arturo acosaba a la hermosa señora para que le firmara unos documentos, que entregaría a “su socio”, el señor Benjamín Cemaj.
El jueves 9 de abril de 1953, salió la hermosa mujer hacia su empleo, con la intención de realizar un depósito bancario de 1,800 pesos, pero ya no retornó con vida a José Morán 117.
Nadie podía creer la farsa del asesino, como en un principio tampoco nadie se imaginó cómo acabaría la vida de la hermosa meserita, cuando se casó con Arturo... Según el embustero Herrera, la atractiva empleada “lo amenazó con un revólver”, después que hizo enfurecer al delincuente asegurándole que lo abandonaría para unirse al torero Carlos Vera “Cañitas”.
Obviamente, en su confesión, no dejó de enlodar la memoria de María del Carmen, de quien supuestamente se había enamorado.
Y nuevamente habló con LA PRENSA el asesino, sólo para decir que acusaría formalmente como asesino intelectual de la muerte de Carmelita, a su socio en negocios, Benjamín Cemaj, ya que éste, dijo, tenía suficientes motivos para matarla, al negarse ella a firmar documentos que le permitieran arrebatarle -a Arturo- el dinero que tenía invertido con el citado israelita.
-Muchas personas me advirtieron que ella era liberal y la dejé por un tiempo, pero volví para ayudarla económicamente. Nos casamos en 1947 bajo los nombres de Arturo Heredia y ella, Carmen Barrón.
Le puse casa en Doctor Balmis 79; le presté dinero a su hermano José Guadalupe Rangel, para que comprara un cabaret que estaba en Galeana y Magnolia, Colonia Guerrero y, por cierto, el cuñado me robó todo el dinero y nada adquirió.
Cada día “teníamos menos dinero porque mis negocios fallaron. Por esos días regresó de España el torero Carlos Vera, “Cañitas”, lo cual me inquietó porque Carmen comenzó a llegar tarde a casa, después que yo, inclusive”.
A pesar de que trabajaba en el Café Campoamor, “alegaba que el dinero no le alcanzaba”... José Guadalupe fue víctima de un atentado y Carmen me dijo que hiciera algo por él, quien estaba encamado en el Hospital Juárez, en la llamada “sala de presos”...
Contó historias inverosímiles
Quiso parecer congruente y a la vez desconcertado; no obstante, sus declaraciones parecían sacadas de un libro de ficción
Arturo Herrera continuó con su relato a LA PRENSA:
“Fui al nosocomio y regresé para hablar con Carmen, para reclamarle que anteriormente no atendía bien a los niños... Entonces con el pretexto de llevarla a San Bartolo Naucalpan para gestionar una responsiva médica y sacar a su hermano José Guadalupe del Hospital Juárez, la llevé al Estado de México y comenzamos a discutir porque ella se refirió con sarcasmo a Margarita Carranza López” (dizque legítima esposa del criminal).
Le reclamé “lo de mis hijos” y ella se burló al decirme: ‘¿tus hijos?’, el dinero que das no alcanza para nada y yo gano mucho, pero es mío”.
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Luego, el delincuente se habría referido a la niña y Carmen le habría contestado que “no sabía si era su hija”, ya que había intimado con Carlos Vera “Cañitas”.
En resumen, la hermosa mujer se habría burlado mucho de Herrera, hasta que lo sacó de quicio...
“Fue cuando me amenazó con una pistola de pequeño calibre; frené instintivamente mientras ella abría la portezuela, y busqué algo con qué defenderme, encontrando la manivela. Cuando ella me amagó, le tiré un golpe y cayó hacia el pavimento, todavía me gritó que no la había matado y que el turno era de ella, e hizo ademán de disparar. Yo quise darle un golpe en el arma y parece que le di a ella”, concluyó el criminal su fantástico relato.
Y a pesar de sus mentiras y falsas historias para pretender demostrar que de verdad mató en legítima defensa, las investigaciones policiacas pusieron en claro que el pistolero Arturo Herrera asesinó cobardemente a su esposa a bordo del automóvil Chevrolet negro, placas 12-900, y ello indica que “podría ser condenado a morir en el paredón”, ya que los hechos ocurrieron en jurisdicción del Estado de México, donde estaba entonces en vigor la pena capital.
Fue trasladado a Tlalnepantla, quedando en manos del juez César A. Hernández Pérez, cuya honestidad y energía estaban reconocidas, por lo que no había duda de que, después del proceso, se le aplicaría todo el rigor de la ley.
Empero, Arturo Herrera tenía la seguridad de salir libre en unos cuantos días, pensando que nadie rebatiría su historia, y también porque aseguraba tener muchas influencias en la Cámara de Diputados.
El informe de las investigaciones policiales por parte del Servicio Secreto acabó por hundir al asesino en 1955.
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