/ viernes 3 de marzo de 2023

El matador de la calle de Medellín: Acabó con la vida del tío de su esposa, ya que aquel la cortejaba

Mayo de 1938, una tarde calurosa y el porvenir sin retorno: Herminio golpeó la puerta del departamento y, tras salir Luis Cruces, se oyeron unos balazos

Todo era calma aquella calurosa tarde de mayo en las calles de la colonia Roma, cuando de pronto, un hombre joven, vestido de verde, con sombrero de fieltro claro y lentes con arillo de carey, llegó hasta la calle Privada de Medellín y golpeó la puerta del departamento B, donde apareció en una ventana contigua el rostro de un niño. ­¿Qué desea usted señor? ­interrogó el pequeño. ­Hablar con tu papá ­repuso secamente el visitante.

Y del interior de aquella vivienda apareció Luis Cruces Hernández, de unos 38 años de edad, en quien se adivinaba el disgusto por la presencia del recién llegado. Luis Cruces, en esos momentos, se disponía a tomar sus alimentos. Su esposa, la señora Amalia Morales, permanecía en la cocina sirviendo la comida.

Breve fue el diálogo que se cruzó entre aquellos hombres. El que iba vestido de verde, con la ira mal contenida, casi gritó: “¡Salga!...” Y Luis Cruces respondió de mala manera: “¡Entre!...”

Por fin, este hombre adelantó algunos pasos y tras algunas cuantas palabras se vio que el recién llegado apuntó con una pistola Colt, tirando del gatillo. Al escucharse la primera detonación, Luis dio media vuelta, corrió y entró al departamento, alcanzando apenas a pronunciar: “Mi hijito, ya me hirieron”...

Aún no se había podido precisar si el agresor había hecho otros tres disparos y en qué momento. Luis quedó tendido, cuan largo era, sobre el entarimado, muy cerca de la ventana, desde donde el niño Humberto había presenciado la trágica escena en la que se había asesinado a su padre aquel 19 de mayo de 1938.

El agresor rápidamente dió media vuelta, avanzó por la calle Medellín y desapareció, ante la expectación del vecindario que asomaba a las ventanas.

Cuando los agentes policiacos, el experto de identificación Ramón Olvera y el delegado de la 8a. Delegación, licenciado Soberón, se presentaron en la dirección apuntada, se encontraron con una escena desconcertante.

Sobre el piso permanecía el cadáver de Luis Cruces. Montiel, ensangrentado. Y cerca de ese cuerpo, una mujer alta, Amalia Morales, con las ropas tintas de sangre. A unos cuantos pasos, permanecía impávido, el pequeñín Humberto.

La primera impresión que recibió el personal policiaco judicial, fue que aquella señora de aspecto distinguido había dado muerte a su esposo. Al lanzarle las primeras preguntas, las lágrimas no la dejaban responder. Y cuando se le conminó a que dijera quién había sido el matador, respondió con un “¡No sé!...”, que hizo sospechosa su conducta.

El delegado Soberón y más acompañantes acosaron entonces al pequeño Humberto para que dijera algunas palabras orientadoras, pero el chico contestó de igual manera, explicando apenas que había sido un hombre vestido de verde.

Mediante rápidas investigaciones, se supo que la señora Amalia, momentos antes de que llegara la policía, se había lavado las manos para quitar toda huella de sangre y después se había despojado de sus ropas, casi a tirones, porque también aparecían manchadas.

En la 8a. Delegación, el comandante de policía, Rafael Vega Mendoza, recibió una llamada a través de la cual se le informó que el homicida de Luis Cruces estaba oculto en la calle Álvaro Obregón, colonia Obrera, que se extendía por Balbuena. Hasta ese lugar se encaminó el jefe policiaco, seguido del policía 1839, Manuel Izquierdo, realizándose la captura.

Hasta entonces se pudo identificar a Herminio Camacho Montiel como el buscado homicida. Ante la presencia de la policía, no opuso resistencia el detenido, diciendo por el contrario: ­Estoy a sus órdenes –E hizo entrega de la pistola.

En las oficinas de la 8a. Delegación, Ramón Olvera y el empleado Eguiluz le tomaron los moldes de la parafina a Herminio. De vez en vez, el detenido movía en uno y otro sentido la cabeza y hablando consigo mismo se decía: ­¡Qué barbaridad!... Toda mi carrere truncada...

Herminio Camacho era un hombre delgado, de baja estatura y daba la impresión de que se trataba de un neurótico. Cuando los reporteros trataron de cambiar con él algunas palabras en el separo donde se le encerró, a través de los barrotes de la puerta se le vio llorar, aparentemente arrepentido.

La viuda pidió justicia

Herminio Camacho explicó que llevaba nueve años casado con Estela Cruces, de la que estaba profundamente enamorado, teniendo de esta unión tres hijos, lamentándose que el más pequeño estaba gravemente enfermo.

Radicado en esta capital, vio con disgusto que Estela merecía las preferencias de Luis Cruces, tío de la chica; en un principio, supuso que esa actitud se debía a razones de parentesco; mas al correr del tiempo se clavó en su pecho una duda de celos. Y cuando se le presentó ocasión de viajar a Monterrey, vio el cielo abierto, organizando con todo empeño la partida.

En esa ciudad, Herminio logró llamar la atención de sus jefes en la Compañía Cigarrera La Moderna y, hacía aproximadamente un par de meses, se le notificó que debía trasladarse nuevamente a la ciudad de México para que se hiciera cargo del depósito de la negociación, mejorando naturalmente su sueldo.

De regreso en la metrópoli, Herminio volvió a darse cuenta de que Luis cortejaba insistentemente a Estela, no obstante el parentesco entre estos dos. Y una ocasión en que Luis permaneció más de la cuenta en la casa, a pretexto de una visita, le llamó a cuentas, diciéndole que de no prescindir de esa extraña conducta, surgiría un serio disgusto.

Luis, enseñándole una pistola, le dijo despectivamente: “¡Ya estoy preparado!...” Herminio decía también que “el tío Luis” se sentía un verdadero conquistador. En esos días, ese señor había venido a menos en su situación económica, pues aún cuando se anunciaba ostentosamente como agente del Banco Capitalizador, en realidad pasaba las penas negras, porque sólo cobraba comisiones en la venta de unos títulos y parecía que el negocio no estaba muy floreciente para él en los últimos días.

Luis, a pesar de todos esos inconvenientes, no se resignaba a abandonar la idea que de seguro lo atormentaba y continuaba buscando la manera de acercarse a su sobrina, que permanecía callada ante el esposo celoso, tal vez temerosa precisamente de provocar una tragedia.

El día de los dramáticos acontecimientos, Herminio resolvió poner término a la molesta situación. Se armó con una pistola, propiedad de uno de los veladores de la fábrica y se dirigió a la casa de Privada de Medellín.

Aseguró en la plática con el reportero de El Diario de las Mayorías que, al enfrentarse con Luis, volvió a llamarle la atención, suplicándole que dejara en paz a Estela, pero por toda respuesta “el tío” hizo ademán de sacar una pistola de la bolsa trasera del pantalón y entonces él llevó la diestra al arma que llevaba y disparó. Con lágrimas en los ojos y el semblante descompuesto, Herminio repetía:

­No sé cómo pudo ser todo esto ­y después añadió­: Yo no sé si tengo disculpa o no, pero estoy apenado con mi esposa, con mis hijos y conmigo mismo.

Se supo que cuando Herminio llegó a las oficinas de la 8a. Delegación, se encontró con la señora Amalia Morales, ya viuda de Cruces, y se enfrentó con ella para pedirle perdón.

A punto estuvo el homicida de hincar las rodillas en tierra para implorar compasión de la viuda. La señora Amalia, en medio de sollozos, contestó que ella no guardaba rencores, y que por el contrario, lo perdonaba.

En cuanto al cadáver de Luis, éste fue enviado al hospital, haciéndose constar que presentaba cuatro lesiones; tres en la caja del cuerpo y una que le atravesó el brazo derecho. Cuando se interrogó al pequeño Humberto acerca de la tragedia en que había muerto su papá, éste, sin inmutarse, con la inconsciencia de la edad, relató cómo él salió a ver quién llamaba a la puerta; cómo su papá se enteró de que lo buscaban y salió en seguida, cruzándose apenas dos o tres frases; y cómo, desde la ventana, pudo observar que “su tío Herminio”, a quien antes no conocía, disparaba de tiros sobre su papá. ­¿Y tu papá hizo ademán de sacar arma? ­No señor. ¡Si no tenía ni un alfiler! Le agarró desprevenido.

Después, Humberto dijo que su papá Luis salió al patio de la privada y, al escuchar la primera detonación, sintiéndose tal vez herido, regresó a la vivienda corriendo. Pero “el tío Herminio” se paró en la puerta y desde ahí siguió disparando. Se supo después que las familias de Luis Cruces, entre ellas la viuda Amalia Morales, permanecían en la oficina del delegado Soberón, juntamente con Estela, esposa de Herminio. A todos acongojaba la pena y el dolor, refiriéndose unos a otros los detalles de antecedentes sobre la tragedia. Herminio fue consignado a la Penitenciaría.

Expresó ante el juez Jesús Inzunza que conoció al señor Cruces, porque era hermano del padre de Estela Cruces, su esposa, observando desde hacía un año las marcadas atenciones que tenía Luis para con su señora.

Y que, habitando la casa 227 de la calle Tonalá, en una ocasión, a medianoche, escuchó que llamaban a la ventana, por lo que salió, tropezando con Cruces a quien le reclamó, siendo entonces cuando éste le enseñó una pistola diciéndole que en todo tiempo le encontraría preparado. Dijo que no quiso llevar las cosas más adelante, porque notó que Cruces estaba bajo el influjo del alcohol.

Lo martirizaba la sospecha

Después del mediodía del 16 de agosto de 1938 se efectuó una diligencia de reconstrucción de hechos en la casa número 35 de la Privada de Medellín.

La diligencia mencionada se llevó a cabo estando presentes el licenciado Jesús Izunza, juez 18o. de lo Penal; Alfonso Tena, agente del Ministerio Público; el defensor Luis Balvaneda, el actuario Rafael Lang; la viuda de Luis Cruces, Amalia Morales; su hijo Humberto, siendo el único testigo presencial del drama; y el homicida Herminio Camacho, así como otros funcionarios legistas. Como antecedente, citaremos la forma en que se desarrolló el suceso:

Luis Cruces y preguntó por él, asomándose el niño Humberto por la ventana. Después salió el señor Cruces. Su pariente político, sin más, le detonó su pistola, lesionándolo en el vientre y continuó disparando, pegándole los demás tiros por el costado y en la espalda.

El herido logró llegar hasta el interior de su casa. Falleció en los brazos de su hijito. Más tarde, el asesino fue detenido e internado en la Penitenciaría. Interrogado por el juez y por el Ministerio Público, el pequeño Humberto explicó la forma en que fue muerto su padre.

Estaba comiendo ­dijo­ cuando llamaron por una de las puertas que daban al pequeño pasillo de la privada; esa puerta estaba clausurada desde hacía tiempo y así fue que el niño miró hacia el exterior por la ventana del cuarto.

En eso, su papá salió hasta el pasillo que mencionamos y su hijo, sin ver al asesino, sólo se dio cuenta de que alguien disparaba una pistola y hería al autor de sus días, quien en ademán de dolor se llevó sus manos al vientre, flexionando ligeramente su cuerpo hacia adelante. Después observó que su papá corría para alcanzar la puerta y entrar a la casa, y así, de espaldas, Herminio le seguía pistola en mano y disparándole.

Afirmó el niño que estando su papá ya en el comedor, de espaldas, su agresor desde afuera le hizo otro disparo. Cruces cayó sobre una petaca que había allí, al mismo tiempo que su hijito se acercaba deteniéndole la cabeza entre sus brazos, donde expiró.

La primera parte de la declaración del niño estaba acorde a la que daba el homicida; pero éste afirmaba que no disparó por la espalda, no obstante que el certificado médico así lo asentaba. Herminio agregó que hizo el primer disparo en la forma descrita por el chico, y que continuó disparando porque “Cruces quería abalanzarse sobre él”, estando ya mortalmente lesionado.

El agente del Ministerio Público preguntó a Herminio por qué disparó por la espalda a su víctima y el interpelado respondió: ­Es que en momentos como esos, el hombre pierde su control, no razona. Insistió también en que no disparó estando Luis dentro de su casa y que antes del primer balazo hubo riña entre ambos.

Pero esa versión se venía por tierra con el dicho por la señora Amalia, quien declaró que ella estaba en la cocina dando de comer a su esposo, cuando escuchó un disparo y seguido de otros más, para luego oír un último que “hizo retumbar las paredes de la casa”, pues fue hecho dentro de ella. Cuando vio a su esposo, éste estaba desangrándose, ya muerto.

El matador disparó con toda saña

Durante la diligencia quedó precisado que el agresor disparó premeditadamente, pues tanto el niño como su madre afirmaron que no hubo disputa alguna que pudiera ser motivo de que Herminio obrara así por la indignación del momento...

Herminio dijo al juez que otras veces se enteró de que llamaban a su esposa Estela de un estanquillo cercano, denominado Olimpia y al acudir él al aparato le colgaban la bocina, suponiendo que quien llamaba era Luis Cruces. Fueron tan molestos esos detalles que, afirmó, dio parte de lo que ocurría a los padres de Estela, quienes intervinieron para prohibir a Luis que visitara a su sobrina, aunque sin resultados. Cuando nuestro reportero tuvo oportunidad de platicar con Herminio Camacho, éste le dijo: “Yo no soy un asesino; si ustedes supieran...”

Más al momento recapacitó, y no dejó escapar las palabras que por un instante estuvieron a punto de brotar de sus labios. El periodista, al momento comprendió que Herminio guardaba el verdadero fondo de ese crimen, negándose a revelar más detalles. Dio la impresión de un sujeto enfermizo, profundamente celoso, a la vez enamorado hasta la locura de su hermosa y joven esposa.

Por su parte, la señora Amalia asentó en su declaración que ella se encontraba en la cocina cuando escuchó los balazos, y al salir al comedor ya encontró a su esposo tirado en el suelo, sin vida. Ella se abalanzó sobre el cadáver, manchándose la ropa con sangre, además dijo que sufrió una hemorragia por la impresión, motivo por el que una vecina trató de limpiarle con una toalla las manchas hemáticas.

Lecumberri, su última morada

Invitado a que precisara los momentos culminantes del drama, el homicida dijo que al llegar a la casa de Luis Cruces y enfrentarse con éste, le dijo: “Vengo resuelto a arreglar este asunto”, pues que en verdad quería solucionar esa situación, haciendo que interviniera la señora Amalia Morales, pero éste no le dejó terminar, diciéndole: “Yo he de estar hoy con Estela y si quiere recíbala como yo la deje”...

Herminio dijo que todavía hizo notar a Luis el alcance de esas palabras, indicándole que podían dar lugar a un duro trance, y entonces Luis contestó: “Pues luego”, haciéndo ademán de que llevaba la mano derecha a la bolsa trasera del pantalón, por lo que él, viéndose en peligro, sacó el arma que llevaba y disparó.

El fiscal Aureliano Tena intervino para hacer notar la contradicción en que incurrió el homicida al decir primero que él cargó la pistola con cinco cartuchos y después aseverar que al tomar el arma ya estaba cargada. Entonces preguntó: “¿Con qué objeto tomó usted el arma?”

Herminio se atolondró y contestó simplemente que “para llevar pistola”. Después, el detenido precisó que desde Monterrey pensó escribir a Luis Cruces, pidiéndole que desistiera de rondar a Estela, pero que no lo hizo.

Y ya en esta capital, la víspera del crimen, resolvió visitar al tío de su esposa con el mismo propósito, negando llevar el arma ya preparada para el homicidio. En tanto, la declaración que rindió el niño Humberto Cruces, resultó de gran importancia en el proceso, porque apareció como el único testigo presencial de la tragedia. Comprendiéndolo así, el fiscal preguntó a Herminio Camacho: “¿Vio usted que el niño Humberto presenció los hechos?”

Herminio vaciló por unos momentos, contestando después que no podía precisar ese dato, pero recapacitando, alegó que posiblemente no, porque la puerta estaba cerrada, ignorando tal vez que el chico dijo que le tocó presenciar la escena más tremenda de su vida desde la ventana.

El agente del ministerio público preguntó al procesado si llegó a ver alguna pistola en manos de Luis Cruces, preparando el fiscal contrarrestar la acción de la defensa por si ésta alegaba “la defensa legítima”. Y Herminio esquivó la pregunta diciendo que, como estaba de frente a Luis, no pudo advertir ese detalle. Ya se sabía que Cruces no llevaba arma encima en el momento en que fue atacado a balazos por su sobrino político.

El pequeño Humberto precisó que al asomar él la cabeza por la ventana y hablar con “el hombre vestido de verde”, éste le indicó que le hablara a su papá, a lo que accedió, advirtiendo que el autor de sus días se levantaba de la mesa, cuando se disponía a comer, para salir por una puerta contigua. Y que en tanto “el hombre vestido de verde” se escondió tras de la escalera que subía a la azotea, y cuando su papá se acercó a dicho hombre, éste le disparó tres balazos. Su papá, dijo el chico, se llevó las manos al pecho y entró a la habitación sentándose sobre un baúl junto a la mesa, siguiéndolo hasta ese lugar “el hombre vestido de verde” para hacerle otro disparo, con el que lo dejó ahí muerto.

De manera que Humberto preciso que no hubo palabras entre los dos protagonistas de la tragedia; que Herminio se agazapó tras de la escalera para cazar a su papá. Y todavía más, cuando el moribundo buscaba refugio, el homicida, cruelmente, llegó hasta Luis y lo remató... Ya no se supo cuanto tiempo pasó Herminio en Lecumberri, epilogándose así, fatídicamente, esta historia de amores imposibles en una misma familia, una de tantas en 1938.

Todo era calma aquella calurosa tarde de mayo en las calles de la colonia Roma, cuando de pronto, un hombre joven, vestido de verde, con sombrero de fieltro claro y lentes con arillo de carey, llegó hasta la calle Privada de Medellín y golpeó la puerta del departamento B, donde apareció en una ventana contigua el rostro de un niño. ­¿Qué desea usted señor? ­interrogó el pequeño. ­Hablar con tu papá ­repuso secamente el visitante.

Y del interior de aquella vivienda apareció Luis Cruces Hernández, de unos 38 años de edad, en quien se adivinaba el disgusto por la presencia del recién llegado. Luis Cruces, en esos momentos, se disponía a tomar sus alimentos. Su esposa, la señora Amalia Morales, permanecía en la cocina sirviendo la comida.

Breve fue el diálogo que se cruzó entre aquellos hombres. El que iba vestido de verde, con la ira mal contenida, casi gritó: “¡Salga!...” Y Luis Cruces respondió de mala manera: “¡Entre!...”

Por fin, este hombre adelantó algunos pasos y tras algunas cuantas palabras se vio que el recién llegado apuntó con una pistola Colt, tirando del gatillo. Al escucharse la primera detonación, Luis dio media vuelta, corrió y entró al departamento, alcanzando apenas a pronunciar: “Mi hijito, ya me hirieron”...

Aún no se había podido precisar si el agresor había hecho otros tres disparos y en qué momento. Luis quedó tendido, cuan largo era, sobre el entarimado, muy cerca de la ventana, desde donde el niño Humberto había presenciado la trágica escena en la que se había asesinado a su padre aquel 19 de mayo de 1938.

El agresor rápidamente dió media vuelta, avanzó por la calle Medellín y desapareció, ante la expectación del vecindario que asomaba a las ventanas.

Cuando los agentes policiacos, el experto de identificación Ramón Olvera y el delegado de la 8a. Delegación, licenciado Soberón, se presentaron en la dirección apuntada, se encontraron con una escena desconcertante.

Sobre el piso permanecía el cadáver de Luis Cruces. Montiel, ensangrentado. Y cerca de ese cuerpo, una mujer alta, Amalia Morales, con las ropas tintas de sangre. A unos cuantos pasos, permanecía impávido, el pequeñín Humberto.

La primera impresión que recibió el personal policiaco judicial, fue que aquella señora de aspecto distinguido había dado muerte a su esposo. Al lanzarle las primeras preguntas, las lágrimas no la dejaban responder. Y cuando se le conminó a que dijera quién había sido el matador, respondió con un “¡No sé!...”, que hizo sospechosa su conducta.

El delegado Soberón y más acompañantes acosaron entonces al pequeño Humberto para que dijera algunas palabras orientadoras, pero el chico contestó de igual manera, explicando apenas que había sido un hombre vestido de verde.

Mediante rápidas investigaciones, se supo que la señora Amalia, momentos antes de que llegara la policía, se había lavado las manos para quitar toda huella de sangre y después se había despojado de sus ropas, casi a tirones, porque también aparecían manchadas.

En la 8a. Delegación, el comandante de policía, Rafael Vega Mendoza, recibió una llamada a través de la cual se le informó que el homicida de Luis Cruces estaba oculto en la calle Álvaro Obregón, colonia Obrera, que se extendía por Balbuena. Hasta ese lugar se encaminó el jefe policiaco, seguido del policía 1839, Manuel Izquierdo, realizándose la captura.

Hasta entonces se pudo identificar a Herminio Camacho Montiel como el buscado homicida. Ante la presencia de la policía, no opuso resistencia el detenido, diciendo por el contrario: ­Estoy a sus órdenes –E hizo entrega de la pistola.

En las oficinas de la 8a. Delegación, Ramón Olvera y el empleado Eguiluz le tomaron los moldes de la parafina a Herminio. De vez en vez, el detenido movía en uno y otro sentido la cabeza y hablando consigo mismo se decía: ­¡Qué barbaridad!... Toda mi carrere truncada...

Herminio Camacho era un hombre delgado, de baja estatura y daba la impresión de que se trataba de un neurótico. Cuando los reporteros trataron de cambiar con él algunas palabras en el separo donde se le encerró, a través de los barrotes de la puerta se le vio llorar, aparentemente arrepentido.

La viuda pidió justicia

Herminio Camacho explicó que llevaba nueve años casado con Estela Cruces, de la que estaba profundamente enamorado, teniendo de esta unión tres hijos, lamentándose que el más pequeño estaba gravemente enfermo.

Radicado en esta capital, vio con disgusto que Estela merecía las preferencias de Luis Cruces, tío de la chica; en un principio, supuso que esa actitud se debía a razones de parentesco; mas al correr del tiempo se clavó en su pecho una duda de celos. Y cuando se le presentó ocasión de viajar a Monterrey, vio el cielo abierto, organizando con todo empeño la partida.

En esa ciudad, Herminio logró llamar la atención de sus jefes en la Compañía Cigarrera La Moderna y, hacía aproximadamente un par de meses, se le notificó que debía trasladarse nuevamente a la ciudad de México para que se hiciera cargo del depósito de la negociación, mejorando naturalmente su sueldo.

De regreso en la metrópoli, Herminio volvió a darse cuenta de que Luis cortejaba insistentemente a Estela, no obstante el parentesco entre estos dos. Y una ocasión en que Luis permaneció más de la cuenta en la casa, a pretexto de una visita, le llamó a cuentas, diciéndole que de no prescindir de esa extraña conducta, surgiría un serio disgusto.

Luis, enseñándole una pistola, le dijo despectivamente: “¡Ya estoy preparado!...” Herminio decía también que “el tío Luis” se sentía un verdadero conquistador. En esos días, ese señor había venido a menos en su situación económica, pues aún cuando se anunciaba ostentosamente como agente del Banco Capitalizador, en realidad pasaba las penas negras, porque sólo cobraba comisiones en la venta de unos títulos y parecía que el negocio no estaba muy floreciente para él en los últimos días.

Luis, a pesar de todos esos inconvenientes, no se resignaba a abandonar la idea que de seguro lo atormentaba y continuaba buscando la manera de acercarse a su sobrina, que permanecía callada ante el esposo celoso, tal vez temerosa precisamente de provocar una tragedia.

El día de los dramáticos acontecimientos, Herminio resolvió poner término a la molesta situación. Se armó con una pistola, propiedad de uno de los veladores de la fábrica y se dirigió a la casa de Privada de Medellín.

Aseguró en la plática con el reportero de El Diario de las Mayorías que, al enfrentarse con Luis, volvió a llamarle la atención, suplicándole que dejara en paz a Estela, pero por toda respuesta “el tío” hizo ademán de sacar una pistola de la bolsa trasera del pantalón y entonces él llevó la diestra al arma que llevaba y disparó. Con lágrimas en los ojos y el semblante descompuesto, Herminio repetía:

­No sé cómo pudo ser todo esto ­y después añadió­: Yo no sé si tengo disculpa o no, pero estoy apenado con mi esposa, con mis hijos y conmigo mismo.

Se supo que cuando Herminio llegó a las oficinas de la 8a. Delegación, se encontró con la señora Amalia Morales, ya viuda de Cruces, y se enfrentó con ella para pedirle perdón.

A punto estuvo el homicida de hincar las rodillas en tierra para implorar compasión de la viuda. La señora Amalia, en medio de sollozos, contestó que ella no guardaba rencores, y que por el contrario, lo perdonaba.

En cuanto al cadáver de Luis, éste fue enviado al hospital, haciéndose constar que presentaba cuatro lesiones; tres en la caja del cuerpo y una que le atravesó el brazo derecho. Cuando se interrogó al pequeño Humberto acerca de la tragedia en que había muerto su papá, éste, sin inmutarse, con la inconsciencia de la edad, relató cómo él salió a ver quién llamaba a la puerta; cómo su papá se enteró de que lo buscaban y salió en seguida, cruzándose apenas dos o tres frases; y cómo, desde la ventana, pudo observar que “su tío Herminio”, a quien antes no conocía, disparaba de tiros sobre su papá. ­¿Y tu papá hizo ademán de sacar arma? ­No señor. ¡Si no tenía ni un alfiler! Le agarró desprevenido.

Después, Humberto dijo que su papá Luis salió al patio de la privada y, al escuchar la primera detonación, sintiéndose tal vez herido, regresó a la vivienda corriendo. Pero “el tío Herminio” se paró en la puerta y desde ahí siguió disparando. Se supo después que las familias de Luis Cruces, entre ellas la viuda Amalia Morales, permanecían en la oficina del delegado Soberón, juntamente con Estela, esposa de Herminio. A todos acongojaba la pena y el dolor, refiriéndose unos a otros los detalles de antecedentes sobre la tragedia. Herminio fue consignado a la Penitenciaría.

Expresó ante el juez Jesús Inzunza que conoció al señor Cruces, porque era hermano del padre de Estela Cruces, su esposa, observando desde hacía un año las marcadas atenciones que tenía Luis para con su señora.

Y que, habitando la casa 227 de la calle Tonalá, en una ocasión, a medianoche, escuchó que llamaban a la ventana, por lo que salió, tropezando con Cruces a quien le reclamó, siendo entonces cuando éste le enseñó una pistola diciéndole que en todo tiempo le encontraría preparado. Dijo que no quiso llevar las cosas más adelante, porque notó que Cruces estaba bajo el influjo del alcohol.

Lo martirizaba la sospecha

Después del mediodía del 16 de agosto de 1938 se efectuó una diligencia de reconstrucción de hechos en la casa número 35 de la Privada de Medellín.

La diligencia mencionada se llevó a cabo estando presentes el licenciado Jesús Izunza, juez 18o. de lo Penal; Alfonso Tena, agente del Ministerio Público; el defensor Luis Balvaneda, el actuario Rafael Lang; la viuda de Luis Cruces, Amalia Morales; su hijo Humberto, siendo el único testigo presencial del drama; y el homicida Herminio Camacho, así como otros funcionarios legistas. Como antecedente, citaremos la forma en que se desarrolló el suceso:

Luis Cruces y preguntó por él, asomándose el niño Humberto por la ventana. Después salió el señor Cruces. Su pariente político, sin más, le detonó su pistola, lesionándolo en el vientre y continuó disparando, pegándole los demás tiros por el costado y en la espalda.

El herido logró llegar hasta el interior de su casa. Falleció en los brazos de su hijito. Más tarde, el asesino fue detenido e internado en la Penitenciaría. Interrogado por el juez y por el Ministerio Público, el pequeño Humberto explicó la forma en que fue muerto su padre.

Estaba comiendo ­dijo­ cuando llamaron por una de las puertas que daban al pequeño pasillo de la privada; esa puerta estaba clausurada desde hacía tiempo y así fue que el niño miró hacia el exterior por la ventana del cuarto.

En eso, su papá salió hasta el pasillo que mencionamos y su hijo, sin ver al asesino, sólo se dio cuenta de que alguien disparaba una pistola y hería al autor de sus días, quien en ademán de dolor se llevó sus manos al vientre, flexionando ligeramente su cuerpo hacia adelante. Después observó que su papá corría para alcanzar la puerta y entrar a la casa, y así, de espaldas, Herminio le seguía pistola en mano y disparándole.

Afirmó el niño que estando su papá ya en el comedor, de espaldas, su agresor desde afuera le hizo otro disparo. Cruces cayó sobre una petaca que había allí, al mismo tiempo que su hijito se acercaba deteniéndole la cabeza entre sus brazos, donde expiró.

La primera parte de la declaración del niño estaba acorde a la que daba el homicida; pero éste afirmaba que no disparó por la espalda, no obstante que el certificado médico así lo asentaba. Herminio agregó que hizo el primer disparo en la forma descrita por el chico, y que continuó disparando porque “Cruces quería abalanzarse sobre él”, estando ya mortalmente lesionado.

El agente del Ministerio Público preguntó a Herminio por qué disparó por la espalda a su víctima y el interpelado respondió: ­Es que en momentos como esos, el hombre pierde su control, no razona. Insistió también en que no disparó estando Luis dentro de su casa y que antes del primer balazo hubo riña entre ambos.

Pero esa versión se venía por tierra con el dicho por la señora Amalia, quien declaró que ella estaba en la cocina dando de comer a su esposo, cuando escuchó un disparo y seguido de otros más, para luego oír un último que “hizo retumbar las paredes de la casa”, pues fue hecho dentro de ella. Cuando vio a su esposo, éste estaba desangrándose, ya muerto.

El matador disparó con toda saña

Durante la diligencia quedó precisado que el agresor disparó premeditadamente, pues tanto el niño como su madre afirmaron que no hubo disputa alguna que pudiera ser motivo de que Herminio obrara así por la indignación del momento...

Herminio dijo al juez que otras veces se enteró de que llamaban a su esposa Estela de un estanquillo cercano, denominado Olimpia y al acudir él al aparato le colgaban la bocina, suponiendo que quien llamaba era Luis Cruces. Fueron tan molestos esos detalles que, afirmó, dio parte de lo que ocurría a los padres de Estela, quienes intervinieron para prohibir a Luis que visitara a su sobrina, aunque sin resultados. Cuando nuestro reportero tuvo oportunidad de platicar con Herminio Camacho, éste le dijo: “Yo no soy un asesino; si ustedes supieran...”

Más al momento recapacitó, y no dejó escapar las palabras que por un instante estuvieron a punto de brotar de sus labios. El periodista, al momento comprendió que Herminio guardaba el verdadero fondo de ese crimen, negándose a revelar más detalles. Dio la impresión de un sujeto enfermizo, profundamente celoso, a la vez enamorado hasta la locura de su hermosa y joven esposa.

Por su parte, la señora Amalia asentó en su declaración que ella se encontraba en la cocina cuando escuchó los balazos, y al salir al comedor ya encontró a su esposo tirado en el suelo, sin vida. Ella se abalanzó sobre el cadáver, manchándose la ropa con sangre, además dijo que sufrió una hemorragia por la impresión, motivo por el que una vecina trató de limpiarle con una toalla las manchas hemáticas.

Lecumberri, su última morada

Invitado a que precisara los momentos culminantes del drama, el homicida dijo que al llegar a la casa de Luis Cruces y enfrentarse con éste, le dijo: “Vengo resuelto a arreglar este asunto”, pues que en verdad quería solucionar esa situación, haciendo que interviniera la señora Amalia Morales, pero éste no le dejó terminar, diciéndole: “Yo he de estar hoy con Estela y si quiere recíbala como yo la deje”...

Herminio dijo que todavía hizo notar a Luis el alcance de esas palabras, indicándole que podían dar lugar a un duro trance, y entonces Luis contestó: “Pues luego”, haciéndo ademán de que llevaba la mano derecha a la bolsa trasera del pantalón, por lo que él, viéndose en peligro, sacó el arma que llevaba y disparó.

El fiscal Aureliano Tena intervino para hacer notar la contradicción en que incurrió el homicida al decir primero que él cargó la pistola con cinco cartuchos y después aseverar que al tomar el arma ya estaba cargada. Entonces preguntó: “¿Con qué objeto tomó usted el arma?”

Herminio se atolondró y contestó simplemente que “para llevar pistola”. Después, el detenido precisó que desde Monterrey pensó escribir a Luis Cruces, pidiéndole que desistiera de rondar a Estela, pero que no lo hizo.

Y ya en esta capital, la víspera del crimen, resolvió visitar al tío de su esposa con el mismo propósito, negando llevar el arma ya preparada para el homicidio. En tanto, la declaración que rindió el niño Humberto Cruces, resultó de gran importancia en el proceso, porque apareció como el único testigo presencial de la tragedia. Comprendiéndolo así, el fiscal preguntó a Herminio Camacho: “¿Vio usted que el niño Humberto presenció los hechos?”

Herminio vaciló por unos momentos, contestando después que no podía precisar ese dato, pero recapacitando, alegó que posiblemente no, porque la puerta estaba cerrada, ignorando tal vez que el chico dijo que le tocó presenciar la escena más tremenda de su vida desde la ventana.

El agente del ministerio público preguntó al procesado si llegó a ver alguna pistola en manos de Luis Cruces, preparando el fiscal contrarrestar la acción de la defensa por si ésta alegaba “la defensa legítima”. Y Herminio esquivó la pregunta diciendo que, como estaba de frente a Luis, no pudo advertir ese detalle. Ya se sabía que Cruces no llevaba arma encima en el momento en que fue atacado a balazos por su sobrino político.

El pequeño Humberto precisó que al asomar él la cabeza por la ventana y hablar con “el hombre vestido de verde”, éste le indicó que le hablara a su papá, a lo que accedió, advirtiendo que el autor de sus días se levantaba de la mesa, cuando se disponía a comer, para salir por una puerta contigua. Y que en tanto “el hombre vestido de verde” se escondió tras de la escalera que subía a la azotea, y cuando su papá se acercó a dicho hombre, éste le disparó tres balazos. Su papá, dijo el chico, se llevó las manos al pecho y entró a la habitación sentándose sobre un baúl junto a la mesa, siguiéndolo hasta ese lugar “el hombre vestido de verde” para hacerle otro disparo, con el que lo dejó ahí muerto.

De manera que Humberto preciso que no hubo palabras entre los dos protagonistas de la tragedia; que Herminio se agazapó tras de la escalera para cazar a su papá. Y todavía más, cuando el moribundo buscaba refugio, el homicida, cruelmente, llegó hasta Luis y lo remató... Ya no se supo cuanto tiempo pasó Herminio en Lecumberri, epilogándose así, fatídicamente, esta historia de amores imposibles en una misma familia, una de tantas en 1938.

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