El miércoles 25 de enero de 1939, en las páginas centrales de LA PRENSA se dio a conocer que días antes El Gánster del Portafolios consumó el último y más audaz de sus asaltos.
El resultado derivó en una investigación, realizada inicialmente por la Policía Judicial y, posteriormente, por la Jefatura de Policía, según se dio a conocer en las primeras declaraciones publicadas por El Periódico que Dice lo que Otros Callan.
Poco antes de las 22:00 horas, aquel lunes 23 de enero de 1939 llegó el criminal a la tienda La Rosa de Castilla, situada en la esquina de San Cosme y Cedro; parecía un civil ordinario, pero elegantemente vestido de negro, como de unos 35 años, moreno y de bigotillo recortado.
La tienda era propiedad de los españoles Vicente Merino y Teófilo Barrios Robles, ambos sumamente conocidos en la barriada.
En aquellos momentos, sólo Barrios se hallaba en el establecimiento y atendió al cliente, quien llevaba un portafolios y un rollo de periódico. Presentó una lista para que se la surtieran y quedó reclinado sobre el mostrador, esperando.
Como ya era de noche, las cortinas de la tienda, que daban a la calle Cedro, se encontraban bajadas y sólo permanecía abierta la puerta que daba a San Cosme.
En esos instantes, se presentó el socio de Barrios Robles y dijo que sería bueno cerrar la otra puerta, para que algún inspector no levantara una boleta de infracción, por lo tanto, la tienda fue cerrada y adentro quedaron los hispanos y el cliente elegante, quien supuestamente esperaba su pedido.
Teófilo, inocentemente, abrió la caja contadora y comenzó a sacar el dinero de las ventas, mientras Merino continuaba bajando mercancía diversa para el desconocido.
Ese fue el momento oportuno que aguardaba el asaltante, quien sacando una pistola que llevaba oculta, dijo a los tenderos:
-¡Manos arriba! No se muevan porque los mato.
Azorados, los españoles obedecieron y entonces el hampón ordenó a Merino que atara las manos de su socio; aquel hizo lo que le pedía, pero ató las manos de Barrios muy débilmente.
Después, el atracador empuñó la pistola en la mano izquierda y con la otra amarró las de Merino y pasó tras el mostrador para percatarse que nadie estuviera en un tapanco que había en la tienda.
El maleante se avorazó sobre el dinero que momentos antes había sacado de la caja Barrios y luego registró a los hispanos, apoderándose de sus carteras; Merino traía cincuenta pesos y un pase para los toros, que fue desechado por el asaltante, pero en cambio se quedó con un billete de un peso de la serie “A”, número 22, que Merino poseía como “amuleto”.
Siempre apuntándoles amenazadoramente con la pistola, el hampón les exigió la entrega de la llave del cajón en que guardaban buena cantidad de dinero en efectivo. Merino la entregó y luego cuando el maleante se dirigió adonde estaba el cajón para intentar abrirlo, dejó caer la llave y, al inclinarse para recogerla, Merino hizo un guiño a su socio, como diciéndole “Hay que aprovecharnos”.
Teófilo, al ver que Merino encogía una pierna como si fuera a dar un puntapié al atracador, se lanzó sobre el desconocido, quien esquivando el empujón hizo fuego sobre el infortunado Barrios, quien todavía caído recibió algunas balas del malhechor; todos los tiros fueron mortales, lesionaron el corazón, la yugular y los intestinos.
Vicente Merino contó hasta seis disparos y al suponer que todavía quedaban cuatro tiros en la “recámara” de la pistola, levantó las manos y se retiró del sitio, mientras el criminal escapaba por una de las cortinas de la calle Cedro, colonia Santa María la Ribera.
Tan pronto como el criminal salió, Merino recobró el aplomo y corrió detrás de él mientras pedía auxilio a gritos. Entonces, llegaron los gendarmes y los curiosos comenzaron a arremolinarse sobre la calle, ansiosos de conocer lo acontecido.
El ladrón del portafolios
Para entonces, el misterioso asaltante ya era conocido como El Gánster del Portafolios. Y es que algunos gánsteres de Chicago parecían de moda todavía... Al Capone estaba a punto de salir de prisión, luego de pasar varios años encerrado por no pagar impuestos.
El sobrenombre del peligroso atracador en México fue efímero, la gente prefirió llamarlo El Hombre del Portafolios y el miércoles 25 de enero se informó sobre el asalto que derivó en crimen y fuga...
Al llegar los gendarmes, el público invadió el local y algunos ladrones se apoderaron de varias botellas con licor que “estaban a la mano”.
Vicente Merino posó para los fotógrafos en la puerta del establecimiento, mostrando la forma en que fue maniatado su desventurado socio.
En lo que respecta a un testigo ocular, afortunadamente estuvo cerca del acontecimiento Guillermo Rangel Muñoz, quien junto con otros amigos se encontraba en la esquina de la calle y, por tal motivo, logró anotar el número de placas del auto en que escapó el agresor.
Más tarde, cuando tomaron su declaración, dijo que antes de las 22:00 horas vio llegar un auto ocupado por tres individuos, vehículo que venía del rumbo de la Tlaxpana. Estacionó delante de la tienda y bajó el criminal, quien entró a la tienda.
Pasados algunos minutos, se escucharon varios disparos provenientes de La Rosa de Castilla y enseguida vio que El Hombre del Portafolios salió corriendo, pistola en mano, y subió al auto mencionado con placas 44506.
Las autoridades de la Séptima Delegación tomaron conocimiento del suceso y fue ante éstas que los testigos rindieron su declaración. Y mientras esto ocurrió, el cuerpo del español, aún con vida, fue levantado para proporcionarle los primeros auxilios, pero falleció en la sección médica de la comisaría.
Pero con los datos recabados se tenían las pistas precisas y suficientes para que las autoridades policiacas interrogaran al chofer que conducía el auto en que huyó el criminal.
La forma en que se cometió el atraco y la filiación que se dio en torno al delincuente hizo suponer que se trataba del mismo que hacía meses llevó a cabo dos fechorías; la primera en la Casa Peláez Hermanos y la otra en La Importadora, ubicada en las calles de Perú.
También se sospechó que el misterioso individuo era un expresidiario de Las Islas Marías, quien tras quedar en libertad, se habría marchado a Estados Unidos para “perfeccionar” sus procedimientos delictivos.
Su viuda, Rosario Tascón, quien residía en Manuel María Contreras 6, sufrió un choque nervioso terrible al saber la fatal noticia. La víctima tenía 42 años y era originario de León, España.
El agente Nemorio García Calles localizó al propietario del auto en que huyó el Hombre del Portafolios y resultó ser el “ruletero” Carlos Domínguez Nafarrés, con domicilio en Mosqueta 57, colonia Guerrero.
Interrogado en la Jefatura de Policía, negó ser cómplice del asaltante homicida, pero los testigos decían que esperaba con el motor en marcha y con una portezuela abierta...
Pocos días después del asesinato en Santa María la Ribera, el hombrón escandalizó en el cabaret Chapala y fue detenido para su consignación a Lecumberri... de donde salió con una fianza de cien pesos.
La misma historia: se finge que no hay archivos policíacos “confiables” y los delincuentes entran y salen de las dependencias policiacas como “Pedro por su casa”...
El jefe de las Comisiones de Seguridad, José Torres, hizo coraje al enterarse que José Julián Portillo Mota, “El Hombre del Portafolios”, había estado en la Penitenciaría por un delito menor y “nadie lo había reconocido”. (¿Cómo podía pasar inadvertido un tipo calificado como “hombrón”, pistolero, agresivo y con antecedentes penales no sólo en México sino en Estados Unidos?).
El caso es que Torres comisionó a los comandantes José López y Simón Estrada para que con varios agentes buscaran la pista del peligroso asaltante.
En la calle de Matamoros, colonia Peralvillo, vivía el buscado “gánster”, en compañía de un amigo suyo de nombre José Gutiérrez... también de negro historial y seguramente conocido de los investigadores.
El señor Gutiérrez delató a su compañero y la policía lo detuvo en Pachuca, Hidalgo, cuando se disponía a disfrutar de una torta en una fonda de las calles Guerrero.
Los policías identificaron, sin lugar a dudas, al “40”, delincuente conocido así porque en Estados Unidos lo sentenciaron a 40 años de prisión por sus tropelías.
El arrestado no pudo menos que felicitar a los agentes que lo detuvieron, pues creía que era sencillo eludirlos. El delincuente fue traído a los separos de la Sexta Delegación, en vísperas de ser enviado a la Penitenciaría.
El 21 de febrero de 1939 (el mismo año en que Al Capone recuperó la libertad para semiocultarse en Florida y sobrevivir penosamente, víctima de la sífilis, hasta morir a principios de 1947), José Julián Portillo Mota salió a la reja del Juzgado 13o. Penal, bien aleccionado por sus compañeros de reclusión. Obviamente, negó todos los cargos, aunque los testigos del asalto a la tienda La Rosa de Castilla lo señalaron como responsable sin lugar a dudas.
La diligencia se llevó a cabo al mediodía y consistió en un careo con los españoles que lo reconocieron en rueda de presos y se caracterizó por “la inesperada negativa de El Hombre del Portafolios”, la cual resultó inútil ante las versiones de las víctimas y testigos de los crímenes, tanto de los robos como del asesinato.
En resumen, estas fueron las hazañas del facineroso:
El 15 de octubre de 1938, Portillo Mota había amenazado con pistola al español Manuel Rodríguez Arias, en la tienda comercial La Importadora, situada en la esquina de las calles Chile y Perú. Se llevó como botín nueve mil pesos en efectivo.
El siguiente asalto lo perpetró el lunes 16 de enero de 1939 en la tienda La Rosa de Castilla, donde asesinó a sangre fría de varios balazos al también hispano Teófilo Barrios; aunque de ese episodio sobrevivió Vicente Merino, quien lo reconoció inmediatamente.
Durante los careos con el asesino, El Hombre del Portafolio salió con una apariencia acicalada, como para presentarse como alguien incapaz de meterse en problemas. De tal suerte que cuando el primer testigo, el señor Rodríguez Arias, lo vio y ante el juez escuchó las primeras declaraciones, se asombró en demasía, ya que Portillo Mota negó todo lo que había dicho en la Jefatura de Policía.
El Hombre del Portafolios dijo que “fue obligado a aceptar los cargos”, debido a que se encontraba en un estado de nerviosismo absoluto, por lo cual aceptó la culpa bajo coerción. Además, negó también que la pistola fuera de su propiedad, pues ésta pertenecía a su primo Francisco Mota, radicado en Chihuahua, y que él, Portillo Mota, la traía consigo “sólo para tirar al blanco”...
Sin embargo, el hispano Arias reaccionó de forma airada y le respondió al criminal:
-¡Qué voy a equivocarme!, cuando una, mil, un millón de veces lo podría reconocer a usted. Si hasta en sueños lo veía. Su dentadura enorme y rala y sus enormes manos no me engañarían, así estuviera entre usted entre cinco millones de gentes.
Vicente Merino, propietario de La Rosa de Castilla y testigo presencial del crimen del cual fue víctima su socio, también lo reconoció como delincuente, sin lugar a dudas, pero el “gánster” golpeó con sus enormes manos las rejas de Lecumberri, para volver a negar su responsabilidad.
Mientras tanto, en los corrillos penitenciarios, se hablaba con insistencia de que “el Hombre del Portafolios” preparaba su fuga.
Y el 2 de agosto de 1939, fue sorprendido por un celador cuando limaba un barrote de las rejas de las Cortes Penales; ya había doblado uno para salir y perderse en las calles de la capital mexicana. Pero un vigilante lo amenazó con su “Máuser”, cargado con balas expansivas y José Julián decidió no arriesgarse más y se rindió.
Escapó de la cárcel, luego la policía lo halló muerto
Pero en otra fecha que no se logró precisar, El Hombre del Portafolios logró escapar de Lecumberri y fue localizado en junio de 1940... muerto, en el estado de Veracruz.
La primera información al respecto mencionaba que “en pieza certificada y dentro de un frasco de cristal”, el Juez de Omealco, Veracruz, envió a la Jefatura de Policía los dos dedos pulgares de un individuo desconocido, pero a quien se señalaba como “El Hombre del Portafolios”, José Julián Portillo Mota y cuyo cadáver se encontró en un monte cercano al poblado de referencia.
El juez Ignacio Tello comunicaba que “existían hechos presuncionales y en cierto modo de confirmación, que efectivamente Portillo Mota, el prófugo de Lecumberri, perdió la vida en territorio veracruzano”...
Antonio Quijano, el jefe del Laboratorio de Criminalística, tan pronto tuvo en sus manos el frasco con los dedos pulgares, dispuso que se pusieran en preparación para arrancar las papilas, a fin de poder imprimir las huellas digitales y fueran comparadas con las que existían en el archivo de la Jefatura de Policía, precisándose de esa forma si Portillo Mota había dejado de existir.
El cadáver estaba descompuesto cuando fue descubierto y tenía el cráneo destrozado; pero cerca del cuerpo fue hallado un portafolios, como indicando que se trataba del asesino prófugo.
El 5 de junio de 1940 se informó que la “dactiloscopia es una ciencia laboriosa, difícil, para una noticia que debía darse sin tanto adorno-, vino a sustituir a la antropometría de Bertillón y fue implantada en México el 1 de enero de 1920, aunque ya en 1908 había sido establecido el servicio, como auxiliar, en la Escuela Correccional para Mujeres, por el doctor Lazo de la Vega y Carlos Roumagnac”.
Por este medio, es decir, por el de la Dactiloscopia, sistema Vucetich, el profesor Antonio Quijano confirmó la identidad de José Julián Portillo Mota como difunto. El juez de primera instancia de Omealco, Veracruz, Ignacio Tello, tenía razón. El temible bandido había pasado a mejor vida.
Se había escapado de la Penitenciaría “hacía tiempo” -en ninguna de las informaciones de 1940 se menciona la fecha exacta-, en compañía de Macario Suárez, chofer, quien estaba acusado de homicidio. Se puso en claro que las huellas digitales de los pulgares enviados desde Veracruz, coincidían plenamente con las huellas marcadas en fichas de archivo de la Jefatura de Policía.
José Julián Portillo Mota debía sufrir de treinta a cuarenta años de prisión por asalto a mano armada en Jackson, Michigan. Los antecedentes que tenía en México señalaban que “fue detenido por violar las leyes de Migración, por asalto y robo en El Paso, Texas; por declaraciones falsas en Detroit, por hurto en Indiana, etcétera”...
Probablemente, se decía, quien mató al gangster fue Macario Suárez, quien debía siete vidas. La desaparición de José Julián Portillo Mota, lamentable, por tratarse de un ser humano, “no deja de ser grata, porque se acaba un serio peligro para la sociedad. Hace algún tiempo se fugó de cárceles norteamericanas”, concluyó el señor Russi, jefe de la Policía Judicial veracruzana.
Y cabe mencionar que en esos días LA PRENSA informaba que en la ciudad de México -donde se preparaba minuciosamente el asesinato de Trotsky, a manos del español Ramón Mercader del Río, quien se hacía llamar Jacques Mornard, entre otros nombres extranjeros en 1940 se anunció ingenuamente que “la delincuencia citadina recibiría un golpe de muerte”...
Esto porque “asesinos, ladrones, raptores, rijosos, en fin, toda la crema del hampa metropolitana, habría de sentir el acoso de los sabuesos de la Jefatura de Policía, equipados a la moderna, según el plan presentado a la superioridad por el detective Alvaro Bassail y aprobado por el jefe del Instituto Policiaco, general José Manuel Núñez”.
La policía contaría con una legión motorizada y equipo de radiodifusoras y receptoras para ser manejadas desde una estación central (Jefatura de Policía, en Independencia y Revillagigedo, cerca de la Alameda Central) para atacar el bandolerismo día y noche en forma inmediata, rápida y eficaz. Las radiopatrullas serían rojas y en principio se contaría con “quince carros perfectamente equipados”.
Pues ni el hampa recibió el “golpe de muerte” ni las patrullas lograron combatir a los temibles delincuentes, aunque surgió el Servicio Secreto a manera de control de los maleantes, quienes comenzaron a respetar a los detectives, por “las buenas o por las malas”...