Nadie ahora podría decir con precisión adónde fue “el hombre del millón”; la historia de Miguel Ángel Ramírez Olivero entraña una maraña de dudas e incertidumbres que ni el Servicio Secreto pudo dilucidar.
I
Este caso es digno de elogio en cuanto a las circunstancias y la solución, la cual reveló un auténtico misterio. Solución, en este caso, no quiere decir resolución sino incertidumbre. El asunto ocurrió de este modo: un hombre hace una fortuna considerable en un tiempo relativamente corto. Era apuesto y aunque estuvo en prisión por un crimen que no cometió, al salir se llenó de gloria y amasó su fortuna en el comercio de la venta de metales, es decir, era “fierrero”.
Un día le pidió a su esposa que le cosiera al saco un millón de pesos en billetes -las circunstancias nos deparan el misterio que no se ha dilucidado-, puesto que saldría a cerrar un negocio importante con unos hombres de quienes nadie sabía nada.
Acto seguido, se despidió de su mujer y marchó rumbo a su cita. Podemos suponer que al despedirse él alcanzó a voltear para ver por una última vez a su esposa; de tal suerte que ella recordaría esa ulterior expresión en el rostro de él; quizá una sonrisa, eso fue lo que ella conservó para siempre.
Nunca más se supo de él ni del dinero y la historia se dio a conocer en LA PRENSA en los años sesenta, exactamente el 4 de agosto de 1967. Su paradero aún permanece en la incertidumbre.
II
Si la vida es curiosa en cuanto a cómo una persona entra y sale de nuestras vidas, la dificultad para asimilar una desaparición es tremenda, porque se acepta una ruptura sentimental, la pérdida de una amistad e incluso la muerte.
Pero desaparecer sin dejar rastro, llenar de misterio e incertidumbre la vida de aquellos que rodearon la existencia de uno es un hecho imposible de aceptar. Nadie desaparece de la faz de la tierra.
Y aún más raro parecería el hecho de que casos similares ocurrieran una vez cada siglo. En el terreno de la imaginación quizás se pueda suponer esta posibilidad, pero en la realidad contundente resultaría imposible siquiera suponerlo.
Lo cierto es que un siglo antes sí se registró un caso, si no completamente igual, en varios aspectos (quizás los más vagos) se antoja semejante. El escritor Nathaniel Hawthorne escribió que cierto día de mil ochocientos y tantos, leyó en un periódico o en una revista el caso de un hombre al que llamó Wakefield –luego escribiría uno de los cuentos más reconocidos en la historia-, quien se había ausentado de la casa que compartía con su esposa.
De tal suerte que el marido le comunicó que habría de hacer un viaje. Acto seguido, alquiló un cuarto cerca de su residencia, adonde pasó inadvertido para su esposa y sus amigos durante veinte años. Lo más inquietante es que no tenía ninguna razón para actuar de tal manera y, no obstante, permaneció ausente.
Durante todo ese tiempo, caminó cada día enfrente de su casa y observó a su esposa a través de las ventanas. Finalmente, cuando su muerte practicamente estaba dictaminada, un buen día el desaparecido regresó a su casa y atravesó el umbral de la puerta como si se hubiera ausentado tan sólo uno o dos días; de este modo y hasta su muerte fue un esposo amante y ejemplar.
Quizá las historias de Wakefield y Miguel Ángel Ramírez Olivero no son semejantes, pero tienen un atisbo de extrañeza en cuanto a la ausencia. Uno regresó luego de 20 años, mientras el otro desapareció y ha permanecido así hasta la fecha, pero ahora de manera fantasmal casi como materia para un cuento.
SE FUE SIN DEJAR RASTRO
Salió de su casa con el dinero suficiente como para comenzar una nueva vida en cualquier lugar; no obstante, las circunstancias indicaban que algo malo le había ocurrido, pero nadie pudo dilucidar el misterio de su partida
Muy temprano por la mañana del 10 de junio de 1967, Victoria Angulo, esposa de Miguel Ángel Ramírez Olivero, le cosió un millón de pesos en billetes a las bolsas del saco. De acuerdo con su relato, su conyuge con ese dinero cerraría un negocio importante el día siguiente, es decir, el domingo 11 de junio de 1967. Por tal motivo, según contó que le dijo su esposo: “no quería arriesgar la vida llevándolo en la cartera o el portafolios”.
El día de su cita se levantó alrededor de las 7:30 horas, fue a la ducha, pero sólo se afeitó: luego pasó al comedor, donde desayunó y le vino a la memoria la presentación a la que había asistido hacía un mes, nada más y nada menos que al debut en México de Raphael El Divo de Linares, en El Patio, el mejor centro nocturno de la época, al cual -dicen- se asistía de etiqueta.
Pensó que mucho le hubiera gustado ir con su esposa; no obstante, siempre que salían, ella quería ir acompañada de su madre y esto incomodaba a Miguel Ángel, pues él sólo quería pasar tiempo con Victoria.
Más tarde, cuando se alistó para salir se encontró con su tío José Ramírez, pues le había pedido que lo ayudara con el cambio de uno de sus neumáticos, ya que lo traía pinchado. Conversaban mientras tanto y al mismo tiempo cruzó un vecino de nombre Francisco López, quien se dirigía a disputar una cascarita con su sobrino, pero se detuvo a conversar con José y Miguel Ángel un rato.
Instantes más tarde, Victoria salió con su hijo pequeño y le dijo a Miguel Ángel que iría a los baños públicos a refrescarse. Entonces, su marido le pidió que no demorara y estuviera lista para cuando regresara, pues quería ir al cine, a comer y a bailar.
Cuando quedó listo el Galaxy -de acuerdo con los relatos de ese último episodio del día en que se vio a Miguel Ángel Ramírez Olivero-, su tío José afirmó haberlo acompañado a una diligencia concerniente con un asunto mecánico a un taller. Allí se despidieron y cada uno tomó su rumbo.
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Se supo que “el hombre del millón” se dirigió hacia Azcapotzalco, donde un compañero del gremio de fierreros lo acompañó a cobrar un cheque de 75 mil pesos. Finalmente, llegó a una cafetería, propiedad del entonces exboxeador Raúl “Ratón” Macías.
Miguel Ángel se sentó cerca de la entrada. Nuevamente se encontró con un amigo, José Borbolla, con quien cruzó algunas palabras hasta que llegaron las personas con quien haría negocios, aunque uno ya había estado en el café desde antes.
Miguel Ángel pagó la cuenta, se despidió de su amigo y salió acompañado de los dos sujetos hacia las 15:00 horas.
Meses después, cuando entrevistaron a José Borbolla para precisar sobre la extraña desaparición, éste comentó que no se había percatado de las características físicas de los sujetos con quien se fue su amigo, pero que lo notó muy contento de encontrarse con ellos.
Luego de cruzar las puertas de la cafetería El Embajador, como se llamaba aquel comercio, y abordar su Galaxy 66 con sus acompañantes, el “hombre del millón” ingresó para siempre en el terreno del misterio, ya que hasta allí llegó su rastro y luego desapareció.
Lo curioso del caso estriba en que su familia esperó un mes su regreso para reportar su extravío, pues supusieron que no estaba desaparecido, sino que sólo se había ido de parranda o que quizás tuvo que realizar un viaje relacionado con su negocio.
No obstante, declaró Victoria Angulo que recibió una extraña visita cierto día luego de que su esposo se ausentara.
Resulta que un hombre desconocido, quien afirmó ser amigo de Ramírez Olivero, había ido hasta su casa para informarle que aquél se encontraba bien y que pronto regresaría; no onstante, le pidió no hacer del conocimiento de la policía ese asunto, para no generarle problemas a Miguel Ángel.
Aquel extraño episodio le causó desconcierto a Victoria y fue entonces que decidió dar aviso a las autoridades. Asimismo, publicó su fotografía en los periódicos, donde describía de forma general a su marido y, además, ofrecía gratificar a quien diera información sobre su paradero.
Pronto el licenciado Eduardo Estrada Ojeda asumió la investigación. Entonces, la señora Angulo le proporcionó todos los detalles respecto a la visita de aquel individuo, quien le había indicado que su marido se encontraba en buenas condiciones y que pronto regresaría.
Como era de esperarse, Victoria reconoció que desconocía a las amistades o socios de su marido, salvo a Jaime Valdés, un exsocio que, según contó Victoria, se había aprovechado de Miguel Ángel cuando éste fue detenido por el crimen que no cometió.
Así pues, Jaime se había quedado con los dividendos de una operación concertada con la Comisión Federal de Electricidad (CFE), tras la cual Miguel Ángel fue a dar a la cárcel.
En prisión conoció a un personaje que también tiene su historia en las páginas de la nota roja, Antonio Maccise Dib -que había asesinado a un industrial de origen sirio-libnanés-, con quien trabó amistad. Más tarde se especularía que algo turbio hubo en esa amistad, ya que luego de obtener su libertad, Ramírez continuó visitando a Maccise.
Tan pronto como pudo luego de salir de prisión, Miguel Ángel rompió relaciones con su asociado, pero casi lo hubiera matado, ya que su disgusto había sido mayúsculo. Y de no ser por la intervención del padre de Ramírez Olivero, éste le hubiera metido un par de balazos. Se consideró que se odiaban a muerte.
IV
De acuerdo con las investigaciones, se conoció que la relación entre Miguel Ángel y Victoria no era buena, ya que incluso se habían divorciado, puesto que a su marido lo habían amenazado de muerte por haberse inmiscuido con Irma Valdes, sobrina de su exsocio, con quien había tenido todos esos conflictos; por lo tanto, se pudo inferir que sobraban motivos para querer muerto a Miguel Ángel, hasta ese momento.
Sin embargo, ese episodio concluyó luego de que la joven resolviera su “problema”, por lo cual la familia de ésta decidió terminar todo lo relacionado con el asunto y al cabo de un par de meses Victoria aceptó el regreso de su infiel marido.
V
En torno al caso, los agentes descubrieron además que Miguel Ángel tenía demasiado pasado turbio y que, conforme invesitigaban, los horizontes de espectativas en relación con su desaparición crecían, a tal grado de que cualquier posibilidad podría ser verosímil: desde tomar la resolución de irse de la ciudad, hasta abandonar el país; así como también, que por tantos conflictos en su vida, hubiera podido ser raptado, ejecutado o desaparecido; o bien, que como Wakefield, hubiera ocupado sus recursos para pasar desapercibido enfrente de todos, salvo que, al final de sus días, decidió no entrar por el umbral de su casa para reencontrarse con su esposa y ser un buen marido hasta su muerte.
LA INCERTIDUMBRE LA DESOLABA
Se escucharon cuatro detonaciones al poco tiempo de que la pareja ingresó a su habitación; la primera le arrebató media vida a él y la segunda por compasión lo terminó; al ver su crimen, ella se suicidó.
Sólo intentaba hacerle un favor, pensó el joven amante, que no midió el tamaño de su indiferencia o su imprudencia. Pura mentira. Así actúan los que se dicen hombres. Fue la tarde del 15 de octubre de 1951 cuando ocurrieron los dramáticos hechos en un hotel situado en la Colonia Roma.
No se supo inicialmente la causa que orilló a los amantes a concluir sus vidas de un modo atroz, simplemente a las 19:30 horas aproximadamente, del cuarto número 15 del Hotel Estadio, ubicado en la calle Chiapas número 5, en una de las colonias más aristocráticas de la época, dos jóvenes con un porvenir seguro anticiparon su deceso en lo que pareció un desesperado desenlace de celos.
En ese momento, sólo se pudo identificar a uno de los protagonistas de la tragedia, un hombre de 25 años que respondió en vida al nombre de Roberto Dobbie Zurita; la mujer permaneció como una joven bella, pero desconocida.
De acuerdo con lo que el agente del Ministerio Público pudo decir luego de revisar la escena del crimen, fue que los jóvenes habían alquilado un cuarto para pasar la noche. Arribaron poco después de las 19:00 horas y resultó extraño que sólo se hubiera registrado el joven y además con un nombre falso.
Pasadas las 19:30 horas -aunque no se sabe con precisión cuánto tiempo transcurrió después de haber extraído la llave y una vez que ingresaron a la habitación para ponerse cómodos- se estremeció el ambiente, lo cual causó incertidumbre entre los huéspedes, que creyeron oír cuatro detonaciones de arma de fuego, por lo cual pronto notificaron al administrador del hotel.
De inmediato, porque también él se había percatado del estruendo de los balazos, acudió al cuarto número con el número 15. Llamó a la puerta con premura, aunque no sin cierto temor; sin embargo, como ninguno de los amantes respondió al llamado, pensó en entrar, pese a lo que le pudiera ocurrir.
Se cree que al menos destrabó la puerta y echó un vistazo al interior, ya que debido a esto pudo saber que la integridad de ambos inquilinos se encontraba en precarias condiciones.
El administrador del hotel se llamaba Urbano Mereles Montes. Dijo que ese día, cuando la pareja llegó, él se encontraba pacíficamente en su despacho. Mientras la fémina permanecía en silencio, el joven se presentó como Agustín Romero y solicitó un cuarto.
Don Urbano no le dio gran importancia y los miró de soslayo con el rabillo del ojo. Luego les asignó el número 15. Parecían una de esas parejas normales.
Sin embargo, una hora más tarde escuchó primero un par de balazos y, luego de una breve pausa, otras detonaciones. Supo de inmediato que algo malo había ocurrido y se incorporó de su asiento, se dirigió a la puerta, pero justo en ese momento ya recibía la petición de sus otros inquilinos para que fuera a investigar.
Así pues, se dirigió al lugar de donde creyó que provenían los disparos.La luz estaba encendida, pero no se veía ni una sombra en el interior ni se escuchaba el mínimo susurro. Entonces quiso entrar, pero sintió lo que todo ser humano siente, curiosidad y al mismo tiempo temor y desconcierto anye lo que se intuye fatídico.
SU INFIDELIDAD LE COSTÓ LA VIDA
Desistió de sus propósitos al comprobar que el pestillo había sido colocado desde el interior, por lo cual decidió comunicarse al control de radiopatrulla para reportar lo ocurrido.
Muy cerca se encontraba la Octava Delegación, en cuya jurisdicción se regristró el incidente, por lo que al poco tiempo llegó Roberto Higuera Hill, agente investigador del Ministerio Público, acompañado del oficial del policía José Guadalupe López Hernández, quienes rompieron un cristal de la ventana para poder ingresar a las habitaciones. Entonces descubrieron el macabro espectáculo.
De acuerdo con las investigaciones llevadas a cabo por el agente del Ministerio Público de la Octava Delegación, los supuestos enamorados alquilaron la habitación para pasar las horas como mejor les placiera, pero algo llamó la atención del detective: el hecho de que el hombre se hubiera registrado con otra identidad.
En sus primeras observaciones, el agente investigador determinó en el occiso dos balazos, uno en la nuca y otro en el pecho, los cuales le arrancaron la vida. Ella, que se hallaba en estado comatoso, pero aún sostenía sobre el pecho una pistola calibre .25. También tenía un balazo, con el que se descerrajó la cabeza al comprender que el amor es un perro infernal.
Luego de desahogar la investigación, el detective ordenó que los cuerpos fueran trasladados a la benemérita institución de la Cruz Roja.
El Hospital Juárez recibió a la guapa desconocida, de quien se supo que era enfermera y respondía al nombre Gloria Robles Murcia. Llegó muy mal herida con un balazo que la mantenía al borde de la muerte y con el cual permaneció en dolorosa agonía casi medio día para finalmente fallecer.
Sucumbió debido al desengaño y no por el plomo; porque los hombres mienten, son capaces de jurar amor eterno y no por ello tienen las agallas de permanecer fieles a su palabra.
Así ocurrió con Roberto, que no le bastó burlarse solamente de Gloria desde hacía un año aproximadamente. Él le prometió que la haría su esposa y luego, como era estudiante de medicina casi por concluir los estudios, le aseguró que en cuanto se recibiera, juntos se irían a Veracruz, lugar de donde era oriundo.
Sin embargo, días antes fue a buscarla solamente para anunciarle que estaba por contraer matrimonio y creyó que le estaba haciendo un favor al haberse dignado a confesarle la verdad.
Al saberlo -aunque su intuición ya le había advertido-, en el interior de Gloria germinó el fatal sentimiento de venganza al sentirse engañada por quien le juró amor y matrimonio, pero en lugar de eso la golpeó con la brutal verdad de que había jugado con ella...
La vida no es igual ante el desengaño, por eso no quiso vivir ni un solo momento más. No se supo cómo adquirió el arma escuadra calibre .25, pero con esa selló su promesa de crimen.
El día fatídico, ocultó dentro de una caja la pistola y salió al encuentro de Roberto, como si fuera a una cita amorosa. Ya había concertado con su amante el encuentro mortal.
Sus compañeras enfermeras del hospital donde trabajaba Gloria indicaron que el aquella fecha del desenlace, Roberto fue a buscarla alrededor de las 14:30 horas. Hablaron un poco, luego se despidieron y él espero a que terminara su turno en el hospital.
Más tarde, cuando salió Gloria, se fueron caminando, pasaron frente a ellas y luego se alejaron hasta perderse de la vista de todos.
Gloria les había contado a sus compañeras que Roberto se había echado para atrás y se negaba a casarse, tal como lo había prometido, como hiciera el juramento cuando se entregó a él.
Otro detalle más que se reveló, quizá otro motivo por el cual a Gloria le dieron ganas de matar a ese hombre débil, fue que la propia madre de Roberto había venido desde Veracruz para resolver los asuntos de su hijito.
Un inútil y un mentiroso. Así pues, sobre amenazas le exigió que dejara a su hijo, pues pertenecían a dos mundos distintos. Ya en la habitación y con la certeza de que era mejor no tenerlo a que lo tuviera alguien más, brotó la chispa del odio y la venganza.
Había calma en su interior, pues debía fingir que todo transcurría normal. Lo abrazó fuerte, le dio algunos besos y se quedó a su lado, muy pegadita a su cuerpo.
Él no se percató ni intuyó lo que habría de ocurrir en un instante. La mano derecha de Gloria, como por voluntad propia se deslizó hasta donde estaba la caja donde había ocultado el arma que habría de poner fin a esa historia.
Tembló al sentir el metal frío de la pistola y Roberto creyó que suspiraba por él. El temor se apoderó de Gloria, pues no había marcha atrás. ¿Qué haría sin él? Hasta ese entonces no había pensado en la idea de una vida libre, no solo de aquel hombre sino libre para sí misma.
Decaída y decidida a todo, pero sin dejar de besarlo, su mano levató la mortífera arma. Le dijo que lo amaba y lo besó quiza con suavidad y ternura, como se hace con una creatura, con el solo pensamiento fijo en nada que no fuera la muerte.
Colocó el cañón de la pistola en la nuca de su amante y haló el gatillo. Roberto se desvaneció, pero no murió; entonces Gloria descargó otra vez el arma y cayó pesadamente al suelo.
La mirada de Gloria se había empozado de tristeza, pero continuó con su determinación. Se colocó la pistola a la sien derecha y haló el gatillo nuevamente. Al caer, un disparo más escapó incrustándose en una de las paredes del cuarto.
Gloria no murió, sino que quedó tendida con la vida pendiendo súbitamente de un hilo delgado. El arma descansaba en sus manos y el silencio se apoderó de la habitación. El amor se había extinguido desde hacía tiempo y, en ese momento justo, sus vidas acabaron para siempre.
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