/ viernes 14 de junio de 2024

El dolor de una madre: Urania internó a su bebé en un hospital privado, días después murió y la retuvieron por una deuda

A Urania le fue imposble ver a su hija de unos cuantos meses de nacida los últimos instantes de su vida, pues los médicos del nosocomio no la dejaron ingresar ni le entregaron a su hija

Cuatro personas integraban el cortejo fúnebre de María, pequeñita de cuatro meses, muerta en un sanatorio de la colonia Polanco, donde había quedado retenida como garantía de pago. En el Panteón Civil de Iztapalapa, en una zona ausente de mausoleos, en donde se acentuaba la soledad y la tristeza, se efectuó el entierro.

Lo anterior fue informado por Wilbert Torre, el reportero de LA PRENSA, el lunes 20 de abril de 1970 y señalaba que al entierro sólo asistieron Urania González, madre de la niña fallecida, y los hijos de ésta: Leticia, Lupita y Joaquín.

Fue un entierro más triste que el común de los sepelios: sin flores y con la pena que da la soledad.

-¡Criminales! -gritó transida de dolor Urania González, madre de nueve hijos, quien había enviudado hacía nueve meses. Contaba con 36 años de edad. Su grito rompió el silencio del panteón-. ¡Esta es su obra! -agregó y apuntó hacia el cadáver de su hijita.

Se refería a los funcionarios de la Clínica Santa Martha, quienes para garantizar el pago de $18,800.00 que la señora adeudaba, retuvieron a la pequeñita.

Llorosa y abrazando el féretro de su niña, Urania sospechaba que la desatención médica contribuyó al triste desenlace.

Una cajita blanca de medio metro de largo fue colocada en el hoyo abierto. Eran las 14:00 horas y el sol era calcinante. Ni la madre de la pequeña María ni sus hermanas vestían de luto. Estaban desesperadas y llenas de deudas. En los últimos días habían andado "de aquí para allá"... Se escucharon sollozos. Cayó la tierra sobre la cajita blanca. El angelito había vuelto al cielo.

Antes, el velorio efectuado en el entonces Servicio Médico Forense, había durado una hora.

Escucha aquí el podcast⬇️

Internó a la niña

LA PRENSA informó ampliamente respecto al caso. La señora Urania González se presentó en nuestra redacción el 16 de abril de 1970 para denunciar el secuestro de su hijita, de cuatro meses de nacida, en la Clínica Santa Martha, ubicada en Moliere 107, en Polanco.

Dijo que la niña había nacido en la Clínica Guadalupe, de la calle Zarco y que el doctor Carlos García Santos le indicó que necesitaba atención especial. Otro médico de la misma clínica le aconsejó que llevara a la niña al sanatorio de Polanco.

No se sabían las causas que originaron su deceso, pero la madre de la niña afirmó que una semana después de que internó a su hijita, pagó 500 pesos, cuota que debió haber pagado al ingresar su hijita a dicho nosocomio. La deuda fue creciendo y pagó otros 8 mil pesos, pero cuando lograba reunir una nueva cifra para entregar, el adeudo se había multiplicado.

Un agente del Ministerio Público fue designado para dar seguimiento al caso y, la noche del 17 de abril de aquel año, esperaba la comparecencia de Urania González, para levantar el acta correspondiente.

Lo que se planteó en ese momento fue que podrían resultar graves cargos para los dueños de la Clínica Santa Martha, ya que la madre agraviada señaló que la pequeñita fue sacada de la sala de prematuros en que se encontraba, lo cual pudo haber afectado su estado de salud.

Por tal motivo, el agente del MP señaló que si la señora Urania Gonzáles pedía una investigación por el delito de homicidio, el cual sería en resumidas cuentas imprudencial, él efectuaría las diligencias conducentes, para lo cual tomaría la declaración de Urania con los cargos que formulara y luego enviaría el cadáver de la niña al Servicio Médico Forense para que le fuera practicada la necropsia que determinaría las causas de su deceso.

Ya antes de entrevistarse con el agente del Ministerio Público, la afligida mujer declaró a LA PRENSA que había sido amenazada -tanto por el dueño como por el abogado de este- con no volver a ver a su hija si no pagaba la cuenta de la asistencia de la niña en el sanatorio que día con día aumentaba, haciendo imposible el pago del adeudo.

Urania pidió que le enseñaran la cuenta total, pero la enfermera le contestó con evasivas. De acuerdo con sus cuentas, Urania había pagado lo suficiente –ya no le alcanzaba para más-, pero como respuesta obtuvo palabras lapidarias:

-Si no hay dinero, no volverá a ver a su hija.

O sea que la criatura quedó como garantía de pago. La afligida señora cuestionó el abuso en los sanatorios. Sospechó, además, que no cuidaron a su hija en forma adecuada. Dijo que había sido una injusticia la que se había cometido contra ella.

Y aquellas palabras resultaron proféticas, pues la pobre no volvió a ver con vida a su hija, pues falleció. Por otra parte, el abogado del dueño de la clínica se presentó en la Novena Delegación a declarar sobre los hechos y se levantó el acta correspondiente.

El litigante declaró que no se trató de un secuestro en absoluto, puesto que, en su lógica, un sanatorio funcionaba como un negocio y, por lo tanto, debía generar dinero para su dueño, por lo que si tuviera pérdidas no tendría objeto el funcionamiento del establecimiento.

En conclusión, de acuerdo con el abogado, si no se realizaban ciertas estrategias o presiones con el objeto de que se pagaran las cuentas, los clientes podrían abusar de los beneficios ofrecidos por la clínica. Además, comentó el abogado, se le pidió a la señora Urania que firmara una letra para garantizar el adeudo y, aunque el trámite continuó, luego ya no se presentó la deudora.

En lo que respectaba a las averiguaciones, el agente del MP dijo que, en dado caso de que hubiera acusación, el delito a perseguir sería el de homicidio, puesto que se le habrían restringido las atenciones médicas pertinentes para garantizar su estado de salud, es decir, los médicos habrían abandonado el cuidado de la paciente, toda vez que la madre no podía cubrir los gastos.

Y, por otra parte, todo indicaba a un posible secuestro en los términos de que la netita no era una “cosa” para ser tomada en garantía de un pago. Y al fallecer la paciente, únicamente podía deberse a una desatención médica. Por lo cual, sólo la necropsia podría determinar el rumbo de la investigación.

-De cualquier manera –señaló el agente-, fue un acto inhumano. ¿Cómo retener a una niña recién nacida en estado delicado como garantía de pago?

Asesino fue llamado "El doctor plagiario"

Urania González Limonchi no podía pagar ni en abonos, el director del sanatorio, doctor Carlos Mariscal Abascal, la envió con el licenciado Néstor de Buen. Este se negó a aceptar que Urania firmase letras por once mil pesos, porque la señora no tenía fiador ni algo con qué garantizar el pago.

Urania González empeñó todas sus pertenencias, distribuyó a sus hijos entre algunos familiares -para poder ahorrar dinero y rescatar a la recién nacida pero no logró reunir la cantidad exigida por el propietario del Sanatorio Santa Martha.

El día 16 abril de aquel año, Urania y su hija fueron al sanatorio. Vieron a la niña. Aparentemente estaba bien de salud. Leticia bañó a su hermanita y la alimentó. Todo parecía normal.

Al día siguiente, otra hija de Urania -Patricia, de 18 años- enfermó gravemente y fue operada en el Sanatorio Guadalupe. Su madre no pudo ir al Sanatorio Santa Martha.

El sábado 18, se llevó gran sorpresa la señora Urania: LA PRENSA, el diario de las mayorías, publicó que "había muerto la niña plagiada".

-Sentí que el cielo se me venía encima -dijo la señora- y supuse inmediatamente que se trataba de mi hija. Al leer LA PRENSA me di cuenta que no me había equivocado. No podía creerlo. Un día antes, mi hijita estaba muy bien.

Piden castigo para médicos

La niña fue enviada a la Novena Delegación, y Urania González Limonchi y su hija Leticia acudieron a esa comisaría.

Solicito una investigación exhaustiva porque los médicos que atendieron a mi hija, posiblemente la descuidaron

Para apoyar su petición, la señora relato lo siguiente: al ser enviada con el licenciado Néstor de Buen, éste le informó que "o pagaba la deuda o no había niña".

También dijo Néstor de Buen que "si no pagaba, la niña podría ser mal atendida y posiblemente moriría".

-¿Está segura de lo que dice, señora? -preguntó el licenciado Fernando Ortiz de la Peña, director de Investigaciones de la Procuraduría.

-Sí –contestó-, el licenciado Mauro Alemán Gutiérrez está dispuesto a declarar que Néstor de Buen dijo que la niña podría morir si no era pagada la deuda.

El doctor Carlos Mariscal Abascal, de 42 años, soltero, cirujano pediatra, con domicilio en Moliere 107, Polanco, declaró lo siguiente en la Novena Delegación:

El 21 de diciembre de 1969, la señora Urania solicitó de la institución se hiciera cargo de una niña recién nacida, quien presentaba síntomas de nacimiento prematuro y pesaba un kilo y cuatrocientos gramos.

De inmediato y en forma constante, se le dio toda la atención que el caso requería. La madre dejó de presentarse al sanatorio por un lapso muy amplio y, con ese motivo, se trató de localizarla en diversas ocasiones en los domicilios que tenía señalados, mediante telegramas. Alguno de éstos fue devuelto porque se indicó que la señora había cambiado de domicilio.

Se investigó y se supo que Urania González Limonchi no había podido pagar la renta y se había cambiado de domicilio.

Hace tres o cuatro días se presentó la señora Urania en el sanatorio y se le informó que su hijita ya estaba en condiciones de ser retirada y, para que pudiera atenderla debidamente se instruyó a otra hija de la propia señora, Leticia.

Leticia atendió personalmente a la niña. Como la señora indicó que no podía pagar, se le dijo que se entrevistara con el abogado Néstor de Buen para documentar el adeudo de alguna manera adecuada a su capacidad, pero que sin perjuicio de ello debía llevarse a la menor de inmediato, e inclusive se le indicó que trajera la ropa necesaria.

Me enteré por el periódico LA PRENSA que la señora Urania me acusa de secuestro, hecho que es totalmente falso.

La niña pudo haber fallecido por inmadurez del aparato cardiovascular debido a la prematurez (sic) del nacimiento, que originó tal vez una insuficiencia cardiaca”.

Urania tenía ocho hijos además de la nena fallecida, uno de los cuales estaba grave y en un hospital. La situación por la que atravesaba era muy complicada, sin dinero, con una hija fallecida y otra al borde de la muerte.

Un funcionario, sabedor de los hechos en torno al caso, hizo gestiones para que se le brindara el servicio fúnebre gratuito en el Servicio Médico Forense.

La investigación

Un licenciado de la Procuraduría informó que nadie tenía derecho a retener a una persona para garantizar el pago de un adeudo, por lo que el caso presentaba serios aspectos que abordar para esclarecer lo sucedido y aplicar todo el peso de la justicia en caso de ser necesario.

La situación entraba en terrenos de la privación ilegal de la libertad, por lo que el director de la Clínica Santa Marta podía ser detenido para investigación. En relación con un presunto cargo de homicidio, era tremendamente difícil hacerlo en ese caso, continuó con sus reflexiones el hombre de leyes.

Finalmente, dijo: “La niña murió de bronconeumonía no traumática. El resultado de la autopsia favorece indiscutiblemente al doctor Carlos Marisol Abascal”.

Lo que no se comentó, o no se dijo con claridad, fue cómo tanto el médico responsable de la clínica como su abogado tuvieron acceso al informe de la autopsia antes que nadie, puesto que en sus declaraciones mencionaron aspectos del dictamen que todavía no habían sido revelados al público. Y lo más irritante fue que nadie indagó a fondo si hubo colusión por parte de las autoridades para beneficio del particular.

Otro abogado a quien consultó el redactor de LA PRENSA, con el objetivo de documentar sólidamente el caso, dijo: “es ilícito retener a una persona mientras no se pague determinada cantidad”, pero, asimismo, aclaró que hasta que no leyera todas las actuaciones no podría emitir su opinión al respecto.

(Cabe mencionar que Urania González Limonchi declaró que en una ocasión una enfermera le dijo que un doctor se interesaba en adoptar a la niña, por la cual pagaría 15,000 pesos y la cuenta del hospital. Urania rechazó la oferta con indignación).

Una pequeña cajita blanca

Urania no podía contener la rabia y el llanto, la desesperación e impotencia. Murió sin su madre, y aunque ni las autoridades lo quisieran reconocer ni los médicos, fue secuestrada una nena que, sin culpa, pasó por este mundo lleno de miseria y dolor.

Para ella, no había más culpables que los médicos. Aunque en realidad fue una cuestión burocrática el hecho de que no la dejaran ver a su hija sin el debido pago. Y, como consecuencia de esa falta de liquidez, devino la muerte de su bebita.

-¿Por qué retener a mi hijita? ¿No era más aceptable que me acusaran a mí de fraude y no quedarse con mi creatura inocente? –dijo entre sollozos Urania.

Todo indicaba que las cosas permanecerían sin perturbaciones para los responsables, tanto si hubiera sido un “secuestro” como si hubiera sido una “negligencia médica”. Cuestiones negadas por los acusados: una muerte involuntaria, dijeron, casual, fatídicamente azarosa.

Pero, a fin de cuentas, había fallecido bajo su custodia, bajo el cuidado de los médicos, en un hospital privado con mejores atenciones que en las instituciones públicas; o eso suponía. Y como siempre, sin ser algo manifiestamente evidente, pero veladamente certero, la brecha entre pobres y ricos quedaba expuesta.

Alrededor de las 16 horas, bajo el efecto plomizo del sol, la pequeña cajita blanca fue colocada en un hoyo abierto en el Panteón Civil de Iztapalapa, en medio de una soledad que las abrasaba, a Urania y algunas de sus hijas.

No se vistieron de luto, no tenían la ropa adecuada, no tenían ni siquiera para comer; otra hermana, hija, en el hospital. No parecían tristes, ni heridas. Sus rostros denotaban preocupación. No resignadas, sino aferradas a la idea de la justicia. Nada regresaría a la bebé, pero si existía un dios en el cielo, rezaba por ver a los responsables de su muerte pagar por su crimen.

Pasado el episodio de las pompas fúnebres, Urania tuvo que acudir a la Agencias Cenrtal de Investigación de la Procuraduría de Justicia del Distrito federal para declarar en torno a las acusaciones que pesaban en su contra, es decir, el adeudo que la clínica exigía.

Y después de concluir con ese trámite, LA PRENSA pudo entrevistar una vez más a la señora Urania González, con el fin de conocer cada detalle de esta desgarradora historia.

-Señora, ¿no piensa usted que la Clínica Santa Marta, a la que usted adeuda 11,800 pesos, debería de cobrarle?

-Sí, es evidente. Pero en lo que no estuve de acuerdo fue en los medios que emplearon. ¿Por qué me retuvieron tanto tiempo a mi nina? Ya le dije a usted que desde hace un mes la quería sacar.

-¿No llegaron usted y la clínica a algún acuerdo respecto al pago?

-No, ellos no quisieron. Yo comprendo que ellos tienen un negocio y que no pueden dar un servicio como si fuera de beneficencia pública, pero al ver que no tenía dinero, pudieron haber aceptado que yo firmara una letra.

-¿Reprueba usted los sistemas de los directivos de la Clínica Santa Marta?

-En forma absoluta, si ellos tienen abogados, ¿por qué cuando la deuda no era tan alta, e decir, cuando la deuda ascendía a ocho mil pesos, no acudieron ante la autoridad para acusarme de fraude?

-Su hijita nació muy pequeña, ¿no era natural que falleciera, puesto que tenía deficiencias?

-Mi hijita se había recuperado, había quedado muy bonita. Yo pienso que sí hubo deficiencia médica y me atrevo a imaginar que pudiera haber existido un acto de represalia en el fallecimiento de mi niña. Mire usted, murió de bronconeumonía. O sea que esta enfermedad la pudo haber causado algún cambio en la temperatura que pudo haber sido intencional.

-¿Por qué piensa usted eso?

-Por una cuestión muy simple. Yo tenía el problema de la deuda desde hace tiempo. El 16 de abril (de 1970) acudí a LA PRENSA en donde relaté lo que me ocurría. Al día siguiente se publicó la información y precisamente ese día falleció. No creo yo en coincidencias, pero ya ve, un día uno parece estar bien y en ese mismo instante fallece. ¿No le parece de lo más extraño?

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Rechazan cargos

"Es monstruosa la acusación relativa a que intencionalmente pude haber causado la muerte de la niña", señaló el doctor Carlos Mariscal, director de la Clínica Santa Martha y negó enfático que se hubiera secuestrado a la niña.

-Cuando la señora indicó que deseaba llevarse a su hija, le presentamos el adeudo que tenía. Entonces ella dijo que no tenía para pagar, por lo que se gestionó una letra de cambio. Se le indicó que necesitaba un aval. Ella prometió regresar con el aval para que firmara el documento. Sin embargo, ella suspendió la gestión y expresó que por favor tuviéramos unos días más en la clínica a la niña, debido a que vivía en un lugar inadecuado que podría afectar la salud de la pequeña -agregó el doctor.

Luego, añadió el doctor que la nena, cuya muerte según la autopsia fue causada por bronconeumonía no traumática, pudo haber sufrido una hemorragia o la rotura de un brazo.

Lejos de aclarar la muerte de la nenita, las declaraciones del médico daban sustento a las dudas respecto a la negligencia por parte de la institución que condujo al trágico desenlace.

Urania también desmintió las declaraciones del doctor Mariscal y reiteró que haría todo lo posible por demostrar que la pequeña había sido retenida como prenda de pago de atenciones hospitalarias, así como las deficiencias en el cuidado que originaron la muerte de su hijita. Incluso, manifestó que estaba dispuesta a que se exhumara su cadáver y se le practicaran todos los exámenes necesarios para determinar las verdaderas causas de que originaron la enfermedad.

El reportero de LA PRENSA anotó con cierta perspicacia que si bien la bronconuemonía explicó la causa de muerte, con base en el reporte forense, aquella pudo deberse a una hemorragia o por la fractura de un brazo. Pero ¿cómo pudo habérsele roto un brazo a la pequeña o cómo habría tenido una hemorragia, sino como consecuencia de malas prácticas en el cuidado del paciente?

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Cuatro personas integraban el cortejo fúnebre de María, pequeñita de cuatro meses, muerta en un sanatorio de la colonia Polanco, donde había quedado retenida como garantía de pago. En el Panteón Civil de Iztapalapa, en una zona ausente de mausoleos, en donde se acentuaba la soledad y la tristeza, se efectuó el entierro.

Lo anterior fue informado por Wilbert Torre, el reportero de LA PRENSA, el lunes 20 de abril de 1970 y señalaba que al entierro sólo asistieron Urania González, madre de la niña fallecida, y los hijos de ésta: Leticia, Lupita y Joaquín.

Fue un entierro más triste que el común de los sepelios: sin flores y con la pena que da la soledad.

-¡Criminales! -gritó transida de dolor Urania González, madre de nueve hijos, quien había enviudado hacía nueve meses. Contaba con 36 años de edad. Su grito rompió el silencio del panteón-. ¡Esta es su obra! -agregó y apuntó hacia el cadáver de su hijita.

Se refería a los funcionarios de la Clínica Santa Martha, quienes para garantizar el pago de $18,800.00 que la señora adeudaba, retuvieron a la pequeñita.

Llorosa y abrazando el féretro de su niña, Urania sospechaba que la desatención médica contribuyó al triste desenlace.

Una cajita blanca de medio metro de largo fue colocada en el hoyo abierto. Eran las 14:00 horas y el sol era calcinante. Ni la madre de la pequeña María ni sus hermanas vestían de luto. Estaban desesperadas y llenas de deudas. En los últimos días habían andado "de aquí para allá"... Se escucharon sollozos. Cayó la tierra sobre la cajita blanca. El angelito había vuelto al cielo.

Antes, el velorio efectuado en el entonces Servicio Médico Forense, había durado una hora.

Escucha aquí el podcast⬇️

Internó a la niña

LA PRENSA informó ampliamente respecto al caso. La señora Urania González se presentó en nuestra redacción el 16 de abril de 1970 para denunciar el secuestro de su hijita, de cuatro meses de nacida, en la Clínica Santa Martha, ubicada en Moliere 107, en Polanco.

Dijo que la niña había nacido en la Clínica Guadalupe, de la calle Zarco y que el doctor Carlos García Santos le indicó que necesitaba atención especial. Otro médico de la misma clínica le aconsejó que llevara a la niña al sanatorio de Polanco.

No se sabían las causas que originaron su deceso, pero la madre de la niña afirmó que una semana después de que internó a su hijita, pagó 500 pesos, cuota que debió haber pagado al ingresar su hijita a dicho nosocomio. La deuda fue creciendo y pagó otros 8 mil pesos, pero cuando lograba reunir una nueva cifra para entregar, el adeudo se había multiplicado.

Un agente del Ministerio Público fue designado para dar seguimiento al caso y, la noche del 17 de abril de aquel año, esperaba la comparecencia de Urania González, para levantar el acta correspondiente.

Lo que se planteó en ese momento fue que podrían resultar graves cargos para los dueños de la Clínica Santa Martha, ya que la madre agraviada señaló que la pequeñita fue sacada de la sala de prematuros en que se encontraba, lo cual pudo haber afectado su estado de salud.

Por tal motivo, el agente del MP señaló que si la señora Urania Gonzáles pedía una investigación por el delito de homicidio, el cual sería en resumidas cuentas imprudencial, él efectuaría las diligencias conducentes, para lo cual tomaría la declaración de Urania con los cargos que formulara y luego enviaría el cadáver de la niña al Servicio Médico Forense para que le fuera practicada la necropsia que determinaría las causas de su deceso.

Ya antes de entrevistarse con el agente del Ministerio Público, la afligida mujer declaró a LA PRENSA que había sido amenazada -tanto por el dueño como por el abogado de este- con no volver a ver a su hija si no pagaba la cuenta de la asistencia de la niña en el sanatorio que día con día aumentaba, haciendo imposible el pago del adeudo.

Urania pidió que le enseñaran la cuenta total, pero la enfermera le contestó con evasivas. De acuerdo con sus cuentas, Urania había pagado lo suficiente –ya no le alcanzaba para más-, pero como respuesta obtuvo palabras lapidarias:

-Si no hay dinero, no volverá a ver a su hija.

O sea que la criatura quedó como garantía de pago. La afligida señora cuestionó el abuso en los sanatorios. Sospechó, además, que no cuidaron a su hija en forma adecuada. Dijo que había sido una injusticia la que se había cometido contra ella.

Y aquellas palabras resultaron proféticas, pues la pobre no volvió a ver con vida a su hija, pues falleció. Por otra parte, el abogado del dueño de la clínica se presentó en la Novena Delegación a declarar sobre los hechos y se levantó el acta correspondiente.

El litigante declaró que no se trató de un secuestro en absoluto, puesto que, en su lógica, un sanatorio funcionaba como un negocio y, por lo tanto, debía generar dinero para su dueño, por lo que si tuviera pérdidas no tendría objeto el funcionamiento del establecimiento.

En conclusión, de acuerdo con el abogado, si no se realizaban ciertas estrategias o presiones con el objeto de que se pagaran las cuentas, los clientes podrían abusar de los beneficios ofrecidos por la clínica. Además, comentó el abogado, se le pidió a la señora Urania que firmara una letra para garantizar el adeudo y, aunque el trámite continuó, luego ya no se presentó la deudora.

En lo que respectaba a las averiguaciones, el agente del MP dijo que, en dado caso de que hubiera acusación, el delito a perseguir sería el de homicidio, puesto que se le habrían restringido las atenciones médicas pertinentes para garantizar su estado de salud, es decir, los médicos habrían abandonado el cuidado de la paciente, toda vez que la madre no podía cubrir los gastos.

Y, por otra parte, todo indicaba a un posible secuestro en los términos de que la netita no era una “cosa” para ser tomada en garantía de un pago. Y al fallecer la paciente, únicamente podía deberse a una desatención médica. Por lo cual, sólo la necropsia podría determinar el rumbo de la investigación.

-De cualquier manera –señaló el agente-, fue un acto inhumano. ¿Cómo retener a una niña recién nacida en estado delicado como garantía de pago?

Asesino fue llamado "El doctor plagiario"

Urania González Limonchi no podía pagar ni en abonos, el director del sanatorio, doctor Carlos Mariscal Abascal, la envió con el licenciado Néstor de Buen. Este se negó a aceptar que Urania firmase letras por once mil pesos, porque la señora no tenía fiador ni algo con qué garantizar el pago.

Urania González empeñó todas sus pertenencias, distribuyó a sus hijos entre algunos familiares -para poder ahorrar dinero y rescatar a la recién nacida pero no logró reunir la cantidad exigida por el propietario del Sanatorio Santa Martha.

El día 16 abril de aquel año, Urania y su hija fueron al sanatorio. Vieron a la niña. Aparentemente estaba bien de salud. Leticia bañó a su hermanita y la alimentó. Todo parecía normal.

Al día siguiente, otra hija de Urania -Patricia, de 18 años- enfermó gravemente y fue operada en el Sanatorio Guadalupe. Su madre no pudo ir al Sanatorio Santa Martha.

El sábado 18, se llevó gran sorpresa la señora Urania: LA PRENSA, el diario de las mayorías, publicó que "había muerto la niña plagiada".

-Sentí que el cielo se me venía encima -dijo la señora- y supuse inmediatamente que se trataba de mi hija. Al leer LA PRENSA me di cuenta que no me había equivocado. No podía creerlo. Un día antes, mi hijita estaba muy bien.

Piden castigo para médicos

La niña fue enviada a la Novena Delegación, y Urania González Limonchi y su hija Leticia acudieron a esa comisaría.

Solicito una investigación exhaustiva porque los médicos que atendieron a mi hija, posiblemente la descuidaron

Para apoyar su petición, la señora relato lo siguiente: al ser enviada con el licenciado Néstor de Buen, éste le informó que "o pagaba la deuda o no había niña".

También dijo Néstor de Buen que "si no pagaba, la niña podría ser mal atendida y posiblemente moriría".

-¿Está segura de lo que dice, señora? -preguntó el licenciado Fernando Ortiz de la Peña, director de Investigaciones de la Procuraduría.

-Sí –contestó-, el licenciado Mauro Alemán Gutiérrez está dispuesto a declarar que Néstor de Buen dijo que la niña podría morir si no era pagada la deuda.

El doctor Carlos Mariscal Abascal, de 42 años, soltero, cirujano pediatra, con domicilio en Moliere 107, Polanco, declaró lo siguiente en la Novena Delegación:

El 21 de diciembre de 1969, la señora Urania solicitó de la institución se hiciera cargo de una niña recién nacida, quien presentaba síntomas de nacimiento prematuro y pesaba un kilo y cuatrocientos gramos.

De inmediato y en forma constante, se le dio toda la atención que el caso requería. La madre dejó de presentarse al sanatorio por un lapso muy amplio y, con ese motivo, se trató de localizarla en diversas ocasiones en los domicilios que tenía señalados, mediante telegramas. Alguno de éstos fue devuelto porque se indicó que la señora había cambiado de domicilio.

Se investigó y se supo que Urania González Limonchi no había podido pagar la renta y se había cambiado de domicilio.

Hace tres o cuatro días se presentó la señora Urania en el sanatorio y se le informó que su hijita ya estaba en condiciones de ser retirada y, para que pudiera atenderla debidamente se instruyó a otra hija de la propia señora, Leticia.

Leticia atendió personalmente a la niña. Como la señora indicó que no podía pagar, se le dijo que se entrevistara con el abogado Néstor de Buen para documentar el adeudo de alguna manera adecuada a su capacidad, pero que sin perjuicio de ello debía llevarse a la menor de inmediato, e inclusive se le indicó que trajera la ropa necesaria.

Me enteré por el periódico LA PRENSA que la señora Urania me acusa de secuestro, hecho que es totalmente falso.

La niña pudo haber fallecido por inmadurez del aparato cardiovascular debido a la prematurez (sic) del nacimiento, que originó tal vez una insuficiencia cardiaca”.

Urania tenía ocho hijos además de la nena fallecida, uno de los cuales estaba grave y en un hospital. La situación por la que atravesaba era muy complicada, sin dinero, con una hija fallecida y otra al borde de la muerte.

Un funcionario, sabedor de los hechos en torno al caso, hizo gestiones para que se le brindara el servicio fúnebre gratuito en el Servicio Médico Forense.

La investigación

Un licenciado de la Procuraduría informó que nadie tenía derecho a retener a una persona para garantizar el pago de un adeudo, por lo que el caso presentaba serios aspectos que abordar para esclarecer lo sucedido y aplicar todo el peso de la justicia en caso de ser necesario.

La situación entraba en terrenos de la privación ilegal de la libertad, por lo que el director de la Clínica Santa Marta podía ser detenido para investigación. En relación con un presunto cargo de homicidio, era tremendamente difícil hacerlo en ese caso, continuó con sus reflexiones el hombre de leyes.

Finalmente, dijo: “La niña murió de bronconeumonía no traumática. El resultado de la autopsia favorece indiscutiblemente al doctor Carlos Marisol Abascal”.

Lo que no se comentó, o no se dijo con claridad, fue cómo tanto el médico responsable de la clínica como su abogado tuvieron acceso al informe de la autopsia antes que nadie, puesto que en sus declaraciones mencionaron aspectos del dictamen que todavía no habían sido revelados al público. Y lo más irritante fue que nadie indagó a fondo si hubo colusión por parte de las autoridades para beneficio del particular.

Otro abogado a quien consultó el redactor de LA PRENSA, con el objetivo de documentar sólidamente el caso, dijo: “es ilícito retener a una persona mientras no se pague determinada cantidad”, pero, asimismo, aclaró que hasta que no leyera todas las actuaciones no podría emitir su opinión al respecto.

(Cabe mencionar que Urania González Limonchi declaró que en una ocasión una enfermera le dijo que un doctor se interesaba en adoptar a la niña, por la cual pagaría 15,000 pesos y la cuenta del hospital. Urania rechazó la oferta con indignación).

Una pequeña cajita blanca

Urania no podía contener la rabia y el llanto, la desesperación e impotencia. Murió sin su madre, y aunque ni las autoridades lo quisieran reconocer ni los médicos, fue secuestrada una nena que, sin culpa, pasó por este mundo lleno de miseria y dolor.

Para ella, no había más culpables que los médicos. Aunque en realidad fue una cuestión burocrática el hecho de que no la dejaran ver a su hija sin el debido pago. Y, como consecuencia de esa falta de liquidez, devino la muerte de su bebita.

-¿Por qué retener a mi hijita? ¿No era más aceptable que me acusaran a mí de fraude y no quedarse con mi creatura inocente? –dijo entre sollozos Urania.

Todo indicaba que las cosas permanecerían sin perturbaciones para los responsables, tanto si hubiera sido un “secuestro” como si hubiera sido una “negligencia médica”. Cuestiones negadas por los acusados: una muerte involuntaria, dijeron, casual, fatídicamente azarosa.

Pero, a fin de cuentas, había fallecido bajo su custodia, bajo el cuidado de los médicos, en un hospital privado con mejores atenciones que en las instituciones públicas; o eso suponía. Y como siempre, sin ser algo manifiestamente evidente, pero veladamente certero, la brecha entre pobres y ricos quedaba expuesta.

Alrededor de las 16 horas, bajo el efecto plomizo del sol, la pequeña cajita blanca fue colocada en un hoyo abierto en el Panteón Civil de Iztapalapa, en medio de una soledad que las abrasaba, a Urania y algunas de sus hijas.

No se vistieron de luto, no tenían la ropa adecuada, no tenían ni siquiera para comer; otra hermana, hija, en el hospital. No parecían tristes, ni heridas. Sus rostros denotaban preocupación. No resignadas, sino aferradas a la idea de la justicia. Nada regresaría a la bebé, pero si existía un dios en el cielo, rezaba por ver a los responsables de su muerte pagar por su crimen.

Pasado el episodio de las pompas fúnebres, Urania tuvo que acudir a la Agencias Cenrtal de Investigación de la Procuraduría de Justicia del Distrito federal para declarar en torno a las acusaciones que pesaban en su contra, es decir, el adeudo que la clínica exigía.

Y después de concluir con ese trámite, LA PRENSA pudo entrevistar una vez más a la señora Urania González, con el fin de conocer cada detalle de esta desgarradora historia.

-Señora, ¿no piensa usted que la Clínica Santa Marta, a la que usted adeuda 11,800 pesos, debería de cobrarle?

-Sí, es evidente. Pero en lo que no estuve de acuerdo fue en los medios que emplearon. ¿Por qué me retuvieron tanto tiempo a mi nina? Ya le dije a usted que desde hace un mes la quería sacar.

-¿No llegaron usted y la clínica a algún acuerdo respecto al pago?

-No, ellos no quisieron. Yo comprendo que ellos tienen un negocio y que no pueden dar un servicio como si fuera de beneficencia pública, pero al ver que no tenía dinero, pudieron haber aceptado que yo firmara una letra.

-¿Reprueba usted los sistemas de los directivos de la Clínica Santa Marta?

-En forma absoluta, si ellos tienen abogados, ¿por qué cuando la deuda no era tan alta, e decir, cuando la deuda ascendía a ocho mil pesos, no acudieron ante la autoridad para acusarme de fraude?

-Su hijita nació muy pequeña, ¿no era natural que falleciera, puesto que tenía deficiencias?

-Mi hijita se había recuperado, había quedado muy bonita. Yo pienso que sí hubo deficiencia médica y me atrevo a imaginar que pudiera haber existido un acto de represalia en el fallecimiento de mi niña. Mire usted, murió de bronconeumonía. O sea que esta enfermedad la pudo haber causado algún cambio en la temperatura que pudo haber sido intencional.

-¿Por qué piensa usted eso?

-Por una cuestión muy simple. Yo tenía el problema de la deuda desde hace tiempo. El 16 de abril (de 1970) acudí a LA PRENSA en donde relaté lo que me ocurría. Al día siguiente se publicó la información y precisamente ese día falleció. No creo yo en coincidencias, pero ya ve, un día uno parece estar bien y en ese mismo instante fallece. ¿No le parece de lo más extraño?

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Rechazan cargos

"Es monstruosa la acusación relativa a que intencionalmente pude haber causado la muerte de la niña", señaló el doctor Carlos Mariscal, director de la Clínica Santa Martha y negó enfático que se hubiera secuestrado a la niña.

-Cuando la señora indicó que deseaba llevarse a su hija, le presentamos el adeudo que tenía. Entonces ella dijo que no tenía para pagar, por lo que se gestionó una letra de cambio. Se le indicó que necesitaba un aval. Ella prometió regresar con el aval para que firmara el documento. Sin embargo, ella suspendió la gestión y expresó que por favor tuviéramos unos días más en la clínica a la niña, debido a que vivía en un lugar inadecuado que podría afectar la salud de la pequeña -agregó el doctor.

Luego, añadió el doctor que la nena, cuya muerte según la autopsia fue causada por bronconeumonía no traumática, pudo haber sufrido una hemorragia o la rotura de un brazo.

Lejos de aclarar la muerte de la nenita, las declaraciones del médico daban sustento a las dudas respecto a la negligencia por parte de la institución que condujo al trágico desenlace.

Urania también desmintió las declaraciones del doctor Mariscal y reiteró que haría todo lo posible por demostrar que la pequeña había sido retenida como prenda de pago de atenciones hospitalarias, así como las deficiencias en el cuidado que originaron la muerte de su hijita. Incluso, manifestó que estaba dispuesta a que se exhumara su cadáver y se le practicaran todos los exámenes necesarios para determinar las verdaderas causas de que originaron la enfermedad.

El reportero de LA PRENSA anotó con cierta perspicacia que si bien la bronconuemonía explicó la causa de muerte, con base en el reporte forense, aquella pudo deberse a una hemorragia o por la fractura de un brazo. Pero ¿cómo pudo habérsele roto un brazo a la pequeña o cómo habría tenido una hemorragia, sino como consecuencia de malas prácticas en el cuidado del paciente?

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